“Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que causaba”, escribió el novelista y crítico francés Marcel Proust en el primer volumen de En busca del tiempo perdido, una de las más famosas escenas literarias en uno de los clásicos de la literatura del siglo XX. Los recuerdos como eje para crear arte.
En la semana en que se cumplen cien años de su fallecimiento -murió el 18 de noviembre de 1922- Bajalibros pone a disposición de los lectores de Infobae Leamos una edición digital de las siete partes que componen En busca del tiempo perdido, y que se pueden descargar desde esta página o directamente en el sitio de Bajalibros.com.
Considerada una obra monumental, esta novela, con más de tres mil páginas, es la trasposición en el relato de la vida de Proust, con personajes entrañables y ambientes sociales de su tiempo y posición. Se trata, entonces, de una crónica del ocaso de un mundo elegante y del paso a la Modernidad. Pero el mayor En busca del tiempo perdido es que generó una nueva forma de narrar y un nuevo camino en el campo de la novela.
De las siete partes que la componen, Proust publicó en vida, desde 1913 y hasta su muerte Por el camino de Swann, A la sombra de las muchachas en flor, El mundo de Guermantes y Sodoma y Gomorra. Tras su fallecimiento por neumonía, se editaron La prisionera, en 1923, Albertine desaparecida, retitulada después La fugitiva, en 1925; y El tiempo recobrado, en 1927.
Nacido en París en 1871 en el seno de una familia adinerada, a Proust también podríamos definirlo como una de las personalidades más influyentes en el campo de la literatura, en el de la filosofía y la teoría del arte, convirtiéndose en un autor clásico, junto a Shakespeare, Goethe, Cervantes, Dante y Kafka. Pero las dificultades también estuvieron presentes en su vida.
El novelista francés padecía asma crónico, que tras el fallecimiento trágico de su padre se acrecentó, sumiéndose en una decaída profunda. El caos emocional lo llevó a aislarse por un tiempo del mundo y, desde 1907, estuvo recluido en una habitación por varios años para escribir el que fuera su mayor éxito: En busca del tiempo perdido. Aunque hoy es considerada una de las obras cumbres del siglo pasado, Proust tampoco tuvo tanta suerte a la hora de conseguir un editor para publicar la obra. Hoy, a cien años de su fallecimiento, se puede leer los siete volúmenes de forma gratuita en Bajalibros.com
Los siete volúmenes de la mayor obra de Proust narran la historia de un joven sensible que quiere ser escritor. Con el foco en la memoria y sus recuerdos, el narrador proustiano indaga en el tiempo y sus efectos, las relaciones humanas, la homosexualidad, el lenguaje, las clases sociales, la amistad, la Historia de Francia y la guerra. Renombrados intelectuales franceses como Gérard Genette en “Cómo llegó a ser escritor el pequeño Marcel”, Roland Barthes en “Proust y los nombres” (incluido en el famoso libro El grado cero de la escritura: seguido de nueve ensayos críticos), y numerosas figuras en todo el mundo han reflexionado sobre la importancia del autor y su creación.
Cómo es la obra maestra
Los manuscritos originales de En busca del tiempo perdido fueron adquiridos, restaurados y microfilmados por la Biblioteca Nacional de Francia. ¿Cómo escribía Proust? ¿Cuáles eran los detalles más llamativos de estos documentos tan valiosos? Por ejemplo, que Proust escribió su obra en cuadernos tipo escolar de 60 a 100 hojas, empastados, fáciles de llevar en los viajes y manejables para escribir en la cama semiacostado. Y que, en esas páginas, se conservan las huellas de las correcciones que hacía el francés hasta los últimos momentos de su vida.
Otra de las curiosidades que presentan los manuscritos es que no contiene textos seguidos, sino fragmentos. En los márgenes, lejos de hacer anotaciones sesudas, Proust era uno más: apuntes de gastos de la casa, fragmentos de correspondencia a incluir en la novela, números telefónicos, direcciones, anotaciones de lecturas. Si había algo que el novelista francés hacía era saturar las páginas, como un horror vacui del siglo XX, llenos de anotaciones, papeles pegados, tachaduras y correcciones. Un verdadero laberinto a la hora de pasar en limpio.
En definitiva, cuestiones personales inundaban esas hojas. Al necesitar más espacio, una de sus criadas, Celeste Albaret, le dio la idea de incorporar más papeles y correcciones a estas páginas con papeles adicionales. ¿El primer borrador? Cuenta con setenta y cinco folios.
Una obra con vigencia
“Según el escritor y crítico Edmund Wilson”, cuenta el escritor argentino Walter Romero, escritor y uno de los especialistas en literatura francesa en su libro Formas de leer a Proust, “los representantes de ese modernismo de las primeras décadas del siglo son James Joyce, Paul Valéry, T. S. Eliot, William B. Yeats y, precisamente, Marcel Proust, como figuras que impulsan importantes transformaciones”.
Por su parte, el escritor y poeta argentino Santiago Llach supo señalar en Infobae que “Proust inaugura modos de narrar, de pensar y de vivir”. Además, advirtió que su obra es un “exhibit sobre la libertad sexual y la neurosis, una investigación monstruosa y morbosa sobre la identidad, sobre el yo y el otro yo, sobre los códigos sutiles de la sociabilidad y los mecanismos de la movilidad social”. Y agrega: “un museo del chisme como mecanismo de la reproducción social, un testamento sobre los celos, el homoerotismo y lo que hoy se llama identidad de género, sobre la aspiración estética como sustituto del éxtasis religioso, una historia del fin de la Belle Époque y una novela sobre la guerra y la paz”.
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