Hace 33 años, justo para el día de su santo, Gabriel García Márquez publicó “El general en su laberinto”, la novela en la que se encargó de revivir la figura del libertador Simón Bolívar, un relato que surgió de una de tantas conversaciones con su gran amigo, el también escritor y poeta, Álvaro Mutis. Se suponía que sería el bogotano quien escribiría la novela sobre Bolívar, pero un día, conversando los dos, Mutis resolvió que no encontraba la forma de abordar el personaje, pese a que el argumento ya estaba fijado. García Márquez, entonces, asumió el reto.
Aquella fue su octava novela publicada y en ella se encargó de narrar el último tramo del viaje que hizo Bolívar al río Magdalena, con apenas aire en sus pulmones, moribundo, de camino a la quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, donde moriría, finalmente, en diciembre de 1830.
Si bien el ejercicio investigativo de García Márquez para darle forma a la novela fue riguroso y exhaustivo, el personaje retratado, aunque basado en el real, tiene mucho de ficción y eso es lo que le da, en parte, su aire tan “garciamarquiano”. De no tener el toque del escritor nacido en Aracataca, este Bolívar habría sido otro más en la amplia tradición de la literatura latinoamericana.
El Bolívar retratado es un personaje al borde del delirio, el libertador acorralado, por decirlo de algún modo. En varios pasajes, García Márquez lo aborda con tal precisión que, con su afinado ojo de escritor, se toma el atrevimiento de modificar ciertos pasajes históricos para darle un carácter firme de personaje de novela.
Por ejemplo, es conocido que el 8 de noviembre de 1830, Bolívar envió desde Barranquilla a su mayordomo José Palacios a buscar un poco de alcohol para acompañar su mesa, “pues no tenemos por aquí ni pan ni vino ni nada más que lo que da la tierra”, escribía el libertador en una de sus cartas dirigidas al general Mariano Mantilla.
La carta se encuentra reproducida en una serie de tarjetas que yacen hoy en el archivo del escritor colombiano alojado en el Harry Ramson Center de la Universidad de Texas, junto a otras de su puño y letra o manuscritas que reunió mientras trabajaba en la novela, a la luz de lo que le enviaba el historiador Eugenio Gutiérrez Celys para que pudiera llevar a cabo la tarea. Su apoyo fue indispensable. Se precisa, entonces, que Bolívar resuelve enviar al mayordomo para buscar lo que hace falta en la mesa y así tenerlo todo preparado, pues, entiende, también, que en el sitio al que se dirige no hay nada de esto y es indispensable contar, al menos, con un tanto de jerez seco y cerveza blanca.
En la novela del también autor de “El coronel no tiene quien le escriba”, el propósito de la carta es diferente. La visita de José Palacios a Santa Marta, en busca del alcohol y otros víveres, es una excusa de Bolívar para dar con información de carácter confidencial sobre algunos asuntos que comprenden los intereses del estado mayor y tienen que ver directamente con la gestión de Montilla.
La prosa fantástica de García Márquez resuelve que la historiografía aquí no sea una guía sino más bien marco, donde cada personaje tiene la libertad de mutar y los escenarios la posibilidad de tornarse más carnavalescos, abrasadores, surreales, si se quiere; donde tan solo hay un dato informativo, el cataqueño sitúa una leyenda, como bien lo ilustra en el pasaje de Anne Lenoit.
La señorita Lenoit era una joven francesa que le declaró su amor a Simón Bolívar y, desobedeciendo a sus padres, viaja a Colombia para confesarse ante su amado. Llegó a Cartagena y a Barranquilla, donde se enfermó; luego, una vez estuvo recuperada, viajó a Santa Marta, siguiendo los pasos del Libertador, pero el tiempo no la premió como esperaba, pues llegó unos días después de su funeral. Regresó a Europa y falleció en el año 1868.
García Márquez toma la anécdota y, con apenas un par de palabras, le da ese toque de magia. Escribe: “En el cementerio de Tenerife hubo una tumba con la lápida de la señorita Anne Lenoit, que fue un lugar de peregrinación para enamorados hasta fines del siglo”.
El pulso magistral del escritor hace que hasta los detalles más pequeños terminen convertidos en las más intensas aventuras, todo a la luz de la voluntad de su personaje, un Simón Bolívar transmutado en el destino doliente de América Latina. Aclamado por el pueblo, blanco de conjuras políticas y militares, héroe romántico y libertino; idealista íntegro y abandonado, cultivador de detractores y partidarios. El único real y verdadero hombre de las libertades que el ganador del Premio Nobel de Literatura retrató en los últimos instantes de su vida y los primeros de su muerte.
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