Si los seis meses que el poeta español Federico García Lorca pasó en Estados Unidos tuvieron como consecuencia el vuelco de su obra hacia la denuncia de la explotación capitalista y la identificación con los oprimidos, fue su posterior viaje a Cuba el responsable de que el autor de Romancero gitano “saliera del clóset” o, más bien, se librara finalmente de su corset.
“Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba”, dijo alguna vez Lorca sobre su estadía en Cuba y la pasión que le suscitó esa isla en la que estuvo tres meses. Y así tituló el periodista y novelista español Víctor Amela su libro sobre esos 98 días en los que Lorca descubrió una nueva normalidad y se reconcilió con sus anhelos y su homosexualidad: Si yo me pierdo.
Amela, que viajó durante 2020 y 2021 (a pesar de los peligros de la pandemia) a Cuba para buscar la voz del poeta y dramaturgo, ya le había dedicado un libro al autor de Bodas de sangre y Sonetos del amor oscuro. En Yo pude salvar a Lorca, publicado en 2018, cuenta la historia familiar que pudo cambiar también la historia universal de la literatura.
Un final menos triste para Lorca
“Era un libro sobre la tragedia de Lorca y quería ofrecer otro con un final no tan triste”, explica a EFE el autor de Si yo me pierdo, una publicación de Destino Editorial que es un viaje en busca de los pasos de García Lorca y de su felicidad reconstruida gracias a historiadores y estudiosos del dramaturgo.
“La novela combina escenas de 1930 protagonizadas por Federico en Cuba, todo real, documentado; yo lo único que hago es ponerlo bonito”, detalla Amela, que alterna ese relato lorquiano con lo que ha visto en primera persona noventa años después. Porque se fue a Cuba en la Navidad de 2020-2021, a pesar de la amenaza del covid, para buscar la voz de Lorca, esa que esperaba que permaneciera inmortal en aquella isla en la que el poeta había ofrecido tantas conferencias durante sus tres meses de aprendizaje, descubrimiento y disfrute.
Confiaba en que Manolín Álvarez, un emigrante español que entrevistó a Lorca en 1930 para radiar sus peripecias por Cuba, hubiera capturado para siempre aquella voz en algún disco perdido o polvoriento. “No la encontré, pero esa búsqueda de la voz fue un cebo para contar la voz auténtica de Lorca, una voz íntima que me sirve de metáfora”, apunta el autor de este libro que ahonda en ese otro Federico, el que en unos felices 98 días en Cuba se reconcilió con su persona, su orientación sexual y sus emociones.
“Fueron días en los que Lorca se encuentra a sí mismo y Cuba se convierte en su paraíso. Se reconcilió allí con su esencia homosexual y logró quitarse la máscara y salir de todo el encorsetamiento de su familia y de la sociedad española de entonces”, añade Amela.
La huella de Cuba
La novela es un viaje literario y personal en el que contrasta aquella Cuba en auge, exótica y liberal, con la de ahora, como si el autor persiguiera el fantasma de Lorca en una isla que ya no es lo que era. Recorre también los pasos del dramaturgo por cafetines, balnearios, terrazas y cantinas para inmortalizar la imagen de un Federico montado en un Ford 1930 descapotable por Cuba que se permitió ser feliz al ver sonreír a los afrodescendientes cubanos.
“Después de su estancia en Cuba empieza a escribir El Público, una obra que considera francamente homosexual. Se atreve a hacerla en Cuba, donde se permite por fin ser quien es”, agrega Amela, convencido de la impronta que aquella isla regaló a Lorca y la huella de Cuba en el dramaturgo.
La obra ofrece un relato de la Cuba lorquiana, esas calles de La Habana en las que Lorca compartió intimidades y sentó cátedra, y que abandonó por el convencimiento de que su España lo necesitaba, una España a la que volvió para montar el grupo de teatro La Barraca y en la que, seis años más tarde, sería fusilado por el bando sublevado, solo un mes después del inicio de la Guerra Civil española.
Fuente: EFE
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