Tal vez Nerón no incendió Roma, lo que pasa es que amamos odiar al tirano

El emperador romano está señalado como un abusador extremo del poder. Se lo acusa de asesinar a su madre y a su esposa y de destruir su ciudad. Pero tal vez la historia haya sido otra.

Busto del emperador Nerón, considerado el más perverso de quienes gobernaron en la Antigua Roma. (Getty Images)

“La Antigua Roma es importante”. Así comienza SPQR- Una historia de la Antigua Roma (Ed. Crítica, 2016), quizás la obra más leída de la popular historiadora inglesa Mary Beard. La sigla, aún presente en los espacios públicos de Roma, es la abreviatura de Senatus Populus Que Romanus, “El Senado y el Pueblo de Roma”.

No es un título elegido al azar. Beard analiza con detenimiento el modo en que Roma creció y prevaleció por tanto tiempo, tratando de desarmar mitos y medias verdades sobre la construcción de un Estado que abarcaba casi todo el mundo conocido. Para lograrlo traza un paralelismo entre la conquista de nuevos territorios y el cambio gradual del régimen político, siempre imperfecto y cargado de tensiones, que es el antecedente directo del nuestro. Roma es importante porque comprenderla nos ayuda a entendernos.

Los romanos no se propusieron conquistar el mundo: casi todos sus enemigos eran tan guerreros como ellos. Cierta inclinación por el cálculo, la ingeniería, y el debate público sobre la ley, y alguna dosis de disciplina y coerción, generaron una maquinaria institucional y militar más eficiente que la de sus vecinos. Pero ese es sólo el principio de la historia.

El Coliseo romano se construyó en terrenos que habían sido la casa de Nerón. EFE/Toni Conde

El equilibrio republicano tambalea cuando Roma extiende su control al norte de África. El Senado se corrompe, se enriquece, se vuelve incompetente. Y los generales lanzados a la conquista de nuevos territorios hacen su propio juego, recompensando con tierras la lealtad de sus soldados. Lo que empezó como un sistema de seguros de retiro derivó en verdaderos ejércitos privados al servicio de la ambición del general de turno.

Así marchó César sobre Roma. Cruzó el Rubicón con 40.000 hombres y no dijo “la suerte está echada” en latín, sino “el dado está en el aire”, en griego, citando al poeta Menandro. Nadie se atrevió a detenerlo; Pompeyo murió decapitado en Egipto poco tiempo después, consolidando el nuevo régimen de gobierno en manos de un solo hombre. Julio César fue el primer hombre vivo cuyo perfil apareció en una moneda; el Senado le permitió utilizar la corona de laureles en toda ocasión (disposición que encontró muy conveniente para disimular una calvicie incipiente), y adornar con un tímpano la fachada de su casa, para darle la apariencia de un templo. Por entonces la separación de la tierra y el cielo no era tan tajante.

Pocos años después un grupo de veinte senadores, con la complicidad de muchos otros, lo asesina a plena luz frente a su propia estatua. Fue un episodio sangriento y confuso; (una vez más, César habló en griego, tratando a Brutus como a un chico; lo de Shakespeare en latín es licencia literaria). El Senado todavía se siente con suficiente autoridad para justificar el asesinato político como forma de defender el sistema. Pero el tiempo no vuelve atrás, y la opinión pública lo conmina a ratificar las reformas impulsadas por Julio César a cambio de una amnistía para sus miembros.

Comienza entonces la era de los catorce emperadores. El sistema de sucesión nunca fue resuelto, por lo cual el momento de mayor incertidumbre y peligro fue siempre el de la transmisión del poder. César no tenía hijos; adoptó a su sobrino nieto Octavio en su testamento (un mecanismo usual para legar propiedad y linaje en una era en donde pocos niños llegaban a la vida adulta). El heredero se embarca  inmediatamente a Egipto a matar a Cesarión, hijo de Cleopatra y, (ella aseguraba), el mismísimo Julio César. A su vuelta, se puso el nombre de Augusto y gobernó por más de 50 años. El poeta Suetonio lo cita: “Recibí una ciudad de ladrillo y la dejé hecha de mármol”.

La historia oficial, dice Mary Beard, es una mezcla de hechos, exageraciones, interpretaciones libres, e invención. El problema consiste en que es más fácil sospechar de lo que está escrito, que encontrar las pistas de una versión alternativa. Pongamos el caso del infame Nerón, a quien se acusa de haber incendiado Roma para liberar espacio para su nueva casa y de tocar la lira en los tejados mientras disfrutaba del espectáculo. También de mandar a asesinar a su madre, la bella Agripina, y de matar a golpes a su mujer embarazada.

La verdad nunca se sabrá, pero la evidencia alcanza para sospechar de esta versión de los hechos. En mayo de 2021 el Museo Británico inauguró una muestra dedicada a disputarla, que llamó Nerón: el hombre detrás del mito. En sintonía con Mary Beard, los curadores exhibieron 250 objetos que ilustraban una mirada alternativa sobre su vida. El primero: una escultura de Nerón a los 13 años proveniente del Museo del Louvre, que lo retrata bello y delicado. El último retrato: un busto que lo muestra gordo, viejo, con una cara grosera que luego el cine inmortalizaría como la del Guasón. Nerón fue nombrado emperador a los 16 años; a los 30 ya estaba muerto.

Nerón era hijo del primer matrimonio de Agripina, una mujer ambiciosa que luego se casó con el emperador Claudio. A falta de heredero propio, heredó el cargo de su padrastro. Su madre ejerció de regente hasta su muerte, ahogada en el hundimiento de un barco, en el cual su asistente se hizo pasar por ella y fue rescatada primero.

“No llevó mucho trabajo convertir un trágico accidente en un intento de asesinato”, dice Beard. Lo mismo parece haber ocurrido con la muerte de su mujer embarazada: es más probable que haya sido un accidente doméstico o un embarazo llegado a mal término que una golpiza feroz, ya que Nerón estaba famosamente enamorado de Popea, y la lloró por mucho tiempo.

Hay evidencia también de que Nerón no estaba en Roma cuando se desató el incendio, y que volvió inmediatamente a la ciudad. Por entonces Roma albergaba a un millón de personas; la gran mayoría vivía en casas que no tenían cocina (los bares y restaurantes tienen origen en la falta de espacio para cocinar). Muchos improvisaban hornillos que terminaban incendiando barrios enteros.

La historiadora británica Mary Beard, autora de "SPQR". EFE/ Javier Lizon

Famosamente también, Nerón amaba las tablas: tocaba la lira y actuaba, dos actividades absolutamente prohibidas para senadores y cualquier otro que aspirara a ocupar cargos públicos. La distancia entre los hechos y la fantasía, dice Mary Beard, es muy difícil de sortear.

También es cierto que luego del incendio construyó a toda velocidad la casa más grande y lujosa de la que se tuviera noticia: Domus Aurea, “la casa dorada”. Sus jardines ocupaban muchas hectáreas y terminaban en un estanque en donde se recreaban batallas navales. Allí fue luego construido el Coliseo, llamado así porque en el lugar había una estatua colosal de Nerón. La casa fue utilizada por su detractor y sucesor Vespasiano, y luego convertida en baño público por Trajano. Hoy el sitio puede visitarse parcialmente; el equipo de arqueología que lo está excavando tiene muchos años de trabajo por delante.

Nerón fue obligado a suicidarse; las crónicas cuentan que lo hizo sin quejarse. Era un estoico; a pesar de ello, Séneca, el más notable de los estoicos, a sueldo de la elite, lo narró como incapaz de llevarlo a cabo, teniendo que ser asistido por un liberto. “La gente ama odiarlo”, dice Thorsten Opper, curador de la muestra; “no es ni siquiera una persona: es una idea”. El tirano. El caído en desgracia, cuyas casas se demolían, sus estatuas eran tiradas abajo, cuyo nombre era borrado de las placas de los edificios públicos.

El último de los 250 objetos exhibidos en el Museo Británico es una lápida sencilla con un nombre tallado con cuidado: Claudia Ecogle. Claudia era la niñera de Nerón, una esclava que lo vio nacer y lo acompañó hasta la tumba. La vida te da sorpresas. O no tanto.

Quién es Mary Beard

♦ Nació en Inglaterra en 1955.

♦ Es una académica especializada en historia clásica y en divulgación histórica.

♦ Entre su libros se cuentan Arte clásico de Grecia a Roma, Pompeya: la vida de un pueblo romano, El partenón y El coliseo.

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