Los escritores, en especial los bestsellers, conviven con un mal necesario: las presentaciones de sus libros. Por estos días Arturo Pérez-Reverte, se sienta frente a banners y posa junto a una portada estratégicamente dispuesta sobre la mesa, la de su última novela, Revolución (Ed. Alfaguara). Después se dedica a responder, en general, preguntas que se parecen.
La escena a poco más de un mes del lanzamiento ya se repitió en distintas ciudades de España como Madrid, Sevilla y también en México. El escritor habló de una historia que se escribió en sólo un año y medio, pero que seguramente, dice, había empezado a escribirse mucho antes.
La cosa comienza sin rodeos: “Ésta es la historia de un hombre, una revolución y un tesoro”, revela la primera línea. En la portada se distinguen difusas las siluetas en sepia de dos hombres a caballo con sombreros de ala ancha, que sostienen banderas. Hay gentío, hay jinetes armados y una nube de polvo que sobrevuela la escena. Si fuera una película, sería de cowboys.
La trama gira en torno a Martín Garret Ortiz, un ingeniero español de veinticuatro años al comenzar la novela, que pasa los días en su habitación del hotel Monte Carlo, en Chihuahua, un pueblo del norte de México. Entre esas paredes espera a que reabran la mina de Piedra Chiquita a la que lo enviaron a trabajar, cerrada desde hace ya varias semanas. Al otro lado de su ventana se juega a fuego y pólvora, metro a metro, ciudad a ciudad; la revolución.
“Mi bisabuelo era ingeniero de minas y un compañero suyo, de la escuela de minas, fue a México y vivió los años de la revolución mexicana”, contó Pérez-Reverte durante la presentación del libro en ciudad de México el pasado 26 de octubre. Pero puede que la anécdota de su bisabuelo, no sea lo único de la biografía del autor de setenta años, que se cuela entre las líneas de Revolución.
El protagonista, Garret, se topará en una taberna de esa ciudad perdida del norte con revolucionarios que buscan terminar con la dictadura de Porfirio Díaz y llevar al poder a Francisco Madero. Ese encuentro casual hará que, por sus conocimientos en el manejo de la dinamita en las minas, el ingeniero español se termine zambullendo en aventuras que suenan a far west. No faltarán armas, explosivos, bancos, ferrocarriles, monedas de oro, ni puentes que vuelan por los aires. El lejano Oeste de las películas de John Wayne, pero en el México de 1911.
Pérez-Reverte tiene una columna en la revista XLSemanal, que sale con el diario ABC del domingo en España y donde habla, en líneas generales, de lo que se le da la gana. Uno de esos domingos de 2018 compartió con sus lectores una costumbre suya: la de mirar una película todas las noches después de cenar. Y acto seguido escribió que, aunque no se considerara un crítico de cine, ni un experto del séptimo arte, pensaba recomendar algunas.
Para la primera recomendación confeccionó una lista que se remontaba a su infancia, que tenía que ver con un gusto personal y un género al que hasta le había puesto sus propias reglas: seleccionó treinta y ocho películas del Viejo Oeste. Y es esa filmografía temprana, ese tono de western americano, es el que se percibe en Revolución. Una novela con ritmo de guión de cine de vaqueros y movimientos de cámara a lo John Ford.
Para dar atmósfera a esos escenarios, Pérez-Reverte echa mano a algunos de los personajes más taquilleros de la revolución mexicana. Así nos encontramos al joven ingeniero de minas Garret, ganándose a puras explosiones la confianza de Pancho Villa o Francisco Madero, mientras llegan, desde el sur de México, noticias de un tal Maximiliano Zapata. El autor no se conforma con sumarlos al imaginario, sino que les da voz, se mete en sus biografías y los convierte en protagonistas.
El ingeniero español se verá cautivado por ese mundo que no es el suyo pero lo hipnotiza. Por esos hombres de lenguas y revólveres rápidos, con los que quizás no comparte causa, pero lo atraen y de los que aprende. El slang de la época, ese vocabulario campesino irreverente, los refranes, desempolvados por Pérez-Reverte, también son recuperados y se disfrutan -especialmente- en las bocas de los guerrilleros mexicanos. Sobre todo porque suenan creíbles.
En esa constelación de asociaciones e inspiraciones que se sospechan en Revolución, no está solo la historia personal del escritor; el recuerdo de ese ingeniero de minas que a través de cartas le contó a su bisabuelo el México de 1911, 1912 ó 1913. O las películas de vaqueros a las que les dedicó horas frente al televisor. Necesariamente hay también retazos de las revoluciones que vivió de primera mano como corresponsal de guerra. Los lugares en los que estuvo, los hombres a los que conoció.
El escritor español cubrió en su vida como periodista distintas revoluciones, entre ellas, la del Salvador, la de Rumania y la de Nicaragua. Conflictos armados en el Golfo Pérsico, Malvinas o Bosnia. Puede que por eso, a pesar de las advertencias, de saber qué -según el propio autor- Revolución es una novela “falsamente histórica”, todo suene a que pudo haber sido así. Detalles y diálogos que alejan al relato del lugar común. Ese al que en cambio lo acercan -sin perjudicarlo- la taberna, el robo al banco o la explosión del puente en la frontera.
Si nos permitimos ir un poco más allá en la relación autor-personaje, es posible que ese lugar que ocupó como corresponsal, la obligación de mirar con ojos de espectador una causa que no es la suya, pero que le toca contar, le haya despertado contradicciones similares a las del protagonista. A ese Martín Garret que vive al mismo tiempo con culpa y adrenalina, con espanto y fascinación, todo lo que ocurre a su alrededor.
“Esta es una novela de aprendizaje, es decir yo no soy el protagonista, yo no soy Martín Garret, pero es cierto que la mirada que tiene se debe a la que yo adquirí cuando era joven. Haciendo no esas cosas, pero sí otras parecidas a esas”, compartió Pérez-Reverte, durante una de las promociones del libro.
También hay mujeres protagonistas en la novela y la revolución. Una periodista norteamericana, una aventurera indescifrable e inteligente que sigue de cerca cada capítulo de esos días convulsos, Diana Palmer. Una soldadera con pistolón siempre al cinto, de mirada dura y pocas palabras, Maclovia Ágeles. Y una joven de la que Garret se enamorará, Yunuen Laredo, mestiza de alta cuna, pelo azabache y ojos azul cuarzo. Como México, la cruza de dos mundos que lo cautivan.
Una idea se sobrevuela sutil de principio a fin el libro: la de que muchas veces mundos y personas en apariencia diferentes, no lo son tanto. Así Martín trabará amistad con Genovevo Garza, un campesino rural, cercano a Villa, que le enseñará los pormenores de la guerra y también sus contradicciones. Que lo protegerá en ese mundo que no es el suyo.
Detrás de campesinos armados que se sublevan y le ponen el cuerpo a la causa revolucionaria, que matan y torturan, las sombras de personajes mucho más siniestros. Que asesinan a distancia desde sus escritorios y oficinas. Que no disparan una sola bala, que mandan a otros a hacerlo por ellos. Por cuestiones que valen su peso en oro y nada tienen que ver con el destino del pueblo mexicano.
La cámara no se apartará a lo largo de las 459 páginas de la novela del ingeniero español. Al comienzo un joven curioso que se cree casi inmortal. De la noche a la mañana un ingeniero convertido en subversivo, en sospechoso, en fugitivo y finalmente en revolucionario. Un hombre al que la vida le había preparado otra cosa, un error en de la historia.
No será el mismo Martín Garret que comience la novela el que la termine. El mismo lector tendrá que tomar una decisión y preguntarse a través de las páginas de Revolución: ¿Qué es la crueldad cuando se está en una guerra? ¿Qué se está dispuesto a hacer para ganarla? ¿Hasta donde seguiríamos adelante por lo que creemos? ¿Qué precio pagaríamos? ¿Cómo ser los mismos después de eso?
“Revolución” (Fragmentos)
Martín conoce a Pancho Villa y Francisco Madero
—Aquí está nuestro español— dijo uno al verlo aparecer.
Se trataba del coronel fuerte de pelo crespo y ojos color café, el llamado Villa. Los otros eran un individuo alto, flaco, serio, con el inevitable bigote, al que Martín no conocía, y dos a los que identificó por las fotos que publicaban las revistas ilustradas. Uno vestía chaqueta de viaje y polainas de montar: el jefe de la revolución, don Francisco Madero. El cuarto hombre era su hermano Raúl, con lentes de acero, pistola al cinto y lentes de campaña.
—Acérquese, amigo. ordenó Villa.
Fue Martín hasta la mesa, con la mano derecha metida en el bolsillo para evitar que le temblara. Estaba impresionado, y apenas lo ocultaba. Todos lo miraban, advirtió; unos con curiosidad y otros con recelo. En cuanto a Francisco Madero, tenía un cuerpo bondadoso. Era pequeño de cuerpo, casi frágil, de menos estatura que su hermano. Al verlo de cerca el joven advirtió que lucía una barba cuidada y se peinaba con la raya baja para disimular una incipiente calvicie. Pese al polvo de la ropa y el cuello rozado de la camisa, mantenía una apariencia pulcra, atildada. Olía insólitamente a agua de colonia.
—Me dicen estos señores que ha prestado usted valiosos servicios a la revolución.
Lo miraba Martín sin saber qué responder a eso. Sus valiosos servicios apenas llegaban a ocho horas de duración y se limitaban al saqueo de un banco y la voladura de un fortín federal.
—Es un honor para mí— dijo, por decir algo.
—¿Su nombre?
—Martín Garret.
Los revolucionarios encabezados por Villa y Zapata, entran a la capital
Allí estaban, al fin, y la capital los recibía como si los hubiera esperado siempre, lo que no era cierto. Entre una multitud de curiosos que agitaba pañuelos y ofrecía ramos de flores, animados por bandas que tocaban dianas en cruces y plazas, los revolucionarios avanzaban despacio, a caballo, en filas compactas. La división del Norte se había ido concentrando en las afueras de la ciudad después de llegar en trenes cargados hasta el techo de hombres y animales. Y ahora, unidas con los zapatistas procedentes del sur, las tropas de la Convención de Aguascalientes recorrían juntas el paseo de la reforma en dirección a la avenida Juárez y el Palacio Nacional.
Había fonógrafos y camarógrafos atentos a los protagonistas principales, que cabalgaban abriendo la marcha: Pancho Villa, insólitamente vestido con uniforme oscuro, gorra militar y mitazas de cuero hasta las rodillas; Emiliano Zapata, con ropa de charro y sombrero jarano. Tras ellos, espesas filas filas, jinetes en toda clase de caballos y algunos con vendas en las heridas de los últimos combates, los del norte más soldados y los del sur más guerrilleros, iban millares de hombres con sombreros tejanos o de anchas alas, cueros de gamuza y camisas de sarga, alicates de color al cuello, carrilleras cruzadas sobre el pecho, rostros impasibles y cobrizos de sol y viento, donde lo único reluciente eran las armas.
Viva Villa, gritaba entusiasmada la gente que los veía pasar. Viva Zapata. Viva la revolución. Muera Huerta y abajo Carranza.
En la sexta fila, estribo con estribo entre otros jinetes, iba Martín Garret. Muy diferente era el hombre que cabalgaba con la rienda floja, rifle en la silla y pistola al cinto, sombrío el rostro flaco y tostado bajo el ala del sombrero, del joven ingeniero que casi dos años atrás había huido de la ciudad durante la que ahora llamaban Decena Trágica. Un bigote ranchero cubría su labio superior y tenía las manos rudas, endurecidas por la vida de campaña; pero lo que sobre todo habían cambiado eran sus ojos: más hundidos en las cuencas, más opacos de brillo, más calladamente alerta con breves vistazos a un lado y otro, a cuanto ocurría alrededor.
Quién es Arturo Pérez Reverte
♦ Nació en Cartagena, España, en 1951.
♦ Fue reportero de guerra durante veintiún años y cubrió dieciocho conflictos armados para los diarios y la televisión.
♦ Con más de veinte millones de lectores en el mundo, traducido a cuarenta idiomas, muchas de sus obras han sido llevadas al cine y la televisión.
♦ Entre sus títulos más reconocidos están Falcó, El italiano, Sidi, Línea de fuego, Una historia de España, La piel del tambor y El club Dumas.
♦ Es miembro de la Real Academia Española y de la Asociación de Escritores de Marina de Francia.
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