¿Quién dijo que por ser viejo no se pueden cumplir los deseos? Es al revés

En “El viejo y el mar”, Ernest Hemingway muestra a un pescador despreciado por su edad y que se empeña en atrapar una pieza enorme y difícil. “Por ser viejo siente que no puede abandonar su propósito, por más alto que sea el precio”, explica el autor de este articulo.

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Anthony Quinn lucha contra el
Anthony Quinn lucha contra el pez en "El viejo y el mar".

El viejo y el mar (The Old Man and the Sea) es una novela corta del gran escritor norteamericano Ernest Hemingway publicada en 1952. Fue escrita en su finca cubana de Finca Vigía y le reportaría el Premio Pulitzer de 1952 solo un año antes de obtener el Premio Nobel. El viejo y el mar fue llevada al cine con dirección de John Sturgess e interpretada por Spencer Tracy y, en una versión posterior, por Anthony Quinn.

La historia tiene lugar en Cuba donde Santiago, conocido como “el viejo”, es un anciano pescador solitario y experimentado que en su juventud ha sido uno de los mejores del puerto. Pero lleva 84 días sin pescar nada, lo que Santiago atribuye a la mala suerte. No así los otros pescadores que lo hacen víctima de los consabidos prejuicios “viejistas” y lo adjudican a que ya es viejo y por consiguiente su capacidad estaría inevitablemente disminuida.

Manolín es un joven del pueblo que lo admira y lo acompaña desde muy pequeño en su barca ayudándolo con la vela y las redes. Un día sus padres deciden que no trabajará más con Santiago porque es ya muy anciano y es perder el tiempo embarcarse con él. Sólo le cabe, como a tantos otros, esperar la muerte bajo el tórrido sol caribeño.

En el dia 85 de pesca esquiva Santiago, con el amor propio herido por las miradas conmiserativas y algo burlonas de sus colegas, resuelve que ya es tiempo de terminar con su mala racha y demostrar a los demás que sigue siendo un buen pescador, que los años no han mellado sus aptitudes, y echa su barca al agua decidido a arrancarle al mar alguna presa como las que obtenía tiempo atrás.

Esta vez el viejo va solo, sin Manolín, y entonces tiene conversaciones en voz alta consigo mismo, repasando las contingencias de su ya larga vida. Súbitamente un fortísimo tirón en la línea que sostiene en su mano denuncia que un pez ha quedado enganchado en el anzuelo. Sin duda se trata de una presa grande por la violencia con que forcejea para recuperar su libertad, y el viejo aguanta con todas sus fuerzas, las palmas de sus manos ardiendo. El pez tira con tanto vigor que aleja el bote de la costa hasta hacerla desaparecer en el horizonte.

Al caer la noche el viejo está extenuado y dolorido pero la lucha sigue y no piensa dejarse vencer. Mucho menos por ser viejo y que pueda decirse en el pueblo que por eso dejó escapar un pez tan codiciado. La batalla por retener al pez no ceja y dura ya dos días. El dolor físico de Santiago es muy intenso, al borde de lo intolerable. Pero su tenacidad es semejante a la del pez que tampoco parece dispuesto a ceder y Santiago llega a sentir por su rival respeto y hasta un cierto afecto.

Finalmente el enorme pez se rinde y el viejo, debilitado por la batalla y con la palma de sus manos sangrantes y en carne viva, no puede subirlo al bote por su peso. Lo ata entonces a un costado y emprende el regreso a casa imaginando el efecto que produciría en los demás y en la alegría de Manolín.

Pero entonces deberá enfrentar otro desafío: los tiburones que han olido la sangre del pez espada y se abalanzan a comerlo. El viejo defiende su trofeo y mata a alguno con su arpón y cuando lo pierde golpea rabiosamente a los escualos con los remos y con el mástil pero su empeño será inútil: en poco tiempo del enorme pez solo quedan los huesos.

El viejo regresa al puerto exhausto al anochecer, amarra su barca, carga con el mástil al hombro como una metáfora de la cruz, entra en su casa y se echa a dormir. El esqueleto del enorme pescado atado al costado del bote llama la admirativa atención de algunos turistas que se toman fotografías con ‘el. Al día siguiente el viejo recibe su premio, Manolín, feliz por el éxito del viejo, le promete que volverá a pescar con él a pesar de la decisión de sus padres.

Ernest Hemingway, en 1954. (Photo
Ernest Hemingway, en 1954. (Photo by Archivio Cameraphoto Epoche/Getty Images)

A Santiago ser viejo no le impide cumplir con su deseo. Al contrario justamente por ser viejo siente que no puede abandonar su propósito, por más alto que sea el precio a pagar. Desafiando al “viejismo” que lo consideraba ya un pescador inutilizado por los años.

“Cuando me dicen que no voy a poder hacer algo por ser viejo, voy y lo hago” dijo Pablo Picasso, que pintó hasta los 90 años.

Ser anciano o anciana y tener conciencia de muerte no significa resignarse sin luchar. Mucho menos aceptar que el deterioro es una condena irreversible.

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