El destacado autor cubano Leonardo Padura -hoy, uno de los más leídos con su novela Personas decentes se mete con Michel Houellebecq, el controvertido autor francés que metió el dedo en la llaga con la evolución del Islam en Europa y con cierta alusión, que se leyó, como anticipatoria, a la aparición del movimiento de los chalecos amarillos en Francia.
Pero en su último libro, sostiene Padura, Houellebecq muestra lo mejor de su narrativa apelando a recursos completamente diferentes y tal vez impensados. Aquí, su análisis:
La lectura de Leonardo Padura
El novelista francés Michel Houellebecq suele suscitar dos reacciones muy viscerales en sus lectores: la pasión o el rechazo. Casi siempre sin términos medios. Lo curioso es que una y otra respuesta por lo general no suelen estar relacionadas con las estrategias literarias que utiliza, ni con la calidad o cualidades de su narrativa (es raro leer que alguien diga si escribe bien o mal, si arma mejor o peor sus tramas) sino, en lo esencial, con las realidades sociales y actitudes personales que trabaja en sus obras.
Porque este escritor, que siempre resulta provocador, incisivo, a veces hasta agresivo, ha demostrado ser dueño de una envidiable capacidad de colocarnos ante situaciones que nunca podrán dejarnos indiferentes: por sus connotaciones políticas, sociales y, sobre todo, humanas. Sin duda, Houellebecq se ha propuesto incordiar, generar polémica y para ello toca cualquiera de los muchos nervios sensibles de una sociedad, ya de por sí crispada, con la intención de irritarlos: la religión, el sexo, la economía y el mercado, los medios de comunicación e información, la cuestión de géneros, la emigración, las estructuras de la democracia… Provocaciones que, importante es anotarlo, devienen revelaciones, y son por ello más urticantes. Y, además, ayudan a vender libros.
La narrativa de Houellebecq suele remitirnos, entonces, a sociedades o situaciones distópicas, con personajes que a su vez resultan distópicos por los niveles de alienación que los acompañan y definen. Pero sus distopías, a diferencia de otras muy conocidas de la literatura contemporánea (desde clásicos como Un mundo feliz, de Huxley y 1984 de Orwell hasta obras más recientes como Los juegos del hambre, de Suzanne Collins y La carretera, de Cormac McCarthy) son tan cercanas en la realidad y en el tiempo, tan factibles, que sus historias resultan totalmente verosímiles y, por tanto, mucho más inquietantes. Y ahí está la clave del llamado “fenómeno Houellebecq”: mostrarnos hacia donde podemos ir, incluso, mostrarnos dónde ya estamos: como época, como especie.
Del gobierno islámico al peso de la vejez
Hace unos años Houellebecq alteró a la sociedad francesa (y de buena parte del mundo) con su novela Sumisión (2015) en la que ubicándose en un futuro tan cercano como 2022 llevaba a la presidencia del país a un tal Mohammed Ben Abbes, un islamista moderado, que cambiaba muchas estructuras y mitos de la sociedad, entre ellas el sagrado carácter de La Sorbona, que devenía universidad islámica y exigía la conversión de sus profesores*. Poco después le tocó el turno a Serotonina (2019), en la que a través de los conflictos personales y sociales de un tal Florent-Claude Labrouste, depresivo e impotente, anticipa el movimiento inconforme de los Chalecos Amarillos que removió a la sociedad francesa.
Y ahora el mismo Houellebecq (también autor de obras tan encomiables como El mapa y el territorio y Las partículas elementales) regresa con Aniquilación (2022, edición española de Anagrama), una leve distopía ubicada entre los meses finales de 2026 y el otoño de 2027, cuando Francia celebra unas elecciones presidenciales mientras un extraño y eficiente grupo político o ideológico realiza una serie de atentados terroristas en varios puntos de Europa y difunde sus acciones a través de Internet.
El protagonista de Aniquilación es un apacible funcionario del Ministerio de Economía francés llamado Paul Raison, algo así como asesor o consejero del poderoso ministro Bruno Juge. Hombre en sus cincuenta años, sin mayores ambiciones políticas, con una vida personal y familiar bastante vacía, Paul se ve colocado cerca de las investigaciones de las acciones de los terroristas (¿anarcoprimitivos, fundamentalistas cristianos, ecofascistas, alguna secta satánica?) y, a la vez, muy próximo del juego político de una campaña electoral en la cual compiten el partido centrista de gobierno y la extrema derecha de la Agrupación, heredera de las posturas de Le Pen.
A propósito de estas dos circunstancias, Houellebecq desliza las opiniones de Paul y, con abundancia, las del ministro Bruno, entre las de otros personajes. Así, desfilan por la novela temas como la migración en una Europa donde, dice, “el odio racial llegaba a grados inéditos y no había visos de que se remediara”; el papel de la religión en las sociedades modernas; la esencia política de las que llama las postdemocracias, donde un personaje como Safarti, ex presentador de televisión, puede llegar a la presidencia de la República (aunque apenas es “un payaso que se conformaría con los oropeles del poder”, según Bruno); la ya establecida e insoluble existencia del paro laboral; o la evolución histórica de la humanidad, movida por la violencia, las revoluciones y también por las influencias del demonio sobre las sociedades y los hombres. O, más aun, diserta sobre la supervivencia de una formación socio-económica y política, el capitalismo, según el protagonista al borde de un colapso gigantesco y “que él sabía irremediablemente condenado, y probablemente no a muy largo plazo”.
Sin embargo, a pesar de esas pesadas presencias argumentales, Aniquilación no es una obra de política ficción ni de espionaje –aunque también lo es. Creo que por una gran habilidad literaria (o a veces pienso que, quizás, justamente por la falta de ella), la novela va a adquirir su más importante contenido alrededor de dos asuntos medulares de la condición humana: la vejez y la muerte.
Creo que el Houellebecq más dotado en sus aptitudes narrativas, el más despiadado conceptualmente, el más capacitado manipulador de los lectores es el que en Aniquilación se adentra en estos dos grandes problemas humanos que han ido adquiriendo dimensiones propias en las sociedades modernas más desarrolladas.
El peso muerto que implica la población anciana para una comunidad y la relación que puede o no establecer con la familia y las capacidades de atención de los Estados resulta hoy un asunto espinoso, en el plano económico y, por supuesto, ético y humano. Soluciones como las residencias donde, a veces al margen de la sociedad, languidecen y mueren los viejos** y prácticas como la eutanasia (un modo de librarse de ese lastre poblacional y económico, asegura un personaje) aparecen en la novela provocando necesarias reflexiones por parte de los lectores.
Asociados y no con la vejez, los eternos temas de la enfermedad, el dolor y la muerte ocupan un inesperado y largo espacio en la novela con una encomiable capacidad de afectación del lector, que puede ver en el destino de un personaje, exhaustivamente narrado en la novela, el suyo propio por el solo hecho de estar vivo y por ello ser candidato a una experiencia semejante. Houellebecq penetra entonces hasta los límites de lo morboso en el relato de una enfermedad (me reservo por respeto a futuros lectores la identidad del personaje) para revelar la fragilidad de la existencia y, de manera muy acertada, hurgar en la psicología y destino del condenado… ese hombre ya condenado que ve a los otros que siguen con sus vidas y se pregunta, siempre se lo preguntará, por qué yo, por qué yo no puedo seguir vivo y saludable.
Con el descenso a estas dolorosas profundidades de un permanente conflicto humano Houellebecq redondea, encamina y por fin cierra su novela, dejándonos sobre todo frente a las más humanas de las preguntas, con independencia de épocas y sistemas. Y, al menos a mí, con esas reflexiones me convence de su verdadera capacidad literaria. Como pedía Flaubert, Houellebecq, dando rodeos, incordiando con sus opiniones políticas y sociales, provocándonos temor por el futuro inmediato, llega sin embargo a tocar el alma de las cosas y a entregarnos un admirable ejercicio estético.
* La novela salió publicada justo cuando se produjo el atentado islamita contra los redactores de la revista satírica Charlie Hebdo, con un saldo de 12 muertos y 11 heridos. Houellebecq, que ya había sido acusado de antiislamista e incluso juzgado (y absuelto) por ello, debió aceptar protección física. Como Salman Rushdie.
** Durante los meses más álgidos de la pandemia del Covid 19 en varios países las cifras de ancianos radicados en residencias muertos por el virus, fueron de las más altas entre diversos grupos sociales o etarios.
Quién es Michel Houellebecq
♦ Nació en Isla de la Reunión, en Francia, en 1958.
♦ Es poeta, ensayista y novelista, «la primera star literaria desde Sartre», según se escribió en Le Nouvel Observateur.
♦ Publicó las novelas Ampliación del campo de batalla, Las partículas elementales, Plataforma, El mapa y el territorio, Sumisión y Serotonina. Entre sus libros también se encuentran H. P. Lovecraft, Lanzarote, El mundo como supermercado, Enemigos públicos, Intervenciones, En presencia de Schopenhauer; y los libros de poemas Sobrevivir, El sentido de la lucha, La búsqueda de la felicidad, Renacimiento (reunidos en el tomo Poesía) y Configuración de la última orilla.
♦ Ha sido galardonado con el Premio Flore, el Premio Nacional de las Letras, otorgado por el Ministerio de Cultura francés, el Premio Novembre, el Premio de los lectores de Les Inrockuptibles y célebre Premio Goncourt. También obtuvo los prestigiosos Premio IMPAC, el Schopenhauer y, en España, el Leteo.
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