Escándalos, tragedias y pecados en la historia de amor de una aristócrata del siglo XX

“A veces la tarde miente”, de Judith Mendoza-White, recrea con minucia la sociedad argentina de principios del siglo XX en una novela histórica, romántica y erótica que enfrenta el azar, el destino y el poder transformativo del romance y la pasión.

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Después del éxito de "Cuando pase la lluvia", la escritora argentina Judith Mendoza-White regresó con otra novela histórica (pero también romántica y hasta erótica) sobre Josefina Mitre, una aristócrata atrapada entre los mandatos familiares y su propio deseo.
Después del éxito de "Cuando pase la lluvia", la escritora argentina Judith Mendoza-White regresó con otra novela histórica (pero también romántica y hasta erótica) sobre Josefina Mitre, una aristócrata atrapada entre los mandatos familiares y su propio deseo.

Para la escritora argentina Judith Mendoza-White, “recrear el pasado es un arte en sí mismo”, un arte que, además, practica a la perfección. Después del éxito de Cuando pase la lluvia, finalista del Premio Hispania de Novela Histórica, la autora volvió con A veces la tarde miente, libro que también podría encuadrarse en ese género, aunque también lo trasciende. Esta novela, además de histórica, tiene tintes románticos y, por momentos, hasta eróticos.

Por un lado, están Josefina Mitre, la “niña mimada de su generación” e hija de aristócratas, y el “candidato perfecto”, Nicolás Bunge. Pero aunque las vidas de ambos están signadas por los mandatos impuestos y las herencias obligadas, también quedarán marcadas por profundas pasiones y la sombra del pecado.

A su vez, en un pequeño pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires conocido como General Alvarado, Paula Rodríguez, la otra protagonista, crece en medio de la falta de oportunidades y el más profundo de los desamparos. Mientras ella lucha por sobrevivir, va tomando forma un rompecabezas que terminará por unir ambas historias en una cascada imparable de azares y destinos que tenderán, sin escapatoria, hacia el escándalo y la tragedia.

Con un ritmo cinematográfico y vertiginoso que no dejará que lectores y lectoras puedan soltar sus páginas hasta su sorprendente e insospechado final, A veces la tarde miente, editado por Emecé, pinta un perfecto retrato de la sociedad argentina de principios del siglo XX, así como la puja interminable entre azar, destino y el poder transformativo del amor.

Así empieza “A veces la tarde miente”

1887

La cubierta del Ile de France, buque de crucero de la flota Services Maritimes de France, estaba húmeda de mar y niebla cuando Jean-Paul de la Ferrere decidió salir a estirar las piernas luego de terminada la primera comida a bordo. Acodado en la barandilla resbaladiza de proa, buscó un último atisbo de los contornos de Buenos Aires, la ciudad que acababan de dejar atrás. Escudriñando el horizonte con el ceño fruncido y la ayuda de la luz de la luna, finalmente creyó apresar una visión postrera de la ciudad que lo había atrapado en su vorágine de ardor y furia. Jean-Paul de la Ferrere no sabría jamás que su última noche en Buenos Aires, ciudad donde no volvería a poner un pie en la vida, marcaría el destino de dos familias y varias generaciones.

La cena de bienvenida en el salón restaurante de primera clase había sido abundante en platos y vinos exóticos, y el estómago de monsieur De la Ferrere protestaba débilmente contra la carga inesperada de sabores y combinaciones desconocidas. Frotando con delicadeza la curva afectada bajo el chaleco de paño inglés, buscó una reposera y se reclinó con las manos cruzadas sobre el vientre. Los ecos de la orquesta todavía resonaban en el salón de baile vecino al comedor, pero algunas parejas ya comenzaban a aparecer en cubierta para el obligado paseo nocturno.

Monsieur De la Ferrere contempló el borde de las faldas que se deslizaban frente a sus ojos con el crujido inconfundible de la seda nueva, el talle diminuto de las figuras femeninas apresado en corsés implacables, las redondeces de las faldas que se abultaban en la parte posterior en curvas rotundas, casi descaradas. Pensó en el éxito de ese viaje, que acercaría su fama internacional como poeta y académico a América Latina, en la elegancia del alojamiento ofrecido por el diputado Miguel Anchorena, que pese a los detalles de exquisito gusto escogidos por su esposa Delfina, no podía compararse con las residencias de la nobleza francesa que acostumbraba frecuentar.

Una joven morena de figura baja y redondeada pasó a su lado del brazo de un caballero mayor. El borde de encaje de la falda clara rozó la punta de charol de los zapatos de monsieur De la Ferrere con un susurro efímero, de notas acariciantes. Pensó en la noche anterior, la última de su esta día en Buenos Aires, en la curva pesada de los pechos de la mujer que lo había acompañado, en el nombre del burdel que había llegado a sus oídos a través de intercambios masculinos mascullados, secretos.

Pensó en palanganas de agua y olor a permanganato, en música y risas apagadas bajo la carga del placer prometido o aguardado, en senos desbordados sobre sábanas húmedas, en visiones secretas ofrecidas sin misterio ni pudor, y el recuerdo se inflamó en sus ingles. Incómodo, se incorporó en la reposera y extrajo la libreta y el lápiz que siempre llevaba en el bolsillo interior de la levita.

Una nube solitaria ensombreció la luna, sumiendo a los paseantes en la oscuridad durante un largo momento. Cuando el resplandor volvió a iluminar la cubierta el lápiz de monsieur De la Ferrere se deslizó sobre el papel con premura, como intentando apresar un recuerdo que ya comenzaba a escurrirse entre sus dedos.

Femme de Buenos Aires,

ton image se prolonge

sur les vagues qui prédisent

des retours, des départs…

El lápiz siguió arañando el papel, tachando una línea, re escribiendo una palabra, pero casi sin detenerse. Otra nube, más espesa que la anterior, se apresuró en el cielo nocturno envolviendo al Ile de France en una semioscuridad tormentosa.

M. De la Ferrere se estremeció con una desagradable sensación desligada de la súbita oscuridad de cubierta, que le oprimió el pecho durante un largo momento. Sacudiéndose la idea con un suspiro cerró el cuadernito, lo devolvió al bolsillo interior del abrigo de paño inglés y se puso de pie, decidiendo que había tiempo para un café y coñac en el salón restaurante antes de retirarse a su camarote para el descanso nocturno.

El personaje de Josefina Mitre, del mismo nombre y época que la hija del presidente Bartolomé Mitre, es una de las protagonistas de "A veces la tarde miente", la novela histórica de Judith Mendoza-White que contrasta azar y destino con el poder transformativo del amor.
El personaje de Josefina Mitre, del mismo nombre y época que la hija del presidente Bartolomé Mitre, es una de las protagonistas de "A veces la tarde miente", la novela histórica de Judith Mendoza-White que contrasta azar y destino con el poder transformativo del amor.

[Diario La Nación, sección «Sociedad», 25 de febrero de 1887.]

La residencia del diputado Miguel Anchorena y su dis tinguida esposa, Delfina Sáez de Anchorena, abrió sus puertas a lo más selecto de la sociedad de Buenos Aires el sábado 19 del corriente mes para despedir a monsieur le docteur Jean-Paul de la Ferrere, afamado catedrático y poeta proveniente de París, Francia. M. De la Ferrere, quien llegara a esta ciudad convocado por la Embajada de Francia en Buenos Aires, ofreció durante su visita una serie de conferencias sobre sus recientes publicaciones en literatura francesa.

El matrimonio Anchorena tuvo el honor y el placer de ofrecer alojamiento a M. De la Ferrere durante su estadía en la ciudad y puso el broche de oro a la visita con esta recepción. Durante la velada, M. De la Ferrere deleitó a la distinguida concurrencia, que incluyó a destacadas personalidades del mundo académico nacional, con el recitado de algunos poemas selectos de su autoría.

El excelso visitante se embarcó con destino a Francia el domingo 22 del corriente mes a bordo del Ile de France, buque de la flota Services Maritimes de la France International.

Bajo el texto se observan dos grabados: uno muestra el retrato de un hombre de ojos oscuros y mirada solemne, bigotes levemente enroscados en las puntas y barba corta, tocado con una galera de felpa negra. En la segunda fotografía, el mismo hombre ocupa el sitio de honor en una larga mesa. Lo rodea un grupo de hombres vestidos con traje negro de gala y mujeres de elegantes atuendos de verano en tonos claros, tocadas por complicados sombreros a la última moda.

Debajo del retrato se lee: «Monsieur le docteur Jean-Paul de la Ferrere, de la Académie française». Debajo de la foto grupal: «Fastuosa recepción en la residencia del diputado Anchorena para despedir al ilustre visitante proveniente de Europa».

Primera parte

La siesta de otoño envuelve las calles en un capullo de quietud adormecida. Un susurro de hojas secas se desliza sobre veredas acanaladas, trepa tímidamente las celosías cerradas a las ráfagas frescas de finales de abril.

En el cuarto trasero de una casa como tantas otras, una cabeza oscura se inclina sobre un pliego de papel.

[…] porque aun si mi amor por vos es todo eso y más ya no me importa, porque aunque me den ganas de gritar de dolor sé que jamás podré volver a tocarte, a mirar tus ojos en esta vida. Y si es cierto que nos vamos a ir al infierno por haber violado la ley de Dios y de los hombres, siquiera me queda la esperanza de que ahí, al menos, tal vez podamos al fin estar juntos para siempre.

Los dedos crispados en derredor de la pluma se aflojan. La angustia de los ojos que recorren la tinta todavía húmeda se intensifica, se reproduce en el temblor de los dedos sobre las sienes palpitantes.

Una mancha azulada se alarga sobre el papel secante, derramándose en una sombra de contornos fantasmales. La hiedra espesa que cubre la pared exterior se asoma por la ventana entreabierta en una guía solitaria. Sus hojas verdes y blancas en forma de corazón desdibujado se agitan contra el vidrio, golpetean una melodía disonante en el silencio de la tarde dormida. Las preguntas regresan una vez más, insistentes, indiferentes al dolor de la mirada sombría del hombre que acompaña el ritmo apaciguado de la hiedra en la ventana.

¿Cuál fue el comienzo? ¿Hubo acaso un momento fatídico, determinado, señalando su destino y el de los otros, agitándolos como títeres de una penosa pantomima donde el amor y el dolor se revelarían los verdaderos protagonistas? La tarde susurró su brisa sin respuestas.

El principio estaba en la tarde del lunes 13 de junio de 1907. Los hilos de una trama inexorable se cruzaron entonces en una espesa telaraña insospechada que atrapó su vida y la de los demás.

Pero esa tarde estaba, como tantas otras, ya desdibujada en el tiempo y la memoria.

Quién es Judith Mendoza-White

♦ Nació en Bragado, provincia de Buenos Aires, pero vive en Sydney, Australia.

♦ Es escritora bilingüe (español e inglés) y profesora de inglés académico en la Universidad de New South Wales, Sydney.

♦ Su novela Cuando pase la lluvia resultó finalista del Premio Hispania de Novela Histórica, mientras que su novela Un remedio para Benvolio obtuvo el Premio Internacional de Literatura Infantil y Juvenil de la Academia Peruana.

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