En el espacio “Cómo lo escribí” de Infobae Leamos autores y autoras cuentan el detrás de escena de los libros que acaban de publicar. Por qué eligieron los temas o historias que terminaron en sus páginas, cómo organizaron su trabajo, qué revelaciones aparecieron en el proceso de escritura, qué sensaciones hubo a medida que ese proceso ocurría.
Esta vez, quien cuenta en primera persona su experiencia de escritura es la psicóloga y escritora argentina Florencia Gattari, autora habitualmente de libros infantiles y coordinadora de talleres de escritura. A través del sello Vinilo, acaba de editar Tan temprano, un libro de autoficción en el que el suicidio de su hermano Pablo y su maternidad está en el centro de la escena.
“No se trata de escribir para sanar”, dirá la autora. Es que su libro tiene más que ver con el impulso de la escritura para intentar poner en palabras lo innombrable y también con la posibilidad de que la herida, un poco cicatrizada pero no del todo, supure, y que no se entienda del todo qué pasó pero aún así se pueda hablar de eso.
Con todo eso sobre la espalda, Gattari empezó a tirar de un hilo que parecía empezar por el nacimiento de su hija, lo más lejos de la muerte que fuera posible, pero que terminó hablando de todo lo que necesitaba hablar.
Cómo escribí “Tan temprano”
Hay una primera escritura de los asuntos de este libro que fue la de la supervivencia. En 2009 se suicidó mi hermano. Tres meses antes había nacido mi hija. Esos sucesos, en ese orden que no es el de la cronología, hicieron estallar las palabras con las que yo nombraba el mundo. No sé cuánto duró en realidad pero mi sensación es que durante un tiempo demasiado largo estuve perpleja. No entendía nada.
Hubo una primera escritura, entonces, que fue intentar ordenar trabajosamente las esquirlas. Armar una narrativa, no unas explicaciones -que no tuve y no tengo-, digo una narrativa como quien dice un carril para hacer funcionar la vida de algún modo.
Esa versión no está en ningún archivo, es misteriosa y seguramente un poco impresentable. La menciono porque fue la condición de posibilidad de otra escritura, posterior, deliberada, también trabajosa aunque de una manera distinta.
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No fue de una. Un par de veces intenté escribir sobre Pablo. No pude. Tomé notas. Las dejé por ahí. Escribí otras cosas.
El año pasado, durante un viaje a los Esteros del Iberá, acomodé unos textos que tenía de cuando mi hija era pequeña. Unos ensayitos, unos sucedidos, digamos. Se los mandé a Joana D’Alessio, ¿le interesaban para Vinilo? Le interesaban, dijo, pero faltaba algo.
Sucede que una quiere mantener a los hijos lo más lejos que se pueda de las cosas de la muerte. Había algo de espantoso en contar un duelo y el estreno de la maternidad a la par aunque fueran dos asuntos que, en parte, coincidían en el tiempo. Nada menos, sí, aunque nada más: regulé el espanto. Probé.
Resultó que el señalamiento de Joana resolvía un problema técnico: yo no había encontrado la punta para escribir la historia de Pablo. No tenía una voz que funcionara, no sabía de dónde arrancar. Si me apoyaba en lo que ya había escrito, en cambio, tenía una voz, tenía un principio, podía seguir desde ahí como quien se sube con la lengua afuera al furgón de un tren que ya está andando.
Más tarde todo eso cambió. Los ensayitos mutaron o se fueron, la voz se volvió distinta, pasó lo que pasa cuando una se mete a trabajar con la materialidad de las palabras: manda el texto.
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No se trata de escribir para sanar. Hay un lugar de eso que va a estar roto siempre y otro que ya hizo cicatriz. Creo que en esa conjunción se me hace posible la escritura, en esa doble condición de lo que ya no está en carne viva pero pulsa y puede, por eso, ofrecer motor para el embrollo de meterse en un texto.
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Cómo lo escribí:
-Llorando en bares, recibiendo servilletas de camareras amorosas y un poco consternadas.
-Esquivando las formulaciones con las que no estaba de acuerdo. Los modos de decir, las hipótesis sobre lo que pasó con Pablo que, aunque fueran bienintencionadas, yo no podía suscribir.
-Pidiendo ayuda. Sobre todo a mis amigas: Cecilia, Maricel, Melina. También a Sergio.
-Aceptándola.
-Probando modos de componer la estructura.
-Rodeada de las lecturas que me acompañaron durante el duelo. Les debo a Anne Carson, a Herta Müller, a Piedad Bonnett, a Eugenia Almeida, a Lydia Davis entre otra gente. El título se lo robé a Miguel Hernández.
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Hay una autonomía del texto que no necesita ir en contra de la gente que quiero. Le di a leer el original a mis padres y a mi hermana: era importante para mí que ellos estuvieran tranquilos con lo que se iba a publicar. A la vez, ningún cuidado me excusa de armar un dispositivo literario que funcione. Tan temprano no es una diario íntimo ni un relato de sobremesa, espero que no lo sea. Es la mejor escritura que pude hacer. Ojalá que sea un libro lindo.
La memoria es rara. Recorta de maneras imprevistas, suprime, compone. Mucho de lo que me senté a escribir era espuma, cosas que en verdad no tenía disponibles. No al menos para evocarlas como datos. En las conversaciones que surgieron a partir de la lectura del original, mi familia me devolvió momentos que no recordaba. Incluí algunos, dejé pasar otros. El afán no era, no es de reconstrucción histórica. Acompañé a mi memoria como pude, enhebré sensaciones y sobre todo traté de no suturar. Porque se puede inventar pero a veces alcanza con asumir que no se sabe y dejar un asunto abierto como un tajo.
Esto vale para la historia del libro y también para su proceso de escritura. En realidad no tengo idea de cómo escribí este libro, por momentos incluso siento que no lo hice.
“Tan temprano” (fragmento)
“No sé cuándo fue que Pablo empezó a desarmarse. Tenía más de veinte seguro, llevábamos una vida sin pistas de que pudiera haber otra cosa que el Pablo de siempre. Su crecimiento, sus cambios, sí, pero con ese hilván que nos permite leer al otro en una cierta continuidad. Qué de lo que pensamos que era un momento de silencio, de tristeza tal vez, se convirtió en el principio de perderlo.
Pablo en la cama, inmóvil pero despierto, un montón de horas mirando el techo.
Pablo en las fotos del cumpleaños de quince de mi prima, bailando el vals con una cara rarísima, desorbitada.
Los tics.
Pablo con insomnio en la mesa de la cocina. Mi hermana y yo inventando una conversación imposible con él por miedo a dejarlo solo.
La sensación de estar todo el tiempo pisando un terreno frágil, de que las palabras podían dañarlo. Tratar de medir sin entender la medida.
La mirada vacía pero también todo lo otro que pasaba en relación con los ojos. Una fijación extraña con las cámaras de fotos. La vez que nos llamaron de la guardia del Hospital de Quemados porque Pablo decía que los ojos le ardían. Aunque no tenía nada lo habían dejado en observación y cuando llegamos sugirieron llevarlo a una guardia psiquiátrica. Mi papá dijo que no hacía falta, firmó los papeles, nos fuimos. Quise decir que la indicación de ir a otra guardia me parecía una buena idea. No lo dije.
Tironeamos hacia lo que entendemos, hacia las versiones que recordamos de las personas que estaban ahí antes. Tironeamos para que vuelvan, los esperamos en los lugares de siempre. Ese no es Pablo, está raro, se le va a pasar”.
Quién es Florencia Gattari
♦ Nació en Buenos Aires en 1976.
♦ Es psicóloga y coordina talleres literarios.
♦ Publicó varios libros infantiles, entre ellos Historia de un pulóver azul, Vestido nuevo y Nadar perrito.
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