Amor y sexo. Las primeras palabras del encuentro que Alan Pauls y Juan José Becerra tuvieron en el Malba fueron esas: amor y sexo. Fue en la terraza del museo, un lugar bellísimo, ideal para una presentación como esta. Con unas guirnaldas de lamparitas de luz cálida que le dan un tono sobriamente festivo y cool, la terraza mira a la calle San Martín de Tours, que a esa altura es muy tranquila, y uno puede disfrutar de estar al aire libre sin sentir la interrupción del tránsito. Hay que decir que, con la caída del sol, el clima cambió y el viento produjo cierta incomodidad —”Yo pediría que bajen un poco la calefacción”, se rio Pauls cuando ya el frío mordía fuerte—, pero el lugar aparece como una gran propuesta para el verano. En especial, si todas las charlas van a ser tan deslumbrantes como esta.
Los dos escritores tienen una vastísima trayectoria. Juan José Becerra está en ese momento en el que parece que convierte en oro todo lo que toca. Sus libros más recientes —El espectáculo del tiempo, El artista más grande del mundo, Felicidades — fueron muy elogiados por los críticos y los lectores. Hace poco, en una encuesta de Infobae Leamos, la doctora en Literatura Alicia Montes decía que Becerra merecería ser candidato al Nobel porque funda una teoría literaria a partir del humor y la ironía. Alan Pauls comparte ese lugar de consagrado, al que llegó quizá incluso antes de que ganara el premio Herralde con El Pasado. Con cada libro, Pauls provoca un pequeño cataclismo: los últimos temblores fueron con Trance (Ed. Ampersand) y La mitad fantasma (Ed. Penguin).
El encuentro de ayer, justamente, fue una suerte de presentación conjunta de esos dos títulos y de Fallar otra vez, un ensayo “a favor de la escritura imperfecta y de la desobediencia narrativa”. Con ese marco, la charla fue una retrospectiva de la obra de Pauls con Becerra como entrevistador, crítico experto y también amigo íntimo. Fue una gloria. Pauls contó, por ejemplo, que, de no ser escritor le gustaría ser DJ o psicólogo, que su relación con la escritura comenzó por amor a la máquina de escribir, y que en algún momento fantaseó con no terminar nunca El pasado: “Me sentía tan bien escribiendo que hasta pensé en abrir las puertas del estudio donde trabajaba y cobrar entrada para que la gente me viera sentado frente al teclado”, dijo irónicamente.
La singularidad de lo común
Amor y sexo. La tarde comenzó con un recuerdo de Becerra, que trajo una charla anterior —¡de tres horas!— donde ambos abordaron los vínculos entre literatura y cine. Aquella vez, Pauls había analizado escenas de Alphaville y Rocco y sus hermanos, y Becerra de Todo por un sueño y Mulholland Drive. “Vos”, dijo Becerra, “habías elegido escenas románticas, y yo eróticas”. Esa diferencia, que puede tomarse como una clave lectura, funcionó como una base para conocer las influencias y los intereses en la obra de Pauls.
Becerra le preguntó qué le pasó mientras escribía Wasabi —es la tercera novela de Pauls, después de El pudor del pornógrafo y El coloquio—, porque se notaba un cambio notable en la forma de escribir. “Yo tenía la teoría”, dijo Pauls, “que para escribir había que hacer un corte tajante con la vida”, dijo. Esa ley le había sido muy útil, operativa. Pero algo se resquebrajó cuando leyó a Proust, y las literatura y vida empezaron a intercambiar sus fuerzas. “Fue una transgresión brutal porque en Wasabi la mayoría de los personajes tienen el nombre que tienen en la vida real”, dijo y mencionó por ejemplo a Vivi Tellas, “cuando antes no me atrevía ni siquiera a poner el nombre de una calle”.
Revolución Proust: entre 1990 y 1991, contó Pauls, leyó todos los volúmenes de En busca del tiempo perdido y el resultado fue un arrasamiento. Y, como en un uno-dos, apareció también Manuel Puig. “Hasta Wasabi yo aplicaba ciertas herramientas muy analíticas, muy conceptuales sobre ciertos objetos que me parecían elevados. Desde Wasabi, me empecé a interesar por la vulgaridad, por lo que no se deja redimir. El efecto de Proust es más importante que el de Puig, pero con él descubrí que podía ser inteligente tratando narrativamente los objetos comunes y, entre esos objetos comunes, aparece el amor”.
Entre la voz despótica y la ficción de los hijos
Otra característica que destacó Becerra son los narradores de Pauls. En Wasabi, El pasado y la trilogía Historia del llanto, Historia del pelo, Historia del dinero se destaca la voz del narrador que enuncia un mundo y que, durante doscientas, quinientas, mil páginas, uno suspende el entorno y se sumerge en ese mundo. “Mi segundo programa es que hace falta siempre esa voz despótica”, dijo Pauls.
¿Cómo se da la relación entre el autor, el narrador y los personajes? “Odio a los escritores como Nabokov que tratan con superioridad a los personajes”, dijo Pauls y continuó: “En una entrevista le preguntaron si Humbert Humbert, el protagonista de Lolita, en algún momento se le había escapado y él respondió: ‘¡No! Todas las noches, lo azoto como a un remero en un galeote’. Yo no llego a tanto, pero confieso que eso que detesto en Nabokov es algo que me gusta hacer”.
Entre Wasabi y El pasado hay un salto de siete años; entre Historia del dinero y La mitad fantasma, ocho. Juan José Becerra quiso saber el porqué de esos silencios. “Los dos momentos en que estuve sin publicar fueron cuando tuve hijos. No hay nada que haya rivalizado tanto con el placer de escribir que un niño”. Los hijos, decía Pauls, funcionan como ficciones absolutas: como posibilidades que la vida va produciendo y planteando y descartando.
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