Rojo, naranja, amarillo, verde, celeste y violeta. Así, en ese orden, se ubican los colores de las banderas, remeras, cachetes pintados y hasta camiones enormes que desfilarán este sábado desde la Plaza de los Dos Congresos hasta la Plaza de Mayo en el marco de la 31ª Marcha del Orgullo LGBT+ que se llevará a cabo en Buenos Aires. Son los colores, justamente, que representan el orgullo de la comunidad de disidencias sexuales que cada año ocupa la calle para visibilizarse a sí misma y a sus reclamos aún pendientes.
A contramano de gran cantidad de países del mundo, que celebran la marcha hacia el 28 de junio, la movilización porteña es en noviembre. El motivo: sirve para conmemorar la fecha de fundación en 1967 de la organización Nuestro Mundo, un colectivo pionero en la región que invitaba a la liberación homosexual y que años después mutaría en el Frente de Liberación Homosexual (FLH). Los escritores Néstor Perlongher y Manuel Puig -ya hablaremos de ellos en pocos párrafos más- serían referentes del FLH.
Casi como “de yapa”, en el noviembre argentino hace más calor que a mediados de año, y eso mejora las condiciones para cualquier fiesta, que es el espíritu que subyace en cada convocatoria de las que ponen el Orgullo LGBT+ en el centro.
No siempre fue así de festiva. La primera vez que se marchó por el Orgullo LGBT+ en Buenos Aires fue en 1992: era no sólo la primera manifestación en la Argentina sino en toda Sudamérica. Marcharon no más de 300 personas -ahora la participación se cuenta de a decenas de miles- y muchas de ellas usaron máscaras de cartón para que nadie los reconociera, por lo hostil que podía ser buena parte de la sociedad en ese momento. “Libertad, Igualdad, Diversidad” fue la consigna hace tres décadas: una reversión diversa de la Revolución Francesa.
Ante una nueva edición de la Marcha del Orgullo, Infobae Leamos consultó a autores referentes del colectivo LGBT+ para que cuenten qué lecturas acompañaron sus salidas del clóset.
“Todo lo que leí que me voló la cabeza y que me hubiera ayudado a salir del clóset lo leí después. No sabía qué había, no sabía dónde encontrarlo”, cuenta la escritora Gabriela Cabezón Cámara, referente de la literatura queer argentina.
Pero enseguida se le ocurre un ejemplo sobre alguna lectura que la haya acompañado en esa instancia: “Tal vez el de (Marguerite) Yourcenar, Memorias de Adriano. Ese pudo haber sido: había una homosexualidad contada ahí de manera no truculenta”, explica la autora de La virgen cabeza y de Las aventuras de la China Iron. Ese amor entre Adriano y Andínoo, contado con ternura y amabilidad, fue un parteaguas.
Recuerda un poco más Cabezón Cámara: “(Néstor) Perlongher, Evita vive, me resultó muy liberadora. Esa apropiación que hace Perlongher de la figura de Eva Perón llevándola al mundo queer, o más bien al mundo puto porque no era queer en esa época, me resultó muy liberadora. Y más allá de los libros, ir al Parakultural, ver a Batato Barea y a sus dos compañeros, Humberto Tortonese y Alejandro Urdapilleta, fue un impulso enorme para mi propia liberación”.
Como si pudiera aconsejarse a sí misma con retroactividad, algo así como hablarle a la Gabriela Cabezón Cámara de alrededor de 12 ó 13 años, dice: “Probablemente si hubiera leído cuando niña Me enamoré de una vegetariana, la novela juvenil de Patricia Kolesnicov, me hubiera venido bárbaro. Y también, siendo más grande pero aún antes de salir del clóset, habría sido hermoso leer algunas partes de la obra de Fernanda Laguna y toda la obra de Diana Bellessi”.
Franco Torchia es periodista, autor de Orgullo y Barullo y Te arrancan la cabeza y activista por los derechos LGBT+ especialmente a través de su ciclo radial No se puede vivir del amor. Ante la consulta de Infobae Leamos, explica: “No puedo reconocer un momento en el que como periodista, pero antes como lector o como estudiante de la carrera de Letras, me haya topado con una escritura queer. Creo que la escritura siempre es disidente y que fui naturalmente detrás de escrituras disidentes aunque no estén formuladas por escritores disidentes. Ni por lesbianas, ni por gays, ni por trans, al menos no reconocidos públicamente”.
“El libro que más me gustó en mi vida fue sin duda Los alimentos terrenales, de André Gide, que es una suerte de elegía, canto, libro sin género, escritura sin género ni orientación, dedicado a una especie de posible supuesto amante, luego supimos que muy probablemente sí, pero todo esto en el armario de los armarios de los armarios. Pero hasta en su forma misma Los alimentos terrenales es un libro ultra disidente”, describe Torchia.
Como Cabezón Cámara, el escritor nacido en Ensenada nombra al autor de Evita vive entre las lecturas que acompañaron su salida del clóset: “Haberme encontrado con Osvaldo Lamborghini, Néstor Perlongher, también Virginia Woolf y luego naturalmente con Manuel Puig, fue capital. Mi orientación sexual es una tendencia a elegir narrativas siempre disidentes o rotas o no clásicas y sobre todo a elegir libros que no tienen género, que resisten a la categoría de género, que se escapan del mero género literario”. A veces, dice Torchia, no hace falta que la disidencia sea parte del tema, sino que puede ser la forma del libro que habilita a pensar en la propia disidencia.
“Toda la propuesta escrituraria del portugués António Lobo Antunes, que es un hombre cis héterosexual, me resulta completamente desobediente y es en esa desobediencia en donde me encuentro. Entonces a veces aquello que imaginamos como representación de narrativas propias de los LGBTIQ+ no está precisamente en lo LGBTIQ+. Un poco a la manera de Borges: ‘No hay camellos en el Corán’”, concluye el escritor.
Es que las disidencias pueden estar en todos lados y tomar múltiples formas. Este sábado, algo de todo eso podrá verse en la Marcha del Orgullo. Que festeja, entre muchas cosas, que en Buenos Aires ya no haya que enmascararse para el amor.
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