Llevaba el apellido de aquellos que constantemente añoran sentirse alegres. Llegó a este mundo, de repente, en una década en que nadie intuía el cambio que se avecinaba y que, entonces, sería para siempre. Se fue, así como llegó, un día de febrero de 1967, luego de haber sobrevivido a la cárcel y las torturas, a la pérdida de la memoria y el casi abandono de toda actividad literaria; luego de haberse quedado sordo tras el disparo que le dieron justo al lado de la oreja en 1932, y perder un pulmón durante sus años de exilio; se fue luego de haber perdido tres cuartas partes de su estómago por una úlcera y haber quedado ciego por diez horas tras una embolia. Se fue tras haber dejado obra y una vida dignas del recuerdo.
Don Ciro Alegría Bazán fue uno de los escritores e intelectuales más importantes de su tiempo, tanto en Perú, su país natal, como en toda Latinoamérica.
Nació el 4 de noviembre de 1909 y apenas cumplió los tres años se dio a la tarea de aprender a leer, guiado por su abuelo paterno, don Teodoro Alegría. Para cuando el pequeño cumplió cinco años, apreciaba como nadie el significado de la palabra ‘biblioteca’. Y la primera vez que entró al colegio, en 1916, ya estaba bastante avanzado en relación con los demás niños. Rápidamente se vio volcado a calmar su curiosidad con cualquier libro que le llegara a las manos, y de ahí en adelante, también con cualquiera que tuviera la oportunidad de buscar.
César Vallejo, el gran poeta peruano, fue su profesor durante el colegio, y esos libros que Alegría buscaba y leía a escondidas con tanto entusiasmo eran los del autor de Los heraldos negros. El chico quería comprenderlo todo y en su adultez aquello fue determinante.
Habiendo conseguido afianzarse como joven intelectual, Alegría estudia periodismo y junto a otros estudiantes inicia el diario ‘Juventud’. Proyecto que le permitiría ganar experiencia como cronista y le daría paso a su segunda iniciativa estudiantil: ‘Tribuna Sanjuanista’. Más tarde, entraría a trabajar como redactor en el diario ‘La Industria’, habiendo sorprendido con su talento a Miguel Cerro, el director del mismo. Alegría está allí por un tiempo, pero luego abandona el puesto por razones políticas.
En 1930, por haberse juntado con otros estudiantes para iniciar una filial del Partido Aprista Peruano, termina siendo expulsado de la universidad y un año después hace parte de las manifestaciones en Cajamarca, momento en el que es arrestado y torturado en la prisión de Trujillo. Un juez determina su condena a diez años, con una sentencia por ausencia, debido a sus intereses políticos y su actuar reciente.
Estando en prisión, su salud se debilita y es algo que le pasará factura por el resto de su vida. Aquellos años los pasa entre el Panóptico y Real Felipe, y es allí donde conoce a su primer gran amor, la joven Rosalía Amézquita Alegría, que va a visitarlo en compañía de su tía en segundo grado.
Ambos sostienen un romance que dura aún después del tiempo de Ciro en prisión. Por suerte no fue tanto. Se suponía que debían ser diez años los que pagaría, pero al caer asesinado Luis Sánchez Cerro, es el general Óscar Benavides quien asume el gobierno y decide declarar la amnistía a los presos sin proceso. Alegría es uno de ellos. Finalmente es liberado en octubre de 1933.
Al salir, desterrado en Chile, es cuando comienza a ejercer su carrera literaria con mayor rigor. Escribe y publica algunos relatos en ‘La Crónica’ de Buenos Aires y se dedica a la escritura de su primera novela La serpiente de oro, que le mereció su primer premio literario. Entra por la puerta grande de las letras nacionales.
En ese periodo, Alegría tiene dos hijos con Rosalía, a quien ha desposado en Lima, por impostura religiosa, y es elegido miembro del Directorio de la Sociedad de Escritores de Chile, pero dura poco en activo, pues contrae la tuberculosis y tras ser internado en el sanatorio, pierde la memoria y las facultades de coordinación y escritura. Curiosamente, y para fortuna de sus lectores, los médicos no le recomiendan otra cosa distinta a escribir.
Lo hace como ejercicio de rehabilitación. Escribe, escribe y escribe. Para 1935, con las facultades recuperadas, consigue terminar su segunda novela Los perros hambrientos, con la que obtiene su segundo premio, en 1939. A partir de entonces, todo va viento en popa para el escritor, por lo menos en materia literaria.
En 1941 llega su gran obra, con la que triunfa en el Concurso Internacional de Novela. Es gracias a El mundo es ancho y ajeno que Ciro Alegría se gana un puesto en el Olimpo de los escritores latinoamericanos. La novela constituye “el punto de partida de la narrativa moderna peruana”, señaló alguna vez Mario Vargas Llosa y con ella, según el ganador del Nobel en 2010, Alegría se convirtió en el primer novelista clásico de Perú.
El libro narra los problemas de la comunidad andina de Rumi, liderada por su alcalde Rosendo Maqui, quien enfrenta la codicia del hacendado don Álvaro Amenábar y Roldán, el cual finalmente les arrebata sus tierras. “Váyanse a otra parte, el mundo es ancho”, dicen los despojadores a los comuneros. Estos salen en la búsqueda de un nuevo lugar donde vivir. Pero si bien es cierto que el mundo es ancho o inmenso, siempre será ajeno o extraño. La experiencia trágica de muchos de ellos que van a ganarse la vida a otros lugares, sufriendo la más cruel explotación, padeciendo enfermedades y hasta la muerte, lo demostrará con creces.
Alegría consigue ser un escritor, no célebre, pero sí con un buen nivel de notoriedad, dentro y fuera de Perú. Su nombre es conocido tanto por su actividad literaria como por su pasado político y su activismo constante. Algunos de sus libros, de hecho, son prohibidos en algunas partes de su país, pero consiguen circular de manera clandestina, lo cual le da al escritor un estatus distinto. Quien lo lee es quien lo ha buscado, como hacía él con los libros de Vallejo.
Entre 1941 y 1957, Ciro Alegría vive en varios países, colaborando para diarios y revistas, escribiendo artículos periodísticos y crónicas literarias. Pasa por Estados Unidos, Puerto Rico y Cuba. Da conferencias y cursos en universidades y lucha para mantenerse en pie, pues su salud, desde aquellos días con la tuberculosis sigue en decadencia.
En 1948, producto de una discusión con Víctor Raúl, el escritor renuncia al APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) y en un viaje a Bolivia, adonde irá a dar una conferencia en una universidad de La Paz, el avión debe hacer escala en Perú, pero al escritor no se le permite pisar suelo. Es entonces cuando comprende que verdaderamente está arrancado de su patria.
Muchas cosas le sucedieron al escritor en esos años. Una de ellas, la finalización de su matrimonio con Rosalía, que así como empezó, tan freneticamente, terminó. Y en 1957, tras un tiempo saliendo y avivando la llama de la pasión, Alegría contrae matrimonio con Dora Varona, quien termina siendo su esposa hasta el día de su muerte. Con ella tuvo cuatro hijos y a su lado vivió la dicha de volver a pisar su tierra natal.
Manuel Scorza obtiene un día un permiso especial para imprimir una edición popular de El mundo es ancho y ajeno. Para entonces, Alegría ya ha escrito y publicado cinco libros. Scorza recibe la autorización para que el escritor pueda entrar al país y presente en el Perú la obra. Una multitud lo esperaba a Alegría en el aeropuerto y su visita no se redujo a la capital sino que recorrió varias ciudades, en plan de gira, dándose cuenta así del cariño de la gente hacia su obra. En Trujillo, la ciudad en la que la policía lo apresó y torturó durante su juventud, la Universidad de la ciudad le entregó el doctorado Honoris Causa y la Municipalidad le concedió la Medalla de Plata.
Después de 26 años en exilio, Alegría regresa a Perú en 1957 para quedarse; lo eligen miembro de la Academia de la Lengua, por decisión unánime. Reconocido como intelectual, sigue ejerciendo su labor política y posterioremente es elegido diputado de Lima. Sin embargo, no se siente un político como tal sino más un escritor, un periodista con intenciones de aportar al cambio social.
Desde aquel 57, transcurren diez años en los cuales Ciro Alegría recupera la vitalidad mental de antaño, pero la de su cuerpo no para de agotarse; el 17 de febrero de 1967, a la 1:30 de la mañana, muere en Chaclacayo, un distrito de Lima, víctima de una hemorragia cerebral. Su éxito y su legado se fortalecen después de su muerte, sus obras son traducidas a más de 20 lenguas y actualmente son objeto de estudio y tesis en todo el mundo.
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