No-Novedades: lo premiaron por un libro y para no hablar en público inventó hasta a los periodistas que lo entrevistaban

El español David Homedes Cameo firmó con seudónimo su novela “Lo mejor que le puede pasar a un cruasán”. Se trata de un libro difícil de conseguir, pero no imposible. Para leerlo, tener sentido del humor es requisito excluyente.

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El escritor español David Homedes Cameo firmó su novela humorística como Pablo Tusset y se ocultó todo lo que pudo de la vida pública.
El escritor español David Homedes Cameo firmó su novela humorística como Pablo Tusset y se ocultó todo lo que pudo de la vida pública.

“El que desea y no obra, engendra peste”, escribió Antonin Artaud. Y, personalmente, para no engendrar deseos imposibles de satisfacer, en las muchas reseñas de libros que hice en mis varias vidas obvié referirme a títulos que no estuvieran disponibles, para evitar que algún lector quisiera comprar una obra elogiada pero inhallable en “las buenas casas del ramo”.

En tiempos internéticos, cuando parece que (casi) todo puede obtenerse con la punta de los dedos, mi reparo quedó de alguna manera subsanado y eso me permite hablar hoy de un libro rarísimo, pero que puede conseguirse.

Su género: novela. Su título: Lo mejor que le puede pasar a un cruasán (como se españoliza la palabra francesa croissant, creciente, que denomina a nuestra amiga la medialuna). La publicó originalmente la osada editorial española Lengua de Trapo en 2001 y fue reeditada años después por Destino, en su colección Áncora y Delfín; esta es la edición que se puede comprar, por ejemplo, a través de Amazon.

El autor de esta obra se ocultaba bajo el “nombre de pluma” de Pablo Tusset; nació en Barcelona, en 1965. Su nombre real es David Homedes Cameo y así firmó otros de sus libros (también como David Cameo). Al estilo de Salinger, Bruno Traven o Thomas Pynchon, se rehusaba a conceder entrevistas. Como el premio Tigre Juan a la mejor primera novela publicada el año de su aparición lo obligaba a aparecer, publicó un autorreportaje que firmó un periodista inexistente. Lo mejor que le puede pasar a un cruasán fue adaptada al cine en 2003, con dirección de Paco Mir, pero no tuvo demasiada repercusión.

Debo confesar que el humor me puede: soy un tipo de carcajada fácil, tanto cuando leo como en el cine. En Caracas, por ese motivo, una vez estuve a punto de ser expulsado de una sala donde se exhibía ¿Y dónde está el piloto?

En literatura de humor o con humor, tengo mis fetiches. Entre los autores ingleses, casi toda la obra de David Lodge y Tres hombres en un bote, de Jerome K. Jerome. Entre los norteamericanos, J. P. Donleavy y James Thurber, de cuyo libro Malos tiempos nunca olvidaré la crónica relativa a sus fracasos al intentar observar algo a través del microscopio: cuando lo consigue, su profesor le hace notar que lo que hay en el portaobjetos es su propia corbata…

Entre los franceses, Pierre Daninos con sus divertidísimos Los cuadernos del mayor Thompson y Los cuadernos del buen Dios, y David Foenkinos (La delicadeza, Me estoy sintiendo mejor). Y la única incursión en el rubro del muy serio Emmanuel Carrère: El bigote.

Ya en el continente americano, en primer lugar se encuentra el Negro Fontanarrosa, pero también los mexicanos Jorge Ibargüengoitia (Los relámpagos de agosto, publicado también como Memorias de un general mexicano) y Juan José Arreola (La feria) y dos uruguayos: Arthur Núñez García (que firmaba Wimpy) con todos sus libros, pero especialmente El gusano loco y los Cuentos del Viejo Varela y su descendiente directo, Julio César Castro, Juceca, creador del inolvidable Don Verídico.

En la literatura española, el humor es una constante a lo largo de los siglos: se encuentra en el Quijote, en la Historia de la vida del Buscón y otras obras de Quevedo y en El Lazarillo de Tormes, entre los clásicos. Y mucho después en Pedro Muñoz Seca (La venganza de don Mendo, pieza teatral); en Enrique Jardiel Poncela (primero en cultivar lo que se dio en llamar “astracanada”, humor absurdo anterior a Ionesco, si cabe); en los muchos autores de la colección “El club de la sonrisa” (Noel Clarasó, Oscar Pin, autor de una joya titulada Los náufragos del Queen Enriqueta) y en los dos Ramones: Del Valle-Inclán y Gómez de la Serna, para no escarbar más.

Lo mejor que le puede pasar a un cruasán es una novela disparatada y descacharrante: la leí hace como veinte años y todavía recuerdo algunas de las situaciones que me resultaron más hilarantes. Tusset cultiva un humor muy original e intentó conservarlo en su siguiente novela, En el nombre del cerdo (2006), que es buena, pero mucho menos eficaz.

Roberto Fontanarrosa, según el autor de esta reseña, uno de los grandes referentes de la literatura humorística. (Télam)
Roberto Fontanarrosa, según el autor de esta reseña, uno de los grandes referentes de la literatura humorística. (Télam)

¿De qué va el relato? Sin revelar la trama, puedo citar el resumen que incluye la propia editorial Destino en su página web, con la recomendación de que los casticismos sean leídos en “argentino”: “Pablo Miralles es el hijo gandul, procaz y gordo de una familia bien barcelonesa. Una mañana, su hermano pijo y políticamente correcto, The First, le hace un encargo aparentemente fácil: localizar al propietario de una misteriosa casona del barrio que ha sobrevivido a la especulación inmobiliaria. Sin embargo, nada más empezar la pesquisa, The First desaparece sin dejar rastro, y Pablo, la oveja negra de la familia, se verá en la enojosa obligación de investigar qué ha sido de su hermano. Es así como Pablo Miralles interrumpe a su pesar las borracheras en el bar de Luigi, las disquisiciones filosóficas con los miembros del Metaphysical Club y los escarceos eróticos por los bajos fondos, para embarcarse en una demencial aventura que lo llevará, junto a su amiga Fina y a bordo del formidable deportivo de su hermano rico, a conocer el lado más oculto de la ciudad”.

Como resumen, no revela particularmente nada, pero sobre todo evita destacar que las peripecias de la investigación están atravesadas por situaciones bizarras y divertidas, que se disfrutan a pesar de lo castizo del lenguaje en el que se narran.

Advertencia: no se aconseja su consumo por lectoras/es sin sentido del humor. Para esa gente, no tendrá la menor gracia.

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