Hoy en día, a la carne, el trigo y la soja se les debería sumar la literatura como uno de los principales productos de exportación de Argentina. Con plataformas de streaming como Netflix y Amazon atentas a las novedades en busca de textos originales, han llegado a las pantallas de todo el mundo adaptaciones de libros de Claudia Piñeiro, Guillermo Martínez, Samanta Schweblin y Tamara Tenenbaum, entre otros.
Aunque la escritora porteña Ariana Harwicz tuvo algunas ofertas de distintas plataformas para adaptar a la pantalla chica sus celebradas novelas, prefirió declinarlas. “Rechacé varias propuestas de plataformas para hacer series porque achataban, empobrecían e ideologizaban el argumento, como ya sabemos que suelen hacer las plataformas”, dijo Harwicz en diálogo con Infobae Leamos. Pero hubo una propuesta que la autora de La débil mental no pudo rechazar.
Cuando su agente le comentó que la productora cinematográfica del aclamado director estadounidense Martin Scorsese estaba interesada en su novela Matate, amor, Harwicz no lo dudó. “En este caso, me pareció que tendría mucha más calidad artística porque lo produce Scorsese, cuya productora eligió el elenco. Además, compraron las tres novelas”, dijo la autora en referencia a los otros dos libros que, junto a Matate, amor, componen la Trilogía de la pasión: La débil mental y Precoz, todos editados por Mardulce.
Aunque confirmó que no va a participar de la escritura del guión por no hablar inglés, Harwicz aseguró que, por contrato, va a “poder mirarlo antes”. De todos modos, no parece dudar de la calidad artística del producto final dado el prestigio con el que se suele asociar a Scorsese, director de clásicos como Calles salvajes, Taxi Driver, Goodfellas, Casino, La isla siniestra y la reciente El irlandés.
La adaptación de Matate, amor (que tomará el título de la traducción al inglés, Die, my love) será dirigida por la escocesa Lynne Ramsay, directora de We need to talk about Kevin y su último trabajo, You were never really here. Además, se confirmó que la protagonista será Jennifer Lawrence, conocida por su rol en la exitosa saga Los juegos del hambre.
Así empieza “Matate, amor”, de Ariana Harwicz
Me recliné sobre la hierba entre árboles caídos y el sol que calienta la palma de mi mano me dio la impresión de llevar un cuchillo con el que iba a desangrarme de un corte ágil en la yugular. Detrás, en el decorado de una casa entre decadente y familiar, podía sentir las voces de mi hijo y mi marido. Los dos en cueros. Los dos chapoteando en la pileta de plástico azul, con el agua a treinta y cinco grados.
Era un domingo víspera de día feriado. Estaba a pocos pasos de ellos, oculta entre malezas. Los espiaba. ¿Cómo es que yo, una mujer débil y enfermiza que sueña con un cuchillo en la mano, era la madre y la esposa de esos dos individuos? ¿Qué iba a hacer? Escondí el cuerpo adentrándome en la tierra. No iba a matarlos. Dejé caer el cuchillo. Fui a colgar la ropa como si nada. Abroché bien las medias de mi bebé y mi hombre. Los calzoncillos y las camisas. Me miré como una campechana ignorante que cuelga ropa y se seca las manos en la falda cuadrillé antes de entrar en la cocina. No se dieron cuenta. La colgada de ropa fue un éxito.
Volví a recostarme entre troncos. Ya se corta la madera para la próxima temporada. Los hombres acá preparan el invierno como las bestias. Nada nos distingue a unos de otros. Yo misma, letrada y graduada universitaria, soy más bestia que esos zorros desahuciados con la cara teñida de rojo y un palo atravesándoles la boca de par en par.
A pocos kilómetros, mi vecino Frank, el primero de siete hermanos, se pegó un tiro de escopeta en el culo la última Navidad. Linda sorpresita para su tribu de hijos. El tipo siguió la tradición. Suicidio con escopeta para el tatarabuelo, bisabuelo, abuelo y padre, lo menos que se podía decir es que era su turno. El hombre, cliché de la infelicidad humana, les cagó la Navidad a todos, jo jo; los animales, en cambio, se resisten a ser tan inverosímiles. ¿Y yo? Una mujer normal, de una familia normal, pero una excéntrica, desviada, madre de un hijo y con otro, quién sabe a esta altura, en camino.
Me metí despacito la mano en la bombacha. Y pensar que yo soy la encargada de velar por la educación de mi hijo. Mi marido me llama para unas cervecitas en la pérgola, pregunta si morocha o rubia y yo quiero primero acabar. Parece que el bebé se cagó y tengo que comprarle la torta de cumple mes. Otras madres seguro que la hacen ellas mismas. Seis meses, me dicen que no es lo mismo que cinco o siete. Cada vez que lo miro recuerdo a mi marido detrás de mí, casi eyaculándome la espalda cuando se le cruzó la idea de darme vuelta y entrar, en el último segundo. Si no hubiera habido ese gesto de darme vuelta, si yo hubiera cerrado las piernas, si le hubiera agarrado la pija, no tendría que ir a la panadería a comprar la torta de crema o chocolate y las velitas, medio año ya.
Las otras al segundo de parir suelen decir ya no imagino mi vida sin él, es como si hubiera estado desde siempre, pfff. ¡Ahí voy, amor! Quiero gritar, pero me hundo más en la tierra agrietada. Quiero gruñir, berrear, y en cambio dejo que los mosquitos me piquen, que se deleiten con mi piel azucarada. El sol me devuelve el reflejo plateado del cuchillo en la mano y me ciega. El cielo está rojo, violeta, tiembla. Oigo que me buscan, el bebé cagado y el marido en cueros. Ma-ma, ta-ta, ca-ca. Es mi bebé que habla, toda la noche. Co-co-nanaba-ba. Ahí están.
Dejo el cuchillo en el pastizal quemado, espero que cuando lo encuentre parezca un bisturí, una pluma, un alfiler. Me levanto caldeada y molesta por el hormigueo en la entrepierna. ¿Rubia o morocha?; lo que prefieras, amor. Somos parte de esas parejas que mecanizan la palabra «amor» hasta cuando se detestan; amor, no quiero volverte a ver.
Ahí voy, digo, y soy una falsa mujer de campo con una pollera roja a lunares y el pelo florecido. Rubia, traeme, digo con mi acento. Y soy una mujer que se dejó estar y tiene caries y ya no lee. Leé, idiota, me digo. Leéte una frase de corrido. Acá estamos los tres juntos para una foto familiar.
Brindamos por la felicidad del bebé y bebemos las cervezas, mi hijo sobre su sillita mastica una hoja. Le meto la mano y chilla, me muerde con las encías. Mi marido quiere plantar un árbol para darle larga vida al bebé y yo no sé qué decirle, sonrío como una gansa. ¿Se da cuenta él?
De todas las bellas y sanas mujeres que hay en la región, se vino a enganchar conmigo. Un caso clínico. Una extranjera. Alguien que debería ser clasificada de incurable. Qué día de humedad, ¿eh?, parece que tenemos para rato, dice él. Yo trago la botella en sorbos largos y aspiro por la nariz queriendo estar, exactamente, muerta.
Quién es Ariana Harwicz
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1977.
♦ Escribió las novelas Matate, amor (2012), La débil mental (2014), Precoz (2015) y Degenerado (2019).
♦ Sus libros han sido adaptados al teatro y, próximamente, al cine.
♦ Matate, amor fue nominada al prestigioso Premio International Booker.
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