Florencia Canale confiesa que la historia de la prócer independentista Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru, la protagonista de Bastarda, su nueva novela, todavía la siente en la carne. Quizá porque la periodista y escritora hace suya, como en La libertina y Pecadora, las vidas de mujeres que arden en su propio fuego, que descolocan y no encajan en lo que se espera de ellas.
Con la pasión por el pasado a flor de piel -esa que la posicionó como una de las grandes referentes de la novela histórico romántica-, Canale cruza las fronteras argentinas en su nuevo libro para reconstruir el rol de una de las figuras más emblemáticas de la lucha por la Independencia en América Latina: Manuela Sáenz, la “Libertadora del Libertador”. A 200 años del histórico encuentro entre los libertadores Bolívar y San Martín en Guayaquil —recreado por Jorge Luis Borges en su famoso cuento Guayaquil—, la escritora invita a pensar en el contexto revuelto de principios del siglo XIX, decisivo para la identidad latinoamericana, pero de la mano de una mujer.
Hija de una quiteña y un español que estaba casado, Sáenz no solo fue una “bastarda”, sino una revolucionaria, una guerrera, que empuñó armas, por ejemplo, en la batalla de Pichincha, que selló la libertad de Ecuador en 1822. También lo hizo en la batalla de Ayacucho, que coronó la soberanía de Perú y América del Sur. Y recibió la orden de “Caballeresa de la Orden del Sol”, una de las mayores condecoraciones militares, de parte de José de San Martín. “Ha sido una ilegítima en el sentido de que se metió en un territorio de caballeros”, dice Canale.
Pero Sáenz también libró otra batalla encendida: la de rebelarse a su matrimonio arreglado, entregarse de lleno al amor y convertirse en la amante del “Libertador de América”, Simón Bolívar. En Bastarda, el lector se adentra en la historia de “una mujer que lleva conductas que no son propias del universo femenino: vestir uniforme, empuñar armas, ir al frente en las batallas, matar gente”, según señala Canale. Una mujer capaz de generar los peores odios y, también, los más bajos instintos.
“Manuela bella, Manuela mía, hoy mismo dejo todo y voy, cual centella que traspasa el universo, a encontrarme con la más dulce y tierna mujercita que colma mis pasiones con el ansia infinita de gozarte aquí y ahora, sin que importen las distancias”, le escribe Simón Bolívar a “la Libertadora del Libertador” en una de sus cartas y sigue, candente: “Pienso en tus ojos, en tu cabello, en el aroma de tu cuerpo, en la tersura de tu piel, empaco inmediatamente como Marco Antonio fue hacia su Cleopatra. Veo tu etérea figura ante mis ojos, y escucho el murmullo que quiere escaparse de tu boca, desesperadamente para salir a mi encuentro”.
Bastarda es una invitación a quemarse con el fuego de la determinación y la ferocidad de las mujeres que van por todo, a pesar de todos. Con más de 400 páginas, la nueva novela de Canale lleva a pensar en el rol de las mujeres en los momentos decisivos de la Historia latinoamericana, la avidez por la política, por las ideas y por la libertad.
A pocos días de la presentación del libro -será el jueves 10 a las 10.30 en el Museo del Cabildo junto a Darío Sztajnszrajber- Canale caracteriza a Manuela como “enloquecida, arrasada por sí misma”, cuya desmesura la llevó por delante, y encuentra puntos en común con las mujeres del siglo XXI: “Esa urgencia, la impaciencia, la intolerancia que tenemos las mujeres en la actualidad la tenía Manuela”, señala. Mientras, los ojos de Canale arden por el fuego de la narración de vidas feroces y subyugantes.
—Si tomamos tus novelas podríamos trazar una cartografía, no solo a nivel geográfico sino también de relaciones en el siglo XIX, ¿qué es lo que une a estas mujeres latinoamericanas?
—Las ansias de libertad. Nosotras hoy damos por sentadas tantas cosas, pero las mujeres y los hombres en ese siglo en América empezaban a cuestionarse algunas y todos estaban pensando en la libertad y la independencia. Estas mujeres, y en especial Manuela Sáenz, es lo que la marca. Su marca es la libertad y buscando la libertad de América buscaba la propia. Me parece una historia reveladora porque es una figura emblemática de la independencia latinoamericana, es fundamental. Conocida profanamente como la amante de Bolívar pero yo me atrevo a decir que Simón Bolívar fue el amante de Manuela Sáenz.
—¿Cómo era la relación entre Simón Bolívar y Manuela Sáenz?
—Ella ya era alguien antes de conocer a Simón Bolívar y vivieron una encendida relación a todos los niveles: amorosa, intelectual y política. Pero ella ya era “Caballeresa de la Orden del Sol”, nombrada por José de San Martín. Es interesante el encuentro entre ellos: dos personas cultas, preparadas, que hacen del cortejo una maquinaria en la que uno queda capturado. Las cartas que se mandan son impresionantes. Bolívar era un profesional, un donjuán. No un casanova, un donjuán, sabiendo lo que tiene que escribir y cuándo, la carta que no llega, la taquicardia porque no me contesta y entonces voy y le tiro la puerta abajo. Pareciera que ella tiene la urgencia del siglo XXI durante el siglo XIX, donde las esperas eran parte de la interacción entre personas. Ella no aguanta. La siento pareja a nosotras en algunas cosas: esa urgencia, la impaciencia, la intolerancia que tenemos las mujeres en la actualidad la tenía Manuela.
— En el libro incluís la carta final que le escribe Manuela a su esposo y se refiere a los mandatos y que se crearon para atormentar y que ella no estaba para eso, ¿cómo interpela la novela en relación a los mandatos en el siglo XXI?
—“Usted me aburre, usted es un aburrido”, “cuenta chistes y ni usted se ríe de sus propios chistes”, dice ella. Es una señora que se atreve y lo deja al esposo. Cuando lo ve a Bolívar en una fiesta dice “yo me voy, no tengo idea quién es mi marido”, y se va. No le importa el qué dirán de una sociedad. No está dispuesta a someterse a los mandatos. Esta señora nació antes. Había señoras así incluso en Europa. Eran mujeres “Illuminati” que decidieron no llevar adelante esas vidas que se les tenía pre-seteadas. Para ella, el matrimonio fue un salvoconducto porque pudo hacer lo que quería. Incluso hoy pareciera que el matrimonio da un status que no goza quien no se casó. Una persona soltera, hoy en día, a veces, es mirada con desconfianza.
—¿Seguimos pensando tradicionalmente?
—Sí, claro que sí.
—¿Cuál es la noción de libertad en el libro?
—En principio, de América. Todas estas personas patriotas en distintos sitios del continente andaban luchando para desprenderse de la cadena que los sometía a España, a fines del siglo XVIII y principios del XIX. Estamos en los tiempos de San Martín, con su campaña desde el sur, y Bolívar, con su campaña desde el norte, O’Higgins desde Chile. Y ella, como otras mujeres, decidió poner el cuerpo y liberarse de este sojuzgamiento español pero además, en Manuela, de tabúes, de prejuicios -los propios también- los estigmas. Manuela Sáenz siempre fue una mujer muy mirada y señalada, deseada y odiada, incluso luego de su muerte, tuvo que pasar mucho tiempo para que Manuela Sáenz fuera reivindicada como un factor importante de la Independencia de América. Me atrevo a decir que si no hubiera sido por “La Libertadora” no sé si el destino de los libertadores hubiera sido el mismo. Bolívar la llama “mi Libertadora” porque le salvó la vida dos veces. Es una mujer imprescindible. Ella es hija de ella. Es subyugante.
—¿Por qué crees que la reivindicación de las mujeres llega después, como en el caso de Manuela Sáenz?
—Es la historia de nuestras vidas. Pareciera que han estado y seguimos estando necesitadas de demostrar todo el tiempo lo que podemos hacer, de lo que somos capaces de pensar, de solucionar. A veces se nos va la vida y habría que parar un poco y decir “no puedo”. Parece que eso no se nos está permitido y no podemos salir de esa trampa mortal, que es “yo todo lo puedo y todo lo voy a hacer”. Soy mujer, soy madre, soy profesional, soy pareja… y no sé si se puede todo.
—Simón Bolívar, el Libertador de América, muy comprometido con su lucha y con su amor pero siempre huye y siempre tiene otra batalla, que está en otro territorio, ¿los hombres siempre huyen?
—Este hombre huía porque tenía una actividad que era llevar adelante la guerra. Pero cada vez que huía encontraba una señora con la que deleitarse. Eso no le faltó nunca. Al final parecía que huía de Manuela porque estaba aterrado porque ella era mucha mujer. Los hombres que escapan a esas mujeres no pueden con semejante mujer. Confío en que algo habrán aprendido con el tiempo y que se vive una vida intensa, honda, con interlocutoras de la talla de ellos mismos. El hombre que huye es el que no está a la altura.
-En el libro participamos del escenario en que los pueblos de América deciden el camino de la libertad pero también el de las conspiraciones, de los secretos, ¿qué ecos de ese mundo tenemos en la actualidad?
-Nosotros somos eso, venimos de ahí, es el origen de todo. Me parece que sí, que la Historia de América está signada por un recorrido de conspiraciones, traiciones e intrigas. Y claro, de otro modo, con otros ingredientes, con otros tiempos como el de la urgencia y del “no puedo más”. Somos las hilachas que quedaron de una pandemia, es diferente el tiempo. Es un sinsentido censurar esos orígenes o los pongo debajo de la alfombra porque eso te come desde los pies para arriba. Somos eso.
—Si hablamos de identidad y tomamos a Manuela Sáenz como modelo hay un fuego, una pasión irrefrenable, también de otras mujeres, ¿cuál crees que es ese ADN latinoamericano que tenemos las mujeres?
—Apasionado, arrojado, imprudente, irracional, fascinante. Podría englobarlo en el gen del XIX en general, porque también había otras mujeres, que estaban contentas y felices en su casa, ocupándose de su hogar, de su marido, de sus niños. También estaban las otras, algunas ávidas por asomar la cara al precipicio y jugársela entera sin medir consecuencias. Las consecuencias no importan, era la lucha.
—¿Alguna vez te sentiste bastarda?
—Me hago preguntas todo el tiempo. Por supuesto sé de quién soy hija pero me gusta sentirme bastarda. Me gusta probar, experimentar, cuestionarme. Soy una gran voyeur. Por supuesto que la bastardía en el siglo XIX era un estigma difícil de remover y era algo que denostaba. A veces me gusta sentirme hija de nadie, hija mía.
Quién es Florencia Canale
♦ Nació en Mar del Plata, Argentina y estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires.
♦Es periodista y trabajó en diversos medios como Noticias, Living, Gente, Siete Días, Veintitrés e Infobae, entre otros.
♦ Pasión y traición, su primera novela, es un bestseller que lleva publicadas más de diez ediciones. También es autora de Amores prohibidos, Salvaje. Urquiza y sus mujeres, Lujuria y poder, La hora del destierro, Sangre y deseo, La vengadora, La libertina y Pecadora.
♦ Se ha convertido en una referente ineludible dentro del género de la novela histórica no solo en la Argentina, sino también en el resto de Iberoamérica.
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