Publicados en simultáneo por tres editoriales distintas, existen casi dos docenas de libros de Byung-Chul Han (Seúl, 1959) en español. A esto podrían añadirse, también, sus artículos de opinión, con apariciones periódicas en varios de los medios más importantes de Iberoamérica. Pero, por ahora, quedémonos nada más que con los libros. El ritmo de publicación es tan intenso que únicamente en 2022 llegaron a las librerías argentinas tres nuevos títulos: El corazón de Heidegger, que es una reelaboración de la tesis doctoral de Han sobre el concepto de “estado de ánimo” en la obra de Martin Heidegger, publicada en alemán en 1996; Infocracia, que publicado en 2021 en Alemania trata acerca de la comunicación digital y sus efectos sobre la democracia, y ahora Capitalismo y pulsión de muerte, una compilación de artículos y entrevistas editada en su idioma original en 2019.
Sin duda, la oferta sostenida de tantas novedades está ligada al estatus de “best seller internacional de la filosofía”, una reputación siempre ambigua que comenzó a construirse de una manera más discreta hace una década, a partir del éxito de ensayos tan breves e impactantes como La sociedad del cansancio, La agonía del Eros o Psicopolítica.
Capaz de despertar entre un público muy amplio de curiosos preguntas sensibles sobre lo que las pantallas digitales hacen con nuestras vidas, Han se convirtió así en otro eslabón de ese diverso grupo de pensadores que, como el esloveno Slavoj Žižek, el alemán Peter Sloterdijk, el español Paul B. Preciado, el israelí Yuval Noah Harari, la estadounidense Judith Butler o el canadiense Jordan Peterson, entre otros, hoy se disputan con mayores o menores altibajos comerciales, méritos intelectuales y áreas de especialización el podio del “filósofo más leído del mundo”.
El pensamiento de Han, sin embargo, arrastra particularidades que sus críticos señalan con insistencia cada vez que aparece uno de sus libros. En primer lugar, ¿no es contradictorio que un filósofo que critica la “autoexplotación” como esencia de “la lógica de la eficacia del neoliberalismo” produzca novedades sin pausa? Y en segundo lugar, aun si dejamos de lado la “autoexplotación” intelectual de Han y el oportunismo de sus editores, ¿acaso las ideas sobre cómo “la autoexplotación sin escrúpulos provoca un colapso mental”, “las energías libidinosas se invierten sobre todo en el yo” y “el imperativo de autenticidad nos satura hasta enfermarnos” no se repiten, libro tras libro, de un modo casi idéntico? A fin de cuentas, ¿necesitamos todavía la filosofía de Byung-Chul Han?
¿Para qué decir siempre lo mismo de lo mismo?
Martin Heidegger, en quien Han encontraría al llegar a Alemania en 1981 las ideas rectoras para su obra, solía decir que, para entender qué es la filosofía, “hacemos bien en acordarnos, ocasionalmente, de que tal vez en nuestra marcha podemos caer alguna vez en un pozo en el que tardaremos en encontrar el fondo”. Lo importante es no resignar aquel preguntar capaz de dirigirnos hasta el fondo de un problema. Es en este sentido, recordaba Heidegger, que Sócrates acertaba al señalar que “lo más difícil es decir siempre lo mismo de lo mismo”, a diferencia de quienes se jactan de decir siempre distintas ideas sobre asuntos distintos. Pero, ¿cuáles son las ideas “siempre sobre lo mismo” de Han?
Mediante catorce artículos breves y dos entrevistas, Capitalismo y pulsión de muerte ofrece un panorama excelente de esas ideas, dispuestas a explicar por qué “la presión para producir y para crecer” desemboca en fenómenos de “autoexplotación” que disuelven los lazos comunitarios y profundizan las frustraciones individuales, por qué la “psicopolítica digital” degrada a la persona humana a “objeto cuantificable y controlable” y por qué todos estos procesos promueven angustias sociales, políticas y anímicas ancladas en que “nos figuramos que somos demasiado libres y escogemos entre demasiadas opciones”.
¿Qué nos dice sobre nuestro modo de existencia que le demandemos a la filosofía soluciones inmediatas como si se tratara de una app?
No obstante, el temario puede sintetizarse en una pregunta fundamental, que el nuevo libro presenta así: “¿Queremos seguir estando a merced de la vigilancia y de la explotación, renunciando con ello a nuestra libertad y a nuestra dignidad?”
En este punto, decir “siempre lo mismo de lo mismo” quizás revele más que una compulsión comercial. Porque, ¿y si la insistente repetición de Byung-Chul Han fuera el síntoma de nuestra propia resistencia a oír su pregunta sobre nuestra libertad y nuestra dignidad? En otras palabras, ¿estamos seguros de que “la vigilancia” y “la explotación”, tal como ocurre en las redes, no provoca una gratificación narcisista superior a cualquier deseo de emancipación?
A diferencia de los best sellers de la filosofía que trabajan con situaciones objetivas del poder político o la historia cultural, el territorio analizado por Han, arraigado en lo profundo de nuestro día a día entre las pantallas, es más problemático que lo que quisiéramos admitir. Un ejemplo: las selfies, dice Han, existen como superficies bellas y pulidas de “un yo vaciado y totalmente inseguro”, y por eso “si les damos vuelta, nos encontramos con reversos plagados de heridas que sangran”. Sin duda, eso ya lo sabemos. Pero, ¿basta saberlo para abandonar los “corazones” en Instagram, Twitter o Facebook en nombre de una autoestima más sólida?
¿Pesimismo derrotista sin perspectiva política?
Capitalismo y pulsión de muerte revela detalles poco conocidos sobre la trayectoria personal de Han. Luego de estudiar metalurgia en Corea del Sur, a los 22 años viajó a Alemania con el sueño de “reflexionar filosóficamente sobre la vida”, aunque apenas conocía el idioma. “Resultó que la mejor estrategia para adaptarme a esa vida era el amor. Yo pensaba que una mujer alemana que me amara me escucharía y me enseñaría rápidamente el alemán, para entender lo que yo pienso de ella y lo que yo siento por ella”. Años después, se nacionalizaría alemán y renunciaría a su pasaporte coreano.
Estas pinceladas autobiográficas, por supuesto, pueden leerse como anécdotas. Pero también le sirven a Han para perfilar perspectivas políticas presentes. No es una cuestión menor, ya que otra crítica en su contra es que su mirada del mundo sólo ofrece un pesimismo derrotista sin ninguna perspectiva política.
En consecuencia, el relato que Han ofrece de sí mismo lo ayuda a vincularse con la filósofa nacida en Alemania y más tarde nacionalizada estadounidense Hannah Arendt, otro nombre recurrente en su obra y cuya noción de patriotismo elude toda esencia para resolverse en una “pura cuestión de práctica”.
Han despliega así posicionamientos que lo alejan de las comodidades de la neutralidad y la abstracción. “Hoy Europa degenera a un constructo puramente económico cuando en su origen supo ser el organismo cultural en el que surgió el concepto de razón”, afirma. Y en esta línea, aunque se trate de palabras publicadas antes de la invasión a Ucrania, también sostiene que “Rusia, de la que en estos momentos Europa se afana por desmarcarse no solo económica, sino también militarmente, forma parte de Europa tanto geográfica como culturalmente”.
Frente a estas tensiones, Han rechaza a las derechas que fomentan un nacionalismo xenófobo, si bien analiza la causa política detrás de estas reacciones: la “posdemocracia”, como la llama en La sociedad paliativa, publicado en 2021.
La “posdemocracia” es una “democracia paliativa” que evade las confrontaciones de cuestiones materiales sensibles como la distribución de la riqueza o la representación política de las grandes mayorías descontentas para, en su lugar, asegurar las condiciones analgésicas necesarias para discutir temas como el acceso simbólico al bienestar, la felicidad y el optimismo. “Posdemocracia” y “psicopolítica” emplazan así una época en que el acopio forzoso de nuestros datos y nuestra exposición voluntaria en las redes “hacen posible intervenir en la psique humana e influir sobre ella sin que los afectados lo noten”. Desde ya, insiste Han en Capitalismo y pulsión de muerte, “nadie sale a la calle a protestar contra eso. No habrá protestas masivas contra Google o Facebook”.
¿Filosofía liviana contra la tecnología digital?
Aun si el adversario filosófico y político de Han es tan concreto y poderoso como Silicon Valley, entre cuyas redes deambulan a cada instante en forma de entrevistas, charlas o memes muchos de sus más reconocidos colegas, y aun si la insistencia con la que sus libros repiten “siempre lo mismo de lo mismo” es la contracara de aquellos narcisistas digitalizados tan angustiados como sordos ante cualquier llamado a cuestionarse a sí mismos, todavía resta otra crítica en su contra. ¿Acaso un pensamiento que apunta a la “sociedad digital de control” y el “desvelamiento digital del alma” no debería ser menos simplista?
Lo cierto es que doctorado en Alemania con una tesis acerca de Martin Heidegger y docente en academias en Basilea, Karlsruhe y Berlín, Han no es un improvisado en cuestiones filosóficas de gran calado. En el peor caso, sí es un divulgador atento a las inquietudes más convocantes entre quienes, aunque contamos con los medios de expresión instantáneos para exhibirlo todo y entregarnos al “imperativo de autenticidad”, también percibimos que “se priva al dolor de toda posibilidad de expresión”. ¿La simplicidad del estilo de Han debe confundirse entonces con la simpleza en el rigor intelectual?
Han sostiene en Capitalismo y pulsión de muerte que la filosofía es “el intento de proyectar una forma de vida totalmente distinta, de probar otros proyectos vitales, aunque sea, mentalmente”. A primera vista, esto puede resultar demasiado cómodo para el filósofo e insatisfactorio para sus lectores. Pero Han no es inocente: al evitar una reflexión que ofrezca respuestas directas, a su manera señala el mismo camino trazado por Heidegger, para quien todo pensar que resigne su auténtico preguntar en favor del afán de brindar respuestas prácticas se reduce a lo empresarial y lo calculable. ¿Y no sería esa una auténtica “filosofía liviana”? En ese caso, la pregunta es: ¿qué nos dice sobre nuestro modo de existencia que le demandemos a la filosofía soluciones inmediatas como si se tratara de una app?
Como prueba de que Han no piensa apenas ideas “livianas” sobre la tecnología, su nuevo libro vuelve al jurista y filósofo alemán Carl Schmitt para recordar que, sobre el final de su vida, “el especialista en Derecho Estatal dijo que es soberano quien decide sobre las ondas del espacio y ya no sobre el estado de excepción”. En términos filosóficos, la frase apunta a identificar mediante qué elementos técnicos (antes que jurídicos) el poder reafirma la unidad política de su soberanía al controlar su influencia sobre amigos y enemigos. Y a la luz de fenómenos digitales como el Big Data, Han apunta que “la tesis de la soberanía debería revisarse de nuevo, ya que hoy es soberano quien decide sobre los datos en la red”.
En línea con las consecuencias geopolíticas y filosóficas de estas ideas, al elaborar su concepto de “cosmotécnica”, el filósofo de origen chino Yuk Hui alude a lo mismo al recordar lo que el presidente ruso Vladímir Putin dijo en septiembre de 2017: “Quien domine la inteligencia artificial dominará al mundo”.
“Capitalismo y pulsión de muerte” (Fragmento)
Hipercapitalismo y customer lifetime value
Como customer lifetime value o «valor del tiempo de vida del cliente» se designa el valor que una persona representa para una empresa al cabo de toda su vida como cliente. Este concepto se basa en la intención de transformar toda la persona humana, su vida entera, en valores puramente comerciales. El hipercapitalismo actual disuelve por completo la existencia humana en una red de relaciones comerciales. Ya no queda ningún ámbito vital que se sustraiga al aprovechamiento comercial.
Justamente la progresiva digitalización de la sociedad facilita, amplía y acelera en una medida considerable la explotación comercial de la vida humana. Somete a una explotación económica ámbitos vitales a los que hasta ahora el comercio no tenía acceso. Por eso hoy es necesario crear nuevos ámbitos vitales, e incluso desarrollar nuevas formas de vida que se opongan a la explotación comercial total de la vida humana.
El establecimiento insignia de Apple en Nueva York representa en todos los sentidos un templo del hipercapitalismo. Es un cubo hecho solo de cristal. Su interior está vacío. Por tanto no representa nada más que su propia transparencia. La auténtica tienda está situada en el sótano. La transparencia asume aquí una figura material.
La tienda transparente de Apple es el opuesto arquitectónico a la Kaaba en la Meca, con su envoltura negra. Kaaba significa literalmente «cubo». El edificio negro carece de toda transparencia. El cubo está también vacío y representa un orden teológico opuesto al orden hipercapitalista.
El establecimiento de Apple y la Kaaba representan dos formas de dominación. El cubo transparente se presenta como libertad y simboliza una comunicación ilimitada, pero esta misma transparencia es una forma de dominación que hoy asume la figura de un totalitarismo digital. Anuncia un nuevo gobierno: el gobierno del hipercapitalismo. Simboliza la comunicación total actual, que cada vez coincide más con la vigilancia total y la explotación total.
Quién es Byung-Chul Han
♦ Nació en Corea del Sur en 1959
♦ Es filósofo y ensayista
♦ Es profesor en la Universidad de las Artes de Berlín.
♦ Estudió Metalurgia en la Universidad de Corea: dejó la carrera cuando provocó una explosión en su casa.
♦ A los 26 años se fue a Alemania: no sabía el idioma ni había leído nada de Filosofía.
♦ Se anotó en la Universidad de Friburgo, donde estudió Filosofía.
♦ También siguió Literatura alemana y Teología en la Universidad de Múnich.
♦ Entre otros, es autor de La sociedad de la transparencia, La salvación de lo bello, Ausencia, La sociedad del cansancio y Sobre el poder.