Hoy en día, cuando hablamos de “teléfono” rara vez nos referimos a ese vetusto artefacto cuyo único objetivo es realizar y recibir llamadas. Con la llegada del teléfono celular o móvil (que gracias a su dinamismo le impuso la categoría de “fijo” a su predecesor) y su cualidad multiuso, lejos quedaron los largos y enrulados cables, el discado y la campanilla. Pero, ¿murió el teléfono como se lo conocía antes del siglo XXI?
En su nuevo libro de ensayos, ¿Hola? Un réquiem para el télefono, el escritor y docente universitario argentino Martín Kohan analiza los cambios que surgieron en los distintos modos de hablar, escuchar y vincularse con la irrupción de este dispositivo, así como la forma en la que penetró en la literatura, el cine y la cultura popular.
Editado por Godot, el libro toma tanto su nombre como su punto de partida de la frase más utilizada por los argentinos para responder el teléfono: “¿Hola?”. Para Kohan, que esta sea una interrogación más que una afirmación no es una mera casualidad: “Como si un resto de asombro ante el hecho mismo de que el teléfono exista no pudiese sino aflorar ante cada llamado y ante cada respuesta, como si cada conversación telefónica no pudiese sino verse antecedida por una especie de homenaje implícito ante el prodigio, nunca asimilado del todo, de poder hablar con otro aunque el otro no esté ahí.
Aunque ¿Hola? Un réquiem para el teléfono comienza con citas a filósofos e intelectuales como Walter Banjamin, Jacques Derrida, Georg Simmel o Roman Jakobson, Kohan no tarda en mencionar la influencia del teléfono en hitos de la cultura como Manuel Puig o Charly García, así como en personajes cada vez más alejados de la academia, como Susana Giménez o el humorista Tangalanga.
Al borde de la extinción (o de terminar de transformarse en algo que en nada se asemeja a su forma primigenia), el teléfono fijo hoy es casi un fósil que, a pesar de estar todavía entre nosotros, tiene más para decir de lo que fue que de aquello que será. Pero, mientras haya pensadores como Martín Kohan que los defiendan (y los sigan atendiendo), los teléfonos seguirán sonando.
Así empieza “¿Hola? Un réquiem para el teléfono”
1. ¿HOLA?
Entre las tantas formas de atender el teléfono (“Hable”, “Bueno”, “Diga”, “Mande”, etc.), la más frecuente, y acaso la más persistente, ha sido y sigue siendo “¿Hola?”. No “Hola”, sino “¿Hola?”; es decir, no un saludo, sino una pregunta. Se trata claramente de la función fática que definió Roman Jakobson, esa en la que el lenguaje se utiliza para verificar que el canal de la comunicación esté en efecto funcionando. De hecho, si se produce una interferencia en la línea o se teme que la comunicación pueda haberse cortado, esa fórmula reaparece: “¿Hola? ¿Hola?”, y no se trata de saludarse.
El dato es que las conversaciones telefónicas empiezan ritualmente así, diciendo “¿Hola?”, deteniéndose antes que nada en el propio canal de la comunicación, constatando una y otra vez, y antes de empezar la conversación propiamente dicha, que el canal efectivamente está y que anda perfectamente bien. Como si un resto de asombro ante el hecho mismo de que el teléfono exista no pudiese sino aflorar ante cada llamado y ante cada respuesta, como si cada conversación telefónica no pudiese sino verse antecedida por una especie de homenaje implícito ante el prodigio, nunca asimilado del todo, de poder hablar con otro aunque el otro no esté ahí.
2. EL NOMBRE
Lo que perdura en lo esencial es la palabra. Porque si bien a veces se lo llama “celular” y a veces se lo llama “móvil”, lo más normal entre nosotros es que se lo siga llamando “teléfono”. Teléfono: ese invento colosal que patentó Graham Bell habilitó para la humanidad la posibilidad de una conversación sincrónica en ausencia (no solamente a distancia, sino también en ausencia). Hablar con otro (con otro, y no solamente a otro), aunque no esté, haciéndolo estar en cierta forma.
Ahora bien, al teléfono ya casi nadie le sigue dando ese uso. Adquirió otros usos, diversos y distintos: máquina de fotos, filmadora, grabadora, agenda, navegador de internet, radio portátil, equipo de música, televisor, reloj. Ya no exactamente un teléfono. Pero se lo sigue llamando teléfono.
Como instrumento de comunicación, se lo emplea mayormente para enviar o intercambiar mensajes escritos (a la manera del viejo telégrafo), para dejar mensajes grabados (a la manera de los viejos contestadores automáticos) o para hablarse alternadamente a través de mensajes de voz (a la manera de los viejos walkie-talkies y su “cambio y fuera”). Pero no para hablar sincrónicamente con otro (con otro y no a otro, en sincronía y no diferidamente); es decir, en resumen, no para hablar por teléfono.
Y, sin embargo, se lo sigue llamando teléfono.
O quizás precisamente por eso, porque ya casi nadie usa el teléfono como teléfono, es que se lo sigue llamando así. Para retener al menos el nombre. Para compensar de alguna manera, manteniendo pese a todo el nombre, el hecho inexorable de su evidente declinación; para que cierto empeño nominalista sirva de consuelo o de contrapeso a la tendencia por demás notoria, y acaso irreversible, a la desaparición del teléfono, cuanto menos a su puesta en crisis.
3. SUJETOS Y TECNOLOGÍAS
¿En qué sentido? En el sentido que trazó Walter Benjamin, a propósito de la noción de “aura”, por ejemplo, en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, o a propósito del “arte de contar historias”, en “El narrador”: detenerse a pensar aquello que está, no perdido, sino perdiéndose; en declinación o en crisis; “en trance de desaparecer”.
Y también en el sentido en que el propio Benjamin examinó la manera en que una nueva tecnología (desde la iluminación a gas en las calles hasta la proyección de películas en el cine, pasando por los bombardeos aéreos en el frente de guerra) fundaba un nuevo tipo de percepción y, con eso, un nuevo sujeto; constituía un nuevo sujeto y, con eso, un nuevo espectro de relaciones sociales. En la línea en que Georg Simmel había advertido que, con la invención del tranvía, por primera vez en la historia humana ocurría que dos personas que no iban a hablarse se miraban largamente cara a cara. Un nuevo medio de transporte habilitaba, de por sí, un nuevo sujeto y una nueva mirada, una forma inédita de vincularse con los otros.
¿Y qué otra cosa supuso ese invento genial que Bell patentó en 1876, sino una nueva manera de hablar y de escuchar y, por ende, otro sujeto de enunciación y otro sujeto de recepción, otro régimen de discurso posible, un tipo de conversación que hasta entonces no existía? Pero es eso precisamente, el hábito de la conversación telefónica, lo que parece haber entrado en declive, acaso en trance de desaparecer.
4. HABLAR POR TELÉFONO
Estoy pensando principalmente en el viejo teléfono de línea, el del discado y la campanilla, el que había en una casa; ese que el teléfono móvil reveló como teléfono fijo (porque antes la oposición se establecía entre particular y laboral), ese que entendimos en su carácter de interpelación indefinida o incierta a partir de la existencia del teléfono celular o personal.
Hablar por teléfono: una combinación singular y acaso irrepetible de presencia y ausencia (el otro no está ahí, pero está ahí); de lejanía y cercanía (lejanía: la del “tele”; cercanía: la máxima cercanía del que nos habla directamente al oído, más cerca incluso por ende que en la conversación presencial); de intimidad y de ajenidad (intimidad: estamos solos; ajenidad: hablamos con otro); de afuera y de adentro (hablamos adentro: de nuestra casa, o incluso más: de nuestro cuarto; o incluso más: de nuestra cama; pero con un afuera, el afuera del mundo, que está adentro en cierta forma).
5. PERO NO ES LO MISMO
Presencia-ausencia, adentro-afuera, lejanía-cercanía: la intimidad se exterioriza, se habla a solas hablando con otro (que está y que no está).
Algo de eso hay en los confesionarios de las iglesias.
Algo de eso hay en el diván de los consultorios en el psicoanálisis.
Algo de eso hay. Pero no es lo mismo.
6. NANCY
Dice Jean-Luc Nancy de la voz, entendida como presencia sonora: “Presencia de presencia, más que pura presencia”.
Y remarca que decir es mostrar, es indicar, “como si lo sonoro fuera una intensificación del ver, una puesta en tensión de la presencia”.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando, teléfono mediante, esa presencia, sin dejar de ser presencia (porque la voz sigue de hecho ahí), resulta al mismo tiempo una ausencia (porque el que habla no está)? ¿Y qué pasa con la intensificación del ver que sería propia de lo sonoro cuando, teléfono mediante, se combina con un no ver: escuchar al que habla, pero sin verlo?
Agrega en este sentido Nancy: “Mientras que el sujeto de la mirada ya está siempre dado, postulado en sí en su punto de vista, el sujeto de la escucha siempre está aún por venir, espaciado, atravesado y convocado por sí mismo”.
Lo que haría el teléfono, entonces, es retraer al sujeto de la mirada, el que está siempre dado, para dejar en primer plano a ese otro sujeto, el de la escucha, el que está siempre espaciado, aún por venir. ¿No sería precisamente esa la experiencia de la conversación telefónica: una experiencia de lo espaciado con un sujeto que, estando ahí, está siempre por venir? Ese algo de inminencia, de un no del todo que es más que un todo, tan propio del hablar por teléfono.
7. DOLAR (I)
“Toda nuestra vida social está mediada por la voz”, dice Mladen Dolar. Y de inmediato: “Somos seres sociales por la voz”. Y a continuación: “Las voces constituyen la textura misma de lo social, así como el núcleo íntimo de la subjetividad”. Y más adelante: “No hay voz sin el otro”.
Claro que a la vez, cuando es voz en el teléfono, entrelaza y superpone de manera única esa textura misma de lo social con ese núcleo íntimo de la subjetividad. Ese algo tan de uno mismo que es la voz (por eso, dice Mladen Dolar, siempre hay algo siniestro al escucharse a sí mismo en una grabación), afirmado al mismo tiempo en una indispensable relación con el otro.
De nuevo en un juego de presencia/ausencia.
Porque Dolar se aparta en esto de Derrida y la “metafísica de la presencia” atribuida al fonocentrismo, para acercarse a Jacques Lacan en la idea de que la voz es testimonio de presencia y a la vez de ausencia, intersección de la presencia y la ausencia, “sucedáneo de una presencia imposible”.
El teléfono, en este sentido, haría lo mismo que la voz. Lo mismo que la voz, pero con la voz.
8. DOLAR (II)
La voz, dice Mladen Dolar, es efímera y es incorpórea. Pero presenta por eso mismo al cuerpo en su quintaesencia. Porque hay una “hiancia insalvable” que “separa para siempre al cuerpo humano de ‘su’ voz”. Y así la voz va a llegar a ser lo que une los cuerpos y los lenguajes (sin ser del todo ni lenguaje ni cuerpo). La voz se ubica en un entre, o la voz es ese entre: entre los cuerpos y el lenguaje.
Pero todo esto va necesariamente a acentuarse si se habla por teléfono; esa hiancia va a acentuarse, porque se trata de la voz sin el cuerpo. La voz que, en el teléfono, queda doblemente separada del cuerpo (separada porque siempre lo está, separada porque es transmitida sin él) revela por lo tanto su quintaesencia también por partida doble: emanada de un cuerpo remoto, lo hace estar y no estar a la vez.
9. DOLAR (III)
Siempre hay algo de ventriloquía suscitada por la voz, siempre hay un desfasaje con el cuerpo. Pero lo hay tanto más cuando se trata de una voz acusmática: de la voz cuya fuente de emisión no se ve. Mladen Dolar se detiene a examinar esos casos mayúsculos. Mayúsculos porque esa forma específica, la de la voz acusmática, es la que asumen las divinidades (así fue como Yahvé se manifestó a Moisés en el monte Sinaí).
Mayúsculos porque la separación total de la voz y el cuerpo (no el entre, sino la separación total) comprende ni más ni menos que las voces de los muertos. Dolar va a señalar también un efecto de fantasmización (empleado frecuentemente en el cine), que se activa al quitarle la imagen al sonido o al quitarle el sonido a la imagen: “Entonces la mitad eliminada adquiere la dimensión de fantasma”.
Dioses, muertos, fantasmas. Pero la voz acusmática va a encontrar también una ocasión más prosaica y cotidiana en los medios de comunicación, como la radio y el teléfono. Esa acusmatización en cierto modo se banaliza, según Dolar, porque es el propio aparato lo que termina ocupando el lugar de la fuente. Podrían ser esos momentos singulares comúnmente asociados con discusiones y enojos, en los que alguien aparta el tubo del teléfono para mirarlo mientras habla. Ya no habla por teléfono, sino con el teléfono. El aparato ocupa en efecto el lugar de la fuente y así de pronto se le habla al teléfono. El tubo deja de ser el tubo y pasa a ser el interlocutor.
Quién es Martín Kohan
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1967.
♦ Es escritor y docente universitario.
♦ Recibió el premio Herralde de Novela por su novela Ciencias morales, la cual fue llevada al cine tres años más tarde en el filme La mirada invisible.
♦ Escribió libros como Confesión, Fuera de lugar, Bahía Blanca y Los cautivos, entre otros.
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