Arturo Pérez-Reverte: “Pocos revolucionarios siguen siéndolo cuando alcanzan el poder”

El escritor español presentó su nueva novela, “Revolución”, en la que intenta dar una imagen más “menos festiva y más real” del proceso revolucionario mexicano de comienzos del siglo XX encabezado por Pancho Villa y Emiliano Zapata. “Esa cosa romántica del tiro al aire, las canciones, el folclor y la alegría no es verdad”, aseguró.

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El escritor español Arturo Pérez-Reverte presentó en México su nueva novela, "Revolución", en la que intenta dar una imagen "menos festiva y más real" de la Revolución Mexicana.

México ha vendido de forma inexacta su revolución”, aseguró el célebre escritor español Arturo Pérez-Reverte en la presentación mexicana de su nuevo libro, Revolución. “En esta novela quería rescatar la revolución real y dejar de lado la romántica, la bonita que parece más un musical”, dijo en conversación con con el novelista Élmer Mendoza.

El autor de Sidi y Línea de fuego aseguró el pasado miércoles 26 de octubre que México ha vendido mal su revolución y su nueva novela, editada por Alfaguara, es un intento por dar una imagen menos festiva y más real de lo que fue el gran suceso de inicios del siglo XX.

“Esa cosa romántica del tiro al aire, las canciones, el folclor y la alegría no es verdad, la imagen de las soldaderas es falsa también. En la película La soldadera (1966), con la mexicana Silvia Pinal, ellas son como bestias de carga, con sus hijos, peleando por comida y maltratadas por el hombre borracho. Esa fue la verdadera soldadera”, opinó.

Ante unos 200 lectores, Pérez-Reverte habló sobre el proceso creativo de la novela y se refirió a su idea de apegarse a la verdad al narrar sucesos de la Revolución Mexicana (1910-1917).

“Quería escribir una novela de iniciación; el aprendizaje de un joven que a través de la violencia y la observación ecuánime de esta alcanza la madurez, y me di cuenta de que la Revolución Mexicana era un buen lugar para que esa historia se desarrollara”, indicó.

Revolución recrea desde la ficción los acontecimientos que estremecieron a México en el primer tercio del siglo XX, con una mirada desde el asombro más que desde el discurso político.

Pérez Reverte, con más de 30 novelas escritas, defendió el derecho de que el escritor juegue mientras escriba y regrese de esa manera al niño que fue. “Cuando éramos pequeños, veíamos una película y jugábamos a ser eso. Veíamos Moby Dick y queríamos ser arponeros, una del oeste y ser pistoleros. Esa capacidad de jugar el ser humano la va perdiendo, pero el escritor conserva ese instinto de juego”, explicó.

Según el autor, escribir una novela es disfrazarse de revolucionario, de vaquero, de espadachín, astronauta, marino o lo que sea, y consideró importante que el escritor sea siempre capaz de escribir como si jugara e invite al lector a jugar con él. “Cuando el escritor pierde la capacidad de jugar, esta muerto”, observó.

¿Escribir es un juego? Pérez-Reverte aseguró que "cuando un escritor pierde la capacidad de jugar, está muerto".
¿Escribir es un juego? Pérez-Reverte aseguró que "cuando un escritor pierde la capacidad de jugar, está muerto".

Elmer Mendoza mencionó una frase del libro que le llamó la atención: “Pocos revolucionarios siguen siéndolo cuando alcanzan el poder” y le dio tema a Pérez Reverte a abundar sobre esa idea.

El novelista español recordó que en 1979 cruzó la Plaza de Managua con los sandinistas y entró en el búnker de Somoza y lamentó en lo que se convirtió aquella rebelión romántica.

“Todo eso para que ahora Daniel Ortega tenga una finca que se llama Nicaragua como Fidel Castro tuvo una finca que se llama Cuba. Con eso en la cabeza, al trabajar con Villa y Zapata, me he sentido angustiado de verdad, me he sentido muy amargo”, concluyó.

Así empieza “Revolución”

"Revolución", de Arturo Pérez-Reverte, editado por Alfaguara.
"Revolución", de Arturo Pérez-Reverte, editado por Alfaguara.

El Banco de Chihuahua

Ésta es la historia de un hombre, una revolución y un tesoro. La revolución fue la de México, en tiempos de Emiliano Zapata y Francisco Villa. El tesoro fueron quince mil monedas de oro de a veinte pesos de las denominadas maximilianos, robadas en un banco de Ciudad Juárez el 8 de mayo de 1911. El hombre se llamaba Martín Garret Ortiz, y todo empezó para él la mañana de ese mismo día, cuando oyó un disparo lejano. Pam, hizo, seguido de un eco que fue apagándose en la calle. Y después sonaron otros dos seguidos: pam, pam.

Dejó sobre la mesa el libro que estaba leyendo —La energía eléctrica en la moderna explotación minera— y se asomó al mirador apartando los visillos. Parecían tiros de fusil disparados a dos o tres manzanas de allí. A un par de cuadras, como decían los mexicanos. Al cabo de un momento sonaron otros, esta vez más cerca. Sobre los tejados de las casas bajas y chatas se levantó una columna de humo primero gris y luego negro que la ausencia de viento mantenía vertical en el azul cegador de la mañana. Ahora el tiroteo era más nutrido, tornándose un chisporrotear de estampidos: pam, crac, crac, pam, crac, pam. Así sonaba, y el eco volvía a multiplicar el ruido. Era un crepitar intenso, semejante al arder de madera seca, que parecía extenderse por todas partes.

Ya empezó, se dijo, excitado. Ya los tenemos ahí.

Era Martín Garret un joven curioso, todavía en esa edad —veinticuatro años cumplidos dos meses atrás— en la que uno cree hallarse a salvo de los imprevistos del azar y de las balas perdidas que zumban en las calles. Pero, sobre todo, se aburría en su habitación del hotel Monte Carlo esperando la reapertura de las minas Piedra Chiquita, cerradas por la inseguridad política en el norte del país. Así que la novedad pudo más que la prudencia. Se abotonó el chaleco y ajustó la corbata, cogió sombrero y chaqueta e introdujo en ésta un pequeño revólver Orbea niquelado con cinco cartuchos de calibre 38 en el tambor. Aquel peso en el bolsillo derecho inspiraba cierta seguridad. Después bajó de dos en dos peldaños las escaleras, pasó junto al asustado conserje, que asomaba apenas los bigotes tras el mostrador del vestíbulo, y salió a la calle.

Quería mirar, verlo todo con sus propios ojos ávidos. Desde que llegó de España, el joven ingeniero de minas había seguido la evolución de los acontecimientos a través de los periódicos nacionales y estadounidenses. Todos hablaban de la inminencia del conflicto, de la inestabilidad del presidente Porfirio Díaz, de cómo los descontentos se unían en torno al opositor Francisco Madero. En los últimos meses se habían sucedido tensiones políticas, hechos ominosos, incidentes que incluían cada vez más sangre. Incluso verdaderos combates.

Las partidas de bandidos, pequeños rancheros o campesinos desesperados se agrupaban ahora en brigadas con organización casi militar, bajo cabecillas que reclamaban justicia y pan para el pueblo, sumido en la miseria por hacendados arrogantes y por un gabinete presidencial ajeno a la razón. Para cualquier mexicano de las clases medias y bajas, la palabra gobierno era sinónimo de enemigo. Por eso los insurrectos querían Ciudad Juárez, principal paso fronterizo con los Estados Unidos. Se habían acercado en los días anteriores, ocupando posiciones en torno a la ciudad. Acumulando fuerzas. Ahora empezaba la verdadera lucha y quizá la revolución.

Fuente: EFE

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