Todos los jugadores sacuden las bolsas de fichas en alto y se produce un sonido mágico: con eso vamos a dar por inaugurado el XXIV Mundial de Scrabble en español. Esta vez Buenos Aires es local y estamos jugando en un hotel cerquita de Plaza de Mayo.
El último Mundial fue en 2019 en la ciudad de Panamá. Luego vino lo que ya sabemos y no nos pudimos juntar. Si bien la Asociación Argentina de Scrabble retomó su programación habitual este año, ahora lo que celebramos es competir -y también brindar- con nuestros rivales que llegaron desde 17 países del mundo.
En la modalidad clásica, que convocó 150 participantes, todos juegan contra todos. No hay distinción de categorías ni de edad: Daniela a sus 95 años hace temblar el tablero.
Se publican los pareos -quién juega contra quién-, el número de mesa y te sentás con tu hoja en blanco donde no se puede escribir nada hasta que comienza a rodar tu tiempo. Cada jugador tiene 30 minutos para toda la partida. Se anuncia por el micrófono que “comienza la ronda” y el silencio se vuelve tangible.
La bolsa de fichas se pone a la altura de la nariz y desde ahí se sacan las siete letras. Los corazones laten y las mentes empiezan a trabajar: hay que lograr hacer la mayor cantidad de puntos hasta que la bolsa se acabe.
Yo jugaba cuando era chica con mi mamá: cada vez que faltaba al colegio por alguna gripe o angina, me traía la mesita a la cama para entretenerme. Las letras eran las de de madera, cuando todavía teníamos W y K.
En mi infancia cada familia tenía su propio reglamento: algunas reglas implicaban saber el significado de la palabra, lo que llevaba a discusiones eternas por cuáles eran válidas. Más de uno se habrá levantado enojado de la mesa. Hoy todo eso está zanjado con una aplicación que es el Lexicón de Scrabble: la cosa es blanco o negro, y el reglamento es muy preciso.
Las letras son proporcionales a su uso en español y ya no son las clásicas de madera. Pero el juego es el mismo de siempre: cruzar palabras sobre el tablero y tratar de ganar.
Veinticuatro partidas
Estamos en un salón donde no se ve la luz del sol, encerrados todo el día. Me olvido de si tengo sed o sueño o dolores. Son 24 partidas que se disputan en cuatro días y el nivel de pasión por el juego es tan alto, que cuando nos queda un rato para comer o para descansar, nos dedicamos a comentar las partidas y por qué no, a hacer alguna amistosa.
Cuando se termina una ronda, salimos del salón para garantizar el silencio de los restantes jugadores -que solo se ve alterado por el susurro de las anotaciones de los números y por alguna consulta- y nos preguntamos cómo nos fue. Nada se define en este torneo hasta el último día, donde nos vamos a vestir un poco más prolijos y cenar juntos en la fiesta de premiación.
El mundo del Scrabble me dio vínculos muy profundos, infinidad de viajes compartidos y una forma de meditar porque cuando estoy jugando no puedo pensar en ninguna otra cosa.
Cada partido es diferente, cada combinación de letras es distinta y cada rival tiene su propia marca. Cada uno juega como es. A veces la vida nos despeina un poco y parar a jugar un rato se transforma en un refugio.
El último día, cuando el torneo se cierre, vamos a sacudir las fichas nuevamente para despedirnos. Yo la voy a pensar a mi mamá y le voy a seguir agradeciendo por enseñarme a amar las letras y las palabras.
Son todos muy bienvenidos en www.scrabble.org.ar
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