El pecado de unos es el deseo de otros: cómo la cultura condiciona la sexualidad

En “Tradición y deseo”, la escritora argentina Ana María Shua compila textos de distintas épocas y partes del mundo que giran en torno al tabú del sexo. Homosexualidad, adulterio, incesto, masturbación y virginidad no se interpretan de la misma manera en todas las culturas, sino que dependen del código ético de cada una.

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¿Es lo mismo la homosexualidad en la Antigua Grecia que en la actualidad de Occidente? En su libro "Tradición y deseo", la escritora argentina Ana María Shua rescata textos de distintas épocas y partes del mundo para demostrar cómo la cultura moldea la sexualidad.
¿Es lo mismo la homosexualidad en la Antigua Grecia que en la actualidad de Occidente? En su libro "Tradición y deseo", la escritora argentina Ana María Shua rescata textos de distintas épocas y partes del mundo para demostrar cómo la cultura moldea la sexualidad.

Cuando hablamos de “pecado”, al menos desde Occidente, se suele pensar en la idea que de este se tiene por la tradición judeocristiana. ¿Pero por qué se le aplican sus reglas y parámetros a religiones, culturas o sociedades que nada tienen que ver con el judaísmo ni el cristianismo? La escritora argentina Ana María Shua, autora de más de 70 libros, parece tener la respuesta.

En su libro Tradición y deseo, contenido exclusivo de Indie Libros, la autora de Todos los universos posibles compila una serie de leyendas y cuentos tradicionales de distintos lugares del mundo, que giran en torno a las conductas sexuales: el adulterio, la homosexualidad, la lujuria, el incesto, la masturbación y la virginidad.

“Aplicar el concepto de pecado cristiano a cualquier época o a cualquier pueblo es tan limitado como negar que toda cultura tiene su propio código ético y que su transgresión supone un hecho más grave que una simple falta”, escribe Shua.

Así como el adulterio es una grave falta para en gran parte de Occidente, los nupé apenas lo consideran un desliz reprochable. Mientras en Occidente recién en los últimos años la homosexualidad ha comenzado a librarse del estigma de la enfermedad o el delito, en la Antigua Grecia no sólo se aprobaba sino que hasta se estimulaba que los soldados establecieran relaciones de amor como una manera de asegurar que se defendieran mutuamente en la batalla. El tabú del incesto existe en todas las culturas, pero no se manifiesta de la misma manera.

En Tradición y deseo hay relatos de judíos, griegos, chaqueños, navajos, tribus africanas e indígenas colombianos. Gracias a esta multiplicidad de cosmovisiones y perspectivas, la autora pone en evidencia cómo la cultura se manifiesta a través de saberes populares para imponer límites o habilitar permisos al deseo y el sexo.

Así empieza “Tradición y deseo”

Ana Maria Shua
Ana Maria Shua

La invención del pecado

Existe un cierto prejuicio generalizado que acusa a las grandes religiones éticas (judaísmo, cristianismo, islamismo) de haber inventado y difundido el concepto de pecado. Según este prejuicio, estas religiones, más las formas culturales y la ideología que en ellas se basan, habrían expulsado al hombre de un supuesto paraíso en que lo mantenían las culturas primitivas, inocentes y felices.

El hecho mismo de considerarlas así, como las grandes religiones éticas, simplifica una compleja realidad, haciendo suponer, desde una mirada elemental, que la ética les pertenece por entero, que no existía antes ni existe en otras culturas, religiones o creencias.

En el afán por evitar el etnocentrismo occidental, muchos pensadores dan una vuelta de trescientos sesenta grados y se encuentran en el mismo punto del que partieron. Aplicar el concepto de pecado cristiano a cualquier época o a cualquier pueblo es tan limitado como negar que toda cultura tiene su propio código ético y que su transgresión supone un hecho más grave que una simple falta. Cuando se trata de una falta contra la voluntad divina, sean cuales fueren el dios o los dioses de los que se trate, el idioma castellano tiene una palabra para designarla: es pecado.

Ciertos textos de divulgación dados a conocer por escuelas psicoanalíticas suponen que entre los griegos no existe el concepto de pecado, o de castigo individual. Quien lea los textos originales (como lo hizo Freud) no puede tener dudas al respecto. Los dioses ofuscan a quienes desean perder, pero aun así el hombre es responsable de sus actos y debe pagar por ellos.

Ana Maria Shua escribió más de 70 libros, entre los que se encuentran "El sol y yo", "Soy paciente", "Todos los universos posibles" y "El peso de la tentación"
Ana Maria Shua escribió más de 70 libros, entre los que se encuentran "El sol y yo", "Soy paciente", "Todos los universos posibles" y "El peso de la tentación"

La hybris, la soberbia, la desmesura que hace al hombre sentirse por encima del mandato divino, es el pecado por excelencia de los griegos y el que desencadena las malas acciones. Esquilo, Sófocles, Eurípides, los grandes autores de la tragedia griega, representan una gradación en cuanto al papel de la moira, el destino fatal, en la desdicha de los hombres. Pero aun en Esquilo, el más fatalista de los autores griegos, la noción de culpa y castigo está intensamente presente. En la tragedia Agamenón dice Clitemnestra:

Destruyó a la hija que tuve de él,

a la lloradísima Ifigenia,

que debió salvarse;

Nadie más digno, pues, de sufrir en el Hades,

lleno de soberbia, muerto por la espada,

pagando las muertes que él mismo comenzó.

Y un poco más adelante responde el coro:

...quien mató, paga.

Durará lo que dure Zeus en su trono

esta ley divina: “Que sufra el que obre mal”

La noción de castigo divino existe en muchas religiones que no tienen una clara definición de premios y castigos después de la muerte, en forma de Infierno o Paraíso (como no la tienen los antiguos griegos). En ese caso, el castigo se ejerce sobre el individuo en vida y a veces sobre toda la comunidad, como veremos en muchos mitos y leyendas que aparecen en este libro. Para el judío religioso, el pecado conlleva su propio castigo individual en vida: el alejamiento de Dios.

Quizás la más estricta de las religiones de la India en relación con el respeto a la vida sea el jainismo. Para los jainas la mónada vital es un cristal sutil que, en su estado prístino, es inmaculado, incoloro, perfecto. Esa chispa de la divinidad se tiñe con el color correspondiente al carácter moral del acto realizado. Los pecados capitales (es el filósofo Heinrich Zimmer el que utiliza esta polémica traducción cultural) producen manchas oscuras.

Según la concepción jaina, el peor delito que uno puede cometer es el de matar o herir a un ser vivo: himsa, el “intento de matar”. Ahimsa, “no dañar” en el sentido de no hacer mal a ninguna criatura, incluso mineral, es la primordial regla jaina de virtud. La no violencia debe ser practicada incluso respecto del más pequeño, mudo e inconsciente de los seres.

Así, por ejemplo, el monje jaina evita, en lo posible, estrujar o tocar los átomos de los elementos. No puede dejar de respirar, pero con el fin de causar el menor daño posible, debe taparse la boca con un velo, para suavizar el choque del aire contra la garganta. No debe hacer castañetear los dedos, ni abanicar el aire, porque estos actos de perturbación hacen daño. Si un monje jaina se cae al agua, no debe ganar la costa con brazadas enérgicas y violentas sino dejarse llevar por la corriente como un leño, para no perturbar ni lastimar al agua misma.

Aun los jainas laicos deben tener cuidado para no causar inconvenientes innecesarios a sus semejantes. Caminan barriendo el suelo delante de sus pies con una escobilla suave, para no pisar ningún ser vivo. No deben beber agua después que ha oscurecido, porque podrían tragar algún insecto que hubiera caído en ella. Las exigencias extremas del jainismo aparecen representadas de diversas maneras en todas las religiones de la India.

Sin duda, a partir de la religión judía se formalizó una cierta ética de las relaciones humanas. En los Diez Mandamientos se encuentran resumidos los seiscientos trece preceptos que debe cumplir en su vida el buen judío. El aporte cristiano incluye una sistematización de virtudes y pecados en rigurosa clasificación. Según dicen los hombres sabios del pensamiento religioso judío, los Diez Mandamientos pueden resumirse en uno solo: ama a tu prójimo como a ti mismo. Ésa es la idea central que retoman el cristianismo y el islamismo.

Pero ¿quién es tu prójimo? En contradicción abierta con ese elevadísimo ideal, en la práctica cotidiana las tres grandes religiones han desmentido la idea de que el prójimo sea también el gentil, aquel que no cree en ellas: por ejemplo, el que pertenece a cualquiera de las otras. Y sin embargo sus grandes, sus mejores hombres, intentaron por muchos medios extender el concepto de prójimo a toda la humanidad.

En contra, entonces, del prejuicio que adjudica a estas religiones la invención del pecado, el conocimiento de los mitos, leyendas y cuentos populares de muy distintas culturas pertenecientes a todas las épocas (tribus primitivas o grandes civilizaciones precolombinas, pueblos de la antigüedad, esquimales, aborígenes de los mares del sur y etcétera hasta el infinito) demuestra que toda cultura desarrolla también su propia ética. Y por lo tanto su propia idea de pecado, vicio o virtud. Que esa ética sea distinta en cada caso, que tenga sus propias particularidades, sus necesidades y exigencias específicas, no significa que no adhiera a ciertos ideales básicos, profundamente humanos.

Conductas sexuales

Las muy variadas conductas sexuales de la humanidad han sido objeto de muy variados tabúes y prohibiciones de todo tipo. El adulterio, considerado un terrible pecado en la tradición judía (ver el cuento La posesión, que aparece como Homosexualidad en un cuento judío), es apenas una falta reprobable entre los nupés del África. Se lo considera de forma muy distinta si se trata de un hombre o de una mujer en nuestra cultura occidental. Y tiene otros límites en los pueblos que aceptan la poligamia o la poliandria.

Una larga historia de prohibiciones y mitos acompaña la historia de la masturbación en Occidente. El incesto es el peor de los pecados sexuales, el más rechazado por la sociedad, y sin embargo sus reglas cambian de una cultura a otra.

La homosexualidad ha sido ensalzada en la antigua Grecia, donde se aprobaba y se estimulaba que los soldados establecieran entre ellos relaciones de amor apasionado que los llevarían a defenderse mutuamente en la batalla. También en Las mil y una noches se describen conductas homosexuales sin valoración ni sanción social de ningún tipo.

En cambio en Occidente recién en los últimos años las preferencias no mayoritarias empiezan a librarse lentamente del estigma de enfermedad o desvío. Un estigma que partió de la ideología religiosa judeocristiana y tiñó durante largo tiempo el pensamiento científico.

Incluso el psicoanálisis, en sus formas más reaccionarias, consideró posible “curar” a los pacientes homosexuales. En este trabajo aparecen cuentos que tematizan la homosexualidad. Uno de ellos, la leyenda griega de Apolo y Jacinto, no la considera vicio ni pecado sino simplemente una conducta normal, quizás una virtud. Fue incluido porque me pareció interesante establecer una gradación en la consideración de esa conducta, desde el escándalo del cuento judío La posesión hasta la gozosa aceptación en la leyenda griega.

Quién es Ana María Shua

♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1951.

♦ Es una escritora con más de 70 libros publicados.

♦ Escribió los libros El sol y yo, Soy paciente, Todos los universos posibles y El peso de la tentación, entre otros.

♦ Recibió galardones como el Esteban Echeverría a la trayectoria como narradora, el Konex de Platino, el Premio Nacional de Cuento y Relato, el Premio Trayectoria de la Asociación de Artistas Premiados y el Premio Democracia, entre otros.

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