Fue su amigo y después lo odió: historia de la traición que cambió la vida de Julio César y de Roma

Entrevista al historiador italiano Andrea Frediani, autor de “La sombra de Julio César”, una novela que recorre la vida del emperador que se convirtió en dictador. El rol de sus laderos y sus tropas en el destino del imperio.

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Roma, con las huellas del imperio a flor de piel.
Roma, con las huellas del imperio a flor de piel.

La sombra de Julio César, del premiado historiador y divulgador italiano Andrea Frediani, abre Dictador, su trilogía de thrillers históricos sobre Julio César. Basada en hechos reales y tomando como fuente principal los Comentarios sobre la Guerra de las Galias, describe con gran detalle las campañas militares y estrategias políticas que César llevó a cabo entre los años 60 y 44 a.C., con especial foco en las conquistas gálicas (58 a 52 a.C.).

No se trata de una biografía, sino de un relato que va variando de perspectiva, empleando los recursos narrativos del suspenso para desarrollar, sobre todo, la relación entre César como comandante supremo de las legiones romanas y uno de sus principales lugartenientes y hombres de confianza por aquellos años, Tito Labieno, cuyos aportes resultaron fundamentales para que los romanos se impusieran en Galia.

El genio táctico de Labieno quedó demostrado a partir de 57 a.C., cuando, al comando de la IX y la X legión, derrotó a los atrébates, tomando el campamento enemigo. Desde allí envió a la X legión a la retaguardia de las filas de los nervios, otro pueblo galo, alterando el curso de una batalla que las fuerzas romanas venían perdiendo pero terminaron ganando.

El libro comienza con el inicio de su amistad con Julio César, que Frediani sitúa en el año 88 a.C., durante el primer ataque a Roma por parte de Sila, cuando ambos eran aún jóvenes para unirse a los soldados en lucha, pero en el que se encuentran participando como espectadores y se salvan la vida mutuamente. Más tarde, ya de adulto, Labieno combatió al frente de las tropas de César, aunque el vínculo dio un giro dramático cuando, al final de las guerras gálicas, decidió pasarse al bando de sus adversarios políticos.

Infobae Leamos conversó con Frediani sobre La sombra del César.

-¿Por qué escribir sobre Julio César hoy? ¿Por qué su figura se considera aún vigente?

-La figura de César es muy universal porque casi todos nosotros tenemos antecedentes romanos. Aunque nuestras historias sean diversas –yo vengo de Europa, vos venís de Sudamérica– compartimos una herencia del Imperio Romano. Julio César constituye un modelo para los dictadores, tanto los de europeos como los de América Latina. Seguramente, Videla se sentía un poco César. De todos modos, este libro respondió a un pedido del editor. Muchos autores famosos han escrito sobre Julio César, incluso César escribió dos libros sobre sí mismo. No era mi intención agregar otro más, pero soy historiador y conocía mucho del personaje. El desafío fue pensar qué podía contribuir yo, como novedad, sobre él. Mucha tinta ya corrió sobre su relación con Cleopatra, su asesinato en los Idus de Marzo, sobre la Guerra de las Galias, pero nadie había desarrollado otro tema, mucho más importante: su amistad con Tito Labieno, que luego se transformó en una rivalidad. Es una bella historia para contar, un relato sobre personajes que primero se quieren y después se odian. Así que esta es una historia universal que vale para todas las épocas, tanto para la Antigua Roma como para la Edad Moderna. Además, para un escritor tiene la ventaja de que no se sabe por qué han litigado y por lo tanto, un novelista puede dar rienda suelta a su creatividad.

-Respecto a la creatividad en la novela histórica, en el libro el punto de vista va variando.

-Es una forma de escribir en “montaje paralelo”, como si se tratara de un guión de cine. Cuando comencé a desarrollar novelas históricas, me dije que hoy vivimos en una sociedad en que la gente prefiere mirar televisión y películas. Me han dicho que las personas ya no tienen ganas, como antes, de leer libros. Por eso, entiendo que el empleo de un lenguaje cinematográfico facilita la lectura. Mi modo de escritura equivale a una cámara de filmar, con tomas siempre subjetivas, desde el punto de vista de un personaje, de manera que el lector o la lectora se identifique con la perspectiva del personaje. De esta manera, cada personaje presenta un ángulo de la historia. Entonces, si yo estoy ubicado en un punto, no sé qué sucede por detrás de mí, lo dirá por lo tanto el personaje que viene atrás. De este modo se construye el supense: cada personaje se sitúa en un espacio desde el cual tiene un panorama limitado y conoce sólo su parte. Al leer, no ves la hora de pasar las páginas para saber cómo continúa el relato, de mirarlo desde el otro punto de vista de quien se encuentra por detrás. Otros autores adoptan la asunción de una voz omnisciente, que todo lo sabe, pero de esa forma no hay thriller.

-¿Hay un auge de la novela histórica en este momento?

-Sí, por lo menos desde que salió la película Gladiador (2000), las novelas históricas van muy bien, en particular, las novelas sobre la antigüedad romana. De hecho, a mí me gustan todos los temas históricos y soy especialista en historia medieval, pero el editor me pide novelas sobre Roma. Muchas veces discutimos porque yo quiero escribir también sobre Grecia, el Medioevo, el Renacimiento y la Segunda Guerra Mundial. De todo modos, a mí la historia me gusta toda y por eso voy intercalando: el libro que sale en noviembre (N. de la R.: se publicará en Italia) habla sobre la Segunda Guerra Mundial y los nazis que se refugiaron aquí en Argentina. Se sabe que la campaña electoral de Perón fue sostenida en gran medida por los nazis con ayuda de los americanos. Escribir una novela histórica es para mí uno de los misterios más difíciles del mundo porque, a diferencia de un escritor de thrillers normales, tenemos que respetar los datos históricos. Por ejemplo, si en determinado año César estuvo en Galia y no en Roma, yo lo tengo que ubicar en Galia, incluso cuando, para darle mejor ritmo al relato, me convendría que el personaje esté en Roma. Sin embargo, tengo que respetar los hechos tal cual sucedieron.

-Y sobre la figura de César hay muchos datos.

-Sobre Julio César tenemos muchísimas noticias porque incluso él ha escrito sobre sí mismo. Al contrario, si se trata de otros personajes, por ejemplo el emperador Trajano. En su época, el imperio alcanzó su máxima extensión, desde España hasta Irak. A pesar de esto, de aquel período no sabemos casi nada porque los documentos no se han conservado, se destruyeron. Por ejemplo, durante tres años libró una de las guerras más importantes de Roma, la Guerra Dacia, contra la actual Rumania. Y a pesar de su gran relevancia, a nosotros solo nos queda un relato en relieve sobre una columna, la Columna de Trajano. Entonces debemos interpretar esas imágenes. Por lo tanto, si escribís una novela histórica sobre ese personaje, podés inventar muchas cosas, por supuesto, cosas verosímiles, que podrían haber sucedido, no cosas absurdas. Un famoso historiador francés, Jacques Le Goff, decía que, para rellenar los “huecos” de la Historia, hay que recurrir a la imaginación científica porque, para armar una narración, tampoco puedo restringirme a contar aquello que se conoce, ya que no estaría construyendo una historia, sino una crónica.

Andrea Frediani es historiador. "La sombra de Julio César" es el primer tomo de una trilogía.
Andrea Frediani es historiador. "La sombra de Julio César" es el primer tomo de una trilogía.

-Por eso los diálogos y los cambios de punto de vista, entre otros recursos.

-E incluso la psicología de los personajes. ¿Qué cosa pensaba César? ¿Y qué pensaban también sus soldados? ¿A quién amaba, a quién odiaba? ¿A qué aspiraba, qué quería conseguir? A estas preguntas debe responder una novela histórica. No debe solo contar la historia, sino indagar más allá.

-Y seguramente el historiador o historiadora que estudia los documentos vive imaginando este tipo de cuestiones.

-Cierto. Necesitás asumir la mentalidad de la época. Si hacés hacer razonar a esos personajes con nuestra mentalidad, te equivocás, cometés un anacronismo. Pero con frecuencia hay escritores que hacen pensar a los antiguos como si se tratara de nosotros. Hay un famoso escritor inglés que hace hablar a los legionarios haciéndoles decir “OK”. Es absurdo. Hay que reconstruir siempre las actitudes y la mentalidad de la época, que son muy diversas de la nuestra. Esto es importante en una novela histórica. Por ejemplo, los romanos no hacían nada sin primero consagrarse a los dioses, era una sociedad mucho menos laica que la nuestra. Recién el Ilumnismo en el siglo XVIII puso en discusión la cultura religiosa, que todavía perdura en el mundo musulmán.

-La sombra de Julio César se basa sobre todo en los Comentarios sobre la Guerra de las Galias, un texto de César, redactado, obviamente desde su propia perspectiva.

-Nosotros conocemos a César, más que nada, a través del mismo Julio César. Por ejemplo, él dice siempre que sus soldados lo amaban y estaban dispuestos a morir por él. Era verdad, pero se sabe que, al menos en una ocasión, una de sus legiones, su preferida, la X, se rebeló porque no estaba recibiendo sus pagos. Esto pasó en lo que hoy es Bologna y provocó que César decidiera llevar a cabo un castigo que consistía en crear grupos de diez y al décimo de los soldados lo hacía pasar entre sus compañeros, que formaban dos filas. Desde los flancos, lo apaleaban hasta que muriera. (En sus escritos) César no menciona ni este episodio ni las acusaciones de corrupción en su contra. Entonces, para enterarnos de lo que ha hecho de malo debemos recurrir a otros autores. La segunda parte de la trilogía cuenta la rebelión de César contra la República Romana y su decisión de cruzar el Rubicón por no querer renunciar a su cargo institucional, que le otorgaba la inmunidad porque, si se convertía en ciudadano común, lo iban a procesar.

Vercingétorix, que lideró a distintos grupos galos, se enfrenta a Julio César.
Vercingétorix, que lideró a distintos grupos galos, se enfrenta a Julio César.

-Para César, la estrategia militar viene acompañada de una estrategia polítca. En el caso de Labieno, en cambio, no se sabe bien adónde apunta políticamente.

-Eso se devela también en la segunda parte. Se ha perdido un fragmento de Comentarios de la Guerra de las Galias, que, suponemos, explicaba la decisión de Labieno de pasarse al bando de Pompeyo, el adversario político de César en aquel momento. En efecto, César escribe que sus adversarios pretendían distanciarlo de Tito Labieno. Y la historia de ambos personajes continúa en un tercer tomo que completa la trilogía, a la cual le sigue una cuatrilogía sobre César Augusto y un gran volumen que abarca toda la dinastía, desde la caída de la república hasta el nacimiento del imperio: Augusto, Tiberio, Claudio, Calígula y Nerón.

-Volviendo a César, ¿por qué decidió conquistar la Galia?

-César se lanzó a la conquista porque Galia estaba dividida en muchas tribus que no se podían poner de acuerdo. Algunas eran aliadas de los romanos, otras enemigas. César usufructuó la famosa estrategia romana: “divide et impera” (divide y reinarás). Hubo un solo enemigo que reunió casi todas la tribus gálicas, Vercingétorix, pero esto creó el problema opuesto: cuando se unen tantos soldados indisciplinados –los galos no estaban entrenados en la disciplina romana–, hay que equiparlos, armarlos y, como no estaban organizados, no se llegaban a atender sus necesidades. Esta situación generaba un fastidio tras otro. En general, cada galo combatía por su cuenta sin coordinarse con los demás. En cambio, los romanos estaban siempre en línea para el ataque.

-¿Cómo era el entrenamiento de los soldados?

-Entrenaban y marchaban todos los días por lo menos treinta kilómetros llevando un armamento de entre 35 y 40 kilos –yelmo, armadura, espada, lanzas–, al cual se agregaba un leño y construían un campamento, eran especialistas en fortificar. Cada noche excavaban una fosa, clavaban el leño, armaban una carpa y dormían ahí. A la mañana siguiente, desarmaban todo, caminaban los treinta kilómetros y volvían a armar el campamento al final del día. Eran más bajos que la estatura promedio de los hombres actuales, pero muy robustos. Yo he probado vestirme de romano, pero por el equipamiento, pesadísimo, me agoté enseguida. De igual manera se organizaban durante los ataques. Por ejemplo, en Alesia, donde César se enfrentó a Vercingétorix, circundaron la ciudad con una empalizada. Y después crearon un “terreno minado” –donde hoy pondrían minas–. En aquel entonces, armaban trampas con púas y puntas de flecha. Hay un famoso episodio mucho antes del tiempo de César, cuando los romanos estaban asediando una ciudad, muy organizados, con el terreno minado alrededor y se habían informado a su vez sobre el acopio de provisiones. El comandante bárbaro pidió entonces hablar con su par romano y le dijo que en su ciudad estaban preparados para resistir los próximos diez años y que por lo tanto el sitio era inútil. El comandante romano respondió entonces que los iban a conquistar al décimoprimer año. Al igual que César, los romanos perdieron muchas batallas, pero ganaron todas las guerras.

-Cuando la república se expande y se convierte en imperio, ¿el dominio de toda la extensión territorial requiere otro tipo de sistema de gobierno?

-En principio, partimos del concepto de que, si la república no se hubiera encontrado en crisis, no habría existido Julio César. Un personaje de estas características no puede existir en una democracia sana, que funciona. Si hubiera nacido un siglo antes, habría sido cónsul por un año, luego procónsul en el extranjero por un año más y, después, se habría jubilado como, por ejemplo, Escipión el Africano, el general romano que venció a Aníbal. Cuando finalizó sus mandatos, gran parte de Roma quería nombrarlo dictador, pero los mecanismos republicanos lograron evitarlo. En la época de Julio César, en cambio, ya hacía cincuenta años que Roma padecía guerras civiles, que habían iniciado Mario y Sila, y luego continuaron con Catilina y Lépido: era un período en que el poder lo tomaba quien tenía más dinero para pagarle a mayor cantidad de soldados. Sin César y sin Augusto, seguramente Roma hubiera sido destruida por la guerra civil y la crisis económica. La república duró más de cinco siglos, pero en aquel período había mucha corrupción. Se necesitaba alguien para establecer un equilibrio entre el partido del pueblo y el de la aristocracia, que estaban en un enfrentamiento constante. Cada cual tenía sus representantes: Mario y Julio César por el pueblo; Pompeyo y Sila, por la aristocracia. Lo que necesitaban era alguien que lograra establecer un equilibrio entre ambos partidos. Julio César indicó el camino para encontrar la solución a los problemas del imperio, aunque los romanos, en ese momento, tenían miedo de un emperador y lo terminaron asesinando.

Así lucía el imperio romano hace dos milenios.
Así lucía el imperio romano hace dos milenios.

-¿Entonces César Augusto no fue su continuador?

-Su heredero, Augusto, fue más hábil y políticamente más capaz que él. Augusto no se presentó como emperador-heredero, sino como “pacificador”; en latín se definía como “primus inter pares” (primero entre los pares). “Yo soy como ustedes –decía–, trabajo para ustedes, para que nos pongamos todos de acuerdo”. Mientras que César, al contrario, quería ser emperador y se notaba. Augusto fue políticamente más astuto e ingenioso. Pero “César” equivale a “emperador” en todas las lenguas: en alemán “kaiser”, en ruso “kzar” porque fue Julio César quien mostró el camino que lo que le permitió a Roma perdurar 1.550 años más.
Después, cuando el imperio se hizo demasiado grande, lo dividieron en dos: Imperio Romano de Occidente e Imperio Romano de Oriente. El Imperio de Occidente cayó cinco siglos después de César, pero el de Oriente se mantuvo hasta casi la llegada de Cristóbal Colón a América y funcionó como un muro de contención contra la invasión de árabes y turcos en Europa. Entonces, sin el imperio romano y sin César, Europa sería musulmana y toda América también.

“La sombra de Julio César. Dictator I” (fragmento)

Roma, 88 a.C.

Estruendo. No, no el habitual estruendo de los carros en la Suburra, de las peleas y riñas callejeras, de los vendedores que presumen de la calidad de sus mercancías. Estruendo que sabe a miedo, gritos que transmiten agitación, un ansia que impregna a los habitantes apenas despiertos del sórdido barrio a los pies del Viminal y el Esquilino.

El muchacho, saltando repentinamente de la cama, imagina de qué miedo se trata.

Es un miedo que Roma nunca ha vivido, más que en el pasado: el de un ejército en armas en marcha hacia la ciudad.

Pero sí, piensa el muchacho, quizá se sintieron así sus conciudadanos tres siglos antes, cuando los galos de Breno, vencedores en Alia, se disponían a caer sobre la Urbe. Pero esos eran bárbaros. Un enemigo natural al cual los dioses podían conceder acaso la victoria en una batalla, pero nunca en la guerra.

Pero ¿a quién concederían la victoria los dioses en una lucha entre romanos?

Quién es Andrea Frediani

♦ Nació en Roma en 1963.

♦ Se graduó en Historia Medieval y es uno de los divulgadores históricos más leídos de Italia

♦ Entre su obra se encuentran numerosos títulos como su trilogía sobre Julio César, Dictator, formada por los volúmenes La sombra de Julio César, El enemigo de Julio César y El triunfo de Julio César.

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