En cuanto apareció, la Academia Sueca no dudó en premiarla como la Mejor Novela Negra del año en 2021. Fueron casi diez de espera los que transcurrieron para que los lectores pudiera tener, al fin, una nueva entrega de la serie de libros de la fiscal Rebecka Martinsson. La expectativa estuvo cubierta, y con méritos. No se esperaría menos de quien es hoy una de las más grandes exponentes, sino la más, del llamado noir nórdico.
Con “Los pecados de nuestros padres”, título publicado en español en 2022, la autora sueca Åsa Larsson ha confirmado una vez más por qué es una de las escritoras más leídas del último tiempo y ha revalidado el hecho por el que, cada tanto, su nombre figura entre los candidatos para los grandes premios. Hace muy poco se le consideró como posible ganadora del Booker Prize y es que pese a ser una autora con cifras de best seller, su narrativa la hace estar en contacto con los autores más ilustres de estos años. Su prosa nada le envidia a los otros géneros, menos comerciales, y con esta nueva pieza no solo acapara más lectores sino también los elogios de sus pares.
En 608 páginas, que se leen como si fueran nada más 100 o 200, por la intensidad del relato, Larsson narra la historia de Lars Pohjanen, un patólogo forense a quien le quedan pocas semanas de vida y decide contactar con Rebecka Martinsson para que investigue un asesinato ocurrido sesenta años. El cadáver del padre de un famoso boxeador que desapareció en 1962 sin dejar rastro es descubierto ahora en el congelador de un alcohólico hallado muerto. Rebecka acepta involucrarse en el caso, aunque para ello oculte una conexión personal con el mismo.
Sus investigaciones la llevarán hasta el “Rey del Arándano Rojo”, el líder del crimen organizado en la región durante décadas. Un crimen organizado cuyos tentáculos siguen apoderándose lentamente de la ciudad, con una Kiruna que está siendo demolida y trasladada a unos kilómetros para dar cabida a la mina que ha estado devorando la población desde abajo y que la expone ahora a intereses dudosos, señala la contraportada del libro.
Frenética y trepidante, esta historia atrapa al lector desde la primera página, algo típico en el estilo narrativo de Larsson, quien hace uso del narrador omnisciente para acercar al lector a sus personajes, que escarba en el bajo mundo de las mafias y manipula el tiempo con tal acierto que el desenlace esperado de la serie de la fiscal termina siendo mucho más que lo anhelado.
La autora aborda otros temas en el libro, mientras poco a poco le va dando excusas al lector para quedarse entre las páginas. Las relaciones personales ocupan buena parte de la trama. Hay romance y amor fraternos, escenas eróticas y conflictos interpersonales. Enfrentamientos, encuentros y desencuentros; se habla también de la prostitución, la corrupción, la sociedad del interés y el caos que yace alrededor de las resoluciones.
Si bien no quedan dudas de la maestría de Larsson en la escritura, la impresión de algunos de sus lectores no ha sido del todo buena. Tal vez por el hecho de que se trata del cierre de un ciclo, una serie que acompañó por mucho tiempo a los seguidores de la autora sueca. Lo cierto es que, como se puede leer en Goodreads, la sensación apunta a una lectura agridulce. Que muy larga, dicen algunos, o con poca profundidad en algunas situaciones, dicen otros.
“Demasiadas tramas, contadas de la forma más extensa, monótona y aburrida posible. Interés desigual. Entretenida a ratos”, se lee en uno de los comentarios. En otro, de tono distinto, uno de los usuarios apunta: “Esta autora no me falla nunca. He terminado el libro con pena”.
A lo mejor, el cierre de las aventuras de la fiscal Martinsson ha sido un poco com el final de la serie de Game of Thrones, que intentó abarcar mucho y logró muy poco. Pero, desde luego, cada impresión es subjetiva. El hecho es que Larsson ha conseguido con este último libro lo que todo buen autor consigue, que se le lea y se le discuta. Aquí un fragmento corto para antojarles:
“A las dos y media cerró la puerta de su piso por última vez. No sintió nada en especial. Pensó lo de siempre: «No me he dejado ningún grifo abierto ni nada en el fuego», y cerró con llave. Metió los esquís y la mochila en el coche. La época del auténtico sol de medianoche no empezaría hasta tres semanas más tarde, pero las noches ya estaban inundadas de una luz pálida. En Kiruna reinaba el silencio, excepto por los ruidos de la mina, que se oían mucho más claros en mitad de la noche, cuando no había tráfico que los ahogara. El chirrido de los trenes de mena al detenerse, el golpe seco cuando los frenos se soltaban y los ferrocarriles partían cargados de ese mineral. El manto sonoro de los ventiladores de la mina. Pese a todo, la mina, que iba devorando aquella ciudad de mierda por debajo, no dejaba de ser sorprendentemente silenciosa”.
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