Ni la lógica ni la razón: el verdadero motor del mundo son las emociones

En “Homo emoticus”, el académico inglés Richard Firth-Godbehere cuenta la historia de la humanidad mediante un análisis de las emociones y sus cambios a través del tiempo. Por qué pueden ser un “motor de cambio” y un “instrumento de revolución”.

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En su libro "Homo emoticus", en inglés Richard Firth-Godbehere explica la importancia decisiva de las emociones en el curso de la historia de la humanidad.
En su libro "Homo emoticus", en inglés Richard Firth-Godbehere explica la importancia decisiva de las emociones en el curso de la historia de la humanidad.

A los seres humanos nos suelen gustar las explicaciones lógicas para todo. En general, pensamos en nosotros mismos como criaturas racionales, cualidad que (no sin cierto orgullo) nos distingue del resto de los animales. Pero muy a menudo olvidamos el factor determinante de otra de las cualidades humanas esenciales: las emociones.

En Homo emoticus, editado por Salamandra, el académico inglés Richard Firth-Godbehere traza una historia de las emociones humanas o, mejor dicho, cuenta la historia de la humanidad a través de las emociones. Para el autor, miembro de The Centre for the History of Emotions (Centro para la Historia de las Emociones), eventos claves como los orígenes de la filosofía, el nacimiento del cristianismo, la caída de Roma, la Revolución científica o los grandes conflictos bélicos del siglo XX no podrían entenderse del todo sin un análisis de las emociones que los desencadenaron.

¿De qué manera funciona esta reciente disciplina conocida como “historia de las emociones”? Explica el autor: “Hay cientos de formas de estudiar las emociones en la historia. Se pueden escribir historias materiales de determinados objetos que narren relatos emocionales, como cartas perfumadas, objetos religiosos o juguetes infantiles. Se puede examinar cómo han cambiado con el tiempo los nombres que definen las emociones y cómo ha variado el significado de los términos utilizados para describirlas”.

Traducido a 14 idiomas, Homo emoticus brinda una nueva forma de ver el mundo, en especial el pasado. Tanto las emociones como la forma de procesarlas fueron mutando a lo largo del tiempo. Y hasta hay casos en los que estas tuvieron un rol clave en períodos de cambios radicales por su capacidad de “ser un instrumento de revolución, sobre todo cuando los sentimientos reprimidos se convierten en el combustible que alimenta un cambio de régimen emocional”, dice Firth-Godbehere.

Gracias a sus variados y sólidos conocimientos en arte, psicología, neurociencia, filosofía y religión, Richard Firth-Godbehere hilvana un fascinante y ágil recorrido por la historia de la humanidad desde una perspectiva absolutamente original, un relato que explica cómo las emociones han modelado el mundo en el que vivimos con toda su complejidad, maravilla y heterogeneidad.

“Homo emoticus” (fragmento)

¿Qué es la historia de la emoción?

En este libro, pues, estoy plantando firmemente mi bandera en una disciplina en desarrollo denominada «historia de la emoción», un campo que aspira a comprender cómo las personas concebían sus sentimientos en el pasado. Algunos estudios abarcan grandes extensiones de tiempo y examinan, por ejemplo, la larga historia del miedo humano. Otros son bastante específicos y exploran los modos en que se concibieron las emociones en pequeñas áreas geográficas durante períodos concretos, como hace, por ejemplo, cierto estudio acerca de los regímenes emocionales que intervinieron en la Revolución francesa (hablaremos sobre los regímenes emocionales en breve).

La historia de la emoción es una disciplina que ha generado cientos de teorías e ideas y está teniendo un creciente impacto en nuestra forma de entender el pasado. Aun así, la mayor parte del trabajo realizado en este ámbito ha sido de tipo especializado y académico, es decir, que no es exactamente el tipo de lectura que a uno le gustaría para relajarse a la orilla del mar. He escrito este libro porque en cierto modo me he impuesto la misión de compartir el maravilloso mundo de la historia de la emoción con tantas personas como pueda, de posibilitar que la mayor cantidad posible de lectores compartan el entusiasmo y la perspectiva que suscita esta nueva forma de entender las épocas pretéritas, y de ofrecer una nueva manera de ver el mundo, especialmente su pasado.

Hay cientos de formas de estudiar las emociones en la historia. Se pueden escribir historias materiales de determinados objetos que narren relatos emocionales, como cartas perfumadas, objetos religiosos o juguetes infantiles. Se puede examinar cómo han cambiado con el tiempo los nombres que definen las emociones y cómo ha variado el significado de los términos utilizados para describirlas. Por ejemplo, la palabra asco, que etimológicamente sólo hacía referencia a la reacción física causada por un alimento de mal sabor, hoy se emplea para referirse a cualquier cosa que nos produzca repugnancia o repulsión, desde una fruta mohosa hasta un comportamiento corrupto.

A veces la historia de las emociones se parece un poco a las disciplinas de la historia intelectual o la historia de las ideas y de la ciencia en el sentido de que se esfuerza por descubrir cómo la gente concebía antaño los sentimientos y cómo entendía las emociones en el contexto de sus propias época y cultura. Hay muchas formas de abordar el tema, pero también unos pocos marcos conceptuales a los que los historiadores de la emoción volvemos una y otra vez al margen de cuál sea nuestra subdisciplina.

El primero de ellos es el que hemos mencionado antes: los «regímenes emocionales». Este término, acuñado por el historiador William Reddy, hace referencia a los comportamientos emocionales esperados que nos impone la sociedad en que vivimos. Dichos regímenes aspiran a explicar las formas de expresar las emociones que rigen en cualquier conjunto de circunstancias dado.

Por ejemplo, en general se espera que un auxiliar de vuelo que atiende a los pasajeros de primera clase sea cortés y educado con ellos más allá de lo groseros que puedan mostrarse estos últimos. Su trabajo le impone un régimen emocional que pronto se convierte en una segunda naturaleza: una educada tranquilidad y una ilimitada paciencia.

Traducido a 14 idiomas y editado por Salamandra, "Homo emoticus" distingue sentimientos de emociones, ya que los primeros son heredados y las segundas dependen del contexto cultural.
Traducido a 14 idiomas y editado por Salamandra, "Homo emoticus" distingue sentimientos de emociones, ya que los primeros son heredados y las segundas dependen del contexto cultural.

Estrechamente ligado a los regímenes emocionales está el denominado «trabajo» o «esfuerzo emocional». Este término ha ido ampliando su significado hasta llegar a designar casi cualquier cosa, desde el mero acto de ser cortés hasta el hecho de ser el miembro de la familia (por lo general una mujer) que se encarga de realizar las tareas relacionadas con las emociones, como enviar tarjetas de felicitación y mantener la casa limpia para impresionar a los vecinos cuando vienen de visita. Sin embargo, inicialmente tuvo sus raíces en el pensamiento marxista.

El término lo acuñó la socióloga Arlie Hochschild, que describió el trabajo emocional como la necesidad de «inducir o reprimir sentimientos a fin de mantener la compostura externa que suscita el estado mental apropiado en los demás». Puede que esto nos parezca similar al régimen emocional. La diferencia —en palabras de otro sociólogo, Dmitri Shalin— estriba en que el trabajo emocional es «el plus-significado emocional que el Estado [o su régimen emocional] extrae sistemáticamente de sus miembros».

Volviendo a nuestro auxiliar de vuelo, el régimen emocional es lo que hace que siga sonriendo aunque el cliente se muestre grosero, mientras que el trabajo emocional es el esfuerzo que le requiere seguir sonriendo por más que en el fondo le gustaría pegarle un grito al cliente. En otras palabras: el trabajo emocional es el esfuerzo requerido para mantenerse dentro de un determinado régimen emocional.

El trabajo emocional existe porque los regímenes emocionales son de naturaleza jerárquica, nos vienen impuestos por algún tipo de autoridad superior, con frecuencia el Estado, pero a veces también las religiones, las creencias filosóficas o los códigos morales a los que nos adherimos en virtud de nuestra educación.

Dado que el trabajo emocional puede ser física y mentalmente agotador, mantenerse fiel a un régimen emocional resulta difícil. La gente necesita acceder a lugares donde poder dar rienda suelta a sus emociones. William Reddy acuñó el término «refugios emocionales» para referirse a dichos lugares.

El bar del hotel que frecuenta el auxiliar de vuelo para desahogarse con sus colegas hablando del pasajero grosero de primera clase podría ser uno de tales refugios. Éstos pueden ser un instrumento de revolución, sobre todo cuando los sentimientos reprimidos se convierten en el combustible que alimenta un cambio de régimen emocional.

Pero la forma en que expresamos nuestras emociones no siempre nos viene impuesta desde arriba. A veces brota de la propia gente y la propia cultura. Esas pautas emocionales surgidas «desde abajo» se conocen entre los historiadores de la emoción como «comunidades emocionales», un concepto propuesto en un principio por la historiadora Barbara Rosenwein.

El término hace referencia a las corrientes de sentimiento compartido que unen a una determinada comunidad. Cualquiera que haya ido a visitar a sus suegros durante una hora en apariencia interminable sabrá a qué me refiero: sus formas de expresarse pueden ser distintas de parte a parte de aquellas a las que estamos acostumbrados.

Mi familia, por ejemplo, es bastante bulliciosa. A nosotros —y eso incluye a mi madre— nos gusta gastar bromas pesadas, contar historias absurdas, provocarnos de manera afectuosa unos a otros, y, como somos una familia mayoritariamente académica, mantener conversaciones cultas en el tono más vulgar posible. Pero ni siquiera se me pasaría por la cabeza infligir ese tipo de comportamiento a la familia de mi esposa. Ello se debe al hecho de que cada familia ha formado su propia comunidad emocional, con sus propias pautas de comportamiento y de expresión.

Uno experimenta la misma sensación cuando viaja a otros países. Aunque en realidad no hace falta ir muy lejos. Yo resido en el Reino Unido, y puedo decir que he asistido a conciertos en la ciudad inglesa de Barnsley donde el público ha permanecido impasible e inmóvil durante toda la actuación, pero una vez finalizada la música había un grupo de personas haciendo cola para saludar a los miembros de la banda, invitarles a cerveza y decirles lo geniales que les parecían.

Para Firth-Godbehere, las emociones pueden ser un "motor de cambio" e incluso un "instrumento de revolución".
Para Firth-Godbehere, las emociones pueden ser un "motor de cambio" e incluso un "instrumento de revolución".

La comunidad emocional específica de esta ciudad se rige por una especie de estoica virilidad —independientemente del sexo de cada cual— que niega el tipo de expresión apasionada que suele verse en las actuaciones musicales celebradas en otros lugares, incluso en pueblos situados a sólo unos pocos kilómetros de distancia.

La gente puede formar parte de más de una comunidad o régimen emocional. Por ejemplo, la tolerancia de nuestro auxiliar de vuelo en lo relativo al régimen emocional de su trabajo podría no hacerse extensiva a su afición al fútbol. Así, cuando se halla en las gradas rodeado de los hinchas de, pongamos, el Manchester United, ese mismo hombre que muestra una paciencia aparentemente infinita en el trabajo puede actuar de forma brutal y grosera frente a un aficionado de un equipo contrario. Mientras está viendo el partido en el estadio vive en una comunidad emocional en la que no está sujeto al régimen emocional que gobierna su conducta en el trabajo. Es libre de expresar sus emociones como dicha comunidad considere oportuno.

Esto me lleva a otro elemento central del presente volumen. A lo largo de la historia, ciertas emociones intensas han actuado como motor de cambio. En numerosas ocasiones, el deseo, la repugnancia, el amor, el miedo y ciertas veces la ira parecen apoderarse de las culturas, llevando a la gente a hacer cosas que pueden cambiarlo todo.

Aquí exploraremos cómo esas emociones —y las concepciones cambiantes que las personas tienen de ellas— han contribuido a modelar el mundo. Y de paso veremos cómo el modo en que la gente experimentaba antaño el deseo, la repugnancia, el amor, el miedo y la ira difiere del modo en que experimentamos hoy esas mismas emociones.

Lo que sigue es un extenso recorrido por las diversas maneras en que las personas han concebido sus sentimientos a través de los siglos; un recorrido que ilustrará cómo los sentimientos han cambiado el mundo de formas cuyos ecos resuenan aún hoy. En este viaje abarcaremos desde la antigua Grecia hasta la inteligencia artificial, desde la costa de Gambia hasta las islas de Japón, pasando por el poderío del Imperio otomano y el nacimiento de Estados Unidos. Incluso le echaremos un vistazo al futuro.

La historia nos muestra que las emociones son poderosas; que han forjado el mundo en la misma medida en que haya podido hacerlo cualquier tecnología, movimiento político o intelectual. Fueron ellas las que sentaron las bases de las religiones, las indagaciones filosóficas y la búsqueda del conocimiento y de la riqueza. Sin embargo, también pueden ser una fuerza oscura, capaz de destruir mundos a través de la guerra, la codicia y la desconfianza.

En cada uno de los capítulos siguientes nos centraremos en un momento y lugar concretos, pero en conjunto todos ellos hilvanan un relato que explica cómo las emociones han modelado el mundo en el que hoy vivimos con toda su complejidad, maravilla y diversidad. Espero que al llegar al final coincidas conmigo y nunca más vuelvas a concebir las emociones de la misma manera.

Quién es Richard Firth-Godbehere

♦ Nació en Sheffield, Inglaterra, en 1976.

♦ Se doctoró en la Queen Mary University of London, donde es miembro asociado de The Centre for the History of Emotions (Centro para la Historia de las Emociones).

♦ Es considerado uno de los principales especialistas mundiales en el ámbito de las emociones, su campo de investigación interdisciplinar.

♦ Los derechos de traducción de Homo emoticus se han vendido a catorce idiomas.

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