Todo el que pasa por esta librería queda maravillado, y tal vez por eso es que lleva el nombre de un mago, porque después de haber cruzado sus puertas por primera vez, el encanto es irrompible. Su dueño y fundador es Célico Gómez, un tipo igual de misterioso y enigmático al hechicero. Como los vampiros ante el espejo, de él no hay registros frente a las cámaras. No da entrevistas, no conversa activamente, no se deja ver con facilidad. Cuando lo hace es porque debe atender la librería, o despachar a algún cliente especial que le ha encomendado, previa consulta, una edición particular de algún libro, la primera o la segunda, o alguna versión de un texto clásico.
Anteojos sobre el rostro y un rizado cabello, casi cano, hacen que Célico se vea un poco como la versión colombiana del lingüista Tzvetan Todorov, con algo de Fabio Morábito, aunque sin el bigotón. Estudió literatura en la Pontificia Universidad Javeriana y tuvo su primera experiencia con la venta de libros usados en un sitio llamado El Verso, en Chapinero, junto a Eliana Jordán, con quien luego iniciaría su bellísima librería Merlín.
La librería inició labores en el año 2001, en un viejo edificio de tres pisos, a la altura de la carrera octava con calle quince, en el centro de Bogotá. Es un sitio enorme que alberga todo tipo de libros viejos, desde literatura hasta medicina y arquitectura, pasando por guías de viaje y libros para la recreación. Hay revistas, periódicos, ejemplares en idiomas de distintos países e incluso una suerte de galería en la parte trasera de la casa. Allí se ubican cuadros para la venta, carteles e ilustraciones.
El edificio es tan viejo que el mayor temor de quienes trabajan en la librería no es que les dejen de visitar sino que un día todo se venga abajo por el peso de los libros. De hecho, hay salas por las que uno camina y el suelo rechina, como si estuviese a punto de ceder.
La magia está en cada rincón de la librería Merlín, en cada estante, en cada mesa. Obvio en los libros, que yacen por todas partes, hasta apilados en el suelo con papelitos que indican el género, el país o el autor, y esperan cuidadosamente por el lector correcto.
Cuando Célico está en el primer piso de la librería, que es donde suele verse, siempre está ocupado, o bien atendiendo a las personas, o bien contestando llamadas. Algo en su cuello, sobre su pecho, sobresale, como un collar. Hay quienes dicen que se trata de una llave que lleva colgada y con la que abre un armario que tiene en la parte de atrás del despacho principal, en donde se encuentran alojados los ejemplares incunables y las primeras ediciones.
El librero predica lo que su librería predica y tal vez es por eso que el hechizo es redondo. Crujen los pies a cada paso dentro de Merlín, y pueden pasar horas y horas mientras uno mira los libros. Lo mejor de todo es que ni Célico, ni el resto de trabajadores en el sitio, ejerce algún tipo de vigilancia sobre los curiosos. El que entra, bajo su responsabilidad, se puede quedar mirando todo lo que quiera, y en eso se puede ir la vida.
Entre los libreros bogotanos, probablemente, Célico Gómez sea el menos conocido. Lo que se conoce es la librería. No tendría por qué ser distinto, pero lo cierto es que las librerías no serían lo mismo sin sus libreros. Célico es una suerte de mago, como el que le da nombre al sitio; se mantiene oculto y cada tanto lanza su conjuro, el de dejar contagiados de lectura a todos los que visitan este edificio de tres pisos.
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