Desde la emisión de su última temporada en 2015, la serie estadounidense Glee ha estado en medio de distintas controversias: denuncias dentro del elenco, sobredosis, suicidios, muertes trágicas. Pero para el actor Chris Colfer, que por seis años interpretó a Kurt Hummel, el fin de la serie significó el comienzo de un nuevo y fructífero capítulo en su vida.
Conocido ahora por su propio nombre (más que por el de su entrañable personaje), Colfer es autor de casi una veintena de libros, entre los que se encuentra la exitosa saga La tierra de las historias. Un cuento de fuego, su último trabajo traducido al español por V&R Editoras, es la tercera parte de la precuela de esta saga, seguido de Un cuento de magia y Un cuento de brujas.
En esta novela de aventura y fantasía para chicos y adolescentes, un malvado príncipe llamado Siete Gallivant toma el poder del Reino del Sur junto a un ejército de cadáveres andantes tras la muerte de su abuelo, el rey, y se autoproclama emperador del nuevo Imperio de los Justos. El déspota prohibirá terminantemente el uso de magia y castigará sin piedad a cualquier mago o simpatizante de la misma. ¿Podrán las criaturas fantásticas del ex Reino del Sur hacer algo antes de que el mundo arda?
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EL IMPERIO DE LOS JUSTOS
Había pasado casi un año desde el último amanecer del Reino del Sur. Los ciudadanos nunca olvidarían la tarde horrible cuando el Príncipe “Siete” Gallivant marchó con su Ejército de los Muertos Justos por las afueras de la ciudad y atacó Colinas Carruaje por sorpresa. Allí, el príncipe tomó el trono de su fallecido abuelo en el castillo de Champion y se autoproclamó, no el nuevo rey del Reino del Sur, sino el emperador de un nuevo Imperio de los Justos.
Desafortunadamente, ningún ciudadano del Reino del Sur podía hacer algo para detenerlo. El príncipe tenía el derecho legal de cambiar su nuevo reino heredado si así lo deseaba. Pero ni siquiera sus más fieles seguidores pudieron anticipar los horrores que tenía en mente y, pronto, comenzaron a resentir al monstruo que habían ayudado a crear.
La primera ley que promulgó disolvió al ejército del Reino del Sur y lo reemplazó con su Ejército de los Muertos. Su segunda ley despojó a los jueces de todo poder y les dio su lugar a los miembros de su devota Hermandad de los Justos. La tercera ley le garantizó erradicar la constitución del Reino del Sur y crear una nueva que se basara en los principios de la opresiva Doctrina Justa de la Hermandad.
Con las nuevas leyes, todas las escuelas e iglesias quedaron cerradas; lo único que los ciudadanos tenían permitido estudiar o adorar era al emperador mismo. Todos los mercados y tiendas fueron cerrados, ya que ahora la comida y las provisiones eran distribuidas a voluntad del emperador. Todas las criaturas hablantes (duendes, enanos, trolls, goblins y ogros) quedaron exiliadas a sus respectivos territorios y se les prohibió el ingreso al imperio. Las fronteras quedaron permanentemente cerradas y todo intento por comunicarse con el mundo exterior quedó estrictamente prohibido.
El emperador también impuso toques de queda y duras restricciones sociales. Nadie tenía permitido salir luego del anochecer hasta el amanecer, los ciudadanos necesitaban un permiso especial para viajar más allá de sus hogares y era ilegal que las personas se reunieran con cualquiera que fuera ajeno a su familia íntima. Adicionalmente, todas formas de expresión creativa, como el arte, la música y el teatro, fueron prohibidas.
La única ropa que los ciudadanos tenían permitido usar en público eran uniformes negros sobrios que el emperador repartía. Era normal que se registraran las residencias privadas en busca de dinero, joyas, armas y otros elementos de valor, y se los llevaran como “donaciones” para el Imperio.
Los soldados muertos del emperador patrullaban las calles día y noche para asegurarse de que se cumplieran las nuevas leyes y los cadáveres andantes no dudaban en dar ejemplos grotescos con la gente que los desobedecía. Por tal motivo, los ciudadanos se quedaban en sus casas para evitar problemas, todo mientras rezaban porque algo, o alguien, los liberara de esta nueva pesadilla.
Sin embargo, la modificación más severa a la constitución fue la ley sobre la magia. El Imperio impuso la pena de muerte a aquellas personas que simplemente empatizaran con la comunidad mágica. El decreto le daba al emperador el derecho absoluto de encarcelar a cualquiera que se sospechara que apoyara a sus enemigos mágicos.
En los meses que siguieron a la sucesión del emperador, el Ejército de los Muertos arrestó a cientos de “simpatizantes de la magia” y los sentenció a la horca sin pruebas ni juicio previo. Lo más extraño de todo fue que, si bien las sentencias eran rápidas, las ejecuciones quedaban en espera. El emperador nunca explicaba qué era lo que estaba esperando, pero se llegó a la conclusión de que mantenía a estas personas con vida por un plan estratégico.
En sus primeras semanas al poder, el emperador demolió la Universidad de Derecho de Colinas Carruaje frente a la plaza central y, en su lugar, construyó un coliseo inmenso. El coliseo era más alto que el resto de los edificios de la capital; tenía suficientes asientos como para albergar a miles de personas y fue construido específicamente con solo dos entradas, lo cual dificultaba mucho la entrada y la salida. El proyecto terminó justo dos semanas antes del primer aniversario del Imperio de los Justos. La noche que finalizó su construcción, el emperador les ordenó a todos los ciudadanos de Colinas Carruaje que asistieran al coliseo para presenciar las ejecuciones retrasadas de los “simpatizantes de la magia”.
La Hermandad de los Justos, vestidos de pies a cabeza con sus uniformes fantasmales de tonos plateados y armados con sus armas destellantes de roca de sangre, llevó a los ciudadanos agotados, hambrientos y rechazados al coliseo. Para cuando llegaron, el emperador ya se encontraba allí, observando todo desde su palco privado en lo más alto de la arena. Irradiaba una luz carmesí por su vestimenta hecha con roca de sangre, tanto su capa, su traje y su corona, la cual se enroscaba alrededor de su rostro como los cuernos de un carnero.
El emperador en ningún momento se dirigió a los ciudadanos que tomaban asiento en el coliseo, ya que solo tenía ojos para las afueras del coliseo. Tenía un par de binoculares presionados con fuerza sobre sus ojos con los cuales inspeccionaba cada rincón del horizonte y cada parche del cielo nocturno.
–Su Grandeza. –El Alto Comandante hizo una reverencia cuando ingresó al palco privado–. Los ciudadanos están sentados y los soldados en posición, señor.
–¿Y los arqueros? –preguntó Siete.
–Ya están ubicados alrededor de todo el coliseo y en cada techo de la capital.
–¿Y las entradas?
–Completamente vigiladas, señor –respondió el Alto Comandante–. Confío en que hemos creado la estructura más segura del mundo.
–¿Lo suficientemente segura para ella, Alto Comandante?–lo presionó Siete.
–Si encuentra una forma de entrar, no logrará salir con vida. –Siete esbozó una sonrisa bajo sus binoculares, pero no los apartó.
–Bien –dijo–. Empecemos.
El Alto Comandante vaciló por un instante.
–Señor, ¿está seguro de que vendrá? Dadas las medidas de seguridad adicionales, sería extremadamente riesgoso que…
–Confíe en mí, Alto Comandante, ¡morderá el anzuelo!–exclamó Siete–. Ahora procedan. Esperé suficiente para este momento.
Con esas palabras, el Alto Comandante volteó hacia el centro del coliseo y, a su señal, dos miembros del clan comenzaron a girar una palanca. Una reja pesada se abrió por detrás de ellos. En ese momento, más miembros del clan aparecieron por la puerta escoltando a cientos de prisioneros desde los calabozos subterráneos. Las manos y pies de los “simpatizantes de la magia” estaban sujetados con cadenas gruesas y apenas podían moverse a medida que los hombres los empujaban hacia el centro de la arena.
Si bien los ciudadanos querían gritar al ver a sus amigos y familiares encadenados, permanecieron lo más silenciosos posible. Aun así, algunos gritos escaparon de sus labios y resonaron por todo el coliseo sepulcral.
–Empiecen con la familia Evergreen –gritó Siete sobre su hombro.
Cinco hombres del clan tomaron a los cinco miembros de la familia Evergreen de la larga línea de prisioneros. El Juez Evergreen y su esposa, sus hijos Brooks y Barrie, y la esposa de Barrie, Penny, fueron arrastrados hacia los escalones de una horca de madera y ubicados en fila detrás de una única soga. Los ciudadanos estaban impresionados por lo estoicos que permanecieron los Evergreen; algunos inclusos parecían entusiasmados de estar allí. La señora Evergreen miraba la soga con una sonrisa grande algo tenebrosa, Penny estaba tan excitada que prácticamente parecía vibrar y Brooks les levantaba el pulgar a todos en el público.
–¡Cómo se atreven a tratarnos como criminales! –gritó el Juez Evergreen–. ¡Por todos los cielos, soy un Juez del Reino del Sur! ¡Dediqué toda mi vida a hacer cumplir la ley!
–No, eras un Juez –gritó Siete–. Y pronto dejarás de existir.
–¿Empezamos con el antiguo Juez, señor? –preguntó el Alto Comandante.
–No, cuelguen al menor primero –indicó Siete–. Si eso no llama la atención del Hada Madrina, nada lo hará.
Los miembros del clan empujaron a Barrie hacia adelante y ajustaron la soga con firmeza alrededor de su cuello.
–¡Ah, qué desgracia! –gritó Penny–. ¡No pu-pu-puedo creer que estoy a punto de presenciar la mu-mu-muerte de mi esposo! ¡Qué mundo cru-cru-cruel!
–No te preocupes, Jenny, ¡digo, Penny! –contestó Barrie, aunque apenas podía hablar con la cuerda sobre su garganta–. Todo esto terminará pronto.
–¡Po-po-por favor muestren piedad! –rogó su esposa.
–Supongo que, de cierto modo, colgarlo es bastante piadoso –comentó Brooks–. Es mucho más rápido que morir quemado, ahogado, crucificado o hervido. Y no es para nada tan desastroso como decapitarlo, empalarlo, arrastrarlo y descuartizarlo, aplastarlo con rocas…
–¡Pss! ¡Brooks! –susurró el Juez Evergreen–. ¡Cállate! ¡No es tu turno de hablar!
–¡Ah, lo siento! –susurró Brooks–. No me di cuenta de que lo estaba diciendo en voz alta.
–¡Bueno, yo estoy de acuerdo con mi hijo! –anunció la señora Evergreen dramáticamente, para asegurarse de que todos en el coliseo pudieran escucharla–. ¿A esto llamas una ejecución pública? ¡Asistí a fiestas mucho más amenazantes! Vamos, Emperador, ¡puede hacerlo mejor! ¡Queremos sangre! ¡Queremos suspenso! ¡Queremos terror absoluto!
La señora Evergreen le lanzó una mirada jubilosa al emperador, como si le estuviera pidiendo que se animara a ordenar una muerte más sangrienta para su hijo. El juez Evergreen tosió y su familia lo miró como si los estuvieran regañando.
–¡Oigan! ¡Sigan el guion! ¡Dejen de desviarse!
–¡No puedes esperar que una madre se quede en silencio en un momento como este! –proclamó la señora Evergreen–. Quiero lo mejor para mi hijo, ¡y eso incluye su ejecución!
El juez Evergreen, resignado, se golpeó la frente con la palma de su mano.
–Si hubiera sabido que se comportaría así, señora Evergreen, ¡nunca le hubiera pedido que fuera mi esposa! –refunfuñó–. ¡Todos cállense! ¡Déjenme hablar a mí de ahora en más!
Los ciudadanos congregados encontraban la discusión de la familia bastante peculiar. Intercambiaban miradas de confusión a lo largo de todo el coliseo; incluso los miembros de la Hermandad de los Justos se rascaban la frente. El emperador, por otro lado, no les prestaba mucha atención. Tenía otras preocupaciones.
Quién es Chris Colfer
♦ Nació en California, Estados Unidos, en 1990.
♦ Es actor, cantante, productor de cine y escritor.
♦ Es conocido por interpretar el papel de Kurt Hummel en la serie Glee.
♦ Escribió libros como la saga La tierra de las historias, Un cuento de brujas, Un cuento de magia y Un cuento de fuego.
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