¿Por qué te gusta “Gran Hermano”?, me preguntó el psicólogo cuando llevé el tema a la sesión. La vuelta del reality show en la era de la cancelación puso sobre el tapete cuestiones como la vigilancia, el control y el rol de las redes sociales. Y no sólo eso: cómo las figuras que pensó George Orwell en el libro distópico, 1984, a modo de denuncia hoy las vivimos como estandarte de vida: el Gran Hermano (ese ojo que todo lo ve, lo que Michel Foucault define como Panóptico) y la Policía del Pensamiento. No hay límites para la visibilidad ni para la condena social. Mientras escribo esto, temo ser cancelada más tarde.
El libro que dio origen al exitoso programa televisivo, con niveles de rating increíbles ante la supremacía del streaming, es una distopía de lectura ineludible. Pero también es un alegato a favor de la libertad y en contra de los totalitarismos. Sin embargo, este lunes, mientras los chats con amigos explotaban, las redes sociales ardían, nuestros ojos narcotizados veían desfilar los perfiles de los nuevos “jugadores” del reality show. Así, sin darnos cuenta (o sí) empezábamos a convertirnos en esos vigilantes a los que nada se les escapa. Volví a pensar en que mi psicólogo me preguntaba algo más: ¿Qué siento cuando soy yo la que vigila y controla los movimientos de otros? ¿Y cuando juzgo?
Tuve una sensación extraña. ¿Hay algo políticamente correcto para contestar? No lo sé o no le quiero contestar (quizá ya tengo la vigilancia internalizada). “Me divierte el programa”, le dije como primera respuesta, y confesé que disfrutaba ver cómo la intimidad se volvía espectáculo, una banalización propia de los tiempos que corren, no solo desde la pantalla de la televisión (esa que decían que había muerto) sino desde las omnipresentes redes sociales. Me dí cuenta que quiero saberlo todo: conocer ese diálogo en el que critican a una chica por ser falsa, a otro por “no jugar”, por “no tener estrategia”. Tengo sed de información y de chismes, esa base en la que se construyó la civilización y grandes factores de decisión desde hace más de 70 mil años, según cuenta Yuval Noah Harari en su libro Sapiens.
Publicado hace más de setenta años, 1984 relata la historia de un país dominado por un régimen totalitario que mantiene la vigilancia constante sobre sus ciudadanos y hasta insiste en espiar los pensamientos, con el objetivo de mantener el orden. Quienes muestran su disconformidad, son arrestados. El protagonista de la novela es el empleado del Ministerio de la Verdad, Winston Smith, cuyo trabajo es reescribir artículos para que cumplan con la ideología y la imagen que vende el Partido que gobierna. ¿No hay similitudes con la actualidad?
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En el escenario que plantea Orwell no hay posibilidad de solidaridad, rebeldía o amor, y la verdad siempre se manipula con un objetivo: satisfacer los intereses de unos pocos. 1984 propone un análisis del poder y la libertad desde una ficción. El programa, como el libro, también es una ficción. El libro que nos repitió una y otra vez “El Gran Hermano te vigila” se volvió una realidad. ¿Acaso no nos volvimos todos ese ojo que vigila y que cree capaz de juzgar en pos de una sociedad infantilizada en la hay que suprimir todo lo que nos perturba?
“No es necesaria la ciencia ficción para concebir un mecanismo de control que señale a cada instante la posición de un elemento en un lugar abierto”, decía Gilles Deleuze, uno de los filósofos franceses más influyentes en Posdata sobre las sociedades de control, uno de sus artículos más conocidos. El texto, publicado en 1990 en Argentina en el número 21 de la revista Babel, con traducción de Martín Caparrós plantea que los límites del control y la vigilancia son difusos, flexibles, haciendo de la vigilancia un fenómeno general. La “sociedad de control” es el “nuevo monstruo”, ironizó.
El reality show también se planteó como una ficción en la que la vigilancia es la principal protagonista, no solo para ver durante las 24 horas lo que sucede en “la casa más famosa del país” a través de una plataforma Pluto TV (¡cuánta culpa me da bajarla y cuántos datos privados pueden obtener!) sino también para señalar con el dedo a qué narrativas exponernos, qué está bien y qué está mal, qué deberíamos escuchar, pensar opinar y cancelar.
Frases como “Yo quería ser linda para ser aceptada y realmente operarme me cambió la vida”, “No entiendo la bisexualidad” y referencias a los mandatos a las que las mujeres respondemos desde hace siglos despertaron el horror, el repudio y la indignación que dejaron al desnudo que hay que hacerse ver y ser visto para existir, según escribe el sociólogo francés Michel Maffesoli en El instante eterno. El retorno de lo trágico en las sociedades posmodernas. No existimos sino en y por la mirada del otro, y las redes sociales se constituyeron como ese espacio de flexibilización de la vigilancia.
El punto más alto de viralización de la intimidad de “la casa más famosa” llegó a involucrar al Presidente argentino. Este jueves, cuando uno de los participantes más controversiales, Walter Santiago, “Alfa” afirmó que conocía a Alberto Fernández y que era un “coimero”. Siguió con otros nombres de la política local. Solo los que estaban viendo la transmisión en vivo de Gran Hermano y los que scrolleaban en las redes, desafiando a los preceptos de la producción y trabajo constante, habían visto el video. Pero lo más llamativo fue que la portavoz presidencial cuando dijo que iniciarán acciones legales contra el participante, a lo que Fernández agregó: “No me voy a quedar callado cuando me agredan en cosas que no tengo nada que ver”. Quizá todos estamos pendientes, al acecho de la incorrección, y, en el fondo, nos gusta vigilar y castigar.
Como somos todo ojos -y todo oídos- también vimos en vivo el enojo y las declaraciones de otro participante polémico, Holder, al haber quedado a un paso de ser eliminado. “Que suerte que no hay ninguno puto en la casa porque ahora mismo con la calentura que tengo le estaría pegando”. Qué hacer con estos discursos se vuelve parte del debate. Mostrar o no mostrar, ésa es la cuestión.
En la sesión empecé a sentirme un monstruo policíaco que debía evitar caer en la trampa de bajarme la aplicación para “vigilar” todo lo que quiera, el día que quiera. No pude lograrlo, caí, pero no se lo confesé a mi psicólogo.
El denunciante denunciado
Por si faltaban polémicas en torno a 1984, a principios de este año la Universidad de Northampton, en el Reino Unido, advirtió sobre el libro, cuyo material puede ser “ofensivo y molesto”. No sólo eso, también “explícito”, avisando a los estudiantes sobre las posibles perturbaciones al leer este clásico de literatura del siglo XX.
La polémica no tardó en estallar, alimentando el fuego sagrado de la cultura de la cancelación. “Nuestros campus universitarios se están convirtiendo rápidamente en zonas distópicas del Gran Hermano donde se practica la neolengua para disminuir el rango de pensamiento intelectual y cancelar a los hablantes que no se ajustan a él”, fueron las palabras del parlamentario conservador Andrew Bridgen en el Daily Mail. Los que también cayeron en la volteada cancelatoria fueron Samuel Beckett con Final de partida y Alan Moore con su novela gráfica V de vendetta.
Todavía no tengo ninguna respuesta definitiva a por qué me gusta Gran Hermano. Quizá debería sentir culpa o vergüenza, pero no. Me encanta la tele, ese dispositivo narrativo que muchos aman odiar, pero que a mí me gusta analizar. A mi psicólogo también le conté que conversamos con mis amigos en distintos chats y que estar todo el día pendientes de las novedades de “la casa más famosa del país” se había vuelto una forma de seguir en contacto, de reírnos, de pensar colectivamente ciertos fenómenos. No sé qué opina él. Lo que sabré es qué va a pensar la Policía del Pensamiento.
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