Hace cuarenta años Macondo recibió una llamada de Estocolmo: Gabo se había ganado el Nobel

El 21 de octubre de 1982, Gabriel García Márquez recibió, en su casa de Ciudad de México, una llamada telefónica de parte de la Academia Sueca en la que se le anunciaba que se había ganado el Premio Nobel de Literatura y Gabo tuvo que guardar el secreto

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El 21 de octubre de 1982, Gabriel García Márquez, recibió una llamada que le cambiaría la vida a él y a millones de Colombianos que, gracias a ese anuncio, sintieron (y seguimos sintiendo) que podemos lograrlo, que podemos estar para grandes cosas; una llamada que cambió la literatura Latinoamericana, y especialmente la del Caribe, para siempre.

Pocas semanas después, pudimos ver a un tal Gabo recibir de parte de la Academia Sueca, vestido todo de blanco, el Premio Nobel de Literatura, mientras contemplaba como niño fascinado el auditorio lleno de gente en el que se encontraba, gente que lo aplaudía por una obra que ni el mismo se imaginó que llegaría a concebir y mucho menos que lo llevaría a conocer una ciudad como Estocolmo.

Fue con Cien años de soledad, que se publicó en 1967, que García Márquez se hizo un escritor conocido en casi todo el mundo. Con su publicación, consiguió, por vez primera, tan solo vivir del dinero que le llegaba por las ventas de sus libros y dedicarse a disfrutar de la idea de que no tendría que hacer nada más que escribir por el resto de su vida, y lo hizo, en ocasiones, pero lo cierto es que la vida de un Nobel, lejos de ser tranquila, es muy parecida a la del músico que obtiene el Grammy o el actor que se lleva el Oscar.

“Pensaba que sería un candidato eterno, pues hace cuatro años que me despiertan con la misma noticia”, declaró ese día Gabriel García Márquez al periodista Juan Gossain, quien hizo y deshizo para dar con la voz del recién galardonado. Al no lograr que le contestaran la llamada en la casa de Gabo, llamó a Álvaro Mutis para ver si le servía de puente, pero cuando se comunicó con el autor de “Ilona llega con la lluvia”, se sorprendió no solo porque le contestaron sino porque la voz al otro lado de la línea era la del propio Gabo y le dio la declaración que andaba buscando.

Ese día de octubre, no solo García Márquez ganó, ni la literatura, ese día ganó toda Colombia, que hasta ese momento no sabía verdaderamente lo que era eso. De repente, la gloria de un escritor se pareció a esas proezas de los tiempos de la guerra cuando todo acababa después de tanto llanto y tanta muerte, o como, para ser menos dramáticos, cuando un equipo de fútbol lograba la hazaña ante el rival invencible en el patio imposible.

Es probable que aún hoy, cuarenta años después, en Colombia no se sepa bien lo que es ganar, por eso se sigue celebrando tanto este galardón, este día imposible, como el 5-0 a la Argentina, el gol de Rincón a los alemanes, o los seis goles de Rodríguez en el Mundial de Brasil. No conseguimos salir del bucle, simple y sencillamente porque no conseguimos nada que se le parezca a alguna de estas cosas. El día a día se pasa a merced de las angustias desde que en los ochenta, y puede que un poco antes, Colombia se acostumbró a la derrota continua.

Un poquito sí cambió todo aquel día de octubre, por lo menos por unas horas. “Cuando al amanecer del jueves 21 de octubre de 1982 supimos que la Academia Sueca le había concedido a Gabriel García Márquez el Premio Nobel de Literatura, el colombiano era acaso el escritor más famoso del mundo -escribe el narrador colombiano Gonzalo Mallarino Flórez-, y Cien años de soledad, la novela más poética y reveladora que se hubiera escrito jamás sobre el Caribe y América Latina”.

Mallarino Flórez recuerda que en ese entonces, el escritor de Aracataca pasó a ser “un héroe de la gente, un ídolo popular, como decir entonces el futbolista Willington Ortiz o el médico milagroso José Gregorio Hernández”. Cuando se conoció lo del premio, “fue un momento de intensa felicidad para el país. En medio de tantas luchas y dificultades, cuando ya se alzaba en nuestro horizonte el horror del narcotráfico y su violencia angustiante, Colombia le daba al mundo el Nobel de Literatura de ese año”.

El hijo mayor de Gabo, Rodrigo García Barcha, recordó en el homenaje que se le hizo al escritor hace once años, que cuando el también autor de “El coronel no tiene quién le escriba” se enteró de la noticia, no cabía en sí mismo. Tenía que contárselo a alguien, pero los suecos se lo habían prohibido. “Cuando se conoció la noticia, el teléfono se saturó y los periodistas y lectores no paraban de llegar a la casa, fue todo muy enloquecido y delirante, como si fuera una estrella de rock”, dijo.

Ese día, una de las primeras personas a las que llamó Gabo fue Rosa Helena Fergusson Gómez, su profesora de primaria en el colegio Montessori de Aracataca, quien le enseñó a leer y escribir.

Gabriel García Márquez junto a su hijo Rodrigo García Barcha.

Fue seguramente la llamada más importante que pudiera recibir escritor alguno; sin embargo, Gabo, dos años antes había escrito, en el periódico El Espectador, un par de columnas denominadas “El fantasma del premio Nobel”, en las que expresaba sus temores de recibir algún día el galardón. En el primero de esos textos, aseguraba que antes que a él, la Academia Sueca debería considerar a Jorge Luis Borges, a quien se refería como “el escritor de más altos méritos artísticos en lengua castellana”.

Gabo analizó en esta primera columna el jurado que se encargaría de entregar el premio y sostuvo que sus “decisiones secretas, solidarias e inapelables” parecían “animadas por la travesura de burlar todos los vaticinios”; además, destacó que el único de los miembros del panel que tenía un amplio conocimiento sobre los autores en castellano era el poeta Artur Lundkvist, en cuya biblioteca, aseguró Gabo, encontró excelentes textos en español, mezclados con unos que él consideraba no tan buenos.

En su segunda columna, reveló, medio en broma y medio en serio, uno de sus grandes temores: morir poco tiempo después de recibir el Nobel, como Albert Camus, quien murió dos años después de obtener premio en un accidente automovilístico. Más tarde, García Márquez le confesaría a sus amigos y familiares que el día de la llamada, hace hoy 40 años, estaba feliz, pero aterrado. Para conjurar el miedo, pocos meses después, ya en Estocolmo y a la vista de todo el mundo, decidió llevar una flor amarilla, pero esa es otra historia.

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