Federico Andahazi: ”El único proyecto exitoso en la Argentina fue la corrupción”

El escritor presenta una nueva novela, “Las huellas del mal”, en la que toma la figura de Juan Vucetich, creador de la identificación por huellas dactilares. El autor habla de una época en la que le país parecía encaminado a la prosperidad y la nostalgia por haber perdido el rumbo. Y dice que el feminismo y el peronismo no tenían nada que ver.

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Federico Andahazi. Un escritor en sintonía con la política. (Alejandra López)
Federico Andahazi. Un escritor en sintonía con la política. (Alejandra López)

Con El Anatomista, su primer libro publicado en 1997, que además resultó premiado y fue un éxito de ventas traducido a más de 30 idiomas, ya Federico Andahazi, psicoanalista de formación, devenido en escritor, trazaría las bases de una metodología de trabajo que profundizaría en sus libros siguientes. Buscar hechos reales de los que se sabe muy poco, ahondar, investigar y volverlos narrativa. En ese cruce entre la novela basada en datos históricos y la ficción, el autor lleva publicados 17 libros. Entre los que se encuentran novelas como: La ciudad de los herejes, El conquistador y La matriarca, el barón y la sierva.

Su reciente novela, Las huellas del mal -que en los primeros quince días agotó la primera edición- no es la excepción a esta lógica. Se trata de un relato histórico que recupera un crimen de 1892. El asesinato de dos niños, resuelto por el oficial Juan Vucetich mediante el método incipiente de la dactiloscopía, de la que además fue precursor. Todo esto narrado en clave de un policial en donde el Sherlock Holmes local tiene un Watson que ve en la tragedia de Eurípides una forma anticipatoria y posible de conectar los crímenes que investigan.

A su casa, ubicada en el coqueto barrio de Belgrano R se accede atravesando un garage repleto de motos antiguas porque Andahazi es un coleccionista. Es la tarde fría de una primavera todavía ausente y el autor de Las huellas del mal está vestido con una camisa celeste, jean azul y botas negras. Ofrece café y se sienta en la sala del comedor. Su perro, un bulldog francés negro, permanece atento. La biblioteca enorme, el sillón, la mesa y las sillas de estilo colonial y otra moto, más moderna, completan el mobiliario de la sala.

-¿Por qué te interesó la vida de un personaje como Vucetich?

-Siempre me cautivaron los tipos que descubrieron cosas. La literatura tiene eso de fascinante, de pronto podés volver a determinados personajes que fueron completamente olvidados, enterrados y tenés la posibilidad de exhumarlos y llevarlos a la luz pública. Y con Vucetich me pasó eso, su nombre está asociado a la escuela de Policía, a la institución policial. Lo que permite preguntarnos por qué, a diferencia de lo que pasa con la tradición policial en Inglaterra, en Estados Unidos, en Francia, no existen policías en la Argentina que sean detectives. Están como excluidos de la literatura. Pero además este error de encasillar a determinados personajes en círculos es una pasión argentina de etiquetar, de rotular. Y Vucetich quedó en un lugar que le queda muy chico y le queda muy mal. El tipo no solamente descubre la singularidad de la huella digital, sino que además inventa un método para hacer visibles esas huellas, para poder levantarlas y ver la autoría de cada acto humano.

Las huellas del mal transcurre en 1892, en el pueblo de Quequén, en la costa atlántica cuando dos agentes de la policía llegan de forma encubierta para resolver un misterioso crimen. Así se describe la misión:

“Detrás del viaje de Juan Vucetich a Necochea había un secreto que debía permanecer bajo la más hermética reserva. No lo conocía el comisario Blanco ni las demás autoridades de la ciudad. No podía enterarse ni siquiera el intendente. Nadie, en rigor, debía saber que el inspector había sido enviado por el presidente de la República. Carlos Pellegrini había resuelto encomendar al más experimentado de los investigadores para que resolviera el asesinato de los niños con un método que prometía revolucionar la criminología.”

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-La Argentina que retrata la novela es la de una nación joven, pujante y prometedora, de principio de siglo XX , ¿qué pasó después?

-De alguna manera, el libro pretende mostrar esa encrucijada política, ese momento en que la Argentina parecía encaminada a un futuro de prosperidad. Incluso cuando ves las bases que se establecieron en ese momento, a pesar de las enormes diferencias sociales, había un proyecto de país a muy largo plazo que estaba muy claro. Y lo que pasó es que quedó trunco antes de nacer. Se ve en estos pequeños acontecimientos, como la muerte de estos chiquitos, cuáles eran los puntos de quiebre de ese proyecto. Con estos sectores ultraconservadores que vos empezás a ver claramente, qué era lo que querían conservar, los negocios turbios: el juego clandestino, la prostitución. El único proyecto exitoso en la Argentina fue la corrupción. Lo demás quedó lamentablemente por el camino.

-¿Entonces?

-Entonces, cada vez que exploramos estos acontecimientos nos da esa nostalgia de lo que pudo haber sido. Pero por otra parte entendés lo que pasó. Porque estaba ahí. Está en la raíz este germen de la corrupción, que se ve también con mucha claridad en Rosario, en la provincia de Buenos Aires, en las mafias policiales.

Una joven anarquista

Además del compañero de Vucetich, Marcos Diamant, hay un personaje cobra importancia a medida que avanza el texto, Luciferinne. Una enigmática joven militante anarquista, que sostiene las banderas del feminismo.

“El inspector y su asistente caminaron en medio de aquel pasillo humano delimitado por un cordón de puños cerrados, pancartas sanguinolentas, insultos y miradas cargadas de hostilidad. Avanzaban como si pisaran descalzos una alfombra de cardos, púas y clavos. De pronto, desde el fondo de la multitud, vieron la figura de una mujer que se destacaba del resto. Tenía la cara cubierta con una suerte de velo y las manos extendidas hacia ellos con los pulpejos de los dedos pintados de bermellón. No era ese detalle, sin embargo, lo que la hacía sobresalir.”

-Luciferinne aparece como una aliada para ayudar en la resolución del crimen, ¿cuál es tu lectura del feminismo actual?

-Si vos te sitúas en la época de lucha, el feminismo y las feministas encontraron en los hombres del anarquismo, del comunismo, los principales obstáculos, porque no era fácil ser feminista en estructuras tan machistas. Y claramente hay una línea de continuidad en esa lucha de las mujeres que va cobrando actualidad y va avanzando en el tiempo. Y también se van haciendo como más sutiles las resistencias. Vos percibís que hubo mucha apropiación por parte de grupos políticos en cuya cabeza jamás estuvo el feminismo.

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-¿Cómo es eso?

-Es una lucha que viene del liberalismo social, del liberalismo político. Después acá en la Argentina se armó una ensalada conceptual y creo que también parte del feminismo cayó en esa gran ensalada que confunde todos los términos. Pero hasta hace muy poco tiempo el peronismo y el feminismo no tenían nada que ver. El peronismo fue siempre un movimiento sumamente machista.

-Te solés definir como un escritor que se expresa políticamente, ¿por qué es importante la política para vos?

-Provengo de una familia del Partido Comunista. Fui un niño adoctrinado. Crecí en una colonia de vacaciones del PC. Fui a un jardín de infantes del PC, es mi matriz. Entonces tengo el ojo bastante agudizado de saber quién es de derecha quién de izquierda y quién se disfraza. Y reconocés a un tipo disfrazado. Y eso genera roces con el mundo de la cultura, que también proviene del PC. Y empezás a chocar con los propios pares. A mí no me resulta difícil explicar por qué estoy parado en el lugar que estoy parado o por qué me opongo a lo que me opongo. Pero hay tipos que no tienen ni idea de las tradiciones políticas de la Argentina y arrinconan en la derecha a una tradición que no tiene absolutamente nada que ver con eso. Es más, uno podría decir que esos que te acusan, esos son de derecha. De todas formas, creo que es una discusión carente de sentido. Me parece que hay que pensar la política en otros términos.

Juan Vucetich, en la revista Caras y Caretas.
Juan Vucetich, en la revista Caras y Caretas.

-¿Es posible evitar ese enfrentamiento?

-Este es un momento muy delicado de la Argentina. Cuando veo estos conatos de violencia como el de la cancha, lo de Mascardi, el atentado a Cristina, a mí eso me asusta. Yo salí a condenar muy fuerte el atentado contra Cristina. Me parece que sea cual fuere quien estuvo detrás del gatillo, es muy preocupante. Y son esas cuestiones las que hay que decir, las que hay que parar, porque nos pueden llevar a los peores lugares. Sé que hay muchos sectores que apuestan a la violencia de uno y otro lado y de verdad que es lo peor que podría pasar en la Argentina. Yo apuesto por la democracia, que se vote, que la gente decida y sobre todo alejar a los sectores violentos.

-¿Cuál es el aporte de la Literatura a los hechos históricos de un país?

-Hay dos dimensiones que tienen que ver con la complejidad de la de la narrativa. Está la verdad de la Historia, que ya hemos podido comprobar que está maneada por los historiadores, por la Academia, por el discurso dominante. Y por otra parte, está la literatura cuya sustancia en un punto uno podría decir que es la mentira. Ahora, paradójicamente, por el camino de la ficción, por el camino de la mentira, muchas veces se puede tocar estas paredes de la verdad que la historia te impide. Yo creo mucho más en la Literatura que en la Historia como disciplina.

Después de la entrevista, Federico Andahazi, volverá a los preparativos para su viaje, está en plena promoción del libro, primero Mar del Plata y después Perú. Donde se reencontrará con sus lectores, ese público que lo elige y lo sigue desde, El anatomista.

Las huellas del mal (Fragmento)

Necochea, julio de 1892

Tendidos sobre un barro hecho con la sangre y la tierra apisonada, los hermanos Ponciano y Felisa Carballo, de seis y cuatro años, parecían más pequeños de lo que eran. Las cabezas dislocadas, la piel pálida, tersa y fría como la porcelana les conferían la apariencia de un par de muñecos rotos y desechados. Costaba reconocer en esos cuerpitos yertos a los niños que solían corretear descalzos en la orilla del río, mientras la madre lavaba la ropa en un fuentón.

Luego de que el médico confirmara lo evidente —”muerte por degüello”, así lo asentó en el informe— los policías envolvieron los cuerpos con un par de sábanas, los alzaron en brazos y por fin los depositaron en el piso de la carreta que esperaba afuera. Los acostaron uno junto al otro sobre el crupón de un cuero crudo, del lado del pelo, para que la sangre no se escurriera entre los tablones.

El olor de la muerte sacó al matungo de la modorra. El animal dio un respingo entre las varas del carro y echó vapor por los ollares con un relincho sordo. Uno de los policías golpeó las tablas laterales de la caja con la palma de la mano para indicarle al cochero que la carga estaba acomodada. Sin mirar hacia atrás, el hombre sacudió las riendas, hizo un chasquido entre la lengua y el paladar y la carreta avanzó lenta entre la escarcha, camino al cuartel.

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