“Esto es un circo romano y una farsa. Cuando salga los voy a matar a todos” es la famosa frase —aunque falsa— que las memorias y las reconstrucciones adjudican a Carlos Eduardo Robledo Puch como declaración final del juicio oral que se llevó a cabo en la Sala Primera de la Cámara Penal de San Isidro en 1980. Aunque el registro de la prensa de la época indique que sus palabras fueron otras, sin amenazas y haciendo referencia a un prejuzgamiento, el miedo quedó instalado.
Hace algunos días se conoció el plan de Robledo Puch: volver a pedir su libertad, tras 50 años preso, con una condena récord a nivel nacional y mundial. Durante el juicio realizado entre junio y noviembre de 1980, lo hallaron culpable de diez homicidios agravados, un homicidio simple, una tentativa de homicidio, dieciséis robos simples, un robo calificado, una violación calificada, dos raptos, un abuso deshonesto, dos hurtos simples y un daño. ¿Su destino? Prisión perpetua con accesoria de reclusión por tiempo indeterminado. ¿La clave? El informe que elaboró el reconocido forense Osvaldo Raffo.
Durante dos meses Puch y Raffo mantuvieron veinticinco encuentros personales. Convocado por el fiscal Alberto Segovia como perito de parte en el juicio oral, el forense detrás de los casos más resonantes de la historia criminal del país tenía un objetivo: meterse en la mente del asesino serial que conmovió a la sociedad argentina en la década del 70. “Psicópata desalmado” fue su descripción.
¿Cuál fue la estrategia que utilizó para acercarse y ganarse su confianza? ¿Sobre qué hablaron? ¿Cuál fue el diagnóstico? ¿Qué sentía el perito cuando volvía a su casa tras los encuentros? El clima de esas entrevistas y qué decía el informe decisivo para condenar a Robledo Puch es lo que recrea el libro El forense y el asesino. Robledo Puch bajo la mirada de Osvaldo Raffo, de Osvaldo Aguirre.
Allí, el escritor y periodista señala que en el informe presentado por el prestigioso forense se encuentran las ideas fundamentales del modo en que pensamos a Puch hoy: mientras la defensa planteaba que Robledo Puch provenía de una familia enferma y que esa influencia lo hacía inimputable, Raffo planteó lo contrario: “el Ángel” era un psicópata de nacimiento. Según Aguirre describe en el libro, Raffo insistió durante muchos años que Robledo Puch sigue y seguirá siendo peligroso, un elemento que cobra vigencia con las últimas noticias.
Una vida rodeada de crímenes
Aguirre cuenta con una vasta experiencia como cronista policial, que decantó en una serie de investigaciones y novelas sobre crímenes que conmovieron a la sociedad. Pero su recorrido literario no termina allí. Autor de Las vueltas del camino, Al fuego, El General, Ningún nombre, Lengua natal y Campo Albornoz entre otros, también publicó una gran cantidad de poemas, ensayos, cuentos, ficciones. A su vez, durante cuatro años fue curador del Festival Internacional de Poesía de Rosario y creador del festival de Literatura Policial La Chicago argentina, en 2014. Como quien lo lleva en la sangre, Aguirre enlaza en este libro un pasado que está muy presente.
En El forense y el asesino Aguirre hace un recorrido que quita el aliento: cómo fue el bautismo de fuego de Robledo, cuáles fueron las perturbadoras frases del criminal como “que conste, maté siempre por la espalda” o “matar por la espalda me venía bien” y “¿qué querían que hiciera, que los despertara?” . A su vez, el periodista y escritor reconstruye los hechos por los que condenaron a “El Ángel”, cuenta cómo fue el vínculo entre Robledo Puch y Raffo y las perturbaciones que sufría el médico después de cada entrevista. Pero si hay un elemento novedoso en el libro es el perfil que realiza sobre “el hombre que hablaba con muertos y asesinos”.
Los ojos de Raffo fueron los protagonistas de las autopsias de María Soledad Morales, Alicia Muñiz, Omar Carrasco, José Luis Cabezas, María Marta García Belsunce, René Favaloro, Ángeles Rawson, Nora Dalmasso y Alberto Nisman, “pero su fama”, asegura Aguirre en el libro, “se la debe a Robledo Puch”.
En El forense y el asesino la figura del prestigioso perito se vuelve controversial: no encontró signos de violencia en detenidos interrogados en el llamado “Circuito Camps”, una red de 29 centros clandestinos de detención de la última dictadura, como tampoco en los interrogatorios a Jacobo Timerman en la Jefatura de Policía de La Plata durante esa misma época. Pero si hubo algo que sostuvo en el tiempo, según dice Aguirre, es la insistencia en alimentar la condena social a Robledo cada vez que pudo hasta suicidarse en 2019.
Un Ángel endiablado
“¡Esta criatura se parece a un ángel! ¡¿No tiene un aire a Marilyn Monroe?!”, habría dicho Raffo sobre la cara angelical, la belleza y el aspecto inofensivo que presentaba Robledo, que hacían más siniestros los crímenes cometidos. Según se cuenta en el libro, Raffo tipificó a un psicópata como “simplemente un hombre astuto e inteligente capaz de disimular sus malos sentimientos activos para pasar desapercibido”. Esta caracterización daba un nuevo sentido a la apariencia angelical de Robledo Puch: en realidad, se trataba del disfraz del monstruo, el que “se mimetiza, no se adapta” al ambiente, el que “hace sufrir a los demás y personalmente no padece absolutamente nada”.
Pero como un encantador de serpientes, a medida que pasaron los encuentros, Raffo logró ganarse la confianza del asesino serial. Así, escuchó anécdotas de la vida escolar de Puch, de su familia, los aplazos, las expulsiones y el abandono de la educación a los 15. “Me gusta la dictadura. Hace falta mano de hierro para encauzar un país”, confió Robledo Puch a Raffo.
“Robledo Puch no despierta en el interlocutor ni odio ni afecto. Parece un sujeto que vive como un extraño dentro de la sociedad, como si perteneciera a otro mundo”, escribió Raffo en su informe y agregó: “Presenta estigmas de temperamento paranoide, perverso y esquizotímico”. Según El forense y el asesino, en ese mismo documento el forense destacó que “El Ángel”—como lo llamaba en confianza con sus allegados— “no ha mostrado arrepentimiento alguno” y que, de acuerdo con su historial, “delinque y descarga su agresividad selectivamente”.
También lo describió como “desconfiado, egocentrista, orgulloso e inadaptado”, que “discierne entre el bien y el mal, y comprende la diferencia entre honestidad y delincuencia (...) Él conoce la norma social y jurídica vigente, pero las desprecia, no subordina a ellas su conducta porque no quiere”. Y concluyó para no dejar dudas: “Se trata de un criminal peligroso, no de un enfermo peligroso”.
“Durante los veinticinco encuentros que tuve con el psicópata asesino sentí que yo era el cura y él el diablo de la película El exorcista”, fue lo que le confesó Raffo al periodista Rodolfo Palacios para describir lo que sentía cuando visitaba a Robledo Puch.
El 12 de julio de 1995 Robledo Puch cumplió veinticinco años de reclusión. Cuatro años después pidió por primera vez la libertad condicional. En 2007 volvió a probar suerte. Antes de que el juez Duilio Cámpora rechazara el pedido, se alzó la voz de Osvaldo Raffo ante la prensa: “Robledo Puch es como el león de un zoológico, es manso mientras está encerrado. Es psicópata perverso y no tiene cura”. “El Ángel” volvió a intentarlo en 2009, en 2013 y en 2015, cuando el defensor de Casación, Ignacio Nolfi, interpuso un recurso extraordinario ante la Suprema Corte de Justicia bonaerense y solicitó la libertad del condenado por agotamiento de la pena. Ahora ese “león herbívoro”, como lo caracterizó Raffo, pide dejar el zoológico una vez más.
“El forense y el asesino” (Fragmento)
Introducción
Carlos Eduardo Robledo Puch es un enigma persistente en la crónica policial. Su impresionante saga de crímenes, la fuga de la cárcel de Olmos en 1973, el juicio oral en el que lo condenaron en 1980, los periódicos recordatorios de la prensa, sus declaraciones extravagantes y El ángel, la película de Luis Ortega basada en su historia, entre otros episodios, recrearon la oscura fascinación que provoca el personaje y lo mantiene como parte del presente, con sus intentos por acceder a la libertad condicional.
La figura del “peor asesino de la historia criminal argentina”, según la calificación periodística que lleva adherida como una etiqueta, es impensable sin la de su antagonista, el adversario con el que se midió durante dos meses de entrevistas personales, el médico legista Osvaldo Hugo Raffo.
El enfrentamiento se proyectó más allá de los requerimientos de la causa judicial. El médico no fue sólo el autor de la pericia considerada decisiva para que Robledo Puch resultara juzgado como responsable de sus actos sino también uno de los principales voceros de la condena social que pesa sobre el múltiple homicida. En un sentido, Robledo Puch fue una creación de Raffo: la imagen más difundida del criminal es la que el forense elaboró en su consultorio. La historia de vida de Raffo tuvo un desenlace inesperado: el 18 de marzo de 2019 se pegó un tiro en la cabeza.
Las necrológicas ensalzaron su magisterio en la práctica forense, una trayectoria cuyos jalones son casos de alto impacto en la crónica, la cantidad industrial de autopsias que llevaba contabilizadas. Pero también hubo quienes recordaron su actuación como médico policial en la última dictadura militar, en episodios igualmente resonantes.
Robledo Puch y Raffo tenían algo en común: eran personajes mediáticos. Uno a su pesar; el otro por decisión propia. El criminal detesta a los periodistas y en casi medio siglo de cautiverio ha dado pocas entrevistas, empecinado en proclamarse inocente; el forense gozó del reconocimiento de la prensa y hasta poco antes de su muerte fue un personaje público de consulta permanente para los noticieros y los shows de televisión.
Enrique Sdrech comparó a Raffo con Evaristo Meneses, el comisario de la Policía Federal erigido en modelo por la institución y en leyenda por los cronistas policiales. Meneses, según Sdrech, era el policía incansable, siempre alerta, el vigilante insomne que en sus días de franco salía a caminar para ver si encontraba a algún delincuente; Raffo, llevado por el mismo impulso, era capaz de presentarse por su cuenta en la escena de un crimen, como si tuviera un olfato especial para la sangre. Y algo de eso había, según su relato de la propia historia familiar: hijo y nieto de matarifes del barrio de Parque Patricios, el sacrificio y la manipulación de cuerpos sangrantes fueron para él un espectáculo cotidiano y una marca imborrable desde la infancia.
El prestigio de Raffo parecía directamente proporcional al horror que provocaba Robledo Puch. Su importancia para la medicina forense no sólo consiste en sus publicaciones, en la difusión que le dio a la especialidad y en su prédica respecto a las normas de procedimiento. Raffo tuvo como ningún otro la conciencia de que la formación del perito iba más de allá de cuestiones técnicas y de la profesión: también debía prepararse para optimizar su desempeño con la Justicia en el tránsito de los procesos escritos a los orales y para acceder a los medios de comunicación.
“A partir de los resonantes aciertos de Raffo, los peritos han dejado hace mucho tiempo de ser anónimos —escribió Sdrech en una crónica publicada en 1997. Sus conclusiones ayudan a los jueces a dictar sentencias, a orientar las investigaciones, a evitar, a veces, un fallo condenatorio para un inocente.”
Quién es Osvaldo Aguirre
♦ Nació en Colón, Buenos Aires, en 1964.
♦ Estudió Letras en la Universidad Nacional de Rosario. Es periodista, poeta, ensayista y novelista.
♦ Publicó sus artículos —en general, crónicas policiales— en medios como Infobae, La Capital de Rosario, Veintitrés y Todo es Historia.
♦ Entre sus ensayos se cuentan Historias de la mafia en la Argentina (2000), La Chicago argentina: crimen, mafia y prostitución en Rosario (2006), La mujer diabólica: historia y leyenda de Ágata Galiffi (2019), Leyenda negra (2020).
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