Escribir es escribir contra. Una idea bastante extendida y aceptada dice que la literatura es un acto de rebeldía ante la insatisfacción y la tristeza. En la felicidad no hay nada que reponer: en la felicidad, sólo resta el silencio. La negatividad de la literatura es a la vez su fuerza (positiva) y su razón de ser.
Escribir contra es la manera de dotar a las palabras del peso y la forma del ladrillo que revienta las ventanas del lugar común y los discursos sociales que no se discuten. Es plantarse delante de la autoridad. No recuerdo si fue Sartre, Camus o algún otro filósofo existencialista el que dijo que la libertad comienza al decir “no”. Escribir, entonces, es —no puede no serlo— un acto de libertad.
Convocados por la Editorial Vinilo, que, con la bandera de la primera persona y la brevedad, ha publicado algunos de los libros más interesantes de los últimos tiempos —como Doce pasos hacia mí, de Sofía Balbuena, y Cómo falsificar una sombra, de Matías Serra Bradford— once escritores fueron convocados a decir su “No”.
Se llama El libro de las diatribas y participan: Dolores Gil (contra el matrimonio), Rafael Spregelburd (contra los superhéroes), Tamara Tenenbaum (contra la nostalgia), Andrea Calamari (contra la cancelación), Osvaldo Baigorria (contra el trabajo), Mariano Tenconi Blanco (contra lo útil), Virginia Cosin (contra la sumisión), Juan José Becerra (contra el consumo o el consumismo), I Acevedo (contra la imaginación), Juan Sklar (contra la bondad). El último texto es de la recordada Ángeles Salvador y es como un golpe seco: la suya, que se publica en forma póstuma, es una diatriba contra la muerte.
Debe haber sido muy difícil armar el rompecabezas para que cada autor dialogue con el que sigue y con todo el conjunto. En ese sentido, la organización es perfecta. Hay muchas frases subrayables. “Todo pensamiento por escrito es un pensamiento exagerado”, dice Spregelburd antes de caerle a los héroes de Marvel: “Estoy en contra de cómo se construye la humanidad a la sombra de la superhumanidad”. “La nostalgia es un sentimiento, pero se ha convertido en una industria”, escribe Tamara Tenenbaum, que busca interpretar qué se oculta detrás del consumo retro. “La cancelación es la incomodidad ante la diferencia, el reclamo de los ofendidos, una suma de declaraciones públicas, unos grititos en las redes”, escribe Andrea Calamari en uno de los puntos más altos del libro.
“Quienes se relacionan con las obras desde el tema”, dice Tenconi Blanco, “para decirlo de una vez, detestan el arte”. El ensayo se llama “La tiranía del tema” y se opone a la necesidad de encontrarle un mensaje al arte para que sea algo “valioso”. A la luz del debate por Argentina, 1985 —que despertó tantas idas y vueltas sobre el sentido de la ficción, la relación con la historia y la política— puede ser muy revelador.
En el lado del debe queda, como sucede en toda antología, la irregularidad de los artículos. Todos son grandes autores; ninguno defrauda. Pero sí hay textos muy buenos y otros no tanto. Lo que llama la atención, en todo caso es que, salvo en un par de casos, no consiguen conmover el espíritu que se pretende atacar. Quiero decir, hay un tono en el que cualquier lector puede fácilmente coincidir; sobre todo, un lector de Vinilo, que es una editorial destinada a un público más bien formado.
Una diatriba es un grito, una censura, una injuria: justamente en este país que hizo de la injuria un arte, estos ensayos breves toman una distancia con lo visceral que, creo, morigera un poco la fuerza (salvaje).
“El libro de las diatribas” (fragmentos)
“Un esfuerzo inútil”, Osvaldo Baigorria
Que me pidan escribir una diatriba contra el trabajo es parecido a que me inciten a militar contra la militancia o activar por la inacción, puño en alto, exclamando “¡Viva el ocio!”: un despropósito. Habría que armar un discurso con invectivas, críticas y argumentos que fundamentaran el género diatriba en este caso. Pensarlo no sería el problema, lo he pensado a lo largo de toda mi vida. Nací en familia de clase obrera, sé de lo que hablo: siempre tuve que ganarme el pan con el sudor de mi frente. Por eso creo que es cosa de seres humanos el pensar y cosa de máquinas el trabajar. Sentarme a un escritorio a inclinar mi espalda sobre el teclado y tipear letra tras letra, palabra tras palabra, para escribir un ataque al trabajo, me parece una tarea odiosa e inútil: no hay correspondencia entre los medios y los fines. El trabajo triunfaría en toda la línea si hay que ponerse a trabajar para criticarlo.
“De rotas cadenas”, Virginia Cosin
Con el tiempo me volví más paciente, más reposada. Intento no librar guerras que están perdidas de antemano ni armar escándalos ante cualquier inconformidad o discordancia. No siempre puedo. A veces no me sale. Pero como tengo el vicio de desdoblarme, cuando hablo sola me digo algunas cosas. Habrá quienes pensarán que eso de hablar sola es de loca. Y, sí. Nadie en su sano juicio dedicaría tanto tiempo a trastornar las palabras que tan bien dispuestas están en el diccionario. Desordenarlas, intentar nuevas definiciones, romper los eslabones de la cadena significante. Es mi modo de jugar a los soldaditos. Ir al terreno de la infancia, donde las jerarquías se subvierten y lo abismal, se miniaturiza, pero no como una regresión sino como en una chacarera: retroceder, avanzar, avanzar, retroceder, un giro completo para cambiar de posición. Como hace el bailarín de ballet, que desafía la gravedad con el impulso de sus piernas, coordina su gracia para elevarse en el aire y acaricia el suelo, o el intérprete que roza, toca, sopla, golpea su instrumento y en esa combinación de fuerzas, detenimientos y aceleraciones, hace surgir la música.
“In articulo mortis”, Ángeles Salvador
Estaría bien resucitar: que cuando me muera, a la semana, se descubra un método para reactivar el proceso homeostático de mis células y que cicatricen y rejuvenezcan con diecinueve o veintidós años. Que me exhumen y la ciencia me dé el soplo vital. Que me tengan en un hospital hidratada con un suero. Que me miren asombrados. Y me digan que fui seleccionada entre un grupo selecto de muertos recientes para beneficiarse con los primeros ensayos de resucitación celular en occisos humanos y que conmigo han logrado el resultado esperado. Que muchas gracias por regresar a donde no me llamaron. Otra vez. Que evaluaron, por motivos que saltan a la vista y que yo sé mejor que nadie, que era muy necesario que volviera a vivir para retomar mis asuntos —¿qué asuntos?—. Que antes del alta, filósofos y físicos me quieran escuchar. Que uno de esos filósofos me invite a comer fuera del hospital y escriba, gracias a mí, que volví con la mejor de las empirias, el tratado de filosofía jamás escrito: “In articulo mortis”.
“El libro de las diatribas” se presenta este martes, 18 de octubre, a las 19.30 en Rabia Bar (Costa Rica 901). Valeria Lois y Lorena Vega leerán fragmentos del los artículos
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