Nacida en Buenos Aires a finales de la década de los 80, pero radicada en Santiago de Chile desde muy joven, la escritora Montserrat Martorell Colón, que inició su actividad literaria en 2016 con la publicación de su novela La última ceniza, es hoy una de las voces más interesantes del nuevo panorama de la literatura chilena.
Hija del periodista Francisco Martorell, desde muy niña adquirió el gusto por las letras. Ese ha sido su camino desde siempre. Estudió periodismo e hizo un máster en Escritura Creativa en España. Su primera novela le mereció el Premio Lector en 2017, un galardón otorgado por el gremio de libreros en Chile al mejor libro publicado en el año.
En 2018 publicó su segunda novela, Antes del después, y en 2021 llegó la reedición de la primera, en Colombia, bajo el sello Palabra Libre. Ese mismo año firmó con la editorial Turbina, en Ecuador, para la publicación de su tercera novela Empezar a olvidarte, como parte de la colección Turbulencias, que cuenta con autores como César Aira, Mónica Ojeda y Cynthia Rimsky.
Dice Bertha Díaz en la contraportada del libro que en su interior hay una escritura sostenida por unas notas al margen sobre una pareja y sobre el desasosiego que agrieta los cuerpos de sus individuos. “Un tejido configurado por fragmentos monologales que empiezan en una voz narrativa y de repente mutan a otra y que van desnudando la aspereza que habita en los ideales amatorios, en las fragilidades individuales que fantasean un anhelo común. Una brutal melancolía que va generando una expansión brumosa”.
Empezar a olvidarte es una novela sobre la muerte, narrada por una voz masculina que hace preguntas, recuerda y se lamenta, que reflexiona y se deja llevar por los artilugios de la escritura. Porque este es un libro que habla sobre el dolor de la escritura, también, del acto de escribir, que “pone a la luz el revés más audaz de cualquier anecdotario”, dice Díaz.
La historia va del encuentro de un hombre con su propia muerte. Se habla a sí mismo, como asistiéndose en el acto de prepararse para el último minuto.
“Tenía treinta y siete años el día que me morí. No me importaba la muerte. No era un tema, menos una energía que pisara mi sombra. Quizás, como para todos, significaba una promesa rota, el anhelo, la luna morada, la casa en el árbol. Si me preguntaron alguna vez si iba a tener una vida corta o larga, no me preocupé. Tenía un abuelo que había muerto con 62. Otro que tenía 96. ¿Acaso puedo sacar una estadística de cuánto voy a vivir a partir de las edades de los otros?”, dice una de las primeras líneas de la novela.
Con el correr de las páginas, las heridas serán sinónimo de luz. Detrás del dolor está la paz que tanto anhelará el lector para este hombre que va hacia atrás, de cabeza a su deceso. “(...) “Estás desolado”, me digo a mí mismo. Esa es la palabra que tienes adentro, debajo de todo, detrás de la camisa, de la chaqueta, de la corbata, adentro de la billetera. “Estás desolado” (...)”.
“Quise meterme en la piel de un hombre”, dice la escritora en una entrevista con Ernesto Garratt. “Tenía ganas de que casi toda la historia fuera desde ese lugar, a pesar de que a veces hay diálogos y a veces el que no tiene nombre se encuentra con dolores. Y hay pasajes donde uno va revisando esta relación que se quebró, esta relación que se terminó y fue una experiencia intensa, terrible por los temas que trata la novela. Pero muy bonito en el sentido de ser capaz de alcanzar esas profundidades. Es lo que dice El Extranjero de Camus: “En las profundidades del invierno descubrí que había dentro de mí un verano invencible” (...)”.
A diferencia de sus otras novelas, la escritora chilena explora aquí desde la perspectiva masculina y se permite a sí misma jugar con otras estructuras. Los manejos temporales y los diálogos son más complejos que en los libros precedentes. Es aquí donde se suelta a la experimentación y explora los distintos matices de su literatura.
De lo gráfico no hablaremos tanto, pues realmente el ejercicio estético del libro es nefasto. La cubierta parece un montaje hecho en Canva y, a decir verdad, no le hace honor al contenido de la novela. ¿El formato? Agradable para la lectura. Es un libro pequeño, fácil de cargar. ¿Puntaje total? Si de eso se trata, entonces, 8/10, considerando tanto lo de adentro como lo de afuera.
No se trata del mejor trabajo de ficción de la chilena, pero le deja a los lectores una de esas historias que se quedan dando vueltas en la cabeza durante un tiempo. En lo formal, para quienes la hayan leído antes, supone una amalgama de nuevos temas en la narrativa de Martorell y toda una nueva manera de concebir la escritura para lo que ha venido siendo el conjunto de su obra. El libro se abre paso y ojalá encuentre eco en otros lectores, en otros sellos, como sucedió con su primera novela, que hasta el momento sigue siendo la mejor.
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