Raúl Alfonsín. El planisferio invertido (editado por Edhasa) está llamado a ser uno de los libros del año y más aún: será uno de esos libros de los que en diez o quince años seguiremos hablando. Pablo Gerchunoff, un hombre que supo ser cercano al expresidente, escribió una biografía asombrosa que es, a la vez, un recorrido por la historia política argentina de los últimos setenta años.
Sin caer en detalles anecdóticos ni en juicios maniqueos, Gerchunoff parte la vida de Alfonsín en tres grandes bloques: los años de formación, la etapa de la presidencia y los años posteriores. En cada uno se detiene para analizar el pensamiento del líder radical, su compromiso democrático y también sus defectos. Es una biografía hecha desde el respeto, pero no es nada complaciente y eso tiene el efecto paradójico de hacer de Raúl Alfonsín una figura todavía más importante.
“El planisferio invertido” del subtítulo es una referencia al cuadro que el edecán Joaquín Stella le regaló a Alfonsín y él colgó en una pared del escritorio: el Sur en el Norte, la Argentina en el centro. El dicho de las imágenes y las mil palabras está contenido en ese mapa, de la misma manera que la vocación del expresidente.
—Siempre tuve la idea de que el Alfonsín presidente, para los chicos de mi generación que estábamos entrando en la adolescencia, fue también una suerte de pedagogo. Con la idea de que con la democracia se come, se educa y se cura fue un maestro de la democracia. ¿Cómo lo veía usted?
—Coincido con vos en ese carácter de pedagogo democrático. Fernando Henrique Cardoso lo va a decir más adelante: “Gobernar es explicar, explicar, explicar”. Ahora, la frase “Con la democracia se come, se educa y se cura” me parece interesante para el análisis. Lo que dice Alfonsín es que no quiere quedarse en la construcción de una arquitectura institucional democrática, sino que va más allá: quiere llenar de contenido propio a esa arquitectura democrática. Alfonsín ya estaba sembrando la semilla de su vocación socialdemócrata. La democracia para él tenía que tener adjetivos: a lo largo de la vida va a hablar de democracia social. Tulio Halperín Donghi va a preguntarse en La larga agonía de la Argentina peronista por qué no se quedó en lo principal, que era la arquitectura institucional. Y la respuesta que yo podría dar es: porque no quería. Alfonsín tenía un proyecto de poder y de país que no se limitaba a la construcción institucional.
Alfonsín tenía un proyecto de poder y de país que no se limitaba a la construcción institucional
—¿En qué medida los errores del peronismo, como Herminio Iglesias quemando el cajón, empujaron al voto radical de 1983?
—Yo llamo a la etapa de 1982-1983 “la inspiración” y eso es lo que hace que el libro sea una biografía, porque la inspiración siempre es individual. Ese período empieza no con la actitud de Alfonsín ante Malvinas, sino con la muerte de Ricardo Balbín, lo que para él es un gran dolor y a la vez una liberación. Como ahí sigo el sendero de Alfonsín, hablo poco del peronismo. Pero para hablar de los errores del peronismo en la campaña Alfonsín tuvo la astucia de recordarle a la sociedad el estallido del Rodrigazo y del año 75. Eso lo hace visible en los discursos finales, tanto en el Obelisco como en Rosario. Yo creo que el recuerdo del 75 le dio muchos votos. A la pregunta clásica sobre el cajón de Herminio yo respondo que no fue tan relevante.
—¿Por qué?
—Por ese entonces ya se había empezado a hacer encuestas, y los encuestadores del momento le daban una alta probabilidad de triunfo a Alfonsín bastante antes del cajón de Herminio. Y más todavía: Alfonsín tiene la percepción que va a ganar en el multitudinario acto de Oberá, en Misiones. Por eso, al épico acto de Ferro lo llamo el Oberá metropolitano. De modo que no creo que el peronismo haya sido derrotado por sus errores de campaña; en todo caso influyeron los errores del pasado.
—En capítulo del Juicio a las Juntas, usted dice que Alfonsín no sostenía la teoría de los dos demonios. Pero, a lo largo de la primera parte, que va desde el gobierno de Perón hasta la dictadura, Alfonsín suele plantear contraposiciones —como la idea de gorilas de un lado y gorilas peronistas del otro— que dejan a la sociedad rehén de dos fuerzas antagónicas. ¿Cómo se hace, entonces, para no interpretar que Alfonsín ya venía gestando la figura de los dos demonios?
—En primer lugar, porque él lo dice. El Nunca más termina poniendo al terrorismo de Estado en un nivel de horror superior al terrorismo de izquierda, como él decía muchas. El hecho de que dijera “terrorismo de izquierda” no nos tiene que llevar a creer que él pensaba una especie de simetría. Además, yo agregaría que por el devenir mismo de la historia, él tenía claro que el terrorismo de las organizaciones armadas estaba derrotado, y, por lo tanto, la vida lo iba a llevar a un enfrentamiento con la cúpula militar. Yo no sé si en algún Alfonsín tuvo en la cabeza algo que se pareciera a los dos demonios. Lo que sé es que su práctica política lo alejó mucho de eso.
Yo no sé si en algún Alfonsín tuvo en la cabeza algo que se pareciera a los dos demonios. Lo que sé es que su práctica política lo alejó mucho de eso
—En estos días, está en los cines la película Argentina 1985. En su libro, Strassera aparece mencionado apenas una vez y encima adentro de un paréntesis. En la película, Alfonsín es apenas una voz. ¿No es posible considerar los juicios fueron un logro compartido por ambos?
—Es una observación muy sagaz. Es cierto que casi no menciono a Strassera y que en la película Alfonsín no aparece. Santiago Mitre y quienes hicieron la película pueden decir que querían contar la historia de un héroe individual. ¿Cuál es mi respuesta? Que ese héroe individual fue factible por Alfonsín y sus decisiones. Ahora bien, ¿por qué yo pongo a Strassera en un segundo plano? No es deliberado. Es simplemente el hecho de que, al estar escribiendo un ensayo biográfico, las demás personas quedan en una especie de fuera de foco. Le tengo un cariño enorme a Strassera y creo que fue un héroe extraordinario. Al mismo tiempo digo que la película ignora el papel de Alfonsín.
—Desde la década del 2000 se planteó que al gobierno de Alfonsín lo volteó un golpe de mercado, pero en el libro no habla de eso. ¿Por qué?
—Porque no lo creo. De alguna manera se parece al cliché sobre el cajón de Herminio. No digo que no exista el pánico caótico de los mercados que todo lo destruye, pero eso es posible por la fragilidad de un gobierno. Si un gobierno es sólido, la idea de golpe de mercado no tiene sentido. Si no recuerdo mal, la idea de golpe de mercado la instaló Julio Ramos. Es muy interesante: Ramos, un hombre de mercado, de Ámbito Financiero.
—Pero entonces, ¿por qué se llegó a una crisis económica de tal magnitud?
—El gran problema de Alfonsín tiene tres causas. La primera: la herencia era terrible. En 1983, que es el último año de la dictadura, la inflación fue del 350 por ciento anual. La dictadura había fracasado en cualquier intento disciplinador y reformista. La dictadura dejó un desorden y un caos económico. Ese es el punto de partida. La segunda estación en el recorrido que quiero destacar es el hecho de que Alfonsín quiere una democracia social. Quiere comer, educar y curar; no quiere reformas neoliberales. Las rechaza porque está construyendo su figura de socialdemócrata, y, más todavía, tiene la aspiración grandiosa —y yo llamaría delirante— de sustituir al peronismo tal como el peronismo había sustituido al radicalismo en el favor de las clases populares. La combinación entre una democracia que desata aspiraciones sociales y un contexto internacional muy desfavorable hace muy difícil manejar la economía. Y la tercera estación es Menem. El Menem de las patillas, la invasión a las Malvinas y del salariazo. No hubo golpe de Mercado, en todo caso hubo golpe de Menem.
A los primeros presidentes de la transición democrática, es muy difícil que les vaya bien.
—¿Hubiese podido tener otro final la presidencia de Alfonsín?
—A los primeros presidentes de la transición democrática —este es un dato empírico—, es muy difícil que les vaya bien.
—Lo mismo pasó en España.
—Exactamente. Es muy difícil. Probablemente le hubiera ido mejor si Cafiero ganaba la interna del peronismo; no estoy seguro. Pero en medio de la herencia y el cruce de democracia social con dictadura fallida, no podemos dejar de tener en cuenta los errores propios. Alfonsín estaba aprendiendo a gobernar después de haber retrocedido, en materia económica, a sus convicciones de los años 60. Si una dictadura que se pretendía reformista nos dejó como estábamos, el prefería ser el radical del 63. Y quiero incluir también los errores del equipo económico; incluso la parte que a mí me toca, que es muy menor en esta historia. Nosotros —como diría Juan Carlos Torre, los del quinto piso— no nos dimos cuenta del papel que tenía un programa de reforma económica para consolidar la estabilización. Había que lograr una arquitectura reformista muy sofisticada y muy especial, y nosotros avanzamos de manera balbuceante. De todas maneras… No, no importa. Si viene al caso lo digo.
—No, pero, por favor, ¿qué quería decir?
—Me acuerdo que, una vez terminado el gobierno, varios les decíamos a Alfonsín por qué no rescataba lo que tuvo de reformista. Por ejemplo, las privatizaciones de Terragno o el comercio con Brasil, que fue la génesis de lo que luego iba a ser el Mercosur. La respuesta de Alfonsín era: “Yo no puedo matizar frente a Menem”. Abandonó toda retórica reformista. Alfonsín frente a Menem era: “A mi izquierda, la pared”.
—Ya llegamos a Menem, pero antes quería preguntarle por Cafiero. En el libro hay un capítulo en el que hace una suerte de apuesta contrafáctica, con la pregunta de qué hubiera pasado si Cafiero le ganaba a Menem.
—Cuando le hacen el homenaje a Alfonsín en la Legislatura de La Plata en 2008, él mira a Cafiero y dice: “Está con nosotros el presidente que la Argentina se perdió”. Había entre ellos una relación entrañable, que no podía ser sino una relación competitiva. Me sitúo en el 87: Alfonsín necesitaba confirmar su triunfo para llevar adelante su idea de tercer movimiento histórico y Cafiero necesitaba ganar porque necesitaba acaudillar al Partido Justicialista en su renacimiento. No podían sino enfrentarse. Pero ese enfrentamiento fue tangencial porque todo terminó cuando Menem le ganó la interna a Cafiero en julio del 88. Y aún así, Alfonsín creía que el triunfo de Menem le daba una oportunidad al radicalismo de ganar las elecciones presidenciales. En uno de sus grandes errores de percepción, creyó que se le podía ganar porque Menem era un mamarracho. Alfonsín no se dio cuenta de que Menem encarnaba un descontento profundo de la sociedad. Una parte de la sociedad valoró mucho los juicios, pero otra parte muy grande quedó frustrada por el fracaso económico y Menem vino como una figura de impugnación desde abajo.
—¿Fue más hábil Menem que Alfonsín?
—La primera parte de la respuesta: Menem es el segundo presidente de la democracia. Por lo tanto, viene con expertise.
En uno de sus grandes errores de percepción, Alfonsin creyó que se le podía ganar porque Menem era un mamarracho.
—Había sido gobernador de La Rioja, llegaba con un cargo ejecutivo.
—Llegaba también con expertise en ese sentido. Y llega con una economía totalmente limpia de herencias por el caos económico. La hiperinflación de Alfonsín no es una mala herencia para Menem. ¿Se entiende?
—Pero Menem también tuvo su hiperinflación.
—Es cierto, pero en algún momento sale de eso, puede gobernar y, cuando se encuentra con Cavallo, es claramente un estabilizador, algo que era muy importante para la Argentina de la época, y un reformista promercado, que era lo que el mundo pedía. Así como Alfonsín comprendió que el espíritu de su época era la democracia, Menem comprendió el espíritu de la suya era la reforma de mercado. Yo no diría que fue más hábil; fueron épocas distintas y ambos capturaron la esencia de lo que estaba pasando en esos dos momentos. Y Alfonsín tuvo —y alguna gente me acusa de ser desmesurado— una nueva inspiración en el 93-94.
—¿La del pacto de Olivos?
—El pacto es un triunfo de Alfonsín. Yo sé lo impopular de mi visión. ¿En qué sentido es un éxito? Él se da cuenta de que su partido se va a quebrar, porque, así como más tarde va a haber gobernadores y radicales K, en aquel momento había gobernadores y radicales M que querían la reelección para ser ellos también reelegidos. Él se dio cuenta que era mejor pactar con Menem, hacer un acuerdo legítimo y democrático —aunque es cierto que primero tuvo que hacerse en las sombras— y ver qué podía sacar él de eso. Alfonsín hace un cálculo político y se responde que podía sacar una Constitución mejor, parecida a la que había pensado en el 86, una que limitara el poder presidencial, con el tercer senador, y acrecentara las chances de la oposición con la autonomía de la ciudad de Buenos Aires y el ballotage. La elección del Jefe de Gobierno les dio un lugar a De la Rúa y Macri. De la Rúa y Macri le deben sus presidencias a la reforma que impulsó Alfonsín. Yo suelo decir que Menem se llevó el corto plazo y gobernó dos años más —porque en el 97 perdió frente a la Alianza—, y Alfonsín ganó el largo plazo, porque completó su arquitectura con una reforma constitucional en un nivel de acuerdo como nunca hubo en la Argentina. El dilema es que el radicalismo quedó seriamente averiado con el pacto y en las elecciones del 95 salió tercero.
De la Rúa y Macri le deben sus presidencias al Pacto de Olivos y la reforma que impulsó Alfonsín
—Ese año el candidato fue Horacio Massaccesi. Yo tuve la oportunidad de entrevistarlo y él hablaba muy bien de Alfonsín y también de Angeloz.
—Hoy el radicalismo tiene que construir una nueva personalidad política. No digo que tiene que irse de la coalición, digo que, dentro o fuera, tiene que construir una personalidad política. Pero en aquel momento, el radicalismo era, en esencia, un pacto entre la provincia de Buenos Aires y la provincia de Córdoba. Buenos Aires era Alfonsín y Córdoba era Angeloz, que era muy importante en el partido. Puede que para Alfonsín, Angeloz fuera demasiado conservador. Bueno, Alfonsín creía de casi todo el mundo que era demasiado conservador. Eso, en parte, era una astucia. Él quería reservarse el lugar de la izquierda del partido y gobernarlo desde una posición de centroizquierda. Era algo que ni a Angeloz ni a De la Rúa les gustaba.
—Con la mención a De La Rúa llegamos al final del libro, que tiene la pregunta que nos hemos hecho todos desde 2001 en adelante. ¿Cómo jugó Alfonsín durante el gobierno de De la Rúa? ¿Tuvo que participar en una alianza en la que no le interesaba estar?
—Participó en una alianza en la que sí le interesaba estar, en tanto las posiciones de De la Rúa se balanceaban con las de él y las de Chacho Alvarez. El problema es cuando se va Chacho Alvarez y eso queda totalmente desbalanceado. Con toda legitimidad, De la Rúa quiere imponer su propio criterio. Finalmente, lo miro a De la Rúa y me digo: “era presidente, era radical, quería gobernar con su propia gente”. Y su propia gente terminó siendo Cavallo en el Ministerio, lo cual era una cachetada para Alfonsín. Cavallo había sido el que había viajado a Estados Unidos para decir: “No sigan ayudando al gobierno” en el final del mandato de Alfonsín.
—Una vez le pregunté a Graciela Fernández Meijide qué había hecho cuando renunció Chacho. Me dijo que fueron a preguntarle a Alfonsín qué hacer y él les dijo que se quedaran.
—Ciertamente. Él necesitaba que el Frepaso se quedara aunque Chacho se hubiera ido. Pero ya no era lo mismo. Lo que me parece más importante es que Alfonsín creyó todo el tiempo, muy influido por una parte del equipo económico de Sourrouille —incluyendo a Juan Sourrouille— que la convertibilidad iba a durar poco. Se equivocó: duró diez años. Él confrontaba contra un régimen monetario que era equivalente al patrón oro. En algún momento, en un discurso que creo que es Brasil, dijo: “Los dos peores momentos de la Argentina son el golpe del 30 y la convertibilidad”. Interesante, ¿no? No dijo la dictadura de Onganía ni la de Videla. Dijo el golpe del 30 y la convertibilidad. Alfonsín creyó que De la Rúa cometía un extraordinario error manteniendo la convertibilidad.
El de Alfonsín y De la Rúa fue un choque abierto y sincero. No hubo una conspiración.
—Pero era una promesa de campaña de De la Rúa: “Conmigo, un peso un dólar”.
—Efectivamente. Y Alfonsín se porta bastante disciplinado. No se lo objeta. Recién lo hace hacia el final del gobierno porque tiene in mente que, como era inevitable salir de la convertibilidad, lo mejor era compartir los costos con el peronismo. Se lo dice a De la Rúa. Le dice que no cometa el mismo error que él, que tenía que pactar con el peronismo. ¿Qué hace De la Rúa? Hace un acuerdo con Cavallo e incluso va a empezar a barajar la idea de un pacto con Menem para mantenerse en la convertibilidad. Había dos radicalismos: el que quería salir de la convertibilidad con un pacto productivista y el radicalismo del presidente —¡nada menos!— que quería mantenerse en la convertibilidad con un pacto estabilizador que nunca llegó a concretarse. Pero fue un choque abierto y sincero. No hubo una conspiración.
—En los últimos años, Alfonsín se convirtió en un gran héroe. Su muerte convocó a una movilización social enorme. ¿Qué representa Alfonsín para nosotros?
—Voy a dar otra respuesta impopular para este revival del 83. Alfonsín es una potente nostalgia. Es como si me dijeras qué podemos aprender de Perón. Nada, recordar su historia. Alfonsín es un prócer. ¿Qué podemos aprender de él? No repetir errores, pero como el diablo se presenta vestido de diversas formas no sabemos qué quiere decir no repetir errores. Yo siempre cito una frase de Antonio Gramsci: “La historia enseña, pero no tiene alumnos”. Alfonsín es un hombre al que yo admiré, al que yo admiro y al que admiraré. Pero cuidado con tratar de aprender de los detalles de su gestión. De lo único que podemos aprender es de la enorme transparencia y la enorme convicción con la que hizo política. Eso es lo que yo mantendría. Después, si este es el momento de una democracia social a la Alfonsín o no es un debate en el que no quiero entrar.
Quién es Pablo Gerchunoff
♦ Nació en 1944 en Buenos Aires.
♦ Es Historiador económico
♦ Es Profesor Emérito de la Universidad Torcuato Di Tella y Profesor Honorario de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.
♦ Es Investigador Asociado del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Alcalá de Henares.
♦ Integra la Academia Nacional de Ciencias Económicas y es becario de la Fundación Guggenheim.
♦ Entre sus libros están ¿Por qué Argentina no fue Australia?, La caída. 1955, El eslabón perdido. Economía política de los gobiernos radicales, y El ciclo de la ilusión y el desencanto (con Lucas Llach), además del reciente Raúl Alfonsín. El planisferio invertido.
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