Tan solo le bastaron 34 años para hacerse inmortal. No necesitó más y, si hubiese vivido unos años extra, quizá su leyenda no sería tan grande. Y es que su fallecimiento a tan temprana edad le ha permitido a los lectores a lo largo del tiempo confirmar que se trató de una de las escritoras más brillantes de su época, y una de las más talentosas y lúcidas a pesar de su juventud.
Katherine Mansfield nació el 14 de octubre 1888 en Nueva Zelanda. Su nombre real era Kathleen Beauchamp. Vivió con sus padres, sus dos hermanas, su abuela y sus dos tías adolescentes al interior de una casa en Wellington.
Su padre, Harold Beauchamp, era banquero y primo de la escritora Elizabeth von Arnim. Fue el presidente del Banco de Nueva Zelanda y uno de las caballeros de la corona británica. Su madre, Annie, descendía de una larga estirpe de condes y dueños de tierras. Al momento de su nacimiento, la despreció, pues quería un barón. Katherine fue criada por su abuela.
Durante su infancia fue siempre la razón de incomodidad de su madre y la forma en que ella le veía terminó por permear a la familia. O era demasiado regordeta, o muy rara. Nunca pudo ser lo suficiente para sus padres y sus hermanas suplieron ese papel de niñas buenas que ella se negaba a interpretar no por otra razón distinta a que simplemente no se sentía bien siendo algo que ella no era.
Ese entorno tan particular hizo que, con los años, se refugiara en los libros y se animara a escribir. Su primera historia apareció publicada en el periódico escolar del Wellington Girl’s High School, antes de llegar siquiera a la pubertad. Al cumplir 14 años, fue a estudiar al Queen’s College en Londres y allí, además de continuar con sus estudios, siguió explorando en la escritura.
En esos años conoció a Ida Baker, que más adelante se convertiría también en escritora, y a su lado todo en su vida cambió para siempre. Al terminar los estudios, Katherine regresó a Wellington, pero rápidamente dejó la tierra de su familia, pues reconfirmó que no se sentía bien allí, no podía ser ella misma. En 1908 se fue a vivir con una pensión anual de 100 libras esterlinas que le daba su padre a la capital de Inglaterra.
Su época bohemia influyó mucho en su posterior estilo narrativo, que dejó ver por completo en su obra cuentística. Estuvo con muchos asrtistas de la época y entre ellos conoció a Garnet Trowell. Sostuvo una relación con él y quedó embarazada, pero los padres de Trowell no vieron con buenos ojos a Katherine y le prohibieron al joven continuar con ella. La dejaron sola pese a estar esperando al nieto de estos.
En medio de su crisis, Katherine conoció a George Bowden, un profesor de canto que era once años mayor que ella. Se casaron precipitadamente y así como lo conoció, de manera tan intempestiva, lo abandonó la noche de bodas.
La aspirante a escritora le informó a sus padres sobre su embarazo y estos la enviaron a un pueblo de la región de Baviera, en Alemania. Su madre, Annie, se encargó de ubicarla en una casa para mantener en secreto su embarazo y evitar que se supiera su relación con Ida Baker, pues pese a haberse casado, Katherine seguía viéndola y era de ella de quien verdaderamente estaba enamorada.
Lesbiana, embarazada y sola, Katherine Mansfield pasó su peor momento en esta época. Un día, mientras pasaba el rato en un balneario sufrió un aborto natural y perdió al bebé. De algún modo, para la familia fue un alivio y ella misma alcanzó a pensarlo, pero lo cierto es que la afectó sobremanera y de ello daría cuenta más tarde en la que terminó siendo su primera colección de cuentos.
La obra de Katherine Mansfield da cuenta de la tremenda capacidad que la autora tenía para fijarse en los detalles más insignificantes que la vida le presentaba, aquellos gestos exageradamente cotidianos, aparentemente triviales. Para ella siempre estuvieron caragados de un significado más que relevante.
Varios de sus cuentos parecen fotografías borrosas en donde los personajes son retratados en su escencia, en su fragilidad, sin adornos, con la precisión suficiente para ubicarlos más allá de la simple superficie de sí mismos.
Uno de sus cuentos más célebres es Preludio, que va de una mudanza en la que no pasa nada y al tiempo está pasando de todo. Cada personaje en este relato es víctima de sí mismo, de sus sueños, de sus temores. Demasiado humanos y por ello mismo, caóticos. Pero entre los que a mí me gustan más hay que mencionar El canario, que retrata a una mujer mayor que se pasa los días extrañando a su mascota, que ha muerto hace muy poco. De alguna manera, en esta corta narración comulgan todos los grandes temas de Mansfield: la sensación de amor y la posibilidad de desaparecer. “Quizás en este mundo no importa mucho lo que uno quiere, pero hay que querer algo”, escribe ella.
Los personajes femeninos son los que le dan sentido a su obra, porque luchan siempre contra sí mismos y la sociedad que les rodea, burguesa, mojigata, llena de prejuicios. Toca temas como el romance, la vejez, el aborto, la soledad y las diferencias entre clases, especialmente durante la infancia.
Pese a no pertenecer cronológicamente a la generación de los grandes autores en lengua inglesa durante esa época, Mansfield tiene un lugar más que ganado junto a escritores de la talla de James Joyce, E. M. Forster, D. H. Lawrence y Virginia Woolf. Ella, como nadie más, siempre fiel a su estilo y visión del mundo, supo captar con precisión la sutileza del comportamiento humano.
Katherine Mansfield escribió un buen número de cuentos y poemas, así como diarios y cartas que luego fueron editados y publicados en volúmenes independientes. El editor John Middleton Murry fue el encargado de hacerlo. La escritora falleció, curiosamente, en un balneario, tla y como lo hiciera su bebé años antes. Fue en Fontainebleau, el 9 de enero de 1923, producto de una hemorragia pulmonar.
La literatura le debe tanto. Ella le fue siempre devota. En sus últimos días, escribió en su diario: “Quiero la tierra y sus maravillas: el mar, el sol. Quiero penetrar en él, ser parte de él, vivir en él, aprender de él, perder todo lo que es superficial y adquirido en mí, volverme un ser humano consciente y sincero. Al comprenderme a mí misma quiero comprender a los demás”.
De estar con vida sería la escritora más longeva de la historia, y el ser humano más viejo, con 134 años. Tanto tiempo después, su narrativa está vigente y sigue dando de qué hablar. Ojalá que dos siglos después se hable todavía de la joven que con 34 años pasó por este mundo y dejó obra y fue inmortal.
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