¿Qué se hace cuando la fiesta no alcanza? ¿Cómo se sigue bailando cuando el amanecer le arrebata su misterio a la oscuridad de la noche y los permisos que esta le concede a sus fieles? Cuando el día se abre paso y la calle se llena de trajeados y ajetreados trabajadores, ¿en dónde se esconden las criaturas de la noche? Pero sobre todo, ¿qué pasa cuando finalmente deciden dejar de esconderse?
En Historia universal del after, el investigador académico y crítico de arte brasileño Leo Felipe hace una investigación entre lo personal y lo etnográfico sobre la fiesta como crítica al ritmo de vida capitalista y como punto de fuga para aquellas personas que buscan reconquistar el espacio urbano del que siempre fueron expulsadas.
“Después de un arduo trabajo de diez, doce, catorce horas de pista, luego de la comunión de sustancias y dejando atrás el cansancio físico, arribando a lugar en donde ya todo es signo, percibo la pista de baile como un pequeño espejo que refleja y distorsiona todo lo que hay a su alrededor. No sólo nuestras relaciones sociales, o las estructuras políticas, económicas, afectivas, o las fuerzas de la violencia y el deseo; me arriesgaría a decir que además refleja todo el cosmos, sus cuerpos celestes orbitantes, las colisiones interplanetarias, las supernovas, las púlseras y causáreas”, escribe Felipe.
Editado por Caja Negra, Historia universal del after logra teorizar el mundo de la fiesta sin caer en las lecturas utópicas de la música electrónica blanca. Los cuerpos que pueblan este libro son marginales: cuerpos negros, cuerpos trans, cuerpos drogados. Su postura de trasladar la fiesta de los anticuados clubes o discos a sótanos derruidos, galpones abandonados, antros de mala muerte o simplemente una calle cortada es un intento de recuperar muchos de los espacios perdidos ante la violencia que marcó la última década de Brasil, en especial desde la asunción del bolsonarismo.
La política podrá no ser una fiesta, pero la fiesta, sin dudas, siempre es política.
“Historia universal del after” (fragmento)
B DE BASE
Ana me puso en la lista después de nuestra primera reunión. De inmediato sentí el deber de retribuirle el cariño que me produjo ver mi nombre entre los invitados de sus fiestas: me convertiría en un soldado del techno.
Era como si hubiera una conexión ancestral entre nosotros. Debido a sus facciones de reina andina y a lo que di en llamar su “empatía milenaria”, decidí que de ahí en más su apellido sería Pachamama. Su madre, Pachagrandmama, nacida en Belém do Pará, se casó con un colombiano y viajaron por todo Brasil en dirección al sur, hasta llegar a Porto Alegre. El padre murió cuando Ana era pequeña. Ella estudió música en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul y dicen que tocaba el violín, pero jamás la vi manipular instrumentos que no fueran el mixer y las CDJ.
El carisma de Ana era un fenómeno tan notable como su virtuosismo. Nunca llegaba sola a una fiesta. Una fuerza nos arrastraba hacia su órbita. Era un pequeño sistema solar con sus propios planetas y satélites. Todos nos sentíamos atraídos por su leve gravedad. Cuando se hacía cargo del sonido, la pista entera se comprimía en su dirección. Cada espacio vacío se llenaba de cuerpos animados por la intensidad de su música. Ana era un imán viviente.
En varios frentes (Arruaça, Base y Goma), ella y sus amigos (¡y amigas!) parecían proponer respuestas prácticas a varias cuestiones que yo mismo venía preguntándome desde que, en una de las aulas de la maestría, una idea había colisionado con mi existencia, fundada, hasta aquel momento, en la creencia de la diversión subversiva. “Divertirse significa estar de acuerdo”, decía el viejo gruñón Adorno. ¿Sería entonces posible articular el placer de la fiesta con alguna forma de crítica sobre lo dado, o aquello que hacíamos en la pista de baile era apenas reproducir los ritmos de la producción, replicar la coreografía de las mercancías que se mueven en un flujo constante?
Los antros se habían vuelto refugios para estafadores, sitios de prohibición y control, de precios abusivos. Investigadores entusiastas de la vida nocturna propusieron que los clubes fueran considerados espacios alternativos de arte, pero lo que pudo haber sido una realidad en la Nueva York del Studio 54 y el Club 57, hoy es la nostalgia o la utopía de un lugar y un tiempo distantes. Los clubes se habían convertido en centros de acondicionamiento para el ganado humano, los cuerpos sometidos por la música a todo volumen. Dejarlos atrás era una acción lógica. La autonomía llegó con la fiesta celebrada en un edificio comercial desocupado en la Avenida Osvaldo Aranha.
GB tomó prestado un proyector para usarlo en el área de fumadores y a partir de ese momento comencé a colaborar más eficazmente en el proyecto. Hasta entonces mi participación se había centrado en descontrolar la pista, actividad a la que todavía me entrego con pasión. Doscientas personas se quedaron afuera, lo que aseguró el éxito de las ediciones posteriores.
En la fiesta que organizamos en un estacionamiento de la avenida Júlio de Castilhos, un socio de varios proyectos se unió al equipo. Tal y como hacen los DJs, Autacom recurría a la apropiación y la remezcla en su trabajo visual. Sus instalaciones tenían lugar preferentemente en espacios de circulación afectados por estímulos sensoriales y ruidos. Artista y montajista experto, fue autor de las expografías de mis proyectos curatoriales. Como dupla, podíamos llenar los vacíos tanto de mi ineptitud manual como de su ineptitud social.
Para los escenarios de la Base instituyó lo que dio en llamar “Escenografía Pobre”. Lo precario, los descartes de la sociedad de consumo e incluso referencias al arte moderno eran reapropiados para la creación de nuevos ambientes. El método nos permitiría operar dentro de un presupuesto mínimo, haciendo uso de los escombros encontrados en cada sitio. La pobreza presupuestaria también nos obligó a desarrollar un lenguaje visual diferente al del paradigma tecnológico que se había estandarizado dentro de la escena electrónica. El arte es producto de la contingencia.
De las tres fiestas en el cobertizo de Voluntários, la más llamativa fue la edición de Makínika con Lady Machine, que se conoció como la Base de la Inundación. Esa fue quizás la experiencia más peligrosa que he tenido en una pista de baile. Una aglomeración-humana-en-trance-colectivo-bailando-dentro-de-un-cobertizo-electrificado-en-medio-de-una-inundación. Kika y GB estaban pasando un techno increíble mientras amanecía y una cascada bajaba desde el techo a través de una de las paredes laterales del galpón. El agua ya estaba a la altura de nuestros tobillos cuando alguien con un poco de cordura tomó la iniciativa de cortar la energía del generador. Toda esa muerte postergada terminó logrando que el siguiente fin de semana fuera uno de los más tediosos de nuestras vidas.
Para la edición “Hypnóticas” de la fiesta utilizamos Anemic Cinema, de Duchamp, proyectada en loop. Fue un trabajo duro. La fiesta amenazaba comenzar con mal augurio después de un montaje de luces demorado y deficiente y muchas quejas sobre la elección del lugar (el estacionamiento de un prostíbulo). Tenía pensado quedarme en casa, pero Amanda llamó un Uber para que me recogiera. Además del menú habitual, comí unos hongos que me había obsequiado Dominik. Los psicodélicos pueden ponerme bastante agresivo. Estaba pensando en el exterminio: la tecnocracia como un proyecto basado en la eugenesia para destruir a la humanidad y salvar al planeta. Traicionar a la especie. No fue hasta que Volpe abrió su bolsa de K en el after que pude relajarme.
La contradicción intrínseca de nuestra fiesta como gran agente gentrificador se hubiera consumado plenamente de haber conseguido eliminar las banderas de la escola de samba Império Zona Norte, en cuyas instalaciones celebraríamos nuestro próximo evento. Con capacidad para miles de personas, el lugar requería una ambientación especial, sobre todo porque no teníamos escombros de ningún tipo para elaborar nuestra Escenografía Pobre. Trabajamos con andamios y papel de aluminio.
Más tarde se añadieron cantidades industriales de film plástico para crear estructuras que funcionaron como enormes lámparas habitables en la edición de la fiesta que recibió el nombre de After Futuro. Con los focos de luz orientados de abajo hacia arriba, iluminamos en rojo una de las estructuras cubiertas con papel de aluminio. Vista desde lejos parecía un fuego artificial. Luego, contemplando los restos de aquel fuego, pensé en la posibilidad de un monumento que pudiera documentar la fugacidad. Una estructura que encerrara historia y ficción; que fuese estática pero que tuviera el poder del movimiento; que fuese efímera pero que llevase en su interior la premonición de recuerdos futuros.
Luiz tenía una película que me encantaba, la primera de una serie en la que relacionaba la escultura modernista con el cuerpo desnaturalizado, el cuerpo-escenario para nuestras performances de género. En O Novo Monumento, la réplica de una obra de Amilcar de Castro es transportada por un camino de tierra en la parte trasera de un camión. Una pandilla de motociclistas cruza el horizonte, desgarrando el paisaje como el corte hecho por el escultor desgarra la pieza de hierro. En esta escena rural filmada en blanco y negro, los miembros de una tribu de nómades bailan con gestos adustos, movimientos geométricos y poses apolíneas.
En otra de las películas de Luiz, también rodada en blanco y negro, puede verse la réplica de una escultura de Franz Weissmann, un logotipo del mundo corporativo hecho en tres dimensiones que gira sobre su propio eje. Un nómade del futuro baila, pero su entorno ya no es rural. La coreografía se ejecuta dentro de un vagón del metro. La película termina con un primer plano de un rostro medio enterrado en polvo blanco.
Mi monumento-documento erigido para Apolo tendría que ser destruido para Dioniso. La naturaleza del mármol no es externa a la escultura, que debe entenderse en su campo explotado. El blanco del mármol es el mismo blanco que el de la droga. Aspiro a hacer desaparecer la historia del arte inhalándola.
Quién es Leo Felipe
♦ Nació en Porto Alegre, Brasil, en 1973.
♦ Es escritor y trabaja en el mercado del arte.
♦ Fue dueño de un bar, cantante de una banda punk, DJ, productor de fiestas, locutor, presentador de televisión, investigador académico y curador.
♦ Escribió libros como A fantástica fábrica e Historia universal del after.
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