“Soy un montón de cosas”, dice Paula Jiménez España (Buenos Aires, 1969). Así, vida y obra poética pueden ser en ella dos caras de una misma moneda y a veces lo son.
Paula Jiménez España ha desarrollado distintos oficios a la hora de escribir, siendo poeta, narradora y periodista. También ha recorrido distintas disciplinas al estudiar psicología, astrología, tarot entre otras. Suma prácticas de la escritura con lecturas teóricas, sin definir un límite claro entre ambas; las conecta sin suturas muchas veces en su poesía. Es una actitud inquieta, una mirada vital. Aquí se ilumina en sus ojos y en sus palabras el deseo por comprender a través del sentir, pensar e intuir lo que sucede en este mundo de sucesos, cosas y seres vivos.
En ese sentido, El cielo de Tushita, su último libro de poemas -editado por Salta el pez-, capta y une, con extraordinaria fluidez, el acontecimiento de ser madre con una comprensión emocional y sensorial de la naturaleza. Lo hace a través de la contemplación y algunas nociones cercanas al budismo: “A veces me pregunto/ quién habrás sido, hija/ si los matices de la dicha fueron tuyos/ o el desguace impiadoso con que el karma/ cientos de vidas quema en una sola/ te habrá tocado a vos” (Samsara).
Es un nuevo ciclo en la inquieta trayectoria de Jiménez España que anteceden más de diez poemarios: Ser feliz en Baltimore (2001), La casa en la avenida (2004), La mala vida (2007), Espacios naturales (2009), Terrores nocturnos (2017) o La suerte (2021), por citar algunos. Es que “el yo va de viaje en los poemas”, señala la poeta, y cada libro ha sido una parada de un largo recorrido para seguir observando y aprendiendo en el camino.
Así, este viaje poético de Baltimore a Tushita pareciera ser hoy una senda triunfal, ya que “No es solo el mar/ el que arrastra hacia la huida/ Siendo yo el arca/el mundo no ha encontrado/ otra forma de escapar” (Ofrendas, de Ser feliz en Baltimore). Se va, entonces, desde un lugar cerrado, urbano, oscuro- su culminación es La mala vida- hacia un lugar abierto sin límites. Se trata de un universo luminoso y en comunidad- iniciado en Espacios naturales- donde “Todo sigue su ritmo natural/ enlace y desenlace llegan juntos, /se van al mismo tiempo” (Espacios naturales). Luego, llegamos a Tushita, uno de los buenos cielos de los relatos del Buda.
“La opacidad va ganándole a la luz/ que declina y nos trae/ el azor escondido y el naranja/ invernal de este crepúsculo”, describe Primer poema a Victoria. Y este dichoso libro de ritmo, música y verso breve es, desde el principio, un canto de amor a la nueva vida. La de la hija que nace, crece y brilla libre, con sus madres Clara y Paula, junto a un chimango, el tilo, la rosa y sus espinas, un caracol o una araña que danza. Porque El cielo de Tushita trae el feliz descubrimiento que hace una niña, entre las luces y las sombras en cada día, de cada detalle de nuestra tierra.
El amor
No sabés qué es afuera, qué es adentro,
no podés distinguir ese perímetro
que miden las palabras, su propiedad
privada que convierte
barriada en amenaza, naturaleza viva
y coincidente en hora y en espacio,
en un peligro.
No, tu piel está en las cosas
que chupás como si fueran
la pulpa dulce de la pasionaria,
asemejada siempre a tu deseo,
amalgamada,
por intuición camaleónica.
Fundida, concebida en el reflejo
en la fraternidad que arraiga
inmemorial. ¿De dónde
venís hija, extraterrestre?
¿de una muerte redimida y olvidada
en un recodo mudo, sin lenguaje?
¿Sabés del engranaje que une sombras
y luces y mañanas y crepúsculos?
Porque tus ojos sabios son maestros
me miran con la misma
ternura que a quienes nunca viste y pasan
por la puerta, o como a Gaspeadita,
nuestra gata. En trance, vos y ella
en plena galería de la casa
bajo el sol de otoño, hondas las dos
en el instante que se va, atravesando el túnel
que comunica el tiempo con los tiempos
raíz enlazadora
de las haciendas que parecían separadas: nidos,
montañas, especies, campos, mares.
Nosotras, antes de ser a veces
y solo a veces, una.
Tus manos tejen una trama que no deja
a nadie ser paria de la historia,
carne del desamparo. Salud, mi amor,
larga vida a esa luz
que en el dolor de vaya a saber qué
se va olvidando.
(de El cielo de Tushita, Buenos Aires, Salta el pez, 2022)
* La serie completa de “El poema de los viernes” se puede leer clickeando acá.
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