Leonardo Padura (La Habana, 1955) es uno de los nombres más celebrados y prestigiosos de la literatura escrita en español. Narrador, periodista y guionista, Padura estudió literatura latinoamericana en la Universidad de La Habana, recibió un título en Filología y es autor de una obra potente y premiada por la crítica y también por los lectores, un cóctel soñado por los autores de todos los tiempos. Traducido a varias lenguas, fue ganador del premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015 por la totalidad de su obra aunque sus novelas policiales ya habían recibido galardones como el Café Gijón y el Dashiell Hammett.
Títulos como Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras, Paisaje de otoño (estas cuatro dieron origen a la serie de TV Cuatro estaciones de La Habana, ganadora de un Premio Platino), Adiós, Hemingway, La neblina del ayer, La cola de la serpiente y La transparencia del tiempo tienen como protagonista al desesperanzado investigador Mario Conde, nacido en tiempos de la revolución, ex policía, aspirante a escritor, vendedor de libros de viejo y -en la última novela- encargado de la seguridad de un restaurante y bar de la zona de La Habana elegida por turistas y cubanos con recursos.
Padura es también autor de La novela de mi vida, Como polvo en el viento y la exitosa e inolvidable El hombre que amaba a los perros, novela en la que además de reflejar la Cuba contemporánea reconstruye la vida de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky.
En Personas decentes, su nueva novela publicada por Tusquets, Mario Conde es convocado para ayudar a la policía a resolver un crimen -al que muy pronto se sumará otro-, el de Reynaldo Quevedo, ex funcionario de Cultura y represor, abanderado de la pureza ideológica en los 70, quien con sus acciones decretó la muerte civil de artistas y escritores “desviados” de la normativa decretada entonces por el régimen. Una reliquia napoleónica cumplirá un papel clave en la historia que desvela a Conde esta vez. El presente de la novela transcurre en 2016, el año del deshielo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, con la llegada del entonces presidente Barack Obama a la isla y también la de los Rolling Stones y un famoso desfile de Chanel. Una primavera de relaciones entre países y sueños de progreso económico para los cubanos que terminó muy pronto, con el triunfo de Donald Trump en 2017.
En paralelo a la historia principal, hay otro relato fijado en las primeras décadas del siglo XX, cuando Cuba era conocida como la Niza del Caribe. El protagonista es Alberto Yarini, proxeneta cubano, hijo de familia rica e ilustrada y con grandes ambiciones políticas, en este caso, un personaje real de la historia cubana. En esta novela paralela -que el lector comprobará hasta qué punto se une con la otra- también hay crímenes: las muertas son dos prostitutas. Pero a diferencia de otras novelas de Padura, no solo hay más muertos: hay un grado relevante de perversión y truculencia.
Personas decentes habla de la historia de Cuba y sus claroscuros y del presente complejo y precario de un país ahogado desde adentro y desde afuera, en el que se salvan los menos y para los más se hace difícil mantenerse decente. Un país en el cual muchos sólo encuentran la salida abandonando la isla y en donde el pasado insiste en reaparecer.
Leonardo Padura llegó a la Argentina para presentar esta nueva novela -para algunos críticos, la mejor de la serie de Mario Conde- y conversó con Infobae sobre los años del estalinismo cultural en la isla, la prostitución como una de las salidas laborales y sobre cómo es ser escritor en Cuba, un país cuya “industria más exitosa” es el control.
— Ya desde el título se advierte que la novela trata sobre un tema universal de la conducta humana que es la decencia. ¿Pensás que hay países o sociedades en las que es más fácil ser decente?
— Mira, los comportamientos éticos de las personas son muy difíciles de juzgar desde fuera de determinados contextos. Hace un par de días estaba viendo que el gobierno de Haití pidió una ayuda de una intervención militar extranjera para tratar de controlar las bandas gangsteriles que dominan la vida cotidiana del país. Cómo ser decente en un país como Haití. Es tan difícil. Y yo creo que a veces juzgamos a los otros desde nuestros parámetros y somos injustos: hay que ubicarse en cada momento y lugar. Y en el caso de esta novela y de una historia cubana que transcurre en dos tiempos, por un lado este personaje con el que he trabajado tantos años, Mario Conde, que necesariamente yo tenía que convertirlo y trabajar con él como una persona decente para que tuviera la altura moral de juzgar a los indecentes, que hay muchos en muchas partes, porque tal vez es más fácil señalar a los indecentes que encontrar a los decentes. Eso sí es muy fácil. Y hay una historia que ocurre en el pasado, en la que por ejemplo hay unos personajes que son muy comunes en la historia de las sociedades que son las prostitutas. En 1910 una prostituta en Cuba era considerada una persona indecente, una persona inmoral. En el 2016 ha resurgido una prostitución en Cuba en la que incluso ha sido denominada por 20 años con un nombre que oculta la profesión, se le llama la jinetera. Y esas jineteras son personas que se consideran socialmente unas luchadoras. Unas luchadoras que buscan el sustento de la familia, mejorar su vida, y son mucho menos criticadas que aquellas prostitutas de 1910. Y posiblemente las prostitutas de 1910 estaban más obligadas por hambre y por necesidad a prostituirse que las del 2016. Y entonces las sociedades las condenaban abiertamente. A veces, cuando se quiere justificar la prostitución, se tiene una actitud compasiva. Yo traté específicamente en este sector de la vida de una sociedad de tener una actitud comprensiva.
— Sí.
— Comprender por qué estas mujeres, que eran catalogadas como bien dije de indecentes, se prostituían en una época en la que pasaba lo mismo en Buenos Aires o pasaba lo mismo en París. Tenían que prostituirse para vivir. ¿Eso es ser indecente? ¿La vida no es lo más importante. Y hacer cualquier sacrificio, someterte a cualquier humillación para vivir no es una actitud humana que hay que considerar en sus circunstancias y saber si la condenamos o no?
— En la historia más contemporánea de la novela hay jineteras pero hay pingueros también.
— Sí. Los pingueros cubanos son los jóvenes que practican el sexo por dinero, también. Sí, así que no es un oficio exclusivo del sexo femenino.
— Claro. Eso se ve y está muy marcado el modo en que reaparece como resultado del llamado “período especial”. Y estamos hablando de dos épocas, de dos momentos muy diferentes que marcan la narrativa de esta novela, pero hay un tercer momento en el cual ese pasado que, como dice Conde, nunca muere, sigue teniendo repercusiones en el presente y que son lo que en la novela se define como “los oscuros 70″. Porque el primer muerto que aparece es Reynaldo Quevedo, cuyo cadáver presenta signos de crueldad, y que años atrás fue un hombre que con sus acciones lo que hizo fue decretar la muerte civil de muchos artistas.
— Sí. Fue un período realmente terrible de la vida cultural cubana. De la vida social específicamente cultural cubana porque en el año 1971 ya había unos ciertos lodos que provocaron las tempestades que ocurrieron después. En el año 71 hay un congreso de educación y cultura en el que se dictan los parámetros que debían cumplir los artistas y, por ejemplo, también los docentes, el congreso era de educación y cultura. Y si tenías algún rasgo de homosexualidad en tu comportamiento pues eras marginado. Si tenías creencias religiosas eras marginado. Si tenías problemas ideológicos eras marginado. Fue una marginación que, justamente -es la definición yo creo más justa- que los convertía en muertos civiles. Muertos civiles fueron, por ejemplo, dos de los más grandes escritores cubanos del siglo XX, José Lezama Lima y Virgilio Piñera.
— Así es.
— El autor de Paradiso y el creador del teatro moderno cubano. Murieron uno en el 76, otro en el 79, completamente marginados, no se volvió a hablar de ellos. Yo recuerdo haber leído en un periódico cubano una noticia de seis, siete líneas sobre que había muerto Lezama. Pero nunca se volvió a hablar de él. Después han sido de alguna manera reivindicados, han sido publicados, comentados, pero sufrieron ese proceso en el que se vieron envueltos cientos de artistas, creadores, intelectuales en sentido general en esos años turbios de la década del 70 que, afortunadamente, a partir de los 80 ya no fue tan drástico y, a partir de los 90, cambió bastante la situación, afortunadamente.
— En tu país además la situación económica provoca que los artistas se vean obligados a veces a restringir otras cosas. Me acuerdo que en el período especial los escritores solo podían publicar plaquettes (N. de la R.: publicación de tamaño pequeño que se usa principalmente para difundir obras literarias de corta extensión tales como poemas o cuentos) porque no había papel, entonces eso también para un artista es una cosa muy complicada en términos de que no hay posibilidades de elegir el modo en que vas a expresar tu creación.
— Mira, lo terrible es que a veces las tragedias tienen algún resultado positivo. En esa década de los 90, vamos a contextualizar: Cuba, país socialista, muy dependiente de la Unión Soviética económicamente. Empieza la crisis en Europa del Este, en la Unión Soviética. Los países socialistas se desintegran. La Unión Soviética deja de existir.
— Colapsa.
— Colapsa en 1991. Y la primera crisis que se vive en Cuba de lo que nos entregaba la Unión Soviética fue el papel. Fue lo primero que faltó. Y después empezó a faltar todo y faltó todo. Eso provocó que la industria editorial cubana prácticamente se paralizara pero también la industria cinematográfica, las representaciones teatrales, no había lienzos para los pintores. Y provocó un efecto positivo, y es que la gente trató de seguir creando. Y como las instituciones culturales cubanas no le podían dar respuesta a esa creación, pues se abrió un espacio de libertad y la gente fue más libre a la hora de crear. Porque ya dependía menos de las estructuras oficiales del Estado que era la que te publicaba los libros, te montaba las exposiciones, te financiaba la película. Entonces empezaron a aparecer otras alternativas. En mi caso mismo, y de manera muy evidente desde el principio, esto fue una situación que yo pude aprovechar porque en el año 91, cuando termino la primera novela de la serie de Conde, Pasado perfecto, la primera edición sale en México, una editorial pequeñita. Y recuerdo que yo estuve por primera vez en Buenos Aires en el año 93 y el entonces editor de Planeta, hablamos con él a ver si se interesaba en la novela y dijo “no, novelas policiacas cubanas no nos interesan” (Risas). Y al año siguiente publiqué Vientos de cuaresma, después gané el premio Café Gijón con Máscaras y tuve la enorme fortuna de poder entrar en el catálogo de Tusquets. Es decir que a lo mejor hubiera estado en el catálogo de Planeta un poco antes de no ser por ese editor (Risas).
— Ahora, estamos hablando de los distintos momentos de crisis en tu país, tan golpeado desde adentro pero también desde afuera. Más de una vez mencionás y también en Personas decentes aparece el nombre de la poeta cubana Dulce María Loynaz, a propósito de aquella frase en la que le preguntaban por qué no se había ido de Cuba. Vos solés decir que hiciste tuya esa respuesta, contame.
— No, no: me he apropiado de ella. Mira, hay frases que son tan sintéticas de cosas y que son tan significativas para mí. Hay una frase por ejemplo de Miguel de Unamuno de la que yo me apropié. Miguel de Unamuno dijo en una ocasión: “En el arte hemos de hallar lo universal en las entrañas de lo local y en lo circunscripto y limitado, lo eterno”. Cada vez que yo pienso en esa frase ha sido mi credo. Ha sido mi credo. Encontrar en lo local, en las entrañas de lo local lo universal. Porque uno no puede escribir pensando nada más que en su vecino, uno tiene que pensar escribiendo en el lector y el lector es universal. Y esta frase de Dulce María, que es muy deliciosa, le preguntaron… Ella también fue un poco una muerta civil. Lo que pasa es que ella tenía otro espíritu y organizó la Academia Cubana de la Lengua, la mantuvo. Hacía las reuniones en su casa, ofrecía a los miembros de la Academia un té. Era lo único que podía hacer. Pero té de las hierbitas que tenía en su patio porque no tenía té negro para darles, les hacía un té de caña santa y de hierba buena, de lo que había en el patio de su casa. Y le preguntaron ¿y por qué usted no se fue de Cuba? Y dio esa respuesta genial: “Porque yo llegué primero”.
— Es muy buena. En una nota al final de la novela decís que en esta novela practicas el género policial a fondo. ¿Por qué decidiste poner más muertos y con crímenes tan cruentos?
— Mira, hace unos años cuando estábamos mi esposa Lucía y yo escribiendo el guion de una de las películas de la serie Cuatro estaciones en La Habana, el de Vientos de Cuaresma, en lo que en el guion vendría siendo el minuto 40, 45 de la película nos dimos cuenta de que no llegábamos al minuto 90. No llegábamos. Y Lucía me dijo: “Hace falta otro muerto”. Yo puedo escribir una novela con un muerto, pero no podíamos escribir un guion de cine con uno solo. Mira, porque son géneros diferentes.
— Qué interesante, sí.
— Entonces, a mí un muerto me alcanza para escribir una novela policial. Y en este caso dije “no, no, voy a escribir dos historias muy cruentas, con investigación policial”, porque cada vez más sentía que en las novelas anteriores me iba alejando de la novela policial en favor de una mirada mucho más social, mucho más existencial. En la novela anterior de Conde, La transparencia del tiempo, por ejemplo, con toda esta reflexión sobre el hombre en la historia, cómo el hombre va creyendo y va viviendo determinados momentos históricos y la historia le pasa por encima. Y en esta dije: no, voy a hacer un poco más policial sin dejar de ser social, sin dejar de ser existencial, sin dejar de tener reflexiones como estas que hicimos al principio sobre el fenómeno de la prostitución y la decencia. Pero dije: “bueno, quiero que los crímenes sean bastante fuertes”. Y ahí está…
— La prueba (risas).
— Con cuatro muertos en vez de uno.
— Y de qué manera.
— Y de qué manera.
— Contame por qué aparece la figura Napoleón, de dónde sale. ¿Sos fan de Napoleón?
— No, especialmente. A mí la historia es una cosa que, bueno, es evidente en mis novelas que soy un amante de la historia, de los estudios históricos, y muchas veces entro en historias que cuento en mis novelas como forma de superar mi ignorancia. Uno no puede conocer toda la historia. No soy un historiador, soy un escritor, pero siempre busco algún elemento que le dé una permanencia a determinados comportamientos humanos. Y en este caso había un hecho, una realidad importante, real en Cuba, que es la existencia de uno de los pocos museos napoleónicos que existen fuera de Francia. Había un rico cubano, dueño de centrales, de bancos, un hombre muy poderoso, que era un gran fanático de Napoleón y formó una gran colección de objetos relacionados con el emperador. Y había una casa de otro rico cubano, un héroe de la independencia, un personaje también muy complicado igual que Yarini, Orestes Ferrara, que se construyó un palacio florentino en el centro de La Habana. Esos dos personajes se van de Cuba y el espacio del palacio florentino se convirtió en el receptor de la colección de objetos napoleónicos y ahí está el Museo Napoleónico de La Habana, que está considerado entre los museos importantes del mundo referidos a este personaje.
Y hay una historia real de que hubo un robo en el gabinete de las medallas de los reyes de Francia y que un pintor cubano estuvo cerca de los personajes que cometieron ese robo y que posiblemente hubiera traído a Cuba algunos objetos robados. Relacioné todo esto y lo convertí en el objeto del deseo. A mí me encanta que haya algo físico, no solamente algo espiritual y de sensaciones, de sentimientos, alrededor de los acontecimientos. En una novela como por ejemplo Paisaje de otoño hay un Buda de oro. En La transparencia del tiempo, una virgen negra medieval. Aquí es un objeto napoleónico que el lector sabrá, en su momento, qué es lo que provoca.
— Siempre tenés un “halcón maltés” en tus novelas.
— Tengo una especie de halcón maltés en las novelas. Una especie de halcón maltés, sí.
— Hay un momento en el cual tiene lugar una comida importante en la Dulce Vida, donde trabaja como responsable de la seguridad Conde, en donde todo cuesta mucho dinero, y adonde lleva a su mujer, Tamara y a su amigo, el flaco Carlos, y en un momento dice: “Nada más de pensarlo me he vuelto a sentir persona”.
— Sí.
— ¿Qué significa eso de sentirse persona con solo pensar en una buena comida en la Cuba de hoy?
— Mira, hemos atravesado muchos años de carencias, Hinde. En Cuba hubo una cierta normalidad en cuanto a las posibilidades de adquisición de productos con el salario que ganaba la gente en la década del 80. Y fue un momento en que un cubano podía ir a un restaurante y comer dignamente, tomarse una cerveza y hasta una botella de vino. Todo eso desapareció en los años 90 y se convirtió en un mundo en el que el dinero que tienes es un dinero de supervivencia y muy poca gente, muy poca gente hoy puede hacerlo. Porque aunque veas en estos momentos restaurantes privados de La Habana que están abarrotados de personas, son veinte restaurantes en una ciudad de dos millones de habitantes. Cuando vienes a ver, es el 0,001% de la población. Y de ese 0,001%, la mitad son extranjeros, diplomáticos que trabajan en Cuba, funcionarios que están en el país o turistas. Entonces la posibilidad de alguien acceder a estos bienes, a este disfrute, a esta posibilidad, se ha reducido mucho. Hay gente que nunca ha ido a esos lugares. Hay gente que nunca ha ido a esos lugares porque además con la carestía de la vida los precios de esos sitios son precios casi europeos. Entonces, ¿quién puede gastarse un promedio de 30, 40 euros por persona en una comida en Cuba? Bueno, Conde lo hace en esta ocasión con el dinero que ha ganado. Con el dinero que no ha ganado, en realidad.
— Con el que debe, claro.
— Y con el que no ha ganado todavía. Con la solidaridad de su amigo Yoyi, el Palomo. Y descubre, de pronto, que ha estado viviendo toda una tarde en el estado de la felicidad y hace toda una reflexión sobre qué cosa es la felicidad y, a veces, con tan poco alguien puede ser feliz dependiendo de su situación, de sus circunstancias, de sus posibilidades. Pero es tan satisfactorio para las personas saber por un momento que eres feliz. La felicidad, tú lo sabes, es pasajera; lo que hoy nos hace felices mañana puede haber otro acontecimiento que nos hace desgraciados y después volvemos a ser felices. En fin, es un estado de ánimo en un momento determinado. Pero disfrutarlo yo creo que es una maravilla y sería un derecho de todos poder disfrutarlo muchas veces en la vida.
— Sentirse persona muchas veces... Conde está grande, reflexiona mucho sobre la vejez. Mucho, mucho.
— Sí, sí.
— Y aparece la idea de la dignidad de la vejez que, por otra parte, uno podría decir que los viejos en Cuba tienen de pronto una dignidad que no tienen en otras sociedades, en algunos aspectos. Y ahí aparece la frase de Lao Tsé con lo de “si estás deprimido, vivís en el pasado”, ¿no?
— “Si estás deprimido vivís en el pasado. Si estás ansioso vives en el futuro. Si estás feliz estás en el presente”.
— Ahí está.
— Sí. Mira, esta reflexión sobre la vejez y el paso de los años ya la comencé en la novela anterior, en La transparencia del tiempo. Cuando cumple los 60 años Conde en el 2014. El día 9 de octubre, es decir acaba de pasar, fue mi cumpleaños 67 y 68 de Conde, él es un año más viejo que yo. Esta vez pasé mi cumpleaños volando desde La Habana a Buenos Aires, imagínate tú qué clase de cumpleaños. La comida que me dieron en el avión, además, no era una comida de cumpleaños (risas).
— No te sentías muy persona (Risas).
— No me sentía muy persona con la comida que me dieron en el avión. Y es una reflexión que yo le paso a Conde pero es una reflexión personal mía. Yo le paso a Conde muchas de mis reflexiones, muchas de mis conclusiones, muchas de mis opiniones sobre la sociedad, la vida, la cultura, y en este caso esta reflexión es importante porque mira, Cuba es un país -como tú decías- donde los ancianos tienen una relativa protección y además el sistema de salud pública cubano que, con sus problemas, sigue funcionando, ha logrado que en Cuba el promedio de edad sea similar al de España o al de Francia, 80 años.
— Claro.
— 80 años, perfecto. Cuando llegas a los 60, sacas la cuenta de que como promedio has vivido tres cuartas partes de tu vida. Te queda una cuarta parte. Conde ha vivido, ha fumado, ha mal dormido, ha mal comido muchísimo, entonces tiene miedo de no alcanzar esos 20 años. Y toda esa reflexión la hago porque creo que, incluso para un oficio que no requiere de un esfuerzo físico evidente como es el oficio de escritura, pero que sí requiere un esfuerzo físico, yo acabo de venir de una gira de promoción por España y Francia intensísima y llego aquí y empiezo a hacer entrevistas y tengo presentaciones en Argentina.
— Pero no es por escritor, solamente, sino por escritor exitoso.
— Bueno, pero es un esfuerzo físico que no es evidente pero es importante. Y también el esfuerzo intelectual.
— Por supuesto.
— Hemingway decía que el escritor debía tener un detector innato de mierda que le dijera: hasta aquí. Y pocos escritores lo han usado tan bien como lo usó Philip Roth. Philip Roth en un momento determinado dijo: hasta aquí llegué como escritor. Me retiro porque ya dije todo lo que tenía que decir y lo que diga de ahora en adelante es repetirme. Pocos escritores lo hacen. Y es una conciencia muy difícil de tener esta de jubilarse en un momento determinado. Pero uno tiene que tener muy claro que cuando ya no sea capaz de decir algo nuevo lo mejor es quedarse callado la boca. Y la vejez te puede obligar a quedarte callado la boca.
— Estás contando todo lo que pasás a Conde. ¿Y Conde es más o menos cínico y escéptico que Padura?
— No, mira, yo no estoy completamente de acuerdo en que sea cínico. Yo creo que más bien es irónico. Porque el cinismo puede ser agresivo y Conde utiliza la ironía como una forma de defensa. Hay una sociedad que a veces lo agrede en muchos sentidos, desde las costumbres hasta la economía. Lo que hablábamos acerca de sentirse persona. Y Conde busca la manera, y muchos cubanos buscan la manera, de encontrar una defensa a través de esa ironía, de un humor a veces cáustico que roza el cinismo. Por ejemplo, el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán sí tiene actitudes cínicas porque es un tipo que sí está de regreso de todo y con causa. Recuerda que él es un apóstata, es un ex comunista. Yo me estoy leyendo ahora Asesinato en el Comité central y disfrutándola muchísimo. La estoy leyendo por décima vez. Porque es un libro que lo vas leyendo y ves, bueno, hemos hablado de este tema en otras ocasiones. Y tiene esa actitud. Pero Conde es más defensivo. Y esa ironía también tiene que ver con una posibilidad de que con esa ruptura, esa ruptura de una mirada plana, esa realidad cobre una dimensión para el lector que la haga significativa. Y eso también es importante en el trabajo literario.
— ¿Pero es más o menos irónico y desesperanzado que el autor?
— Más que yo. Más que yo. Es mucho más irónico que yo.
— Hablamos del 2016 y de la posibilidad concreta de que se iniciaran nuevas relaciones con los Estados Unidos. Imagino que pasó por la cabeza de todos la posibilidad de que se terminara el bloqueo y también la posibilidad de que la gente pueda entrar y salir tranquilamente, algo muy importante para quienes tienen familiares afuera, ya que uno de los grandes temas es el exilio, esa idea de que uno se va y no puede volver nunca más. ¿Fue como una pequeña primavera, fueron unas vacaciones? ¿Cómo lo definirías?
— El 17 de diciembre del 2014 los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos anuncian que van a comenzar a conversar para reestablecer relaciones. En el 2015 se reestablecen esas relaciones. Se abren embajadas. Imagínate, vimos cómo se izaba en el Malecón de La Habana una enorme bandera norteamericana en lo que había sido la Oficina de Intereses, que se convertía en embajada al establecerse relaciones. En el 2016 Obama dice que viene a Cuba y viene a Cuba, hace una visita de tres días, viene un equipo de baseball. Hay distintos actos. Vienen los Rolling Stones, viene Chanel, hace un desfile. Circula el dinero. La gente abre pequeños negocios con los que les va muy bien. Muchos intercambios académicos, culturales, deportivos, religiosos. Se reunían en Estados Unidos o en La Habana los criadores de abejas, los creyentes en los ovnis. Por cualquier cosa había un intercambio. Vi varias veces esto, oí y vi a personas que tenían unas ciertas posibilidades económicas decir: “oye, el viernes me voy en el vuelo de las cinco de la tarde de American a Miami. Voy a comer en Miami, me paso el sábado y el domingo con mis amigos y el lunes por la mañana vengo en el primer vuelo y estoy trabajando”. Oír eso en Cuba era como decir “esto es ciencia ficción”. Y ocurría. Ocurría. Y se vivió una gran esperanza de que muchas cosas iban a cambiar, de que iban a mejorar. El gobierno cubano no estaba muy satisfecho con que hubiera esta posibilidad que les quitaba control.
— “La industria nacional que mejor funciona”.
— Que mejor funciona en Cuba. Y empezó a poner algunos ajustes. Pero llegó en el 2017 el señor Donald Trump y los ayudó.
— Les hizo muy fácil el trabajo.
— Muy fácil el trabajo. Y lo voy a decir en palabras cubanas: y nos jodió a los cubanos. Porque cuando se habla del bloqueo, del embargo, como se le quiera llamar, muchas veces se piensa que es algo abstracto o que es solo una justificación para el gobierno cubano, que es una justificación de muchas cosas para el gobierno cubano, pero es también real. Por ejemplo, hubo un momento hace un par de años en que alguien que vivía en Miami y tenía a su mamá en Cuba prácticamente no había manera de poder mandarle unos dólares porque todas las vías se cerraron. Trump devolvió toda la relación posible entre Cuba y los Estados Unidos a esos peores momentos de la Guerra Fría, el punto más bajo, creo, de las relaciones en los últimos tiempos y bueno, hemos regresado. Después vino la pandemia. Desapareció prácticamente el turismo en Cuba y estamos viviendo un momento muy, muy complicado de la realidad nacional.
— ¿A Padura lo leen en Cuba?
— Sí, me leen en Cuba. Mi libro salió en España el 31 de agosto. No sé cuándo saldrá una edición impresa de la novela. Pero el 1 de septiembre ya había en los sitios cubanos una copia pirata digital y la gente la está leyendo. La leen desde en un teléfono hasta en una tablet, en la pantalla del ordenador. Los que tienen Kindle la leen en Kindle. Y la gente sí, me lee, me lee mucho.
— Esta es una novela que habla del momento de mayor crueldad con los artistas que ocurrió en Cuba en la década del 70 con los famosos desvíos ideológicos. ¿No recibís nunca ningún tipo de presión oficial en relación a lo que pueden ser tus “desvíos” a la hora de escribir sobre Cuba?
— Mira, que fundamentalmente he podido decir lo que he querido decir en estos años. Tal vez juego con ventaja en el sentido de que hace 25 años tengo una editorial en España, lo cual significa que no tengo que contar con ninguna institución cubana oficial, las editoriales en Cuba pertenecen al Estado, que revise mis manuscritos. Y tal vez eso me permite la independencia de la que he gozado en estos años y haber podido escribir, te voy a mencionar un título porque creo que es fundamental, El hombre que amaba a los perros.
— Exacto.
— Yo cuando presenté ese libro en Cuba, porque en Cuba se editó, y cuando lo presenté allí dije: estoy asistiendo a un acto que nunca pensé que asistiría que es la presentación en Cuba de El hombre que amaba a los perros, que está escrito como lo necesité y con los elementos que necesité. Y creo que si hay un documento radical con respecto a lo que ha significado la vida en Cuba en estos años es El hombre que amaba a los perros.
— Sí. Y el estalinismo en su máxima expresión, junto con Personas decentes, diría yo.
— Bueno, mi mujer Lucía decía, cuando lo leyó: “Bueno, tú siempre dices que no te van a publicar en Cuba. Yo creo que éste sí que no te lo van a publicar en Cuba” (Risas).
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