En 2015, con Milena Caserola fuimos las primeras editoriales a editar en América Latina a Annie Ernaux con Diario del afuera/La vida exterior, un díptico traducido por Sol Gil. Ernaux ya estaba traducida al español pero siempre por editoriales españolas. Queríamos también apostar a la traducción rioplatense y traducir en la variedad del español.
Hace 7 años, para nosotros el objetivo era hacer conocer a Annie Ernaux y también traducir nuevas voces de la literatura contemporánea francesa actual por fuera de las etiquetas.
Diario del afuera/La vida exterior son diarios “éxtimos” donde ella relata escenas de la vida cotidiana de los anónimos que encuentra entre Paris y la “banlieue” (el suburbio).
Este libro se realizo con el apoyo de ayuda a la traducción Victoria Ocampo, el CNL en Francia y también la traductora pudo ir a traducir al Colegio de Traductores de Arles en Francia.
Tuvimos el honor, Sol y yo, de ser recibidas por Annie Ernaux en su casa en Cergy Pontoise y caminar por sus rutas cotidianas, entre el centro comercial y la panadería. Nos recibió para tomar el té. Vi donde ella escribía.
“Yo no soy una mujer que escribe, yo soy alguien que escribe”, dice: “Aunque ser mujer en los años 2000 no es ser mujer en los años cincuenta, perdura esta dominación [masculina], incluso en las esferas culturales. La Revolución de las Mujeres no ocurrió todavía. Se tiene que hacer”.
El proyecto surge de la constatación de que había muy pocas traducciones de escritores franceses y francófonos actuales circulando en las librerías argentinas. Nuestra intención era mostrar la diversidad de nuevos autores franceses que están por fuera de cualquier etiqueta.
En esa oferta de las letras francesas que se proponen hacer al público latinoamericano buscarán incluir no sólo autores franceses sino también africanos, canadienses y caribeños. Traducciones en nuestra variedad pero conservando a la vez todo lo extranjero, tanto en el plano formal de la lengua como en el de las referencias culturales. Elegimos autores que trabajan y transforman el lenguaje de un modo particular, con una poética propia.
Diario del afuera/La vida exterior (fragmento)
1985
En el estacionamiento del RER está escrito: DEMENCIA. Más lejos, en la misma pared, TE AMO ELSA y IF YOUR CHILDREN ARE HAPPY THEY ARE COMUNISTS.
Esta tarde, en el barrio Les Linandes, una mujer pasó en camilla sostenida por dos bomberos. En posición reclinada, casi sentada, estaba tranquila, pelo gris, entre cincuenta y sesenta años. Una manta le tapaba las piernas y la mitad del torso. Una nena le dijo a otra, “tenía sangre en la sábana”. Pero no tenía sábana la mujer. Atravesó así la plaza peatonal de Les Linandes como una reina entre la gente que iba a hacer las compras al Franprix, los chicos que jugaban, hasta el camión de los bomberos en el estacionamiento. Eran las cinco y media, estaba despejado y hacía frío. Desde lo alto de un edificio que bordea la plaza, una voz gritó: “¡Rachid, Rachid!”.
Puse las compras en el baúl del auto. El chico que junta los changuitos estaba apoyado en la pared del pasaje que conduce del estacionamiento a la plaza. Tenía un blazer azul y ese pantalón gris de siempre que le cae sobre unos zapatos grandes. Tiene una mirada terrible. Vino a buscar mi changuito cuando yo casi había salido del estacionamiento. Para volver a casa, agarré el carril que bordea la trinchera abierta para prolongar el RER. Tenía la impresión de subir hacia el sol que se escondía entre los hierros entrecruzados de los postes eléctricos precipitándose hacia el centro de la Ciudad Nueva.
En el tren hacia Saint-Lazare, una mujer vieja se sentó en un asiento al lado del pasillo, le hablaba a un chico –tal vez su nieto– que se quedó parado: “Y que me quiero ir, me quiero ir, ¿pero no estás bien acá? Mirá que piedra movediza moho no cobija”. Él tiene las manos en los bolsillos, no responde. Después: “Pero se ve mucha gente cuando viajás”. La vieja se ríe: “¡Vas a ver lindos y feos en todas partes!”. Su cara sigue feliz mientras mira para adelante y se calla. Él no sonríe y mira fijo sus zapatos, apoyado contra la puerta del tren. Enfrente de ellos una mujer negra linda lee una novela de la colección Harlequin, Une ombre sur le bonheur.
Sábado a la mañana en el Super-M del centro comercial Trois Fontaines una mujer avanza por los pasillos de “Limpieza”, cepillo de escoba en mano. Habla sola, aire trágico: “¿Pero dónde se metieron? Qué difícil es hacer los mandados de a muchos”.
Una multitud callada en la caja. Un árabe observa constantemente adentro del changuito las pocas cosas que yacen en el fondo. Satisfacción de poseer en breve lo que quería o miedo de que “sea demasiado caro”, o las dos cosas. Una mujer de tapado negro, cincuentona, tira los paquetes con rudeza en la cinta, los agarra otra vez brutalmente cuando ya están registrados y los vuelve a tirar en el changuito. Deja que la cajera le complete el cheque y firma lentamente.
La gente sale a duras penas por los pasillos del centro comercial. Logramos esquivar, sin mirarlos, todos esos cuerpos vecinos a algunos centímetros. Instinto o costumbre infalible. Solo los changuitos y los chicos nos chocan en la panza o en la espalda. “¡Mirá por donde caminás!”, le grita una mamá a su hijo. Algunas mujeres en consonancia con las luces y los maniquíes de las vidrieras, labios rojos, botas rojas, colas menuditas en jeans y melenas salvajes, avanzan con determinación.
Subió en Achères-Ville, veinte, veinticinco años. Se instaló en dos asientos, piernas estiradas, de costado. Saca del bolsillo un alicate y lo usa, después observa la belleza producida en cada dedo extendiendo la mano. Los pasajeros simulan no verlo. Pareciera que es la primera vez que tiene un cortaúñas. Feliz con insolencia. Nadie puede hacer nada contra su felicidad de –como indican las caras de los pasajeros– maleducado.
Una nena, en el tren, obliga a la mamá a que le lea un libro. Cada página empieza así: “¿Qué hora es? –Es la hora de…” (almorzar, ir a la escuela, darle de comer al gato, etc.). La madre lee en voz alta una vez. La nena exige leerlo ella misma aunque todavía no sabe cómo. Al parecer, solo retuvo de memoria lo que la madre le leyó (seguramente ya varias veces) porque se equivoca en las acciones que son apropiadas para tal o cual hora. La mamá la corrige. La nena repite llena de júbilo, cada vez más fuerte: “Son las cuatro: es la hora de pasear al bebé. Son las cinco: es la hora de cambiarle el agua al pez…”. Experimenta un placer cada vez más agitado al repetir la ronda implacable de horas y actividades autoritariamente ligadas. Se excita, no para de moverse en el asiento, pasa las páginas del libro con una especie de rabia, “qué hora es, es la hora de”. Normalmente ese vértigo de la repetición, frecuente en los chicos, alcanza pronto su paroxismo: gritos, llantos y una cachetada. En este caso, la nena se abalanza sobre la madre y le dice: “Te quiero morder”.
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