“Mientras entre ellos se repartían lo bueno, a nosotros nos pedían más sacrificios”: el cubano Leonardo Padura vuelve, cada vez más crítico

El escritor acaba de publicar “Personas decentes”, que presenta este jueves en Buenos Aires, en la Biblioteca Nacional. Una novela policial que apunta a la corrupción y la represión en su país. Y lo que perdió la generación del autor, que nació cuando arrancaba la Revolución.

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Leonardo Padura y su nueva novela, "Personas decentes".
Leonardo Padura y su nueva novela, "Personas decentes".

En una nota final, cuando la trama haya terminado y el detective Mario Conde ya haya resuelto el crimen, Leonardo Padura va a agradecer a sus amigos, a sus editores, a su mujer y a la Fundación Ford y va a decir que escribió Personas decentes porque quería ir a fondo con el policial. No le crean.

Aunque en esta, su última novela, haya muertos, investigaciones y tiros, se trata tal vez del libro más político de un escritor que nunca deja de ser político. A través de sus personajes, Padura desarrolla una idea que no se aplica sólo a Cuba: el pasado nunca está pisado, nada se olvida, los sometidos de ayer -o sus hijos, sus nietos, sus amores- están aquí hoy y puede ser que quieran cobrarse alguna deuda. Hablamos de la Historia, claro, porque no hay vida personal que no haya sido moldeada por los grandes acontecimientos, aunque a veces tratemos de mirar para otro lado.

Son 400 páginas en las que el cubano ajusta cuentas con la represión cultural en su país pero también con la corrupción de los líderes que debían haber guiado el camino a la igualdad.

Y, finalmente, con el dolor que causa el exilio para los que se fueron, para los que se quedaron, para los que se quedaron pero vieron partir a sus hijos, para los que hacen las valijas ya viejos para vivir junto a sus nietos en tierras extrañas.

Escribe Padura:

¿Qué dejaba el Conejo en Cuba? Dejaba su historia, sesenta años de su vida, unos amigos con los que había compartido tantas glorias y miserias, y una casa ruinosa. ¿Qué obtendría en Miami? La cercanía con su familia y algunos amigos como el médico Andrés, menos problemas para comer y más espacio para quejarse y... muy poco más, pero un poco que podía resultar agobiante, pues incluía, entre otras cosas, cargar con los fardos de la nostalgia y la derrota. La cuestión se centraba en calcular cuánto pesaban para el amigo cada uno de esos bultos.

La Habana, el escenario de "Personas decentes".  (EFE/ Ernesto Mastrascusa)
La Habana, el escenario de "Personas decentes". (EFE/ Ernesto Mastrascusa)

De todo eso se trata, en el fondo, Personas decentes. Por eso a poco de empezar el expolicía Mario Conde dirá la frase que titula esta nota: “Mientras entre ellos se repartían lo bueno, a nosotros nos pedían más sacrificios, más pureza... "

Pero no esperen un ensayo, un manifiesto, un tratado. Como el escritor dice, es una novela policial. Pero las víctimas no son cualquiera. La primera es un exfuncionario castrista que se dedicó a cuidar la pureza ideológica de los artistas y, dice el narrador, le arruinó la vida a más de uno. Exiliados, enviados a limpiar pisos y baños, suicidados.

Escribe Padura:

(...) los encausaron públicamente, en un teatro o un salón lleno de otros acusados y de fiscales. Humillación multiplicada... A otros los sancionaban sin que nadie se dignara siquiera a leerles las causas de su condena: te estigmatizaban y ya, sin explicaciones pero con rigor... De un día para otro te dejaban sin trabajo, sin poder exhibir o publicar nada, sin que hablaran de ti, ya nadie te dirigía la palabra. Casi como si no existieras...

El hombre -Reynaldo Quevedo- vive como un rey, con criada y todo. Hace negocios vendiendo al extranjero hasta los cuadros de aquellos a quienes ha censurado. Y un día aparece muerto en su casa, al parecer a causa de un golpe y... con el pene cortado: el novelista cubano sabe cómo tratar a un personaje que detesta.

Escribe Padura:

Reynaldo Quevedo, o Quevedo a secas, como se le conoció, había sido en los oscuros años de la década de 1970 la encarnación del Maligno para los medios artísticos del país. Poeta mediocre, con algún grado militar menor, pertenecía al sector de los intransigentes políticos y a la horda de los enfermos de ese odio voraz que engendran la envidia y los fundamentalismos y cuyos efectos se multiplican desde el pedestal del poder.

El crimen ocurre en La Habana en 2016, cuando la ciudad hierve por la visita de Barack Obama, entonces presidente de los Estados Unidos, y de los Rolling Stones. Los tiempos parecían estar cambiando, como efectivamente dijo Mick Jagger en la isla.

Pero Padura no se conforma con desentrañar este crimen y desplegar las muchas historias de crueldad y frustración alrededor de este personaje. Además, abre otra línea que se desarrolla a principios de siglo y que narra otro policía, Arturo Saborit. Es la vida de Alberto Yarini y Ponce de León, un proxeneta cubano que existió realmente. En la ficción, este es un relato que el exteniente Mario Conde está escribiendo.

Hay dos Habanas en Personas decentes. Una es la ciudad que recibe a los Rollings después de décadas de prohibiciones y discos traficados: la novela suma tensión y estalla, se libera, en el concierto del final. Y la otra ciudad es la de 1910, salpicada de prostíbulos, amenazas y negocios sucios, que espera con angustia la llegada del cometa Halley.

Esa es la trama pero con Padura nunca se trata de la trama. Se trata del cansancio y los golpes que recibió una generación -la del autor- que nació con la Revolución Cubana, conoció los enfrentamientos y las ilusiones, padeció la escasez del Período Especial y ahora ya pasa los 60 y sabe que esa fue su vida y no habrá otra. Eso puede ser imperdonable.

Cuando los Rolling Stones fueron a Cuba. (AP)
Cuando los Rolling Stones fueron a Cuba. (AP)

Escribe Padura:

(...) Mario Conde tendría ocho, nueve años, y por tanto debían de andar por 1964, el insigne Año de la Economía. ¡Qué gracioso! El año anterior había sido bautizado como el de la Organización y el siguiente sería el de la Agricultura, y ya el país había vencido el de la Planificación. Medio siglo después, miren qué cosas, en la isla se hablaba aún de los desastres nacionales de la Economía, la Planificación, la Organización, y todavía, todavía, la Agricultura insular no había logrado que volviera a haber suficientes boniatos, aguacates, platanitos y guayabas en los mercados cubanos.

No es la primera vez que el escritor -que siempre vivio en La Habana pero anda por el mundo- habla críticamente de lo que pasó con la Revolución. “Nos ha pasado que perdimos. Este es el destino de una generación”, decía en su novela anterior, Como polvo en el viento. De hecho, la famosa serie del detective Mario Conde siempre ha mostrado el trasfondo y los problemas de la vida en Cuba. Y ahora, cuando se detalle la represión cultural, aparecerán nombres famosos como José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Heberto Padilla y Guilermo Cabrera Infante pero también el de Alberto Marqués, un personaje de Padura que es un dramaturgo gay caído en desgracia.

Escribe Padura:

Como el mercado de discos en Cuba había languidecido y, por supuesto, habían dejado de importarse fonogramas, la inventiva nacional había logrado uno de sus más notables éxitos tecnológicos: inutilizar los surcos de los viejos long plays y soportes de 78 revoluciones y, por métodos misteriosos, recubrirlos con unas placas de vinilo sobre las que se grababa la música de otros discos llegados del más allá (el mundo capitalista, enajenado y corrompido), para que ellos pudieran escuchar a los intérpretes de moda.

Esos discos, dice Padura, traían:

las canciones prácticamente (en algunos casos totalmente) prohibidas en las radios nacionales por estar consideradas una forma de penetración ideológica (una sinuosa contaminación promovida desde ese consabido mundo de las funestas etcéteras), pues Alguien las estimaba nocivas, muy nocivas, para las conciencias de los hombres nuevos en acelerada y segura formación en la isla, unos seres modélicos a los cuales les correspondían solo tres arduos empeños y un destino luminoso: Estudio, Trabajo, Fusil... ¡Venceremos!

Se entiende por dónde va, ¿no? Esa denuncia y la indignación de ver, años después , una estatua de John Lennon en La Habana y la promoción oficial de los Rollings. Lo que se perseguía ahora se utiliza. Como si no hubiera pasado nada.

El poeta Heberto Padilla: hubo una campaña de intelectuales cuando lo encarcelaron en Cuba. (Creative commons)
El poeta Heberto Padilla: hubo una campaña de intelectuales cuando lo encarcelaron en Cuba. (Creative commons)

Padura, con los ojos de Conde, también señala las nuevas desigualdades que hay en su ciudad. Lugares nocturnos donde un trago vale lo que cobra un médico por día: ¿con qué plata se paga eso? ¿Tal vez con esos negocios que andan por los dos lados de la ley y a los que llama, burlándose “clandestinos públicos”?

Otro asunto es lo que pasa con el exfuncionario y esa casa que recibió. Una ley de 2011 habilitó la venta de propiedades, entonces los herederos de Quevedo pueden, cuenta la novela, “embolsarse medio millón de dólares y hasta más”. Y con eso empezar otra vida en cualquier otro lado.

Dice Padura:

(...) el nieto de un bolchevique, del revolucionario en su momento gratificado por sus servicios, se iría de Cuba con un capital obtenido de unos bienes que su abnegado abuelo había recibido a cambio de su militancia y fidelidad. Una cruel y feroz fidelidad, si se quería ser más preciso. Una lealtad al final muy bien pagada, si se contaba en billetes.

Para el gran concierto vuelven muchos emigrados -ahora se puede volver- y vuelven vencedores, con dólares frescos. “Lo importante es tener FE: familiar en el extranjero”, ironiza el autor. Y esa es otra herida: antes estigmatizados, ahora recibidos como salvadores. ¿Eran mentira las imputaciones del pasado? ¿Hubo argumentos sólidos para las restricciones que formatearon la vida de esa generación o a todos se los ha llevado el viento?

Personas decentes vuelve a revolver las heridas que Leonardo Padura viene señalando desde hace años y que ahondó en Como polvo en el viento. Pero ahora hay espacio para cantar a los gritos con los Rollings y el crimen del censor, finalmente, se resuelve con un giro que nos deja pensando. El pasado no está pisado pero la Historia no terminó.

Para verlo en Buenos Aires

Leonardo Padura presentará Personas decentes este jueves 13 a las 19 con una charla con la periodista Hinde Pomeraniec.

La presentación será en la Biblioteca Nacional, Agüero 2502, CABA.

“Personas decentes” (fragmento)

Sin embargo, en las calles que recorrían, donde ya ondeaban banderas y se alzaban vallas anunciando el inminente e histórico Congreso del Partido (obsoleto especificar de cuál), y, desde ya, convocando al desfile también histórico del 1 de Mayo, Día de los Trabajadores, el Conde veía pulular ancianos con zapatillas gastadas y miradas mustias, en busca de los míseros sustentos alcanzables con sus jubilaciones, cada vez más menguadas por los precios de estratósfera que iba alcanzando la vida. Mujeres de gorduras falsas, hechas de harina y arroz con frijoles, enfundadas en licras que apenas atrapaban sus masas fofas pletóricas de colesterol del malo, en empecinada persecución del pan de cada día. Jóvenes con pelados estrafalarios, miradas iracundas, gestos exagerados de reguetoneros que vivían de lo que apareciese... Los incontables habitantes de la ciudad que no habían alcanzado turno en la cola de los sueños. La porción mayoritaria en la cual él mismo militaba.

Desde hacía años el negocio de la compra y venta de libros que Mario Conde había practicado apenas dejó su trabajo como investigador policial, casi treinta años atrás, se había ido secando, como el árbol al que se le niegan el sol y el agua. El hallazgo, cada vez más esporádico, de una biblioteca apetecible (la última jugosa había sido, casi un año atrás, la del difunto escritor X, vendida hasta la última página por su hija desalmada, un lote que incluía una papelería que alteró la sensibilidad del Conde) lo había obligado a diversificar sus áreas de influencias, y ahora él compraba de todo: ropa usada, equipos eléctricos averiados, vajillas incompletas, guitarras sin clavijas..., cualquier cosa que pudiera llevarle a su amigo Barbarito Esmeril, que luego era capaz de vender lo que fuese, siempre con alguna ganancia. Aquella labor de sanguijuela, que lo agotaba físicamente y lo devastaba espiritualmente, apenas lo mantenía con la nariz fuera del agua, y por eso debía aceptar cualquier otra encomienda, como la que, sin darle detalles, le había propuesto su viejo amigo Yoyi el Palomo, que ya lo esperaba en las instalaciones de su nuevo negocio: un bar restaurante que se nutría con una clientela de turistas de paso, nuevos ricos locales y las infaltables, imprescindibles, serviciales putas de la nueva promoción de una industria nacional que había sido revitalizada por la crisis agónica de la década de 1990.

Quién es Leonardo Padura

♦ Nació en La Habana en 1955.

Estudió Literatura Latinoamericana en la Universidad de la Habana.

Trabajó como periodista desde 1980. Escribió en la revista literaria El Caimán Barbudo y en el periódico Juventud Rebelde.

Entre 1983 y 1984 escribió su primera novela, Fiebre de caballos.

Por ese entonces empezó a componer a Mario Conde, un detective que gusta de beber y es escéptico y crítico. Las novelas policiales que protagoniza Conde se convirtieron en un sello del autor.

Entre la serie de Mario Conde están Pasado perfecto, Vientos de Cuaresma, Máscaras, La neblina del ayer y Adiós Hemingway.

Además, escribió El hombre que amaba a los perros, La novela de mi vida y Herejes, entre otras.

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