“La mujer diabólica”: de manejar la primera mafia italo-argentina a ser “enjaulada” en un manicomio

Este libro de Osvaldo Aguirre reconstruye la historia de Ágata Galiffi, “la flor de la mafia” rosarina de la década del 30, que incluye asesinatos, tráfico de drogas, robos bancarios, billetes falsificados y conexiones con la política y la policía. Además, matrimonios arreglados, amantes y una condena desmedida en relación a sus crímenes.

El siciliano Juan Galiffi y su hija Ágata, asentados en Rosario a comienzos del siglo XX, fueron pioneros del crimen organizado en Argentina.

Entre 1920 y 1930, en la ciudad santafesina de Rosario, Argentina, hubo un marcado auge mafioso encarnado por el siciliano Juan Galiffi, llegado al país en 1910, y su hija, Ágata Galiffi, apodada por la prensa como la “flor de la mafia”. Con los genes de la Cosa Nostra, una de las tres vertientes de la Maffia nacida en Italia medio siglo atrás, primero el padre y después la hija fueron pioneros en Argentina de lo que más adelante se conocería como “crimen organizado”.

En su libro La mujer diabólica: historia y leyenda de Ágata Galiffi, el escritor y periodista argentino Osvaldo Aguirre reconstruye el génesis, el auge y, como no podía ser de otra manera, la caída de esta agrupación criminal. Su final, sin embargo, se dio casi por casualidad, a partir de un crimen del que (esta vez) la familia Galiffi era inocente.

Galiffi padre terminó expulsado del país tras ser acusado de tener responsabilidad en el asesinato de un “hijo de la oligarquía”. Ágata, su hija, continuó manejando la mafia hasta que fue detenida por intento de robo a un banco y falsificación de billetes. Extendida por casi una década, la condena se llevó a cabo en su mayor parte en un psiquiátrico en condiciones deplorables.

“Sólo podía hablar con las monjas, que me contaban cosas; llorar y rezar el rosario hasta que conseguía dormirme. La celda no tenía baño. El único baño del lugar lo compartía con las enfermas. Cada vez que iba, tenía que ponerme una especie de túnica y unos grandes zuecos de madera. Pero eso no era lo malo. Lo malo eran los gritos de las enfermas, esos aullidos en la noche”, cuenta la líder en la película de 1972 La maffia.

La mayor parte de los hechos que narra La mujer diabólica, contenido exclusivo de la colección Panorámica de Indie Libros, acontecieron hace ya casi un siglo, pero tienen una relevancia palpable en el contexto actual, en el que Rosario sigue siendo noticia por el accionar de las distintas mafias relacionadas con el narcotráfico. Cambian los personajes pero la historia se repite.

Así empieza “La mujer diabólica”

La mafia al ataque

El 29 de diciembre de 1938 los policías de Investigaciones Juan Espíndola y Marcos Cordero fueron asesinados en un tiroteo cerca de la Aduana de Rosario. En el enfrentamiento resultó herido Cayetano Morano, con antecedentes por robos y un homicidio, quien murió después de agonizar durante varios días. La prensa informó que había dos detenidos, el ex comisario Juan Bautista Terrarosa y el abogado Rolando Gaspar Lucchini, y dos prófugos, Arturo Pláceres y Ágata Galiffi.

La versión oficial expuso que el tiroteo fue el desenlace del intento de los policías por identificar a Morano y Pláceres, que despertaron sospechas cuando tomaban un café en un bar vecino. Ágata Galiffi no había estado en la escena de los hechos, pero Terrarosa tenía en su casa “papeles que la comprometían”, según la información periodística, y Lucchini era su esposo.

El contenido de esos papeles permaneció en secreto. El más importante era un mapa de la ciudad de San Miguel de Tucumán donde estaba señalizado el edificio del Banco de la Provincia de Tucumán. La policía hizo correr la versión de que Morano y Pláceres preparaban un asalto a la Aduana de Rosario, una cortina de humo para distraer la atención pública mientras trataba de descifrar lo que parecían unas anotaciones en clave.

Otra versión todavía más fantástica recorría la prensa de la época desde unos meses antes: Juan Galiffi, el padre de Ágata, deportado a Italia el 17 de abril de 1935, había regresado de incógnito a la Argentina y preparaba “una movilización general de la mafia”. Don Chicho Grande reagrupaba a la tropa dispersa por años de persecución policial y de estigmatización social y reanimaba un espíritu de cuerpo fundado en la omertá y la vendetta. Parecía tratarse de una especie de ejército en las sombras, en el cual su hija pasó a ostentar un grado máximo: era “la capitana de la mafia”.

En Milán, donde se había radicado desde su expulsión de Buenos Aires, Galiffi estaba sometido a un régimen de libertad vigilada por la policía local. No podía salir de noche, ni participar en reuniones. Sin embargo, su fantasma seguía presente en las elucubraciones policiales, que lo describían como jefe de una organización internacional dedicada al tráfico de drogas y la falsificación de moneda, y en afiebradas crónicas sobre presuntos viajes alrededor del mundo y conspiraciones internacionales.

La versión de su regreso se apoyaba en el supuesto descubrimiento de que el Galiffi que estaba en Milán era en realidad un falso Galiffi: un primo hermano muy parecido distraía a las autoridades fascistas, mientras el capo iniciaba un complicado periplo para ingresar a la Argentina a través de Chile. Un completo disparate, pero resultó verosímil y realimentó el temor a la mafia, un sentimiento colectivo fundado en la serie de secuestros y crímenes que conmovió al país a principios de la Década Infame.

Ágata Galiffi, apodada por la prensa como "la flor de la mafia" y "la pantera", fue detenida tras intentar robar un banco y sentenciada a 9 años de prisión, condena que atravesó en un psiquiátrico.

Según el rumor, Galiffi reclutaba a jóvenes criollos para que los viejos mafiosos los iniciaran en los secretos de la vida criminal. Chicho Grande había delegado el mando en su hija. El diario Crítica aseguró que Ágata había presidido “una reunión de destacados elementos de la mafia que respondían aún al capo y los hizo juramentar de ‘servir fielmente a los intereses de don Juan’”; al mismo tiempo, “la organización sería reforzada con una banda de pistoleros, pero éstos sólo intervendrían cuando fuera necesaria la acción directa”. La fuente principal de la información, la policía de Rosario, era la menos confiable por su probada complicidad con delincuentes y su práctica de recurrir a torturas y ejecuciones disfrazadas de enfrentamientos, pero la prensa no oponía mayores reparos e incluso agregaba especulaciones de su propia cosecha que remitían a imágenes estereotipadas de la mafia y al refrito de información de archivo.

La atención periodística se había reavivado a principios de 1938, cuando Simón Samburgo, allegado a Galiffi que cumplía una condena de prisión en la Penitenciaría Nacional, hizo una extensa declaración en la que despejó el misterio que rodeaba a la suerte corrida por Francisco Marrone, Chicho Chico: había sido asesinado en abril de 1932 al acudir a una cita en Pringles 1253, la casa de Galiffi en Buenos Aires. Los restos del rival de Chicho Grande habían sido enterrados en una quinta de Ituzaingó, de donde fueron exhumados el 12 de febrero de 1938.

Las fantasías sobre el falso Galiffi concluyeron en febrero de 1939, cuando se supo que Chicho Grande había sido detenido en Milán y afrontaba un proceso por adulteración de documentos y falsificación de dólares. Entonces cobró más fuerza la hipótesis de que Ágata estaba a cargo de sus negocios y de llevar a cabo los supuestos proyectos de refundar el crimen organizado.

Pero las crónicas de la época reconstruyeron la relación entre Chicho Grande y su hija en términos contradictorios, porque también afirmaban que Galiffi había mantenido a Agata al margen de sus actividades y que solo pretendía para su hija un matrimonio conveniente. Y de hecho se había ocupado de elegir al candidato, Rolando Gaspar Lucchini, que era su propio abogado.

Ágata Galiffi había vivido hasta entonces como “una perfecta mujer moderna”, según la revista Ahora. Elegante, atractiva, ajena a los crímenes asociados con su apellido, se había casado con Lucchini un día antes de que su padre fuera deportado a Italia.

Con su pedido de captura publicado en la prensa y en las reparticiones de la policía, la curiosidad pública tenía un motivo adicional. Ágata no estaba con su esposo: se ocultaba con un compañero de aventuras, un pistolero, un amante.

Juan Galiffi llegó a la Argentina en 1910 y, al poco tiempo, desarrolló un abanico de negocios potenciados por la violencia y la extorsión.

De tal palo

Nacido en Ravanusa, Sicilia, en 1892, Juan Galiffi llegó a la Argentina en 1910. Si bien se radicó en Rosario, las constancias del prontuario policial muestran que circuló por distintas provincias. Era un hombre inquieto. El 3 de julio de 1912 la policía de Córdoba pidió sus antecedentes en un escrito donde especificó que Galiffi “está sindicado como mafioso”.

El título lo acompañó toda su vida, pese a sus protestas de ser un honrado empresario que sólo tenía el vicio de apostar en las carreras de caballos, un inmigrante en buena posición al que le gustaba ayudar a sus connacionales. No obstante, pudo escapar a las redes policiales y se estableció en Gálvez, una pequeña ciudad del interior santafesino.

Su matrimonio con Rosa Alfano, joven siciliana radicada en Rosario, estuvo rodeado por una leyenda. “Se contaba que cuando conoció a la que después sería su esposa, decidió conquistarla a cualquier precio –recordó el periodista de Crítica Gustavo Germán González en su libro Crónicas del hampa porteña-. Se vinculó a la familia, aun sabiendo que la muchacha estaba comprometida a casarse con su novio en una fecha próxima. La víspera del día del casamiento, Galiffi salió de paseo con el novio y éste nunca más volvió a aparecer”.

El prontuario de Galiffi en la policía de Rosario incluye un informe manuscrito sobre la historia. Según esta versión, el rival se llamaba Salvador Spinelli, un empleado sin antecedentes delictivos que se casó con Rosa Alfano el 12 de julio de 1911 y que desapareció misteriosamente “siete u ocho meses” después. Las sospechas sobre Galiffi nunca pudieron comprobarse.

En Gálvez construyó la base de su fortuna, primero con una humilde peluquería, después con un restaurante, más tarde con una fábrica de licores. En la trastienda de esos emprendimientos se dedicaba a otro tipo de actividades, como la reducción de cosas robadas, según diversos informes policiales que también constataron un obstáculo: las buenas relaciones que Galiffi mantenía con políticos y funcionarios provinciales.

En Gálvez, también, nació Ágata Galiffi, el 24 de julio de 1916.

Osvaldo Aguirre, periodista especializado en crónicas policiales, también es escritor de poesía, ensayos y narrativa.

En 1920 Galiffi obtuvo la ciudadanía argentina, después que la policía santafesina acreditara erróneamente que carecía de antecedentes. Sus negocios se extendieron por el país: tuvo una bodega en San Juan, se dedicó a la importación de madera en Corrientes, montó una fábrica de muebles en Buenos Aires.

A diferencia de los mafiosos que habían llamado la atención desde principios del siglo XX, no buscó su medio de vida en las extorsiones o los secuestros sino que aplicó esos recursos –el de la violencia, en primer lugar- para asegurar sus negocios. Al mismo tiempo se mantuvo a distancia de los hechos a través de una intricada red de padrinazgos que tramó entre Buenos Aires y Rosario.

Galiffi ordenó los asesinatos de Francisco Marrone, Chicho Chico, que se atrevió a desafiar su influencia sobre los paisanos, en abril de 1932, y de Silvio Alzogaray, corresponsal de Crítica en Rosario, que lo señaló como responsable del secuestro del médico Jaime Favelukes, en octubre del mismo año. Pero no fue llevado a la Justicia por esos crímenes, ni por el secuestro de Marcelo Martin, ocurrido en Rosario en enero de 1933, aunque recibió una parte del rescate cobrado por su ahijado Santiago Bue.

El 23 de febrero de 1933 se descubrió que Abel Ayerza, un joven militante nacionalista secuestrado en octubre de 1932 mientras estaba de vacaciones en la provincia de Córdoba, había sido asesinado. Galiffi vivía entonces en Montevideo y se presentó ante la policía. No tenía nada que ver con el caso, pero la indignación pública y la reacción del gobierno de Agustín Justo ante el crimen de un hijo de la oligarquía condujeron a su expulsión del país.

La estrategia de alianzas de Galiffi se había materializado a principios de la década a través de la familia Amato. El abogado del capo, Héctor Amato, era también el abogado de la policía de Rosario; uno de sus hermanos, Arturo, era un caudillo del radicalismo alvearista; otro, Armando, revistaba como oficial en el Regimiento XI de Infantería, y su hermana, María Esther, se casó en febrero de 1932 con Francisco Marrone.

La policía, la justicia, el ejército y la delincuencia organizada convergían así en una gran familia. El compromiso matrimonial de Ágata Galiffi con Héctor Amato se inscribió en esa red de negocios: no fue una decisión de ella, apenas una adolescente, sino de su padre. Como tampoco tuvo alguna decisión en su casamiento con Rolando Lucchini, el nuevo abogado de Chicho Grande a partir de la ruptura con Amato.

Quién es Osvaldo Aguirre

♦ Nació en Entre Ríos, Argentina, en 1964.

♦ Es poeta, narrador y periodista, especializado en crónicas policiales.

♦ Escribió libros de poesía como El novato y Rocanrol; de ensayo como Lengua natal y Los indeseables; y de narrativa como Estrella del norte y La deriva.

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