“¿A dónde está la gente queer en Buenos Aires?”, pregunta, recién llegada de Nueva York, la escritora y teórica australiana McKenzie Wark. Después de una fugaz y algo estéril primera experiencia porteña, con un recorrido por el barrio de Recoleta que incluyó visitas a museos y un intento frustrado de entrar en el cementerio, Wark está deseosa de conocer todos los secretos que, al acecho, esperan a ser descubiertos en cada recoveco de una ciudad cosmopolita como Buenos Aires. A sus 61 años y con una curiosidad más de niña que de turista, Wark brilla con la misma intensidad que su corta pollera rosa y sus cómodas y estrambóticas zapatillas.
Por primera vez en América Latina, la académica y flamante escritora de ficción viajó para presentar Vaquera invertida, su primer libro publicado en Argentina (Caja Negra editora), en el marco del Filba 2022 donde participó de varios paneles y dictó el taller “La escritura trans en el fin del mundo”. Y es que hace ya más de cinco años que Wark, que hasta la publicación de esta “polibiografía” sexual -como la llama Paul Preciado- solo había escrito sesudos e “incorpóreos” libros de teoría, transicionó de género, en todo sentido y en simultáneo.
En español, la palabra “género” se refiere, por un lado, al género literario, pero también a lo que podemos llamar género identitario: masculino, femenino y todos los matices que existen entre uno y otro. Vaquera invertida es el resultado del rompimiento de Wark con ambas acepciones de la palabra, una novela en la que se aparta de lo que ella llama “narrativas trans estandarizadas” para crear una oda a la aventura y al descubrimiento, una forma de develar y conocer el género a través del sexo.
En esta entrevista con Infobae Leamos, McKenzie Wark habló sobre su transición de la teoría a la ficción autobiográfica que se desprendió de su otra transición, la que la llevó de fingir ser un hombre gay, primero, y uno hétero después, a ser una mujer trans en pareja con otra mujer. También habló sobre sus influencias, entre las que se incluyen dos potentes escritoras latinoamericanas, de las ventajas y desventajas de la proliferación de etiquetas, de la “euforia de género” y de cómo combatir la disforia con el baile.
“Estaban naciendo formas de ser humano, pero no siempre teníamos las palabras precisas para nombrarlas”, escribe la autora en su monumental Vaquera invertida, novela que se abre paso a codazo limpio entre géneros literarios e identitarios para darle al “yo” nuevos matices, aunque sin arrebatarle por eso su misteriosa y atractiva opacidad.
Este libro, sin duda una de las revelaciones del año -al menos en Argentina-, abre un abanico de posibilidades a la hora de pensar la identidad con todas sus texturas y distorsiones. Con Vaquera invertida, Wark encuentra finalmente esas palabras precisas, preciosas, para nombrar todo aquello para lo que en su momento, tal vez por no tener a mano un libro como este, todavía no existía un lenguaje.
-En mayo de este año reseñaste Bad girls, la edición estadounidense de Las malas, de Camila Sosa Villada. ¿Puede hablarse de una literatura trans?
-Desde el vamos, la edición en inglés se presenta no como un libro trans sino como uno travesti. En el prefacio, que no está en la edición original, se explican las diferencias entre los términos, cada uno con su contexto y sus particularidades. Me parece importante tener en cuenta que, sea lo que sea “lo trans”, siempre hay matices históricos y culturales, diferencias que no deben pasarse por alto.
-¿Pueden coexistir todos esos términos que representan distintas realidades o están destinados a pasar por alto sus diferencias para condensar en algo homogéneo?
-Hay que tener cuidado al usar la palabra “trans” para aunar todas esas distintas experiencias a través de la historia. Sí, el equivalente de lo que es una persona trans para el mundo anglófono ha existido desde siempre y en todos lados. Los sistemas de género son universales, pero la manera en la que el género se expresa va variando de cultura en cultura, y no debería imponerse a nadie esta mirada anglófona, imperial, estadounidense. ¡Al menos yo nunca lo haría!
-¿Hay algún otro libro latinoamericano que te haya llamado la atención más allá del de Camila Sosa Villada?
-¡Varios! Pero sin duda el que más me ayudó mientras escribía Vaquera invertida fue Tengo miedo torero de Pedro Lemebel. ¡Es magnífico! Cómo mezcla género y política… ¡Y esa protagonista! De alguna manera, es legible como alguna forma de feminidad trans, pero sin rigidez de la etiqueta.
-Ya que traés el tema, ante la multiplicidad actual de etiquetas en cuanto a género y sexualidad, ¿qué opinás de la necesidad de entrar en una categoría?
-El lenguaje es útil hasta cierto punto, pero no va a hacer por vos eso que más deseás. Yo no supe que era trans por un largo tiempo. Ese concepto, parte de todo un lenguaje con el que en su momento no contaba, podría haberme ayudado a existir, lisa y llanamente, por lo que sé lo importante que puede ser aferrarte a una palabra. Pero ninguna categoría o etiqueta va a resolver el acertijo de tu subjetividad por vos.
-¿Por qué creés que proliferaron en los últimos años?
-La gente joven suele necesitar las categorías, en especial al momento de salir del clóset. Por un lado, les sirven para encontrarse con gente similar, pero también les sirven a nuestros enemigos para encontrarnos. No siempre es necesario ser demasiado visible. ¡En Estados Unidos tuvimos que aprender cuándo escondernos!
-¿Y cuando las etiquetas no funcionan?
-Algo que siempre ayuda es encontrar a esa gente que es un poco parecida a una pero que tampoco es exactamente igual. Por ejemplo, si soy una mujer trans y sé que hay otras mujeres trans, ¡maravilloso! Ahora tengo amigas, una comunidad… ¡Pero somos perras! No estamos de acuerdo en nada y nos peleamos por todo. ¡Y está bien! Estamos juntas justamente porque no encajábamos en ningún lado, ¿y ahora se supone que tenemos que encajar entre nosotras a la perfección? Este no es el lugar para buscar la conformidad con lo uniforme.
-Aunque siempre escribiste libros ensayísticos y de teoría, Vaquera invertida, tu primer libro editado en Argentina, tiende a la narrativa, a la ficción. Este cambio de género literario (en inglés, genre) se dio en simultáneo con tu cambio de género identitario (gender). ¿Hay una relación entre uno y otro?
-Una de las cosas más difíciles de mi transición fue encontrar un género (en el sentido literario) adecuado. Ambas cosas me llevaron años, décadas: mi transición y mi libro sobre mi transición. ¡Y ambas terminaron sucediendo al mismo tiempo!
-Se desencadenaron mutuamente.
-En realidad, este es un libro pre-transición. Pero, de todos modos, transicionar significa un montón de cosas distintas. No es necesariamente un momento particular. La mayor parte la escribí antes de empezar a tomar hormonas porque asumí que joderían con mi habilidad de escribir, algo que de hecho sucedió por casi tres años. Pero no soy la primera mujer trans en tener unos años difíciles después de empezar a tomar hormonas: tuve llantos repentinos, me acosté con mucha gente random, ¡era un barrilete! No estaba en el lugar correcto para sentarme a escribir.
-¿Y transicionar cambió tu manera de escribir?
-¡Completamente! Ya no sé si puedo volver a escribir libros teóricos. Nadie me toma en serio como escritora de teoría hoy en día. ¿Para qué tratar? ¡Ja! Más allá de la broma, ver eso fue un alivio. La forma de la escritura siempre fue importante para mí y ha ido cambiando con el tiempo. Pero siempre fue bastante etérea, incorpórea. Ahora hay algo en la encarnación de esta experiencia, en toda esta corporalidad, que se volvió central en mi escritura, tanto en Vaquera invertida como en los que le siguieron, todos libros que solo fueron posibles porque transicioné.
-¿Cómo construiste a la narradora de Vaquera invertida, esa que va mutando a medida que el texto avanza?
-Esta “vaquera invertida” está suelta en el mundo habiendo dejado atrás la masculinidad, a sabiendas de aquello de lo que escapa pero sin la certeza de hacia dónde va. Eso fue una decisión intencional porque, como mucha gente trans, al principio creí saber hacia dónde iba pero, en realidad, la transición es más bien un aeropuerto extraño en el que te subís al avión sin tener la más mínima idea del destino. Yo terminé siendo una clase distinta de persona trans de la que pensé que sería.
-¿En qué sentido?
-No cambié mi voz, por ejemplo, cosa que pensé que tendría que ejercitar un montón. No siempre es necesario hacer demasiadas cosas para sentirse cómoda. Yo transicioné más bien entrada en años. Soy blanca, clase media. No tengo que preocuparme por mi seguridad tanto como algunas chicas más jovenes. No necesito pasar por mujer cisgénero.
-Una transición distinta de las que suelen representarse en libros y películas.
-No sé si en español sucede lo mismo, pero hasta hace poco en inglés había una forma bastante estandarizada de narrar lo trans, esa que dice “siempre supe que estaba en el cuerpo equivocado hasta que descubrí que puedo transicionar, encontré un doctor, ¡y ahora soy una mujer!”. Mucha gente sigue escribiendo ese libro. De hecho, mientras intentaba conseguir una editorial mainstream que me publicara, solían decirme: “Wow, esto es fantástico, pero… ¿podrías transformarlo en esta otra historia?”.
-¿Cuál es tu relación con ese tipo particular de literatura trans?
-Yo leí esos libros. Por años, los leí en secreto pero nunca logré encontrarme en ellos. No terminaba de sentir que era trans porque no lograba identificarme con esas experiencias. Por eso quise escribir una historia para gente que no encaja en esa narrativa, gente para la que no siempre está tan claro que transicionar es una posibilidad.
-Gente que, además, tiene sexo.
-¡Exacto! Estos libros de los que te hablo no suelen hablar mucho de eso, principalmente porque en el mundo angloparlante debías ser muy cuidadoso de lo que decías sobre sexualidad porque podías perder tu acceso al sistema de salud, algo que todavía sucede. Digamos que sos una mujer trans y te gustan las mujeres: no muchos doctores están en el negocio de hacer lesbianas. ¡Ja! Y, a su vez, si te gustan los hombres, tampoco te quieren atender porque piensan que sos un maricón. Por eso la mayoría de estas historias suelen ser muy discretas en ese sentido. “Wow, ¡finalmente tengo el género correcto para tener sexo!”.
-En Vaquera invertida hay una relación directa entre sexo y género, algo en lo que actualmente se suele hacer una distinción muy tajante.
-Es por eso que quise escribir sobre la experiencia de encontrar el género a través de la sexualidad. Este es un terreno dificultoso, en particular para las mujeres trans, ya que si llegás a la experiencia de la euforia de género a través del sexo sos el mal tipo de mujer. Sé que mi historia no es la misma que la del resto, pero mi objetivo era hacer algo distinto a la mémoire trans estándar para dar a entender que, si esta historia es posible, también hay un sinfín de formas de negociar el género, que pueden incluir o no una transición. ¿Cuáles son todas esas otras historias? En el mundo anglófono están empezando a salir a la luz. La literatura trans explotó, ¡y hay tantas versiones distintas!
-Lo más interesante de la tuya es que no busca ningún tipo de aceptación externa y se permite ser tan honesta -y tan guarra- como le plazca.
-Parece que una constantemente tiene que estar dando un poco de más para ser respetada. Pero yo siempre me sentí más atraída a aquellos huecos de la cultura queer que eran menos respetables, donde hay espacio para las versiones más desprolijas y enmarañadas del género y la sexualidad.
-Me gustaría volver al concepto que mencionaste de “euforia de género”, algo que también aparece en Vaquera invertida, y que no puedo evitar poner en contraste con el de “disforia de género”. ¿Cuál es tu experiencia con este último?
-En retrospectiva pude reconocer que tenía cierta disforia de género latente que pude mantener a raya por mucho tiempo sin tener que transicionar. Resultó ser también algo malo que nunca se va del todo. No hay una solución permanente, pero es una de las razones por las que me gusta tanto salir a bailar. Cinco o seis horas de techno sirven para olvidarte por un rato de la disforia.
-La euforia le gana a la disforia.
-Descubrí la posibilidad de reinterpretar el género gracias a ciertas experiencias particulares. Algunas a través del baile, la mayoría a través del sexo y el travestismo. En cierto momento una se pregunta: “¿Y si fuera esta versión de mí misma todo el tiempo?”. Obviamente no podés ir siempre por la vida en ese estado de éxtasis, pero es una pequeña llave, una pista. Si estos son los mejores momentos, ¿por qué no tratar de llevar algo de ellos al resto de mi vida?
-En marzo de 2023 vas a publicar Raving, un libro sobre tu experiencia con el baile y la música electrónica. ¿Cuál es tu relación hoy con el mundo de la fiesta?
-Para ser clara, tengo 61 años. No salgo cinco noches a la semana, del ocaso al alba. Suelo salir una vez a la semana. Me levanto temprano a la madrugada y mi novia y yo bailamos de 4 am hasta el cierre, que suele ser a las 9. Así que no voy a actuar como si fuera la reina de la pista de baile. Pero es, sin duda, mi forma favorita de ejercicio. Cualquier otra me aburre hasta la ultratumba.
-Hace varios años vivís en Nueva York. ¿Cómo es ahí la escena nocturna que te gusta frecuentar?
-La escena en Nueva York está cambiando. La música house, que solía ser un espacio para los hombres gays negros, se transformó en algo de los hombres gays blancos y, hoy por hoy, ya no es un espacio realmente queer. Cambiar el género (musical) permitió también cambiar el espacio. Ahora hay una nueva escena techno en clave queer, en la que no todos son queers, claro, pero todos conocen las reglas. O casi. No es una utopía. He sido acosada en la pista, todas lo fuimos.
-Hablando de utopías, ¿pensás a menudo en el futuro?
-¿Acaso hay uno? La cultura rave es esta especie de tiempo alternativo, como si el tiempo se abriera hacia el costado en vez de hacia adelante, y tal vez ese es el único tiempo que tenemos en este momento. Futuro hay siempre, pero estamos constantemente perdiendo distintos futuros posibles, y hay que asumir la posibilidad de que, entre los escombros, no quede ninguno bueno. Entonces, la pregunta es: ¿cómo nos organizamos en el presente?
-Para cerrar, ¿tenés pensado salir a bailar en tu estadía en Buenos Aires?
-Puede ser. Aunque no me traje ninguna cartera de mano así que tendré que salir con lo puesto. ¿Tenés alguna recomendación? Eso sí, off the record. Hay lugares que es mejor mantenerlos en secreto.
Quién es McKenzie Wark
♦ Nació en Newcastle, Australia, en 1961.
♦ Es escritora, teórica y académica. Trabaja como profesora de Estudios Culturales y Medios de Comunicación en el Lang College de Nueva York.
♦ Ha publicado numerosos ensayos y libros teóricos, como Un manifiesto hacker y El capitalismo ha muerto, así como la novela Vaquera invertida.
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