¿Qué hay detrás de la llamada guerra de las plataformas? ¿Se trata de conseguir suscriptores o de algo más? ¿Es una guerra nueva? Estas son algunas de las preguntas que intenta resolver Carlos Scolari en su libro más reciente, “La guerra de las plataformas”, publicado por la editorial Anagrama en su colección Nuevos Cuadernos.
El libro, pequeño, de tapas azules, lleva el subtítulo “Del papiro al metaverso”; al interior de este, asistimos a un relato que aborda el combate entre las plataformas en una época dominada por el streaming, que, a su vez, busca seguir avanzando en su control del mercado. Esta es, pues, la fase más reciente de la guerra por el control de los medios, de la cultura, de los saberes, de la memoria y de las ficciones con que se erige una sociedad como la nuestra.
“Cambian los soportes, pero la lucha es en esencia la misma: los papiros, los pergaminos, las primeras bibliotecas, los copistas medievales, el paso al libro impreso, el kinetoscopio y la guerra de las patentes desatada por Edison, el cine, el VHS y el Beta, Macintosh y Windows, Netscape y Microsoft, Google y Facebook, y ahora Netflix, HBO, Amazon y demás contendientes que libran la batalla por la hegemonía de la innovación, el control y el poder”, reza la primera página del libro.
La prosa de Scolari aborda temas complejos con una facilidad impresionante y se atreve a dejar que el lector le sea cercano, que se le siente al lado, como en este pasaje:
“Si bien hoy nos sorprende la streaming war, que enfrenta a Netflix, HBO, Amazon, Disney, Apple y otras corporaciones por la hegemonía del mercado audiovisual, el fenómeno no es precisamente nuevo. Desde hace al menos seis mil años, cuando nacieron las primeras formas de escritura, diferentes tecnologías, formatos y soportes materiales han competido entre sí por ocupar un lugar dominante en el espacio comunicativo. Estas guerras mediáticas han asumido formas muy variadas, desde la disputa entre soportes de la escritura (papiro contra pergamino) hasta los desencuentros entre modos de producción radicalmente opuestos (copistas y tipógrafos), pasando por las luchas por imponer un estándar tecnológico (Betamax contra VHS, NTSC contra PAL), un sistema operativo (Macintosh contra Windows, iOS contra Android), una consola de videojuegos (Sega contra Nintendo) o un software de navegación en la web (Netscape contra Internet Explorer). A medida que transcurrieron los siglos, estos conflictos fueron adquiriendo una dimensión geopolítica cada vez mayor y terminaron involucrando a diseñadores, creadores de contenido, usuarios, Estados, iglesias, empresas, laboratorios, trabajadores, sindicatos, militares, universidades y organizaciones internacionales. Nadie quedó fuera de las guerras mediáticas”.
A propósito de este, y con motivo de su visita a Colombia, como catedrático invitado a la Universidad de Los Andes, Scolari conversó con Infobae y ahondó en los conceptos que plantea en este texto:
— Usted aborda un tema que es común a todos, pero algo en lo que muy pocos reparan. ¿Cómo afecta la cotidianidad de la gente, a tal punto de pasar desapercibida, esta guerra de las plataformas?
— Desde que nacemos, vivimos inmersos en una “mediásfera”, una especie de pecera mediática que, como sostenía el famoso teórico Marshall McLuhan, modela nuestra forma de percibir el mundo. Una generación crecida solo entre libros percibe y le da sentido al mundo de manera diferente a una generación que crece con TikTok, League of Legends y la Wikipedia. Esto ha pasado siempre a lo largo de la humanidad: los medios de comunicación, junto a otras tecnologías, transforman nuestra percepción y mirada. Le doy un ejemplo: antes de la invención del avión, 700 kilómetros eran una gran distancia; ahora, es menos de una hora de viaje; en ese caso, nuestra percepción del espacio ha cambiado; lo mismo sucede con las tecnologías de la comunicación.
En este contexto, las plataformas de comunicación están cambiando muchos aspectos de nuestra vida, desde la disponibilidad de información “en tiempo real” hasta la posibilidad de construir nuestra propia programación audiovisual o sonora. También, la posibilidad de compartir nuestros gustos con otras personas, por ejemplo, a través de “listas”, agrega otra dimensión al consumo audiovisual tradicional. Finalmente, no debemos olvidar que las plataformas son máquinas de extraer datos personales que después utilizan para personalizar la oferta de contenidos y, en cierta manera, orientar nuestros gustos. Las plataformas, en definitiva, están transformando nuestra concepción de la información, el modo en que nos relacionamos y las maneras de educar, trabajar y ocupar el tiempo libre.
— En el libro habla de la forma en que los conflictos mediáticos contemporáneos tienden a abordarse desde visiones conspirativas. ¿De qué manera sería posible evitar la explosión de la incertidumbre?
— Hay que ir más allá de las miradas utópicas (“la tecnología digital solucionará por sí misma los problemas de la educación o la política”) como distópicas (“somos esclavos de los algoritmos”) y aprender a mirar estos fenómenos desde una perspectiva menos maniquea. El ecosistema mediático, al igual que la vida del Homo sapiens sobre el planeta, es cada vez más complejo: hay más medios, más tecnologías, más contenidos, más gente consumiendo y generando contenidos… !es un caos muy grande! Lo peor que podemos hacer ante situaciones tan complejas es simplificar y reducir todo a un enfrentamiento entre utópicos y distópicos. No es casual que en el libro hable de “populismo digital”: son miradas opuestas miopes, radicales, que se terminan anulando entre sí. Hay que aprender a lidiar y comprender la complejidad, no solo en la esfera mediática, pasa lo mismo en la política y otros ámbitos.
— ¿Cómo define a los “alquimistas de la imagen”? ¿Qué son?
— Después de la invención de la fotografía, en la primera mitad del siglo XIX, muchos inventores se lanzaron a experimentar con diferentes dispositivos ópticos y mecánicos para poder registrar un imagen en movimiento. Era el paso sucesivo: pasar de la imagen fija, estática, a la imagen que después llamaríamos cinematográfica. En esa época había mucho ensayo y error. Algunos inventores, como Thomas Edison, apostaron al principio por un aparato de visionado individual; lo llamó “kinetoscopio”, era una especie de caja vertical con un visor donde la persona debía inclinarse y, a través de una especie de binocular, veía un cortometraje después de pagar 5 céntimos de dólar por la breve sesión. Edison se enriqueció con el kinetoscopio, pero los Hermanos Lumière, desde Francia, apostaron por una tecnología que permitía proyectar esas imágenes sobre una gran pantalla. El cine de los franceses era un espectáculo colectivo, una experiencia que se podía compartir; como sabemos, este terminó siendo el sistema adoptado y difundido en todo el mundo.
— ¿Qué tanto nivel de peligrosidad reside hoy en el concepto del Metaverso y el control que supone en la sociedad?
— Nadie sabe bien qué forma tendrá el metaverso. Para Meta, la empresa post-Facebook capitaneada por Mark Zuckerberg, el metaverso será un “jardín vallado”, un entorno cerrado y totalmente controlado por esa corporación; a ellos les interesa que pasemos mucho tiempo ahí dentro para captar nuestros datos y vendernos productos. Ahora bien, el metaverso también podría ser algo similar a la World Wide Web, un entorno abierto, horizontal, que no está controlado por ninguna corporación sino que está gestionado por un consorcio internacional donde participan empresas, universidades y otras instituciones. Obviamente, yo apuesto por este segundo modelo. Tampoco descartemos que haya varios metaversos, con diferentes lógicas, modelos de negocios y formas más o menos estrictas de control.
— Hablemos del malestar de la cibercultura.
— Por “malestar en la cibercultura” me refiero al “apocalipticismo digital” que reina en estos días. En los años 1990, cuando apareció la web, solo había discursos optimistas y cargados de una cierta banalidad sobre las nuevas tecnologías digitales; ahora nos hemos ido al otro extremo: proliferan los discursos distópicos sobre los datos, los algoritmos y la inteligencia artificial. Si hoy entramos en una librería, seguramente encontraremos una mesa o estante lleno de libros que demonizan a los algoritmos y las máquinas digitales; sin embargo, si no fuera por esos algoritmos y máquinas no se hubieran podido desarrollar vacunas contra el COVID19 en pocos meses, ni tendríamos la posibilidad de monitorizar el cambio climático o mejorar el tráfico en las ciudades. Como dije antes, ya es hora de superar estas miradas maniqueas. Todas las tecnologías tienen aspectos positivos y negativos, es así desde que el Homo sapiens construyó la primera maza con un hueso y una piedra. Pero todas las tecnologías, más allá de los usos que les demos, como ya dije, siempre nos terminan modificando a nivel cognitivo y perceptivo y debemos ser conscientes y analizar esos cambios.
— El libro aborda casi 2000 años de historia. ¿En realidad ha evolucionado la comunicación desde entonces, o solo hemos dado pasos hacia atrás?
— Lo que esa larga evolución nos muestra es que el ecosistema mediático es más complejo y nuestra vida mediática se ha enriquecido muchísimo. Nunca en la larga historia de nuestra especie tuvimos acceso a tanta información ni de manera tan veloz. Si alguien prefiere volver al pasado y comunicarse a través de tambores, allá él. Yo prefiero este ecosistema caótico, descentralizado y sobrecargado de contenidos de todo tipo (incluídas las “fake news” y los memes de gatitos), a un ecosistema de la comunicación pobre y centralizado como los de antes.
Sobre el autor:
Carlos A. Scolari (Rosario, Argentina, 1963) es profesor titular en el Departamento de Comunicación de la Universitat Pompeu Fabra. Sus investigaciones se han centrado en la evolución del ecosistema mediático. Entre otras obras ha publicado El fin de los medios masivos (con Mario Carlón, 2009), Narrativas transmedia (2013), Ecología de los medios (2015), Las leyes de la interfaz (2018), Media Evolution (con Fernando Rapa, 2019) y Cultura snack (2020). En 2021 apareció su primera novela: La Gran Enciclopedia Argentina.
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