Hugo Alconada Mon: “En la fundación de La Plata hubo una corrupción galopante, pero eso da una luz de esperanza”

El periodista acaba de publicar “La ciudad de las ranas”, su octavo libro y el primero de ficción. Cuenta la historia de su ciudad, La Plata, y asegura: “Disfruté de inventar”.

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Hugo Alconada Mon nació, se
Hugo Alconada Mon nació, se crió y vive en La Plata: la historia de esa ciudad es el eje de su primer libro de ficción.

¿Qué pasa cuando un periodista, autor de siete libros de investigación, descubre que puede abandonar el rigor de los datos y se anima a imaginar “qué hubiera pasado si...”? ¿Qué pasa cuando también descubre, emulando a Tolstoi en su frase “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, que puede contar la historia de su ciudad y estar hablando al mismo tiempo de la historia de todo un país?

Puede pasar lo que le pasó al periodista Hugo Alconada Mon, abogado y prosecretario de Redacción del diario La Nación, quien investigó durante varios años la historia de la ciudad de La Plata y puso en juego personajes imaginarios que protagonizan historias verdaderas, junto a personajes verdaderos que protagonizan diálogos imaginarios.

Como toda buena novela histórica, al escribir La ciudad de las ranas (Planeta), el autor desplegó un minucioso conocimiento de la fundación de la capital bonaerense, a finales el siglo XIX, y creó algunos protagonistas entrañables para encarnar esa época y convertir a éste, su octavo libro, en su primera novela.

La ciudad de las ranas fue la frase despectiva con la que el entonces presidente Julio Argentino Roca se refirió a La Plata en alusión a sus numerosos bañados y a su fauna. Esta forma irónica de llamar a la capital bonaerense, cuando recién comenzaba a desarrollarse sobre un meticuloso diseño urbano, muestra la rivalidad política entre Roca y el gobernador bonaerense Dardo Rocha, quien fundó la ciudad y rápidamente (demasiado rápido según Roca) puso la mira en el sillón de Rivadavia, un logro que jamás pudo alcanzar.

Rocha todavía no había terminado de sujetar el bastón de gobernador y ya se había obsesionado con el sillón de Rivadavia. Estaba convencido de que a Roca, del interior, tenía que sucederlo en la presidencia un porteño, él. Pero ‘el Zorro’ no iba a permitirlo”, escribe Alconada Mon en el inicio de su novela.

Alianzas y traiciones políticas, enfrentamientos y conspiraciones, pactos con la prensa, masonería, huelgas, inmigrantes, detalles de la historia de una ciudad que fueron a la vez el reflejo de un país y de una época, y que recuerdan llamativamente a muchos hechos actuales. También la historia de un grupo de amigos, de un amor frustrado, de los que dejaron a su familia en Europa y se abrieron un espacio aquí, a fuerza de sacrificios y privaciones. Todo eso está retratado en las 400 páginas de La ciudad de las ranas.

En diálogo con Infobae Leamos, el autor habló de su obra, del proceso de investigación que realizó durante varios años para documentarse, y de su decisión de incursionar en la ficción.

-¿Cómo surge la idea de este libro y cómo te animaste a dar el paso hacia la escritura de una novela después de siete libros estrictamente periodísticos?

-La idea comenzó en 1999, 2000. Pero, a su vez, fue cuando trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. Yo nací, crecí, estudié y ahora vivo nuevamente en La Plata, pero en los dos años y pico que trabajé en ese diario pude conocer esta ciudad mucho más de lo que la había conocido en el tiempo anterior o posterior. Me encontré con datos sueltos muy interesantes que iba leyendo en mis ratos libres, algunos libros, algunos papers académicos. Y hace unos cinco años empecé a involucrarme más en el proyecto de escribir este libro. Después, durante la pandemia, pude armar una primera idea de la historia de su fundación (en 1882), un mapa de La Plata, los puntos estratégicos de aquella vieja ciudad, y comencé también a armar una línea de tiempo, que es algo que hago con todos mis libros. Y esa línea tiene hoy casi 200 páginas en interlineado simple. Quedaba más o menos armado un rompecabezas. Entrevistas, archivos, masonería... Pero, en el periodismo, si te faltan piezas, lo que tenés no se publica. Entonces comencé a preguntarme qué es lo que pudo haber pasado, y qué me hubiera gustado que pasara. Y ahí nació la idea de escribir esta novela.

Cripta de la Catedral de
Cripta de la Catedral de La Plata, donde reposan los restos de Dardo Rocha y su esposa.

-¿Qué cosas ocurrieron realmente y cuáles son hechos ficticios? ¿El personaje de Iñigo Rocamora, por ejemplo, existió?

-Hay dos niveles: en el nivel del poder es todo verdad, entonces lo que pongo en boca de Julio Argentino Roca es porque lo dijo o lo escribió en alguna oportunidad. La frase que le escribe Guillermina de Oliveira a Iñigo, por ejemplo, está en una carta que ella le escribió a su hermana. Pero Iñigo es un personaje de ficción. Lo que pasa en la política realmente existió. Después, invento. Trabajo en la línea de lo que fue la experiencia de los inmigrantes italianos, he tratado de reconstruir las cartas que enviaban a sus familias, lo que les contaban de su vida acá. Pero la Masacre de San Ponciano es un hecho real, y la Masacre de Ringuelet también lo es.

-La Plata estaba pensada para llegar a ser un ícono y convertirse, tal vez, en la capital del país. Pero es una ciudad que de alguna forma terminó siendo eclipsada por Buenos Aires. En la introducción vos decís que “la propia ambición del proyecto casi fue su perdición”. ¿A qué te referís con eso?

-La Plata nace como hermana rival antagonista de la ciudad de Buenos Aires, con la ambición de reemplazarla. El plan original de Rocha era que le sirviera de vidriera y trampolín para llegar a la Presidencia. Era un gran hacedor, porque a su vez lo que él quería era ganar la Presidencia, y devolverles la ciudad de Buenos Aires a los porteños como capital de la provincia. En el final de sus días, Rocha dice que, visto en perspectiva, tal vez la futura ciudad capital tendría que haber estado en Mar del Plata, y no “a tiro de cañón” como estaba La Plata. Esta ciudad estuvo desde el comienzo muy conectada con la Capital. Cuando piensan en construir La Plata, había que viajar cuatro horas; después, cuando colocan las vías del tren a partir de 1885, 1887, tres horas. Posteriormente, se habilitaron cuatro frecuencias de trenes para conectar ambas ciudades en una hora.

-¿Cómo era la relación entre Roca y Rocha, de la que hablás mucho en el libro? ¿Por qué no triunfa el proyecto de Rocha?

-Roca y Rocha eran aliados, ambos se ayudaron a llegar al poder. Rocha apoyó a Roca en su carrera a la Presidencia, y Roca hace lo mismo para que Rocha llegue a la gobernación. Pero luego el entonces Presidente vislumbra el plan del gobernador y dice: “Si es así, habremos peleado con Carlos Tejedor para nada: este intento de que la ciudad de Buenos Aires se convierta en un gigante… si le devolvemos la ciudad a la provincia se convierte en un gigante”. Rocha termina impulsando como su sucesor a su concuñado, Juárez Celman, ex gobernador de Córdoba. Y desde ese entonces se cumple la vieja maldición de que nunca en las urnas un gobernador bonaerense fue elegido presidente.

Julio Argentino Roca es un
Julio Argentino Roca es un personaje central en la novela: para reproducir sus palabras, Alconada Mon se documentó durante años.

-Si todas esas alianzas, traiciones, malversaciones y coimas existieron, la similitud con la actualidad es asombrosa. ¿Todo esto está en el ADN de nuestra política? Da la sensación de que, si viene de tan lejos, nunca va a cambiar.

-Todo aquello ocurrió y, curiosamente, eso da una luz de esperanza. Sí, había una corrupción galopante, los hermanos de Rocha robaban, sacaron créditos y nunca los devolvieron, por ejemplo. También había espionaje, se interceptaban las cartas, había desvíos de fondos públicos, créditos impagos en el Banco Nacional y en el Banco Provincia, que llevaron al cierre del primero. ¿Y por qué la luz de esperanza? Porque si esos tipos hubieran sido una mezcla de la Madre Teresa con Albert Einstein, bueno… Pero, si con esas luces y sombras, esas generaciones políticas fueron capaces de fundar La Plata, con un ideal de progreso, de futuro, crear las primeras dos escuelas, una para chicos y otra para adultos, si fueron capaces de alumbrar la ley 1.420 (la piedra fundacional del sistema educativo argentino), que consensuó políticas públicas, entonces se pueden generar cambios importantes. Y no hablemos de grieta, porque confrontaban fuertemente entre ellos, protagonizaron la revolución de 1890 y de 1893, pero a la vez fue posible que instrumentaran algunas políticas públicas extraordinarias. En La Plata todavía se están cosechando algunas de esas políticas, como la existencia de un espacio verde cada seis cuadras, una plaza, algo que fue clave para la población en los tiempos de la pandemia.

-En el libro hablás mucho de los masones. ¿Tuvieron una fuerte presencia en la ciudad?

-Se dieron varios factores con la masonería. Por una parte, era una forma de transmitir conocimiento cuando la educación no estaba tan difundida. No nos olvidemos que, en esa época, la iglesia decidía quién se casaba y quién no, quién se educaba y quién no, si un familiar tuyo se suicidaba era un pecado mortal y no se enterraba en el campo santo. Segundo, los ideales de la masonería muchas veces estaban encarnados en la sociedad. Por dar un ejemplo, al menos 39 de los 36 integrantes del departamento de ingenieros, arquitectos, maestros mayores de obras, de los profesionales que construyeron La Plata eran masones. Y también el mapa de la ciudad de La Plata tiene los símbolos masónicos: la escuadra y el compás. Hay una carga masónica muy fuerte, que además lo ves hasta en los edificios públicos: la Legislatura tenía los símbolos masónicos, el Teatro Princesa era la sede de la Unione e Fratellanza.

-Mencionaste también que, a lo largo de la investigación, te cruzaste con algunos miembros de tu familia pero que no los quisiste incluir ¿Cuáles son?

-Mi bisabuelo y mi abuelo, pero fue una decisión como autor. Varias veces no los quise incluir. Mi bisabuelo aparece en la comisión directiva fundadora de Gimnasia y Esgrima. Mis cuatro abuelos eran triperos. O uno de los puentes era el puente de Alconada, porque llevaba a las tierras de mis ancestros.

-¿Y cómo te resultó esta experiencia de saltar a la ficción? ¿Fue un trabajo placentero en relación con el trabajo de investigación periodística?

Me sentí feliz y lo disfruté mucho. Estoy disfrutando cada paso de este libro. Con los otros libros de investigación me ha ido muy bien, pero antes de publicarlos los revisaban varios abogados, te llamaban a declarar en tribunales, te insultaban, te tergiversaban, te sacaban de contexto. Esto en cambio es un hobby, disfruté y disfruto escribiendo. Este libro fue escrito para mí, para mi familia. Tenía destino de estufa. Me dije: lo escribo y, si no me gusta, lo tiro. El 20 de julio de 2021, en el Día del Amigo, les mando una foto a mis amigos, contándoles que había terminado de escribir. Me había ido unos días a una casa en Valeria del Mar para poder aislarme. Uno de ellos, Nacho Iraola, que dirigía Planeta, me preguntó qué estaba escribiendo y así surgió la idea de publicar este libro. Hubo muchos borradores después, donde se fueron agregando y quitando cosas. Sobre todo, quitando líneas de otras historias que se iban abriendo pero que desenfocaban un poco la trama principal. Así le fui dando forma, y así salió esta novela. Sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hicieron Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde el lector se pregunta: ¿esto es real o no? Definitivamente si, disfruté mucho de inventar.

La escuadra y el compás,
La escuadra y el compás, símbolos característicos de la masonería.

“La ciudad de las ranas” (fragmento)

Buenos Aires, 12 de junio de 1882

Se miraron como los amigos que no eran pero necesitaban ser.

—Permítame que le pregunte si no ha encontrado siempre en mí una cooperación decidida y una lealtad libre hasta de la sospecha en los momentos más difíciles.

Julio Roca se removió en el sillón, incómodo. Prefería afrontar la metralla de los cañones, los vientos patagónicos y la atropellada de caciques ansiosos por degollarlo antes que esas melosidades. Pero así eran los porteños con sus ardides, añagazas y veleidades.

—¡Claro que sí! Siempre y en todos los momentos he encontrado en usted un apoyo eficaz a mi gobierno y un amigo decidido. Lamento el incidente —replicó, y notó que sus palabras inyectaban los primeros signos de distensión en el rostro de Dardo Rocha—. Debe y puede usted contar con el presidente y el amigo para todo lo que sea ayudarlo.

Los había presentado Eduardo Wilde en octubre de 1871. Eran jóvenes pero cargaban ya con varias batallas militares y políticas sobre los hombros, y forjaron una sociedad de beneficios mutuos que por momentos pareció asemejarse a una amistad. Pero no pasó de parecerlo. Fueron y vinieron cientos de cartas y telegramas, cruzaron información sensible durante años y alimentaron los sueños compartidos de anexar la Banda Oriental del Uruguay al territorio argentino. Pero nunca orillaron, siquiera, la frontera del tuteo.

Quién es Hugo Alconada Mon

♦ Nació en La Plata en 1974. Es abogado y prosecretario de Redacción del diario La Nación, en el que se desempeñó como corresponsal en los Estados Unidos entre 2005 y 2009.

♦ Es columnista de The Washington Post en español, maestro de la Fundación Gabo y miembro de la Academia Nacional de Periodismo.

♦ Ha publicado siete libros de investigación periodística, entre los que se cuentan Los secretos de la valija, Ciccone y la máquina de hacer billetes y La Raíz (de todos los males). La ciudad de las ranas es su primera novela.

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