Por qué fue un error darle el Nobel a Annie Ernaux

La Academia Sueca distinguió este jueves a la autora francesa de “El acontecimiento”. Sin embargo, en este 2022 la distinción podría haber mandado un mensaje más contundente.

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La escritora francesa Annie Ernaux,
La escritora francesa Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura 2022 (REUTERS)

Voy a comenzar diciendo que Los años es un buen libro, y que no leí El acontecimiento. Cuando salió esa novela, acababa de terminar Somos Belén, la crónica de Ana Correa sobre la tragedia —la violencia del Estado— de una joven tucumana de 25 años que sufrió un aborto espontáneo y fue encarcelada, acusada de haberlo provocado. Y muy poquito antes había leído la novela autobiográfica Tienes que mirar, en donde la rusa Anna Starobinets cuenta las peripecias kafkianas que tuvo que soportar para interrumpir el embarazo de un feto con una malformación congénita que no iba a vivir. Los dos libros, aunque muy valiosos, eran demasiado trágicos y violentos; necesitaba cambiar de lecturas. Quienes leyeron El acontecimiento dicen que es muy bueno.

Nadie duda de que el Premio Nobel es político. Los argentinos repetimos como un mantra que se lo negaron a Borges por la infausta visita a Pinochet en 1976. De la misma manera, podríamos decir que otros autores, como Boris Pasternak y Orhan Pamuk, lo recibieron por su compromiso. Es sabido que en el caso de Pasternak intervino la CIA. La regla para que un candidato pueda recibir el premio es que haya sido publicado en su país, y, en plena Guerra Fría, los norteamericanos hicieron una incursión en la Unión Soviética para lograr que Doctor Zhivago tuviera una pequeña tirada en suelo ruso. A Pamuk, el Nobel le llegó dos años después de que Turquía lo condenara por hablar del genocidio armenio.

En una lectura taimada, podría incluso decirse que el Nobel a la poeta norteamericana Louise Glück en 2020 fue una suerte de mensaje a Donald Trump. Se lo daban a alguien que poco antes había recibido la Medalla al Mérito en las Artes en manos de Barack Obama.

Una foto de Mahsa Amini
Una foto de Mahsa Amini en una marcha de protesta por su muerte (REUTERS/Bing Guan)

El premio a Ernaux llega en medio de la rebelión de las mujeres iraníes. Hace unas semanas, el asesinato en manos de la policía de Mahsa Amini, un mujer kurda que había sido detenida por llevar mal colocado el velo, provocó una reacción en Irán y en el resto del mundo, que parece cambiar el mundo. No es la primera vez que las mujeres voltean un régimen. Ahí están, por ejemplo, las que encendieron la mecha de la Revolución Rusa, como lo cuenta Olga Viglieca en Las obreras que voltearon al zar. Pero si los suecos intentan sumarse a la ola feminista, no solo parece un mensaje demasiado elíptico, sino que repiten un movimiento que ya habían hecho hace veinte años, cuando premiaron a Elfriede Jelinek en 2004.

Pese a su imagen internacionalista, el Nobel es el premio que un país central les entrega a los escritores de los países centrales. A lo largo de la historia lo han recibido: catorce franceses —incluyendo a la actual ganadora—, diez estadounidenses, ocho británicos, siete suecos, seis alemanes e italianos, y así.

Y, si bien el año pasado lo ganó un tanzano, Abdulrazak Gurnah vive en Inglaterra desde hace décadas. Es llamativo cómo la Academia Sueca ha cerrado filas en los últimos años. Desde que comenzó el siglo XXI, sólo tres ganadores están por fuera de la zona de exclusión: el sudafricano John M. Coetzee, el peruano Vargas Llosa —que, mal que mal, también tiene ciudadanía española— y el chino Mo Yan. Tanto es así que César Aira, que durante años aparecía como la gran esperanza argentina, ya no figura ni en las casas de apuestas.

Si todo Nobel es político, hoy perdieron la oportunidad de hacer una declaración de principios. Incluso si pensaban en dárselo a un europeo. Cuando en cinco o seis años lo premien al ruso Vladimir Sorokin, todos diremos que llegó demasiado tarde: el momento era ahora, en medio de la invasión a Ucrania.

Pero, sobre todo, este era el año en que debía recibirlo Salman Rushdie. Después del atentado que sufrió hace unos meses —y después de vivir bajo amenaza durante ¡tres décadas!—, merecía un apoyo irrestricto e incondicional. El Nobel es demasiado importante como para no intervenir. Tal vez faltó coraje. “Los seres humanos son los únicos animales que matan por ideas”, dice Siri Hustvedt en el ensayo Los espejismos de la certeza. Qué bueno hubiera sido que el Nobel apoyara la literatura y la vida.

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