Estampas de la landa de Annette von Droste-Hülshoff es una exquisita publicación bilingüe de la editorial Serapis de Rosario. La edición, bajo la cuidada traducción del poeta Hector A. Piccoli, reúne poemas de la mejor poeta del siglo XIX en alemán.
Annette von Droste-Hülshoff (1797-1848) podía estar durante horas y horas apoyada en un árbol contemplando en silencio la llanura silvestre y abierta. O estar sentada, absorta, durante toda una tarde de verano, alejada y solitaria en el medio de un bosque. Una de sus sobrinas la recuerda: “Nunca conocí a nadie que tuviera tanta devoción por estar sola”. Así, pasaba gran parte de su tiempo apartada y ensimismada en el castillo de Meersburg, a orillas del lago Constanza, al suroeste de Alemania.
Nació en una familia católica y aristocrática. Allí, en su hogar, recibió una educación dictada por sus progenitores. Religión, historia, zoología y botánica, por su padre. Literatura, por su madre. Era una pedagogía influenciada por el ‘pietismo’ protestante, forma privada de enseñanza sobre las niñas, muy de moda en Alemania desde el siglo XVIII. Aunque muchas veces eran por el contrario espacios “en donde lo autobiográfico se iba imponiendo poco a poco a lo religioso” con “un lenguaje asombrosamente moderno” gracias al cual “se concretaba un deseo de escapar a las vías prefijadas del destino femenino”, señala el historiador francés George Duby en Historia de las mujeres.
Por ese camino crece en Von Droste una necesidad personal de escribir y una aguda sensibilidad para captar los detalles de la luz, los paisajes y la vida en la Westfalia de su infancia. Allí, observa y atrapa con sus versos cosas que pasan. El paisaje montañoso, la naturaleza salvaje le impresionan al mismo tiempo que entra en contacto desde joven con escritores del romanticismo popular de ‘Heildelberg’ como los hermanos Grimm o Achim von Arnim. Ellos influyeron en su interés por la literatura, la lírica y las artes presentes en su obra poética.
En sus poemas van y vienen niños jugando y hablando en el lago, sapos en el pantano, guirnaldas de gladiolos, arañas de agua, libélulas volando, tilos que mueren de sed, culebras enroscadas junto con un lenguaje cerca de la oralidad. Debido a ello, con la meticulosidad de su mirada, somos testigos de un mundo que despierta nuestra atención.
De este modo, gracias a la quietud del cuerpo en la visión de su poesía asistimos a notables movimientos de pequeños seres vivientes que nos rodean. Veremos como “sus alas balancea suave un ave/ y- escurridizo pececillo- cruza/ en sombra el espejo del estanque” (‘El cañaveral’) o “el arrullo oye del cañaveral;/ viene y va un murmullo suave/ como si susurrara: ¡paz! ¡paz! Paz!” (‘El estanque’).
Es una “suerte de sintaxis perceptiva” capaz de ver los “desplazamientos instantáneos de la percepción”, señala con acierto en el prólogo de Estampas de la landa la poeta Sonia Scarabelli. Porque su poesía es testimonio del descubrimiento en su asombro por lo que sucede en la naturaleza en un instante casi sin pestañear.
Von Droste-Hülshoff escribió desde sus primeros años pero, debido a las fuertes críticas que recibía, no publicó hasta pasados los 40. Aunque en vida casi no llegó a disfrutar la fama -salvo, de manera moderada, en sus últimos años-, en el siglo y medio posterior a su muerte su nombre ganó cada vez más notoriedad gracias a distinciones de lo más diversas.
En 1961, por ejemplo, la poeta fue incluida en el primer volumen de German Men of Letters (Hombres alemanes de Letras), en el que se la catalogaba como la primera mujer de talla literaria en la literatura alemana moderna. A finales de la década del 80, el astrónomo Freimut Börngen descubrió un asteroide y decidió nombrarlo en su honor. Además, su rostro adornó el billete de 20 marcos alemanes desde 1991 hasta la introducción del euro en 2002.
“Mi vida es siempre la misma, cerrada, secreta, así es como me gusta”, le escribe a su querido amigo Levin Schücking en 1844. Entonces, a la distancia en tiempo y espacio, Annette von Droste-Hülshoff de Westfalia, centro de Europa, se aproxima a Emily Dickinson de Massachussets, noreste de Estados Unidos. Dos poetas que, para resistir al corsé impuesto a las mujeres por los hombres en el siglo XIX, eligen como única pasión, solitaria, el destino de su literatura propia.
“Niños en la costa”, de Annette von Droste-Hülshoff
¡Oh, mira! ¿No ves las nubes en flor
en el estanque, allí en el más hondo socavón?
¡Oh! ¡Qué hermosa! Si tan solo tuviera una estaca...
cáliz de untuoso albor con rojas y oscuras manchas,
y cada campanilla compuesta con empeño,
como nuestro angelito de cera en el bargueño.
¿Te parece que corte una vara de avellano,
y camine hacia debajo de a poco, en el vado?
¡Bah!, no tengo ningún miedo de lucios ni ranas…
pero, no sea que el genio malo del agua pueda
estar allí agachado entre las altas hierbas…
Yo ya me voy, me voy- yo no voy, no-
Me parece haber visto una cara en el fondo-
¡Ven, vayamos mejor a casa, que pica el sol!
Quién fue Annette von Droste-Hülshoff
♦ Nació en 1797 en en el castillo de Hülshoff, Alemania, y falleció en 1848 en el castillo de Meersburg.
♦ Fue poeta, novelista y compositora de música clásica.
♦ Es considerada la “primera mujer de la literatura alemana moderna” y su rostro adornó el billete de 20 marcos alemanes desde 1991 hasta la introducción del euro en 2002.
♦ Un asteroide descubierto por el astrónomo Freimut Börngen en 1988 lleva su nombre.
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