Probablemente su nombre aparezca más a pie de página o acompañando las portadas como antologador, traductor o editor. Muy pocas veces, su nombre es el protagonista. Y es que Juan Fernando Hincapié lee, edita, traduce, juega fútbol, visita librerías, y le queda tiempo para escribir.
Graduado de la Maestría en Creación Literaria en la Universidad de Texas en El Paso, con estudios de doctorado en Lingüística Española en la Universidad de Houston, Hincapié publicó su primer libro, Gringadas en el año 2010, título que fue elegido por la revista SoHo como uno de los mejores del año.
En 2003, obtuvo el Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá, categoría jóvenes, y fue finalista en 2009. Ha sido editor de Rio Grande Review y de Aceitedeperro. Colabora frecuentemente con revistas, es traductor y docente universitario. En 2015, Rey Naranjo Editores publicó su primera novela, Gramática pura; y en 2018 publicó con la misma editorial su primera novela en inglés, Mother Tongue: A Bogotan Story.
Es el primer colombiano en traducir Drácula de Bram Stoker, y Frankenstein de Mary Shelley, ambos títulos publicados por Panamericana Editorial (en 2017 y 2018, respectivamente); también tradujo el libro Un vaso de agua bajo mi cama de Daisy Hernández (R+N, 2018). Es el editor de la antología de cuento colombiano contemporáneo Puñalada trapera, que ya lleva dos versiones, la primera en 2017 y la segunda en 2022.
Justamente, Panamericana reeditó este año el libro con el que Hincapié se dio a conocer, ahora con una imagen mucho más acorde con el espíritu del libro, tan lleno de humor, sin pretensiones literarias, por el que desfila desde la cultura pop de las películas gringas llenas de lugares comunes, hasta el inmigrante que hace disparates para no olvidar sus supuestas raíces, sin dejar de lado la gran pasión del narrador: el fútbol, el omnipresente fútbol.
En Gringadas, un joven colombiano llega a Estados Unidos para hacer un posgrado en El Paso, Texas. Allí, contemplará con una mirada desenfadada y llena de ironía la vida del migrante que solo está de paso, el que debe trabajar para vivir, el que se quiere quedar… y, a la par, al gringo, que se nos presenta en todas sus variedades, particularmente esa suburbana, chovinista y graciosa.
Al respecto, el autor conversó con Infobae y reflexionó en torno a temas como la migración y el humor.
— Los relatos de este libro dan cuenta de la experiencia del migrante. Usted mismo lo vivió. ¿Qué tanto cambia la perspectiva de una persona al dejar su país de origen?
— Son tantos los cambios, sobre todo cuando se es joven, que uno solo atina a responder «Distinto, muy distinto», cuando alguien pregunta cómo es todo por fuera. A mi modo de ver, lo mejor que le puede pasar a una persona joven es viajar, pero no viajar como un turista; es decir, como un turista de película gringa, como un «ganador». Las experiencias negativas dejan más enseñanzas y forjan el carácter. Al viajar no solo cambian las perspectivas, sino que uno comienza a entender su lugar en el mundo, y eso es muy importante.
— Probablemente la pregunta por la identidad sea una de las tesis que atraviesa el libro, porque es la inquietud que rodea al migrante. ¿En dónde queda el origen y de qué forma evoluciona?
— Ahora no recuerdo quién dijo que, si uno se empeña en conocer su calle y su barrio, ya conoce el mundo. Es una idea que suscribo, aunque reconozco que solo puede llegar a entenderse con el paso del tiempo. Por otra parte, uno siempre es el mismo; yo, por ejemplo, sigo siendo un chico de un barrio de clase media bogotana. Ha habido evolución —espero que sí—, pero en esencia sigo siendo lo mismo. No es una idea original: se les ha ocurrido a escritores, músicos e incluso futbolistas. Yo se la oí por primera vez al gran Zlatan Ibrahimović, quien afirmó que al él lo sacaron del barrio, pero que el barrio nunca saldría de él.
— El cine y el fútbol están presentes, como telones de fondo para las historias. ¿Qué tanto de sus gustos propios invaden estas páginas?
— Me gusta el fútbol, pero cada vez detesto más el fútbol profesional. Los ingleses tenían muy claro que la presencia del dinero envilecería todo, por esto la fifa es un invento francés. En cualquier caso, el fútbol no es únicamente el fútbol profesional, y todo lo que rodea el deporte me parece muy interesante, y los escritores que se han ocupado de ello están en mi altar personal (Fontanarrosa, Foster Wallace, Soriano, Hornby). En cuanto al cine, desde luego hay películas que me gustan mucho, pero cada vez es más tortuoso encontrar algo que ver en Netflix, por ejemplo. ¡Todo es tan malo y tan parecido!
Dicho esto, en mis libros están presentes mis gustos, como no podría ser de otra manera.
— Volviendo al concepto de la migración, ¿el colombiano es más proclive a meter la pata al salir de su país?
— No, para nada. Por más de que a veces lo parezca, la torpeza y la estupidez no son patrimonio exclusivo de los colombianos.
— Todas parecen historias de tragicomedia...
— Para mí es importante que un libro haga reír y sea entretenido. En Colombia aún estamos llenos de complejos con este tema; es decir, la literatura sigue siendo algo muy serio, lo más serio del mundo. Yo no lo veo así.
— ¿Se pierde el arraigo, al final, o solo se transforma?
— Se transforma.
— ¿Qué tan gringo llegó a quedarse usted?
— Hace unos años me pasó algo que todavía me cubre de vergüenza. Entré a una tienda de barrio y pedí unos «emanems». Es decir, la pronunciación gringa de la golosina M&M’s. El joven que atendía (de la costa Caribe) me miró desconcertado, luego miró a su jefe con cara de «qué será lo que quiere este imbécil» y finalmente me pasó una barra de Jumbo Jet. Y yo dije: «No, señor, ¡quiero unos emanems! ¡Unos emanems!».
Esta escena la presenció la novia que tenía entonces: cuando salimos de la tienda no me quiso recibir ni un «emanem» ¡y terminó nuestra relación allí mismo!
En una existencia total y orgullosamente colombiana, esto es lo más gringo que me ha sucedido, y me gustaría aprovechar este espacio para pedirle disculpas al país y a ese muchacho. A la mujer con el tiempo he llegado a entenderla (¡saludos, Martha Patricia!). Ya siempre pido «emeiemes».
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