En Los años, Annie Ernaux cuenta su vida de hija de laburantes en Normandía. El libro abarca casi toda su vida, desde 1940 hasta 2006. Y es uno de sus textos más logrados. ¿Qué podría importarnos aquí la vida de una escritora francesa en Normandía? Pues bien, Ernaux cuenta en detalle su vida y, de manera magistral, la vida de una época mundial. El ascenso social que se presenta como absolutamente necesario para la felicidad, el fracaso del matrimonio en el divorcio de sus padres, sus años como docente de literatura francesa son el marco para que nos hable de nosotros.
Lo hace a través de una polifonía de voces que cuentan la vida, pero se salen de lo doméstico y lo pequeño y van rastrillando los logros y fracasos de una generación. Habla de “uno”, de “nosotros” y nos relata. Suma a esta maestría en la escritura de una autobiografía, la metaficción. Va relatando el propio hacer del libro, los inconvenientes que tiene para escribirlo, cómo va a manejar el tiempo, cuándo le resulta conveniente incluir un hecho histórico y por qué lo hace. Entonces, Argelia o Simone De Beauvoir, o Edith Piaf nadan en el mar de ideas y anécdotas de la autora con total comodidad.
Este género, que desarrolla con una expertise envidiable, se repite en otras novelas, igual de apasionantes y extrañamente sencillas. En Perderse, por ejemplo. Una autobiografía sobre una época de su vida cuando tuvo un amante ruso. El libro habla del tiempo que transcurre mientras lo espera, en ausencia del amante. Y es un tratado sobre la pasión sexual, sobre el cuerpo encendido y el dolor que causa la ausencia del amante. El dolor físico, la necesidad de un cuerpo que clama por el cuerpo del otro. Entonces, de nuevo, es personal y es colectivo.
Pareciera que para Ernaux la palabra escrita es el medio por el cual puede sanar su locura, su dolor, el dolor de una sociedad, la muerte de la madre, la ausencia del amor, de la pasión.
Gusta mucho de su escritura la descarnada descripción de las mareas sociales que nos arrastran a una vida vacía de sentido, persiguiendo logros que otros nos imponen, autoengañándonos que la felicidad está en los objetos, en las posesiones, en los ascensos. Y es tan pero tan sincera en su escritura, tan sencilla y directa que cuesta mucho creer lo que sucede cuando nosotros, sus lectores, nos vemos atrapados en una madeja desordenada e inquietante.
Tan sencillo que escribe, tan transparente, tan sin enrosques que claro, uno entra de cabeza en su maraña y ya no puede salir. Porque a Ernaux le interesa contarnos la verdad de su vida, tal como la siente y la vive; sin dobleces y de manera pornográfica, todo está ahí para tomar, tocar, ver y oler. Y están nuestros cuerpos en su escritura. Nos toca. Entramos los lectores, decía, de cabeza. Y no podemos salir mas. Devorarse a Ernaux es simple, inevitable, como esos platos que no podemos dejar de comer aun cuando ya estamos saciados.
Digerirla, esa es al cuestión.
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