Solamente los mortales mueren el día en que su corazón deja de latir. Con los eternos eso no ocurre. Dejan este mundo en cuerpo presente, su corazón ya no late más, pero aún después de la partida, se quedan entre nosotros. Justamente eso ocurrió el 7 de diciembre de 1996, cuando José Donoso cerró los ojos para siempre en su casa de Santiago de Chile, a los 72 años.
Donoso trabajó incansablemente hasta el final de sus días, y ese trabajo suyo es lo que, con el tiempo, lo ha hecho inmortal.
Desde sus inicios, el escritor chileno sorprendió a los lectores con la ambición y rigurosidad de su narrativa. Aquello que escribía, de alguna forma, contaba su propia vida y, al hacerlo, hablaba sobre Chile y América Latina. Cada libro de su autoría que se publicó, exigía que se le leyera en clave autobiográfica. Los relatos, las novelas, los ensayos, todo constituía un fragmento de su memoria.
Siendo muy joven incursionó en la escritura como cuentista. En 1950 apareció su primer relato The Blue Woman, en una publicación norteamericana, mientras cursaba un máster en Literatura Inglesa, en la Universidad de Princeton.
Un poco antes había pasado por The Grange School y el Liceo José Victorino Lastarria, en donde compartió con los escritores Luis Alberto Heiremans y Carlos Fuentes.
Nacido al interior de una familia acomodada de la capital chilena, Donoso fue el mayor de tres hermanos, hijos del médico José Donoso Donoso y Alisia Yáñez Portaluppi, quien era sobrina del priodista Eliodoro Yáñez, fundador del diario La Nación. Quizá ese antecedente permitió, años más tarde, que el joven autor se inclinara por la escritura.
Durante su juventud, Donoso trabajó como oficinista, mientras coqueteaba con la posibilidad de dedicarse a la literatura. En el año 1947 ingresó al Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile para estudiar pedagogía en inglés, lo que le permitiría, dos años después, obtener una beca de la Doherty Foundation para viajar a Estados Unidos y estudiar filología inglesa. Y estando allí decidió iniciar su carrera como escritor.
Al inicio de la década del 60 se casó con la pintora María Ester Serrano Mendieta, que sería conocida durante su vida de casada como María del Pilar Donoso. Juntos adoptaron a una niña española, Pilar Donoso, que sería capital para el escritor, en su forma de concebir el mundo.
Unos años antes, en 1955, apareció el primer libro de cuentos de José Donoso: “Veraneo y otros cuentos”. La narrativa allí condensada le permitió a la crítica rastrear los temas que el escritor exploraría durante gran parte de su obra. En 1957 se publicó Coronación, su primera novela, y allí surgió aquel aire de autobiografía que haría de todos sus libros un capítulo de su propia vida.
Ya instalado como escritor, Donoso exploró también como traductor. Trabajó durante mucho tiempo así, alternando con sus labores periodísticas, que desarrollaba en columnas en distintas publiciones de Chile y Estados Unidos. En 1966 se publicaron sus novelas Este domingo y El lugar sin límites. Esta última la escribió en México, hospedado por Carlos Fuentes.
Al año siguiente, su nombre ya era un referente de la literatura latinoamericana. Fue uno de los autores que hizo parte del Boom, junto a escritores como el argentino Julio Cortázar, el peruano Mario Vargas Llosa, el colombiano Gabriel García Márquez, y el ya mencionado Carlos Fuentes, entre otros, amparados todos por Carmen Balcells, la arquitecta de uno de los fenómenos editoriales más importantes de Hispanoamérica.
El año 67 representó para Donoso su año dorado. Se asentó en Europa, en donde viviría por más de una década, y su obra adquirió dimensiones comerciales nunca antes vistas. Terminó de escribir El obsceno pájaro de la noche, uno de sus títulos más famosos. “En esta novela Donoso, al que no le gustaban los absolutos, sugiere la degeneración y la destrucción de la burguesía chilena que su cuna le permitió conocer de cerca y que años más adelante le estimularía la imagen de Humberto Peñaloza, “el mudito”, un hombre que es secretario de Jerónimo de Azcoitía, quien ha construido un país para su hijo deforme habitado por criaturas bizarras y monstruos de feria”, dice Aurora Villaseñor, en un texto publicado por la revista Gatopardo.
“José Donoso fue muy lúcido y agudo en su forma de adentrarse en ciertos aspectos de la sociedad chilena (…) las apariencias y los secretos (especialmente de clase alta), la enorme desigualdad social, los extremos a los que puede llegar la precariedad económica y la desesperación. Todas las máscaras detrás de las que podemos escondernos. El suyo es un retrato doloroso y feroz de una sociedad fracturada”, le contó la novelista María José Navia a the Clinic, en 2018.
En este tiempo, Donoso publicó Historia personal del “Boom” (1972), Tres novelitas burguesas (1973), Casa de campo (1978) y La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria (1980). La temporada de premios fue más que nutrida en esos años y durante toda su carrera fue reconocido con alrededor de once galardones. Además, su obra se empezó a traducir a varios idiomas.
Empezando la década de los 80, regresó a Chile y “El jardín de al lado” vio la luz, así como su único libro de poesía, Poemas de un novelista. Trabajó textos sobre cine y teatro, y nunca paró de escribir, así fuera su nombre sobre una servilleta. “Donoso sufrió la escritura: fue un hombre atormentado por sus miedos y demonios, pero nunca dejó de mirar de frente a un Chile que se iba, aunque en ese ejercicio se le fuera la vida. Sufrió períodos de “seca literaria” cada vez que terminaba un texto y fue víctima de una inseguridad que nunca lo abandonó”, dijo el periodista Joaquín Castillo.
En 1990, recibió el Premio Nacional de Literatura y escribió cinco novelas monumentales que nunca terminó. Una vez dijo: “Yo no sé vivir fuera de la literatura”.
El escritor Mario Vargas Llosa escribió en 1996 que Donoso fue “el más literario de todos los escritores que he conocido, no sólo porque había leído mucho y sabía todo lo que es posible saber sobre vidas, muertes y chismografías de la feria literaria, sino porque había modelado su vida como se modelan las ficciones, con la elegancia, los gestos, los desplantes, las extravagancias, el humor y la arbitrariedad de que suelen hacer gala sobre todo los personajes de la novela inglesa, la que prefería entre todas (...) Todo en José Donoso fue siempre literatura, pero de la mejor calidad, y sin que ello quiera decir mera pose, superficial o frívola representación”.
“José Donoso no murió porque su literatura no se va acabar nunca”, dice Montserrat Martorell, escritora y periodista chilena, autora de La última ceniza. “Y lo comprobamos cuando leemos Casa de campo, Coronación, El lugar sin límites o El obseno pájaro de la noche. Un hombre que vivió la literatura, que la pensó, que se obsesionó con las tramas, con los personajes, con los espacios. El otro día lo fui a ver a su tumba, en Zapallar, y pensé lo de siempre: qué bien escribiste, Pepe. En sus novelas hay erotismo, decadencia, realidad, detalles, imágenes que tienen el sonido de un golpe, la forma de un laberinto, el pulso de un hombre cuya vocación no es otra que la de la angustia y el delirio”.
El librero colombiano Álvaro Castillo Granada señala que la obra de José Donoso es el retrato despiadado de la clase media chilena de la primera mitad del siglo XX. “Observada y contada a través de la lente de un observador privilegiado que, desde sus lecturas, decide narrarla valiéndose del grotesco, el esperpento y el humor. Era un narrador fino. Alumno privilegiado de Henry James. Capaz de contar el horror que puede transcurrir en un jardín”, dice.
El escritor chileno falleció muy pronto, como toda la gente que se quiere y a la que uno le desea muchos años de vida, pero tras de sí dejó una obra que lo mantiene entre nosotros.
En octubre de 2022 habría cumplido 98 años y pese a su recorrido y su buen nombre, seguramente se mantendría firme en aquello que le dijo al periodista José Solar en 1973: “Soy una persona llena de titubeos, nunca sé bien para donde voy, no tengo la linea demasiada fija”. Y así seguiría.
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