El día en que Annie Ernaux ganó el Premio Formentor en 2019 los lectores intuímos que el Nobel se acercaba. Una obra como la suya, que desde hace tanto venía dando de qué hablar, no merecía menos. Finalmente, la Academia Sueca nos ha dado la razón y hoy, la escritora francesa se ha hecho con el máximo galardón de la literatura.
Nacida al inicio de la década del 40, desde muy joven, encontró en su propia vida los insumos necesarios para alimentar su obra. Su actividad literaria se remonta al año 1974, con la publicación de Los armarios vacíos, que cuenta la historia de una ruptura social, de una hija atrapada entre dos mundos: el de sus padres, proletarios, poco instruidos, que se ganan la vida con el sudor de su frente, y el de los burgueses, educados, con acceso a la cultura, que se ganan la vida sin arrugarse el traje.
La narradora es Denise Lesur, y el personaje principal de esta novela. Rememora su infancia e intenta descifrar cómo cambió la visión que tenía de su vida, sus padres, su entorno. La escritura de Ernaux aquí es cruda, con frases cortas, tensas, como escritas con urgencia para no olvidar.
Encontrando en el ensayo, la crónica y la ficción los escenarios adecuados para darle rienda suelta a sus palabras, Ernaux se da a la tarea de narrar sin titubeos la historia personal de su vida, la historia de sus padres, los episodios turbulentos de su adolescencia, la experiencia durante el matrimonio, los abortos, las enfermedades, y las pérdidas. La suya es una obra que imita el desnudarse de cuerpo entero frente al espejo y verse durante largo rato, sin otra intención que la de la simple contemplación.
Desde aquel año 74 hasta nuestros días, la escritora francesa ha cultivado una obra deslumbrante. “En cada uno de sus libros vuelve a diferentes momentos de su vida, algunos durísimos, con una prosa que curiosamente se percibe desapasionada, como si objetivara sus sentimientos hasta disecarlos”, escribe Hinde Pomeraniec para Infobae. “Hay en sus relatos volcanes dormidos: revisita su infancia, su crianza, su salida del espacio familiar, su “traición” de clase, sus amores, sus pasiones, sus duelos. Relee desde la cotidianeidad más pedestre hasta los sentimientos más desencajados provocados por separaciones, rechazos y violencias de diverso tipo desde lo que llama escritura “desde la distancia” (...) Leerla es descubrir un mundo que va mucho más allá de sus experiencias (...) La obra de Ernaux es también, a su modo, una forma de educación sentimental”.
Uno de sus libros más interesantes, y quizá uno de los que mayor resonancia ha tenido entre los lectores desde su traducción al español, en 1993, después de El acontecimiento, en el que narra su propia experiencia con el aborto, es Pura Pasión, título publicado originalmente en francés al inicio de la década de los 90.
A lo largo de 74 páginas, en la edición más reciente de Tusquets, cuenta la historia de una mujer y sus encuentros secretos con A, un diplomático extranjero al que conoce un día y del que se enamora perdidamente. Esta narradora, lo descifra uno después de que la propia autora así lo reconoce, es Annie Ernaux, una mujer adulta, de clase media, culta, divorciada y con dos hijos, entregada por completo a sus pasiones, quien en algún momento, entre 1978 y 1988, vivió una apasionante historia de amor.
Mezclando los recursos narrativos de la autobiografía y la escritura ensayística, Ernaux reflexiona acerca del concepto de la pasión que tiende a convertirse en obsesión, se hace preguntas y se burla de sí misma y de lo absurdas que llegan a ser estas situaciones de enceguecimiento absoluto a merced de la idea del amor.
La autora se ocupa, además, de temas como la escritura y su papel como mujer. Habla de la experiencia literaria como medio catártico, que “debería tender a eso, a esta impresión que provoca la escena del acto sexual, a esta angustia y a este estupor, a una suspensión del juicio moral”. Y evalúa la forma como puede operar lo emocional en la construcción de algo más. “No quiero explicar mi pasión, sino sencillamente exponerla”, escribe, y partiendo del hecho de que la vida misma es el primer referente para la actividad literaria, la escritora se ocupa aquí del espacio que yace entre ambas cosas.
Ernaux se cuestiona a sí misma respecto a su condición de mujer y llega a la conclusión de que, en cierto sentido, hay agresión en sus propios actos, aquellos que tienen que ver con su feminidad, permitiendo que su dignidad, por ejemplo, se vea disminuída a causa de los deseos de un hombre y se pregunta por qué tanto una mujer puede abandonarse a sí misma por el afán de pertenecer.
La escritora argentina Valeria Correa Fiz, autora de Hubo un jardín, dice de la francesa que “es pionera en la escritura de un yo que no duda a la hora de diseccionar momentos crudos de su vida: el día en que su padre trató de matar a su madre (La vergüenza), su aborto clandestino (El acontecimiento), su cáncer de mama (El uso de la foto) o su relación amorosa con un diplomático de un país del Este (Pura pasión). Sus novelas tienen un poder de radiación enorme y consiguen que las vivencias personales de su autora narren, a su vez, experiencias colectivas (...) Para mí es una autora imprescindible porque alumbra, desde una mirada feminista y con enorme conciencia de clase, los grandes problemas sociales de nuestro tiempo”.
Entretanto, la escritora chilena Montserrat Martorell, autora de La última ceniza, resalta que “Annie Ernaux nos salva de muchas cosas. La suya es una literatura del desborde, de la franqueza, de la provocación, de la intimidad, de la incomodidad, de la desesperación, del deseo. En su narrativa hay dolor, coraje y rebeldía. También precisión y sutilezas”. Entre sus lecturas destaca las ya mencionadas, Pura Pasión y El acontecimiento, además de El lugar y La vergüenza.
Otro de sus libros, quizá de los más transgresores en cuanto a la técnica que utiliza, es El uso de la foto, publicado en 2005 y disponible en español bajo el sello de Cabaret Voltaire. Es una especie de diario, escrito junto a su pareja Marc Marie, acompañado de catorce fotografías que rememoras los lugares en el que se amaron con fervor, en el que se cuenta una historia de amor que se ve intervenida por la aparición del cáncer. A la escritora le tocó y hace una crónica de cómo se curó del mismo.
“A menudo, desde el principio de nuestra relación, me había quedado fascinada descubriendo al despertarme la mesa con los restos de la cena, las sillas desplazadas, nuestra ropa mezclada, tirada por el suelo en cualquier lado la víspera por la noche al hacer el amor. Era un paisaje diferente cada vez. Me pregunto por qué la idea de fotografiarlo no se me ocurrió antes. Ni por qué nunca se lo propuse a ningún hombre. Quizá creyera que había en ello algo vagamente vergonzante, o indigno. A lo mejor, también, es porque solo podía hacerlo con aquel hombre en aquel periodo de mi vida”, escribe la autora.
El libro alterna entre texto y foto, y las voces de Ernaux y Marie se turnan para asumir la narración. Reflexionan, además, sobre la importancia de la foto como medio para la conservación y recuperación de las experiencias vividas, y la forma en que, en ocasiones, la imagen no guarda relación alguna con los sentimientos que se albergaban en el instante en que la fotografía fue tomada. Cercano al libro escrito por Susan Sontag, titulado Sobre la fotografía, este texto pone en entredicho la posibilidad de apropiarse de lo fotografiado, y cuestiona la labor del fotógrafo en relación con su época y lugar.
El Nobel a Annie Ernaux llega en el momento indicado, reconociendo su coraje y la agudeza clínica “con la que descubre las raíces, los extrañamientos y las restricciones colectivas de la memoria personal”, como lo declaró el jurado. Todos sus libros, dice Aloma Rodríguez en un artículo publicado por Letras Libres, forman una especie de novela en marcha, “forman parte del proyecto de estudio y análisis cuyo objeto no es otro que la propia vida de Ernaux. Es en realidad una manera de hallar explicaciones a lo universal partiendo de lo que uno tiene más a mano: la propia vida”.
Vanessa Velásquez, promotora de lectura y creadora de la cuenta de Instagram ‘Ficcioncitas’, opina que “la escritura de Annie Ernaux es sobre cómo una mujer (que es Ernaux pero bien podría ser yo o cualquiera) se adueña del rumbo que toma su vida. Ernaux no solo narra pedazos de su vida con una pasión apabullante, sino que intercala las narraciones con pequeñas reflexiones sobre su proceso de escritura, y sobre cómo para ella poner los hechos en palabras para luego soltarlos al mundo es el único sentido de su vida”.
Para la escritora colombiana, Beatriz Vanegas Athías, autora de Dónde estará la vida que no recuerdo, quien ha leído con fervor la obra de la autora francesa, el galardón es un guiño a un trabajo que se ha contituído como un tratado humano. “Sus libros Pura pasión y La mujer helada me han ayudado a sobrellevar los abandonos que siempren están ahí muy puntuales (...) Me reconforta y alegra que el premio Nobel sea para Annie Ernaux”, dice.
En su columna de The Washington Post, el escritor español Jorge Carrión escribe que “con Ernaux la nómina del premio Nobel de literatura no sólo añade una gran escritora, también a alguien que ha examinado sin piedad el patriarcado y su propia identidad. Su obra nos recuerda que las ficciones se pueden combatir con la memoria, con los hechos y asumiendo un gesto, una decisión, un discurso hasta sus últimas consecuencias”.
Vanessa Rosales, la escritora y crítica cultural, autora de Mujer incómoda, opina que la obra de la Ernaux personifica y materializa en muchos sentidos lo que podría ser considerado como “escritura femenina”, en tanto se sitúa, por ejemplo, en una subjetividad que narra la simultaneidad sensorial entre la corporalidad y la mente.
“En su literatura, hay también un lema constante: tomar distancia del propio acto de la escritura, que es como una especie de dualidad, muy propia de lo femenino, de saberse objeto especular, pero también sujeto que observa. Una de las cosas que me sorprende mucho, especialmente de una obra como Memoria de chica, es que hay mucho de lo que podríamos encontrar en las teorizaciones de Simone de Beauvoir, en términos de cómo el deseo femenino, o ciertas mujeres aprenden el deseo femenino desde la deseabilidad de la mirada masculina. Ernaux lo traduce a la textura de la vida en su propia vivencia en esta novela, que es uno de los textos más deslumbrantes que he leído en los últimos tiempos”.
Por su parte, el periodista cultural, Sergio Alzate, frecuente colaborador del diario El Tiempo, señala que Ernaux es una autora extraña, cruel e incisiva, “con una prosa engañosamente simple, porque su “escritura plana” es una maravilla estética y una manera inteligente de hablar de ella misma, para, al final, hacer un retrato de la sociedad francesa, de la lucha de clases y de las pasiones humanas (que siempre serán un caldo claroscuro). Me parece un Nobel más que necesario, una declaración urgente de que necesitamos leer”.
Ojalá que la obra de la francesa ahora sea conocida por todos, porque más allá de la etiqueta que cargará consigo de ahora en adelante, su trabajo con la escritura es uno de los más destacados en los últimos años, en todas las lenguas. Ha logrado, como nadie, entender que para contar el mundo, es necesario contar la vida.
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