El ganador o ganadora al premio Nobel de Literatura se anunciará este jueves 6 de octubre y será otorgado a fines de este mismo año en una ceremonia en Estocolmo. A diferencia de otras premiaciones, los premios Nobel no anticipan a los nominados sino que la selección se realiza de manera absolutamente privada y con un altísimo secretismo. Esto abre un enorme lugar para las especulaciones y para las sorpresas.
El paradigmático caso de Bob Dylan ganando el Nobel de Literatura “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición estadounidense de la canción” en 2016 es un ejemplo de esto, que implica que el mundo del Nobel no está exento de lo inesperado y sorpresivo sino más bien todo lo contrario, y por más que se generen especulaciones con respecto a los ganadores, es difícil saber qué opciones está barajando el jurado.
Con el Nobel de Literatura suele haber algunos nombres que destacan: Haruki Murakami, Anne Carson, Margaret Atwood, Annie Ernaux, son algunos de los ejemplos de escritores y escritoras que parecerían, según la especulación y voto popular, ser merecedores del premio.
Si revisamos las listas de quiénes han recibido el reconocimiento en años anteriores, no llamará demasiado la atención la falta de mujeres dentro de ella. De un premio que ha sido entregado a 118 personas, solo 17 han sido mujeres, no porque las mujeres no hayan escrito desde 1901 (primer año de la entrega) hasta ahora, sino como consecuencia de la invisibilización de estas en las artes, además de otros ámbitos de la vida pública e intelectual. Es por eso que cuando pensamos en opciones, tendemos, por deseo o como una postura política, a orientarnos a nombres de escritoras. Por ahora, ningún argentino o argentina se encuentra dentro de ese listado de nombres.
Probablemente uno de los criterios más claros que comparten los y las ganadoras sea su trayectoria (suelen tener un recorrido de muchos años que a veces abarca varios géneros literarios) y la innovación como propuesta, ya sea desde la forma o el contenido de su obra. Muchas de las justificaciones que se dan a la hora de anunciar a los ganadores tienen que ver con lo nuevo, con alguien que ha sabido romper con una tradición literaria o lingüística, aportar algo que no se ha visto antes, revolucionar de alguna manera el mundo literario.
Aunque, en los últimos años, también han adquirido relevancia cuestiones que tienen que ver con retratar la opresión de un pueblo (Svetlana Aleksiévich, ganadora en 2015 enfrentándose al gobierno y la censura de Bielorrusia) o la cuestión colonial (Abdulrazak Gurnah, ganador del año pasado por su “su penetración compasiva y sin compromiso de los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes”).
Entonces, siguiendo con la moda de la especulación, nos preguntamos y les preguntamos a algunos escritores y críticos literarios ¿qué escritor o escritora joven podría ganar el Nobel en 20 años? Las respuestas sean tal vez una expresión de deseo pero están basadas en la irrupción en el mercado de nuevas voces emergentes que en lugar de seguir el formato de “lo que vende”, han podido instaurar una escritura auténtica, sedienta, jóven y disruptiva.
La escritora y docente Gabriela Cabezón Cámara se pregunta por qué la decisión de la academia sueca es tan importante para todo el resto del mundo (entendiendo sin embargo que el premio coloca a un autor en un lugar de mucha atención y que el dinero resuelve la vida de cualquiera en un sistema de concentración de capitales como el que vivimos).
Su recomendación es Isabel Zapata, una poeta mexicana cuyo libro de poemas Una ballena es un país (2020) logra, dice Gabriela, dialogar con registros científicos y un archivo histórico sensible que escucha a aquello vivo y no humano. El libro pone de manifiesto el infinito ecocidio que está teniendo lugar que solo se logra con genocidios de pueblos indígenas (ahora por ejemplo en Argentina estamos siendo entregados como zona de sacrificio de una manera bestial, cruel y salvaje).
La poesía que puede generar un lazo con todo lo vivo, no humano, le parece importantísima y cree que cada vez va a cobrar más relevancia porque a medida que pase el tiempo van a ser mayores las consecuencias de este ecocidio/genocidio al que nos están sometiendo.
Alicia Montes, doctora en Literatura por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y crítica literaria, nos propone pensar en el carácter fuertemente político de toda premiación, en particular de esta: “El premio Nobel siempre tuvo un componente político. Si bien está presente la calidad de la obra, la postura política del autor tiene un lugar central. La obra se contamina del peso de la autoridad, según los atributos de ese sujeto la obra se premia o no”. Si se rige por su gusto personal ella le daría el premio a Juan José Becerra, escritor y periodista argentino cuya obra, afirma Montes, pone en el centro a la literatura y funda una teoría literaria a partir del humor y la ironía. Su última novela es ¡Felicidades!, publicada en 2019.
Por su parte Santiago Roncagliolo, escritor y periodista peruano, nos recordó algunos nombres que ya vienen resonando en el ámbito literario como las autoras que conforman la última ola del terror femenino latinoamericano: las argentinas Mariana Enriquez, Samantha Schweblin y Liliana Colanzi o la ecuatoriana Fernanda Ampuero. También propuso a escritores que en su opinión escriben historias de sus países que resuenan con fuerza en la historia y la literatura global como lo son Juan Gabriel Vásquez o Alejandro Zambra.
Agregamos algunas autoras más que podrían fácilmente dialogar con los nombres mencionados.
Clyo Mendoza nació en Oaxaca, México en 1993. Con tan solo 29 años ya tiene en su haber varias publicaciones de poesía, un Premio Internacional Sor Juana Inés de la cruz que ganó en 2017 por su poemario Silencio, participaciones en varias antologías, una beca del FONCA y una residencia en España por la fundación Antonio Gala.
Su novela debut, Furia (2021) ha recibido amplio reconocimiento y más recientemente ha obtenido el Premio Primera Novela, organizado por la Presidencia de la República Mexicana. Furia es la historia de dos desertores perdidos en medio del desierto mexicano. Allí se entremezcla lo fantástico, lo disidente y la violencia para cuestionar el sistema heteronormativo y machista mexicano que castiga la homosexualidad y subyuga la diferencia.
La narrativa es envolvente, casi como si no supiéramos en qué nos estamos metiendo hasta que estamos en la mitad y ya no podemos soltarla. Una autora que puede construir una primera novela madura que juega con las formas y los narradores y que al mismo tiempo es extremadamente política y relevante merece nuestra atención en las historias que esperemos siga contando en el futuro.
Jazmina Barrera, nacida en México y presente como Mendoza en la última edición del Filba, muestra la clara orientación hacia la nueva literatura que el festival propone. Su última novela, Punto de cruz (2021), fue publicada en Argentina este año, pero también cuenta con un libro de ensayos, Cuerpo extraño, ganador del premio Latin American Voices en 2013, es becaria del FONCA, fue publicada por revistas como The Paris Review, El País y The New York Times, entre otras y ha fundado junto con otros compañeros una editorial mexicana.
Su escritura es muchas veces una mezcla que refleja de alguna manera su bibliografía: se trata de ficción pero también cuenta con algunos momentos de tipo ensayístico, casi de proyecto de investigación sobre temas en particular (en su última novela es sobre el bordado), que se van entrelazando con sus historias y le aportan nuevos sentidos. Dice: “Al ser relegado a la categoría de ‘manualidad’ o ‘artesanía’, el bordado se salvó de la ridícula idea de originalidad que rige el canon masculino del arte occidental” y sobre eso escribe y reflexiona, dejándonos expectantes a qué escribirá de acá a 20 años.
Nos movemos hacia territorio europeo, de donde es Andrea Abreu, nacida en Tenerife, España. Con 27 años, ya cuenta con varias publicaciones periodísticas, poesía y una novela. Es codirectora del Festival de Poesía Jóven de Alcalá de Henares. Su primera novela, Panza de burro (2020), ya cuenta con doce reimpresiones y traducciones en varios idiomas.
Abreu tiene el talento de construir una narrativa que podría caer fácilmente en la solemnidad por tratar temáticas como la sexualidad, la infancia o la pobreza, y sin embargo, logra generar una voz sincera que sabe reírse de ella misma y de las circunstancias. En este sentido su escritura cotidiana y a la vez poética, cargada de humor e ironía, puede recordarnos a la escritura de la ya citada Cabezón Cámara (La virgen cabeza, Romance de la negra rubia), y es allí donde se ve la fuerte influencia que la escritura latinoamericana tuvo en su forma de componer textos.
Entre sus influencias se encuentran Selva Almada, Leila Guerriero o Fernanda Melchor. Sin embargo, logra combinar la efervescencia de lo latinoamericano con su trasfondo de las Canarias (en su novela el lugar cobra una relevancia central) generando un híbrido absolutamente fascinante, llevadero y honesto.
Una última mención a Julia Armfield, escritora inglesa nacida en 1990, quien ha destacado por su libro de cuentos El gran despertar (2021) con traducción de Marcelo Cohen, donde es capaz de construir relatos de realismo fantástico que mezclan terror, ciencia ficción, fantasy y una cuota de mitología. Una propuesta audaz e interesante donde construye un mundo propio (y femenino ya que sus protagonistas suelen ser niñas y jóvenes) en el que lo deforme y lo monstruoso son moneda corriente. Ideal para los amantes del cuento corto y de autoras como Mariana Enriquez. Un memorable debut literario.
SEGUIR LEYENDO: