En el espacio “Cómo lo escribí” de Infobae Leamos autores y autoras cuentan el detrás de escena de los libros que acaban de publicar. Por qué eligieron los temas o historias que terminaron en sus páginas, cómo organizaron su trabajo, qué revelaciones aparecieron en el proceso de escritura, qué sensaciones hubo a medida que ese proceso ocurría o qué objetivo se propusieron.
Esta vez, quien cuenta en primera persona su experiencia de escritura es Laura Rocha, periodista argentina que junto a otras dos colegas, Marina Aizen y Pilar Assefh, fundó hace algunos años la organización Periodistas por el Planeta. Se trata de un grupo de profesionales claramente vinculado a la agenda ambiental, que insiste con la importancia de frenar lo antes posible el avance humano sobre los recursos naturales, antes de que sea demasiado tarde.
Entre las tres, Rocha, Aizen y Assefh editaron el libro (Re) Calientes, en el que recorren con la mayor profundidad posible la temática vinculada al calentamiento global y el cambio climático, siempre desde la perspectiva de que hay mucho para hacer, pero que hay que empezar con urgencia.
El texto destinado a Infobae Leamos, escrito en esta ocasión por Laura Rocha, da cuenta justamente de algunos de los “síntomas” que está presentando el ambiente -desde los incendios forestales que desolaron al Delta del Paraná hasta que las zonas de mayor presencia de hielo en el planeta empiezan a derretirse- deben atenderse lo antes posible. De eso se trata (Re) Calientes, de poner manos a la obra.
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Cómo se escribió “(Re) Calientes”
Súper huracanes se comen el Caribe, la Florida, la Costa Este de los Estados Unidos e, incluso, Canadá. Un tercio de Pakistán está sumergido bajo el agua y un tercio de la masa glaciar de los Andes argentinos está desaparecida. Podríamos seguir enumerando hasta el infinito siniestros como incendios, sequías y olas de calor. ¿Por qué tuvimos que esperar hasta este punto sin retorno, si hace más de tres décadas hablamos de cambio climático?
Una de las respuestas yace en el ejercicio de la desinformación y la manipulación narrativa, que tergiversó la urgencia real del calentamiento global y convirtió a este tema, el más urgente de nuestra historia, en un capricho presentado como una obsesión de ambientalistas obtusos. Y esto es lo que desnudamos en (Re) Calientes, el libro que escribimos las tres fundadoras de Periodistas por el Planeta: Laura Rocha, Pilar Assefh y Marina Aizen.
Cubriendo en 2015 la cumbre en la que se llegó al Acuerdo de París, las tres entendimos que era necesario empezar a transitar un camino diferente para contar la crisis planetaria. Hasta entonces, el tema estaba relegado a las páginas de atrás de los diarios, como si se tratara de una curiosidad científica, cuando en realidad era y es un asunto eminentemente político y económico, que atraviesa a la sociedad entera de la manera más profunda y brutal.
Los materiales que había eran generalmente producidos y pensados en inglés. Había poco y nada en español. Y, además, era necesario articular nuestra visión desde el Sur global, para crear una conversación capaz de acelerar cambios y transitar a un mundo en el que puedan vivir ya no solo nuestros hijos en el futuro, sino nuestras sociedades en el presente.
Los impactos que estamos viendo hoy asustan y son apenas el comienzo de esta historia. Serán peores con cada fracción de calentamiento. Y sin embargo, en vez de apurarnos a evitar mayores daños todavía, estamos profundizando los caminos que nos llevaron a este punto de destrucción. En la Argentina, por ejemplo, estamos expandiendo con furia la frontera hidrocarburífera y apurando el desmonte de lo que queda en pie de nuestro querido y hermoso bosque chaqueño, mientras se prenden fuego ecosistemas vitales, como las islas del Paraná, ante la impotencia total de la ciudadanía. Lo vimos patentemente la semana pasada cuando frenaron la discusión de la ley de humedales en nombre de la “producción”.
El lenguaje y la forma en que nos contamos esta historia tiene un papel esencial en cómo resolvemos esta crisis porque con falsas narrativas es que nos arrastraron hasta esta aquí. Las compañías petroleras, que sabían desde los años 50 que “la contaminación química de la atmósfera” iba a transformar el mundo, entendieron desde el principio que la confusión del mensaje iba a salvar a su negocio, aunque pudiera hundirse el mismísimo Empire State.
Mintieron, negaron, manipularon. Al compás de sus falsas lógicas y discursos turbios se perdieron tres décadas de negociaciones internacionales en bla bla bla, lo que condujo al empeoramiento de la crisis. Desde la Cumbre de Río, en 1992, las concentraciones de CO2, el subproducto de la quema de combustibles fósiles, se dispararon exponencialmente en vez de reducirse. Miren a quiénes tienen el poder, miren quiénes le hablan a los políticos en el oído, miren cómo concebimos el desarrollo con conceptos atrasados. Ahí están todas las respuestas de por qué pasan las cosas que pasan. Esta es una crisis con culpables.
Hoy, los que niegan el cambio climático saben que son un meme, entonces, usan otros artilugios del lenguaje para seguir haciendo lo mismo, que es ahondar su negocio. Por ejemplo, hablan de sustentabilidad para enmascarar actividades sucias; dicen que “compensan” las emisiones con bonos de carbono de alta calidad, lo que tiene efectos nulos en la física de la atmósfera; predican el net-zero, un concepto abstracto e inentendible, que sigue confundiendo al público; y dicen que el gas, que es un combustible fósil, sucio y contaminante, es el puente de la transición energética, un trabalenguas mentiroso y cruel.
Paradójicamente, las compañías petroleras nunca tuvieron tantas ganancias como hoy, justo cuando los daños y el sufrimiento alimentados por el cambio climático son un récord. ¿Qué es lo que está mal aquí? Este no es un mundo dividido en ambientalistas y no ambientalistas, como nos quieren hacer creer. Todos habitamos este planeta transformado. Unos quieren seguir beneficiándose de su destrucción, otros detener esta locura, con inclusión. En (Re) Calientes damos vuelta la lógica de las cosas, disputamos los sentidos y le damos otro giro a esta historia. Para que todos entiendan y actúen. Y podamos ir al rescate de ésta, nuestra única maravillosa Tierra. Nos queda poco tiempo. Es ahora o nunca.
“(Re) Calientes” (fragmento)
No había habido tanto CO2 acumulado desde hace 120.000 años, ni tanto metano en los últimos 800.000. Lo sabemos a ciencia cierta porque toda esa información quedó plasmada en el hielo de los polos, que es el gran registro histórico de las transformaciones terrestres.
La temperatura promedio de la Tierra subió 1,2 °C desde 1750. Parece poquito, una pavada. Pero fue suficiente para desencadenar una serie de modificaciones irreversibles entodo el mundo. Los cambios están en todos lados, ningún lugar zafa. Sin embargo, se sienten con una fuerza descomunal en el techo del planeta: el Ártico.
En la actualidad, Groenlandia se deshace como un pote de helado fuera del freezer. Su superficie pintada de blanco en los mapas, que suponíamos imperturbable y eterna, se está llenando de lagunas y de unos ríos con meandros de color turquesa. Estos después se convierten en embudos que penetran una masa muy dura que mide tres kilómetros de altura. Así, el hielo de millones de años se rompe por dentro y termina transformado en gigantescos icebergs que se desgranan en el mar, sudando como jugadores de fútbol.
La superficie helada del océano Glacial Ártico, que funciona como un enorme escudo protector del mundo entero, también es cada vez más y más chica. Y hay una enorme posibilidad de que antes de 2050, durante algún verano boreal, este mar chato, tranquilo y muy bello, directamente no se congele. Que no haya nada de hielo ahí no solo afectará a los osos polares, que perderán su mejor herramienta de caza.
Además, desencadenará una serie de efectos de retroalimentación muy complejos, porque el océano oscuro absorbe más calor. El blanco del hielo, en cambio, lo irradia. Y así, una cosa hace peor a la otra.
Por supuesto, estos no son los únicos efectos provocados por las condiciones causadas en la atmósfera inequívocamente por las actividades humanas. Los glaciares son mucho más pequeños, lo que pone en riesgo el caudal de los ríos, como saben muy bien todos los que viven cerca de una cadena montañosa. Por eso creció también el nivel del mar y sus aguas se acidificaron, hinchadas de CO2 como quien se llena la boca de caramelos y no puede hablar más. El cambio de composición química afecta la vida marina entera, entre otros motivos porque el calcio de los esqueletos de los animales más pequeños, que están en la base de la cadena alimentaria, se disuelve en un medio con menor pH (el coeficiente que indica el grado de acidez o alcalinidad del agua).
La mayor presencia de CO2 convierte el agua en un medio más ácido, lo que disuelve los organismos compuestos por calcio. Los estratos marinos superiores tienen cada vez menos oxígeno. Las barreras coralinas, que son el epicentro de sistemas muy ricos, abundantes y complejos, ya han sufrido cuatro episodios de blanqueamiento por efecto de las temperaturas más calientes en los mares de todo el mundo. ¿Podrá la vida adaptarse tan rápido a una transformación tan radical? La verdad es que no lo sabemos.
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